Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Como
Donald Trump ha dado en repetidas ocasiones una descripción de lo que será su
primer día en la Casa Blanca como presidente de los Estados Unidos, no habrá
que esperar mucho para ver sus planteamientos reales. Muchos albergan dudas
sobre si realmente hará lo que ha dicho que hará, que es por lo que ha sido
elegido. En unas pocas horas lo sabremos y el mundo sabrá también a qué
atenerse.
Se
inaugura el temido liderazgo en la potencia más poderosa de lo que podríamos
llamar una agresiva política empresarial, pues es de lo que Trump presume.
Hasta el momento los empresarios han estado en una segunda línea, condicionando
la política, creando lobbies pero no han tenido esa pretensión para evitar
precisamente la incompatibilidad de los negocios. El beneficio era su opción;
la política su estrategia. Ahora vemos que las tornas cambian y que alguien que
presume de carecer de experiencia política, que considera como una carga, se
enfrenta a los problemas del mundo.
Desde
el principio, Trump se ha centrado en un mensaje agresivo. La agresividad se ha
dirigido hacia temas económicos, planteando una división maniquea entre los
Estados Unidos y los que se oponen, conspiran, etc. a su grandeza centrada en
el beneficio y el empleo, que es como ha conseguido la mayor parte de sus
votos. Él era el "empresario de éxito" que iba a enseñar a gestionar
el país consiguiendo los mismos resultados favorables aplicando sus formas de
actuar. Pero ni los Estados Unidos son una empresa ni el mundo es solo un
mercado.
Salvo
algunos marcados políticos —los Farage y compañía—, los que han pasado por la
Torre Trump han sido empresarios. Es a ellos, con los que puede compartir un
lenguaje, a los que ha hablado o incluso presionado antes de llegar a la Casa
Blanca para que retiren sus fábricas de México o creen empleos en Estados
Unidos. Lo ha hecho con empresarios extranjeros, asiáticos, principalmente
Japón. Y los empresarios han salido de la Torre haciendo declaraciones y
prometiendo plegarse a sus deseos para evitar las sanciones de los impuestos
prometidos: 35% a los que venga de México, 45%
a lo que llegue de China, según explicaba esta misma noche la BBC.
Los
empresarios han respaldado las políticas de bajadas de impuestos en los Estados
Unidos que Trump les promete. Pero muchos tienen serias dudas sobre si eso
tendrá un efecto real sobre los que le han votado. Lo que está por verse es si
esa política de atracción se va a traducir en una política de empleo y de empleo
de calidad o va a dar lugar a la instalación de unas fábricas que van a
encarecer el propio mercado produciendo una inflación disparada. Los que se
llevaron las fábricas de Estados Unidos son los mismos que ahora están
dispuestos a devolverlas si se les prometen bajadas de impuestos, pero ¿qué
ocurrirá con los sueldos? En España sabemos algo de esto.
Encarecer las importaciones no significa necesariamente
producir más barato. Y si se quiere producir más barato, los sueldos son lo primero
que se resiente. Por mucho que baje los impuestos, los inversores son
implacables, siempre quieren más. Y "más" significa, de nuevo,
sueldos más bajos. Lo que se puede producir es un empobrecimiento real bajo un
mayor empleo. También sabemos algo de esto. Si se quiere retener la producción,
el coste social es enorme porque lo que se produce es a un enorme coste que
dispara los precios y los sueldos dejan poco margen de compra. Es eso que hemos
escuchado tantas veces de que la mejora económica se traslade al empleo. Entonces los inversores tienen ya la sartén
por el mango. Y llega la amenaza si se les presiona. Las facilidades que quieren
son las máximas, los compromisos los mínimos porque solo hay uno real: ganar lo
máximo posible.
Si Trump, como ha dicho, desencadena una guerra comercial
con su proteccionismo, los Estados Unidos tendrán problemas para exportar. A
menos que Trump no solo haga prohibitivas las importaciones sino que imponga las
exportaciones con otro tipo de amenazas, en cuyo caso los problemas que creará
son todavía mayores pues las amenazas y presiones solo pueden llegar desde un
apartado, defensa y seguridad.
Los únicos que hablan positivamente de lo que Trump quiere
hacer son algunos empresarios y gestores de fondos de inversión. La BBC
reproduce las declaraciones en Davos de Ray Dalio, el director del mayor fondo
de inversión mundial, quien señala que Trump será "bueno" para la
economía mundial y de los Estados Unidos, pero que teme los
"populismos" que le acompañan. La información se cierra con una sorprendente
cuestión:
"We know that Donald Trump is aggressive -
the question is whether he is going to be aggressive and prudent, or aggressive
and careless. We don't know the answer. He has put together reasonable people
around him, they don't seem reckless."*
La cuestión de la
"agresividad" parece ser tomada como una cuestión empresarial. Cuando
un inversor dice que algo es "bueno" para la economía de cualquier
parte es poco probable que se esté refiriendo a lo que menos le importa y que,
sin embargo, son los que le han votado en los Estados Unidos, los trabajadores.
Lo han hecho con el argumento "populista", una mezcla de nacionalismo
y xenofobia. Pero ¿es el mismo argumento válido para las empresas? ¿Desde
cuándo han dejado las empresas de ser nacionales o incluso nacionalistas?
A las empresas americanas les puede ser interesante el
proteccionismo, pero ¿eso significa ese "patriotismo" que los
votantes esperan de Trump y los que ahora les apoyan? Es más que dudoso. Pensar
que los intereses de la gente son los de las empresas es demasiado ingenuo a
estas alturas del capitalismo.
Por eso la pregunta de si las medidas proteccionistas se van
a seguir de otras de corte imperialista y amenazantes hacia el exterior no son
irrelevantes.
José Ignacio Torreblanca dedica su columna en El País a la llegada de Trump. La titula
significativa y escuetamente: "El suicidio anglosajón". Torreblanca
considera que lo que Trump implica es el fin de un imperio —de una cultura
representada por la democracia y el liberalismo económico—, con liderazgo en
dos etapas, la británica en el XIX y los Estados Unidos en el XX, que, lejos de
ser vencido por la llegada de un nuevo imperio, y en un momento exitoso de la
Historia, decide suicidarse. Señala Torreblanca:
Pero ahora, estos dos hegemones,
el británico y el americano, que algunos han calificado de “benignos” (más que
nada en comparación a otros competidores como la URSS o la Alemania nazi, y no
obstante el escepticismo de Gandhi sobre el empeño de Occidente en denominar el
imperialismo como “civilización”), están adoptando un rumbo aislacionista en lo
político, proteccionista en lo económico, y xenófobo en lo identitario y
cultural, cuestionando los elementos fundacionales del orden global que tanto
la pax britannica como la pax americana han compartido y
articulado.
Lo paradójico es que tanto EE UU
como Reino Unido tienen a su favor todos los elementos para seguir sosteniendo
un orden multilateral liberal y beneficiarse de él con creces, como han hecho
hasta ahora. Frente a las quejas que nos trasladan respecto a integración
económica o la inmigración, lo cierto es que los dos países han superado la
crisis de 2008 más rápido que sus rivales y, además, son un referente tanto en
la integración de inmigrantes como en el fomento de la diversidad cultural y la
tolerancia religiosa. Pese a los lamentos de Trump y de los partidarios del Brexit, sus países viven, en comparación
a otros, y en comparación a otros periodos de su historia, una época dorada.
Que los países más dinámicos, abiertos y exitosos tiren la toalla de la
globalización no deja de resultar sorprendente de hasta qué punto vivimos una
enorme anomalía histórica.**
Señala el autor que no es la primera vez que un hegemón exitoso abandona sus
posibilidades y vuelve a posiciones que tienen consecuencias negativas importantes.
El "aislacionismo" que considera Torreblanca quizá no sea el término
correcto y haya que analizarlo a la luz de la idea de la
"agresividad" de Donald Trump y la diferencia que supone en cuanto a
la sensatez o la locura.
El aislacionismo supone, de algunas manera, salir de la
globalización, como bien analiza Torreblanca. Pero ¿y si no es la globalización
lo que se pretende dejar sino la "reciprocidad" en el mundo global?
¿Y si lo que pretende Trump es una agresividad —todos la dan por supuesta, pero
no se atreven a ponerle etiqueta— intimidatoria que obligue a aceptar a unos
pagos de muros (México), a otros pagos de la defensa (la OTAN), etc., es decir,
una especie política de cobros, embargos y sanciones a los países que no se dobleguen a sus exigencias?
Las políticas de producción en Estados Unidos solo tienen sentido
con la exportación y esta exige equilibrios. La única forma que tienen los Estados
Unidos para que les resulten rentables sus planes de eliminar las fábricas
exteriores es desatar una guerra comercial. A una política de este tipo se le
contestará con una política arancelaria similar a los productos
norteamericanos. Destruir los tratados de comercio con el mundo solo tiene
sentido si piensa seguir una política muy agresiva para imponer sus
condiciones, como ha hecho claramente con México, cuyo hundimiento puede
provocar.
Sus objetivos ahora son México, el más débil, el vecino
dependiente tanto en las fábricas como en la cuestión migratoria. Veremos si
los gobernantes mejicanos dan la talla para enfrentarse a lo que se les viene
encima. El otro objetivo no es tan sencillo: China.
Si los mejicanos eran "criminales",
"violadores", etc. según su discurso durante la campaña, el discurso
sobre China es otro. Ha sido más duro en cuanto sancionar a las empresas americanas
que importen. Es una forma de agresión a China, que verá reducida su producción
ante la reducción del mercado americano. Y ocurrirá algo similar a cuando
Europa sancionó a Rusia con el gas: China tuvo un gran contrato beneficiándose
de las sanciones al lograr un gran precio. Rusia se sacudió la presión europea
al seguir vendiendo gas. Puede que esta vez funcione al contrario y China
busque otros aliados para compensar las presiones americanas o las pérdidas
causadas. En China, además, hay una creciente clase media que puede compensar
su mercado; en Estados Unidos, por el contrario, hay —como en otros países— una
reducción de las clases medias y una proletarización importante. Difícilmente
podrán asumir sus propias producciones en medio de una guerra comercial o que
vaya más allá.
Dar por "natural" la agresividad de Trump muestra
hasta qué punto se ha distorsionado la política en estos años. Entra aquí el
factor que le preocupaba a Ray Dalio: el auge del populismo. No es casual que
la mirada de muchos historiadores y sociólogos se está volviendo hacia el
periodo de los años 20 y 30, hacia el momento en el que el fascismo se adueñó
de países poderosos en ese momento como Alemania y Japón. Ese populismo se tradujo
en racismo, xenofobia, imperialismo, etc. elementos todos ellos que han estado
presentes en la campaña de Trump y, lo que es peor, en la mente de sus
votantes, a los que no ha tenido que "convencer" sino solo "animar".
La cuestión que está por ver no es tanto el aislacionismo
—sería una ingenuidad pensarlo—, mediante el que los Estados Unidos se
retirarían de la globalización, sino más bien lo contrario: el aprovechamiento
agresivo y asimétrico de la globalización. La teoría que ha estado exponiendo Donald
Trump y que ha calado en su electorado es que las desgracias de los Estados
Unidos vienen de haber creado las condiciones del comercio mundial y no haber
obtenido los beneficios, sino que estos se los han llevado otros, aquellos que
producen para luego venderles. Pero se olvida Trump que eso se ha hecho con el
consentimiento del gran empresariado norteamericano que ha obtenido así más
beneficios. El beneficio de los inversores, una vez más, no es el de los
trabajadores porque —de nuevo— la codicia es la que ha regido las relaciones y
no la búsqueda de un equilibrio o armonía interior y exterior.
Hoy no nos dicen que los países
ricos sean más pobres, sino que
ha crecido enormemente la "desigualdad". Se nos dice y repite todos
los días con todo tipo de datos: es la desigualdad, la brecha entre ricos y
pobres la que crece globalmente y en cada país. Confundir una cosa con otra es
peligroso. Lo más probable es que los inversores hagan lo mismo que han hecho
en etapas anteriores, enriquecerse ellos y empobrecer a los trabajadores de los
países reduciendo sus salarios y ajustando su capacidad adquisitiva.
Las empresas que fabrican fuera y venden dentro.
Buscan así los precios más bajos para producir y los más altos para vender.
¿Son estas empresas norteamericanas las que responsabilizan a las extranjeras
por fabricar en sus países? Fabrican para ellos.
¿Va el empresario
presidente a cargarse la competencia? No: lo que va a cargarse son las reglas del mercado asimétricamente,
imponiendo la fuerza de los Estados Unidos hasta llegar a las condiciones que favorezcan
¿a los trabajadores?, más bien a los inversores de las empresas, que buscarán
los beneficios de volver a cambio de empleo barato. ¿Qué efectos tendrá esto en
la economía global y específicamente en la norteamericana?
El populismo de Trump es el de alguien que presume de no
pagar impuestos. Hasta ahí no llega; sus propiedades por medio mundo tampoco
son un aval. Sus soluciones no van a ser muy diferentes. Sus discursos pueden
serlo, pero la realidad es la que es.
La cuestión, en cambio, es cómo esa agresividad y ese estilo
autoritario y personal de llevar sus empresas es válido para llevar a un país
como los Estados Unidos a la prosperidad y si la prosperidad americana se
consigue abriendo una guerra con otros países.
Hoy nadie puede aislar, con la excepción de lo que el Estado
Islámico proclama, un mundo dentro del mundo. Este es hoy un sistema global en
el que los desajustes tienden a compensarse hacia el equilibrio. El problema no
es que los pueblos produzcan y prosperen; todos deberían hacerlo. La cuestión
clave es la desigualdad, que esos
beneficios se han ido a los que ahora proclaman estar del lado del presidente
recién llegado.
Las fuentes de inspiración de Trump iban a las respuestas
sencillas: en los 70 y 80 la culpa era de los japoneses; posteriormente han sido
los chinos y coreanos. Es fácil dirigir las iras contra mejicanos, chinos,
coreanos, europeos... Veremos en qué acaba esta guerra que hoy, día 20, se
declara.
Europa debe tomar ejemplo de lo que no se debe hacer y
vigilar también sus desigualdades entre países y dentro de ellos. Son la fuente
de los recelos. Lo hemos visto en el Brexit, que veremos en qué acaba.
Leer los artículos con los que la mayoría de la prensa
norteamericana analiza este día en el que toma posesión es un ejercicio
depresivo. Pero también aleccionador y un gran aviso. Me quedo con el inicio
del artículo de David Brooks en The New
York Times:
This is a remarkable day in the history of our
country. We have never over our centuries inaugurated a man like Donald Trump
as president of the United States. You can select any random group of former
presidents — Madison, Lincoln, Hoover, Carter — and none of them are like
Trump.
We’ve never had a major national leader as
professionally unprepared, intellectually ill informed, morally compromised and
temperamentally unfit as the man taking the oath on Friday. So let’s not lessen
the shock factor that should reverberate across this extraordinary moment.
It took a lot to get us here. It took a
once-in-a-century societal challenge — the stresses and strains brought by the
global information age — and it took a political system that was too detached
and sclerotic to understand and deal with them.***
Es con este pesimismo con el que los Estados Unidos —y el
mundo— afronta la llegada de Donald Trump a la presidencia.
Habrá que ver si, como señala José Ignacio Torreblanca, la
civilización anglosajona, acaba con sus dos valores, democracia y liberalismo.
Y si acaba siendo comparada con los fascismos racistas y xenófobos contra los
que combatió con éxito en la primera parte del siglo XX. Los indicadores,
hasta el momento, son malos. Es lo que le hemos escuchado a su nuevo presidente
una y otra vez.
Se pagan ahora los excesos de las injusticias de la globalización, los que han derivado en el aumento de la desigualdad y del que hay que responsabilizar especialmente a los que ahora responsabilizan a los demás. Trump se ha subido a un tren en marcha; el que le llevaba directamente a la Casa Blanca. Ha recogido en su equipaje miedos, fobias, mentiras y medias verdades. Le han bastado para llegar donde quería.
Hoy comienza un camino incierto.
*
"Hedge fund boss Ray Dalio says Trump will boost growth" BBC
20/01/2017 http://www.bbc.com/news/business-38688559
** José Ignacio Torreblanca "El suicidio
anglosajón" El País 20/01/2017
http://elpais.com/elpais/2017/01/16/opinion/1484595953_620288.html
*** David
Brooks "The Internal Invasion" The New York Times
https://www.nytimes.com/2017/01/20/opinion/the-internal-invasion.html?action=click&pgtype=Homepage&clickSource=story-heading&module=span-abc-region®ion=span-abc-region&WT.nav=span-abc-region
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