Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
destino de Europa parece que se decidirá por su capacidad de resistir a cuatro
tipo de fuerzas que, tirando cada una en una dirección, tratar de cambiar su
rumbo, cuando no su propia existencia. La Unión Europea refleja en esas dos
palabras su propia esencia: es "unidad" y es "Europa", un
concepto con una serie de implicaciones y consideraciones previas y una visión
de sí misma y su futuro. En gran parte, este futuro depende de la capacidad de
consolidad sus propias virtualidades, nacidas de una visión de su propia
historia y especialmente de una voluntad, un deseo de ser de una manera
determinada. Por esto mismo, el concepto de "unidad" y de lo que sea
"Europa" es frágil, pero no débil, ya que su fortaleza surge de la
voluntad de ser.
Estas
cuatro fuerzas tratan, pues, de debilitar primero su unidad y después su
voluntad conceptual de ser, la imagen que tiene de sí misma. Las cuatro fuerzas
son, en estos momentos, 1) las acciones del todavía presidente electo Donald
Trump, cuyas declaraciones a The Times no dejan duda ninguna sobre su apoyo a la
desintegración de Europa y a su fragmentación encerrada en una visión
nacionalista y aislacionista; 2) las acciones impulsadas desde Rusia por Vladimir
Putin apoyando (como hace y hará Trump) a las fuerzas que son favorables a la
disolución de Europa, estrategia desarrolladas especialmente tras la invasión
de Ucrania y las sanciones derivadas con la que la UE les sancionó; 3) esas
fuerzas, apoyadas desde fuera (Trump directamente al Brexit; Putin a los
euroescépticos y eurófobos), que luchan por evitar que la Unión Europea se
consolide preconizando la salida de los países, tanto de los miembros
fundadores (Francia) como de los últimos en incorporarse (algunos países del
Este de Europa que manifiestan, desde dentro, políticas debilitadoras y
centrífugas, como Hungría, Macedonia, etc.); y 4) aquellas circunstancias
históricas que se traducen en crisis que someten a la Unión Europea a tensiones,
como han sido la crisis económica y del euro recientes y la actual de los
refugiados.
Las
declaraciones de Donald Trump al diario británico The Times dejan pocas dudas sobre lo que va a ser el futuro
próximo. Su apoyo al Brexit ha sido muy claro. Tanto que Theresa May ha salido
pocas horas después con nuevos bríos a sabiendas que contará con el respaldo de
los Estados Unidos para hacer una alianza. El titular de The Times tras su
declaración de hoy es "May to EU: give us fair deal or you’ll be
crushed". Las amenazas de la aspirante a "dama de hierro" a la
Unión Europea van paralelas a las amenazas del aspirante a ocupar el puesto de su
partenaire, Trump, un peor actor que Ronald Reagan.
May ha
hecho una presentación local extendiendo las plumas, amenazando con el peso de
la City y de los bancos para Europa. La primera ministra se ha olvidado ya de
los desastres predichos del Brexit y busca un camino triunfal en el que Reino
Unido doblegue a la Unión, establezca una nueva entente con la América de
Trump, pueda seguir haciendo lo que siempre ha hecho pero dejar de cumplir con
sus obligaciones. El proteccionismo de Trump pasa a ser el británico. ¡Si le
funciona!
Pero
los primeros que le han contestado no han sido en Europa, que se tiende a ser
prudente, sino desde Escocia, que tras escucharla ha decidido por boca de su
máxima dirigente volver a poner el referéndum secesionista encima de la mesa. Escocia,
ha dicho, no comparte la visión del ala dura del partido conservador. Con esta
calificación deja a Theresa May al descubierto. Si la Unión fuera la Rusia de
Putin, estaría chantajeando a Reino Unido con coqueteos con Escocia, como los
rusos hacen con todo el que manifiesta discrepancia con las políticas de la
Unión. La primera visita, como hicieron los griegos, es a hacerse la foto en el
Kremlin. Hoy la política griega ya juega a otra cosa.
A los
dos, Putin y Trump, les interesa una Europa debilitada y desunida. También a
sus seguidores británicos, franceses, holandeses, nórdicos, etc. Todos ellos
constituyen esa tercera fuerza centrífuga que mina Europa desde sus parlamentos
nacionales y desde sus asientos europeos. Son una fuerza destructiva y muy
negativa en cuanto que tienen de exaltación nacionalista, un caldo de cultivo
peligroso, imprevisible. El fomento de la xenofobia y el racismo en el seno de
Europa atenta contra la convivencia, pero también de forma esencial contra su
propia voluntad de ser, que solo puede ser plural y abierta.
Esto es
mucho más importante desde el momento en el que la América de Trump ha
traicionado sus propios principios fundacionales de "nuevo mundo", un
espacio plural y de integración de lo diverso, en favor de la creación de un nacionalismo absurdo que niega su origen
diverso y que ve a los recién llegados como una lacra, cuando son los
inmigrantes, los colonos, los que han construido los Estados Unidos. ¿Cuándo un
inmigrante deja de considerarse tal y comienza a considerar a los nuevos inmigrantes
como invasores? Seguramente, antes de lo debido.
El
discurso xenófobo que le hemos escuchado a Trump se lo hemos escuchado hoy a
Theresa May. Ellos sabrán lo que hacen, pero Europa no debe hacer lo mismo y
esa es la base de su nacimiento, el reconocimiento intelectual e histórico de
que un espacio común necesita de una identidad común, una identidad emergente,
la europea, que no olvide su origen.
Esto
nos lleva al cuarto problema, al contextual, quizá
el más urgente de todos: la crisis migratoria. Si la respuesta británica y la
norteamericana son la xenofobia; si las respuestas de las fuerzas nacionalistas
en Europa lo son también, la identidad emergente europea solo puede ser aquella
que manifieste el carácter plural y armónico de Europa. La crisis migratoria
tiene el valor de una prueba, como lo ha tenido la crisis del euro, de la
moneda única. Es ese carácter común el que fuerza a las respuestas solidarias
que es lo que debe seguir definiendo el proyecto europeo.
El
destino europeo es ir atado al mástil de la nave, como un Ulises tentado,
resistiéndose a ceder a las voces cuyas peticiones le harían desaparecer si
cediera. Una Europa egoísta podría resolver una crisis, pero no podría
sobrevivir a su propio egoísmo. En su triunfo estaría su fracaso. Eso es lo que
quieren hacer los británicos de Theresa May y Donald Trump, desde el otro lado
del Atlántico. La mejor contestación, por ello, es demostrar que la solidaridad
es más cara, más abnegada y más crítica, pero más gratificante y más fundadora
de estabilidad futura. Sobrevivir juntos es más importante a que a unos les
vaya muy bien y a otros muy mal.
Hasta
el momento, la conjunción de las tres primeras fuerzas parece ir triunfando.
Pero es solo la apariencia. A la larga, las políticas que siguen están
destinadas a ser desmontadas desde el propio interior, desde su disidencia mayoritaria.
El Brexit suscito un enorme
movimiento en contra dentro del propio Reino Unido: no hablemos de lo que tiene
Trump por delante. Los faroles de May amenazado está más destinado a la defensa
interna que a una ofensiva contra Europa. Veremos la realidad de lo que ocurre,
que va a ser lo que realmente decida. Su discurso ha sido cínico: los que
quieren un tratamiento "ejemplar" contra el Reino Unido para evitar
fugas, se enfrentarán a las iras británicas de la City. Veremos el papel de la
City cuando deje de ser el lugar privilegiado que daba acceso a muchas empresas
a Europa y a América, además de sus vínculos asiáticos. Estos últimos también
veremos cómo evolucionan si Trump, como ha prometido, se mete en una guerra
comercial con China que arrastre al Reino Unido. El mundo es más complejo de lo
que la mente simplificada de Trump, el mundo en un post-it, trata de reflejar.
El gran
reto que Europa tiene es simbólico y humanitario. No se debe dejar arrastrar
por las corrientes egoístas y xenófobas que han llevado a Trump y al Brexit
adelante. Debe ser una política que nos haga sentir la diferencia, como lo que está en la mente de muchos europeos. Puede
que Trump y May ayuden a la consolidación de Europa como reacción solidaria
frente al egoísmo xenófobo y sus consecuencias.
Creo
que muchos europeos estamos deseosos de ver una política más justa, solidaria y
humanitaria, que demuestre al mundo que la fuerza no son las amenazas, los
chantajes ni el egoísmo. Europa tiene que empezar a creer en su propia
diferencia, su vía, y practicar lo que salió de su seno: las políticas de
derechos humanos como base de loa resolución de conflictos y el logro de
soluciones justas frente a las posturas de fuerza y egoístas que se han
demostrado equivocadas y contraproducentes. No han arreglado nada y han
empeorado muchos problemas.
Son
tiempos de pruebas, tiempos duros. Pero creo que se resistirá y se acabará
imponiendo una visión que se necesita y que no acabamos de poder construir, la
de un liderazgo europeo unificado. No podemos seguir siendo un coro de voces
defendiendo cada uno nuestros intereses, sino una voz que logre incluir una
visión conjunta desde esos principios a los que no debemos renunciar. Es ahora cuando comprendemos la importancia que tienen para alcanzar esa definición cultural, humanitaria y justa. Hay que aprovechar las crisis para reafirmar los valores. Los discursos negativos que escuchamos nos deben ayudar a desarrollar los positivos, a comprender nuestros errores, a clarificar nuestras decisiones. Es una lástima que haya que escuchar las palabras de un Donald Trump para comprender cuál no es el camino, pero así es la Historia. A veces los ejemplos de lo que no queremos ser resultan más eficaces.
La Unión
Europea debe ser la Europa unida. Es en la superación de retos en donde está su fuerza. La fortaleza de Ulises estuvo en resistir a los cantos de las sirenas.
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