Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El año
se abre con un aviso, la masacre del Bósforo, la perpetrada en la discoteca
turca "Reina", con 39 muertos hasta el momento. No es un simple
atentado, sino un acto simbólico y programático. Revela además una mentalidad
específica y un objeto doble: la muerte y deseo perverso de
mostrarse como virtuosos mediante el crimen. Frente a los que desean vivir su religión en paz, los radicales solo desean mostrar una cara.
El
terrorismo religioso necesita unir los dos componentes para hacer ver que se
están confrontando dos modos de vida y que en uno, el suyo, están Dios y la
virtud unidos. No hay religión paosble al margen de sus normas. The New York Times
recoge el llamamiento realizado unos días antes para que se produjeran
atentados:
The shooting came just days after the Nashir
Media Foundation, a group identified by experts as being pro-Islamic State,
published the last of three messages calling on individual attackers in the
West to turn the holiday season into days of “terror and blood.” It urged
attacks on clubs, markets and movie theaters.
Nashir Media singled out Turkey in its threats.
“Attack the embassies and consulates of Turkey and all coalition countries
where you are,” the message said.
“Turn their happiness and joy into grieves,” it
went on in garbled English, “and their feasts into funerals.” *
De esta mentalidad surge toda la frustración islamista por
la marcha del mundo, de la Historia, la falta de sentido de que siendo sus
creencias las verdaderas, estando
Dios de su lado, ellos no reinen sobre este mundo. La obsesión conspiratoria no
es más que la respuesta paranoica a esa pregunta de siglos.
No es fácil entender qué tiene en la cabeza un terrorista
islamista. Su programación tiene un marco general y una interpretación específica.
Es el resultado de un progresivo desvío en el que se ha canalizado la energía
social de la religión hacía un fin destructivo. Se parte del convencimiento de
un deterioro del mundo, que se aleja del mandato divino, hasta llegar a la
conclusión de que con sus acciones se podrá enderezar.
La violencia se le ha transmitido desde el principio con una
visión negativa de la naturaleza humana, que tiende a ignorar los mandatos y
avisos de Dios. El ser humano es desobediente por su propia naturaleza. La religión es el orden que frena el caos y el pecado. El
que no acepta el mandato de sumisión puede y debe ser castigado. No hay nada
malo en ello; demuestra la superioridad, el distanciamiento del que acepta el
mandato frente al que lo desoye.
"Convertir la alegría en dolor" es un principio
que busca una forma de castigo y condicionamiento. Atentando contra este tipo de actos y
espacios, los de la alegría de los equivocados, de los infieles, se manifiesta
la superioridad de los que aceptan el "mensaje", su sumisión al plan
divino que debe ser obedecido. Y ellos, los fundamentalistas, son los verdaderos creyentes, excluyendo cualquier otra forma.
Al contrario de lo que opinan aquellos que consideran que
las creencias religiosas pertenecen a la esfera privada, los islamistas
desprecian esta simple consideración por perversa. No hay aceptación de ninguna
otra idea; solo hay una "verdad" y tolerar las otras no es más que
incumplimiento, dejación de su deber religioso. Son la mano que debe realizar
en la sociedad el "plan"; cualquier cambio en esto es traición: el
fin está fijado, los medios varían. No tiene sentido creer en la verdad propia y permitir las mentiras o errores ajenos. Deben ser erradicados de la tierra. Las otras
religiones no son más que idolatría o error interpretativo, como ocurre con el
cristianismo y el judaísmo, toleradas a corto plazo, pero de las que se debe
evitar que crezcan (ej. los jóvenes detenidos en Egipto acusados de proselitismo). También su obligación es que desaparezcan ya que repugna a
la razón el mantenimiento del error.
Una vez que esa lógica se ha construido en la mente, es
difícil evitar que no acabe en una forma de violencia. Se impone en las leyes,
que no son más que la realización del mensaje religioso para la regulación de
la sociedad, que debe reproducir lo ordenado por Dios. La Sharia se va
imponiendo como fuente de legislación o como fuerza inspiradora. Fue el piadoso
Sadat, en Egipto, quien asumió que la Sharia debía servir de inspiración a las
leyes, empezando la islamización del estado y el retroceso del laicismo. No hay
privacidad de la religión; la
religión es la forma de controlar el orden social. Supone las instrucciones
para actuar rectamente conforme a su designio, no hay ámbito privado. Erdogan hace ya lo mismo en Turquía arrinconando a la sociedad laica o a las minorías religiosas. Han iniciado una deriva que es algo más que autoritaria, como solemos señalar. Es intransigente.
El terrorismo que ha matado anoche en Turquía responde a una
lógica perversa, la del martirio: matar y morir en nombre de Dios es loable, el máximo de entrega. Los cristianos coptos se quejaron tras el reciente
atentado durante una misa en su catedral de El Cairo de que los medios se referían
a ellos como "víctimas" y no como "mártires". No era una sutileza. Comprendían lo que había
tras esta distinción. "Víctimas" es la constatación de un hecho;
"mártires" una entrada al Paraíso, una superioridad reservada al musulmán. Todos los muertos son personas; solo pierde la humanidad por voluntad propia quien mata como lo han hecho en la iglesia copta egipcia, en la discoteca de Orlando, en Niza, en Paris, en Berlín, en la sala de fiestas Reina...
Los que han sido educados en el odio de la supremacía
frustrada encuentran la vía del martirio como un camino rápido a la gloria. Han
tenido a lo largo de su vida, en toda ella o en momentos clave, esas voces
susurrantes que les reafirmaban su superioridad. Cada terrorista muerto es
ofrecido como ejemplo a los futuros yihadistas; cada masacre se ofrece como un
logro que confirma la superioridad y apuntala el triunfo final. Es una lógica
primitiva, pero eficaz.
Turquía se convierte ahora en un escenario de lucha con
varios frentes abiertos, el que tiene con los kurdos (una guerra territorial,
nacionalista) y el que tienen abierto con el Estado Islámico y sus franquicias
(una guerra religiosa). Para los que han matado esta noche ametrallando a los
que se divertían en una discoteca, se trata de un acto de devoción: han matado extranjeros que pervierten a los buenos
musulmanes con sus costumbres licenciosas y han acabado con musulmanes que han
olvidado sus obligaciones para con Dios. Las dos formas se perciben como
desafíos a la ortodoxia que todo terrorista presupone y en la que vive frente a
los desvíos y errores ajenos. Cuando les preguntan a los miembros del Estado
Islámico por qué matan y torturan dicen que es porque es necesario. Cuando hayan acabado con el mal, el mundo podrá vivir feliz, todo será alegría. Esa excusa ha servido para tener bajo su yugo cruel a personas que se limitan a vivir y que se ven obligadas a aceptar las formas que les imponen para sobrevivir.
La discoteca Reina, se nos dice, era un local de la élite laica
turca. Han buscado un objetivo claro, que permita identificar a sus víctimas
como un castigo y que no levante
recelos entre sus piadosos simpatizantes. Así mantienen la ilusión de la justicia. Señala el diario El País:
Fuentes de seguridad consultadas
por EL PAÍS indicaron que este nuevo ataque contra la élite liberal turca es
característico del ISIS, y coincide con un nuevo mensaje del líder del grupo
radical islamista, Abu Bakr al-Baghdadi, publicado la semana pasada, para
atacar objetivos en Turquía.
Observadores independientes
señalan también que las autoridades religiosas turcas habían prohibido celebrar
el año nuevo por no ser una festividad musulmana. A mediados de diciembre, un
policía fuera de servicio asesinó al embajador ruso en Ankara clamando venganza
por las víctimas de Alepo, en Siria, aunque ningún grupo ha reivindicado este
acto. En vísperas de Navidad, el Estado Islámico publicó un vídeo de dos
soldados turcos quemados vivos que ha sido censurado por las autoridades
turcas. Un periodista del Wall Street
Journal en Turquía que compartió en Twitter imágenes gráficas fue detenido
por supuesta divulgación de propaganda terrorista.**
Podemos observar la lógica que preside el atentado: la
prohibición de las autoridades religiosas turcas establece una nítida zona de
condena y culpa. Ellas prohíben. Los
que estaban allí incumplían los mandatos de las autoridades, que se limitan a
interpretar la ley de Dios. El estado islamista en que Turquía se ha ido
convirtiendo bajo la mano de Erdogan se encuentra en medio de sus propias
contradicciones, con la sociedad dividida e incompatible.
Para el estado Islámico, Recep Tayyip Erdogan ha entregado
al pueblo turco a los infieles, mientras que el presidente turco intenta
convertir sus afirmaciones retrógradas sobre el mundo en ortodoxia islámica,
presentándose como su sultán defensor. Lo paga la sociedad en su conjunto, que pierde vidas y libertades. Quedan arrinconados por la violencia y la rivalidad entre grupos que les imponen formas de vida sin respetarles.
Pero la sociedad se le resiste, no acepta sus imposiciones. Es la misma sociedad que obligó hace apenas un mes a retirar al gobierno, hace poco más de un mes, una ley que perdonaba los abusos a menores si había matrimonio. Las protestas en las calles lo echaron para tras, era demasiado escándalo. Ahora los muertos son los que estaban en una sala de fiestas disfrutando de una alegría impía. Tras las primeras reacciones, hay que ver en la niebla. El terrorismo merece todas las condenas, pero también saber ver el caldo de cultivo que se le está creando día a día al hacer crecer la intransigencia.
La sociedad turca está pagando con vidas la ambigüedad de Erdogan, su regresión, la intransigencia de sus planteamientos. No hay en esto demasiadas dudas. Erdogan ha intentado jugar a todas las bazas y no todas le funcionan. Su actitud intransigente, intolerante es una violencia más que los turcos deben pagar por tenerle en el poder. Por mantenerse se rompió la tregua con los kurdos; por evitar que los kurdos tomaran fuerza contra Siria en la coalición internacional se decidió a ir contra ellos traspasando sus fronteras. Pensaba que el Estado Islámico no pasaría factura, pero se la está pasando al pueblo turco, el principal destinatario de la violencia. Los turcos eran capaces de vivir en paz hasta la llegada de Erdogan al poder, momento en el que ha ido aumentando la intransigencia, las prohibiciones, los insultos, etc. contra unos y otros, de dentro y de fuera.
Nuestra solidaridad con las víctimas y con todos los que
sienten realmente esas muertes. Que no consigan erradicar la alegría del mundo
los que predican el horror, el odio y la tristeza. El desprecio habitual para aquellos que consideran un espectáculo impío el hecho de que la gente se divierta, que se mezclen gentes de distintas confesiones o sin confesión alguna. Ellos necesitan del odio; necesitan matar la alegría.
La doctrina de convertir en dolor la alegría ajena provoca estos blancos: mercados, celebraciones, etc. Pero es la alegría lo último que se debe perder frente a estos oscuros fundamentalistas. No está equivocado quien preconiza la paz, el entendimiento, la convivencia, el respeto por las personas y sus derechos y los exige para todos.
*
"Terrorist Attack at Nightclub in Istanbul Kills Dozens" The New York
Times 31/12/2016
http://www.nytimes.com/2016/12/31/world/europe/turkey-istanbul-attack.html?hp&action=click&pgtype=Homepage&clickSource=story-heading&module=a-lede-package-region®ion=top-news&WT.nav=top-news
** "El atacante que mató a 39 personas en una discoteca en Estambul
sigue huido" El País 1/01/2017
http://internacional.elpais.com/internacional/2017/01/01/actualidad/1483227908_693066.html
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