sábado, 14 de enero de 2017

No mentirás gratuitamente

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La BBC publica en su sección de Educación un artículo titulado "What does post-truth mean for a philosopher?", en el que Sean Coughland, el firmante del texto,  nos trae las opiniones de un filósofo sobre la llamada "palabra del año" para el Diccionario de Oxford, la ya famosa "posverdad". Coughland establece de partida una conexión, señalando que es lo que ha llevado a Trump y a los partidarios del Brexit a la victoria en sus respectivos empeños, la campaña a la presidencia y la salida de la Unión Europea de Reino Unido.
El filósofo al que se refiere el texto es AC Grayling, un conocido filósofo británico, con más de una treintena de libros publicados, presencia activa en los medios y en la difusión de la cultura científica y filosófica, fundado del Nuevo Colegio de Humanidades. Coughland es conocido por su mentalidad liberal, atea, defensor de los derechos humanos.
En una de sus obras más conocidas, The Good Book (2011), presentado como una Biblia secular y humanista, por ejemplo, podemos leer que el mandato más importante en la búsqueda de la sabiduría es  «'We ought not to lie'» ("Wisdom", cap.20). Si este es el más importante mandato, es lógico que Grayling, como se señala en el artículo de la BBC, «views the post-truth world with undisguised horror» y «warns of the "corruption of intellectual integrity" and damage to "the whole fabric of democracy".»* No podía ser menos concediéndole el valor principal a la verdad.


Los dos aspectos son esenciales en la convivencia. Y la democracia es un sistema que busca la convivencia a través del acuerdo y el compromiso. La mentira, efectivamente, lo mina, estableciendo la consecución del poder como el objetivo a cualquier precio. La mentira destruye la confianza y por ello mina la convivencia. Los que son elegidos han demostrado que su fin no eran los ciudadanos —a los que deben servir— sino utilizarlos, servirse de ellos para sus propios fines.

En las últimas décadas, la erosión de la democracia ha sido grande. Quienes debían valorarla más no lo han hecho y han dejado que se instaurara un discurso cínico y de una enorme hipocresía. De esto son culpables casi todos los partidos políticos que ha considerado aceptable que el camino que les lleva al poder puede ser recorrido en cualquier carruaje con tal de llegar. Esto es maquiavelismo.
Pero cuando se practica esta visión de la política suelen suceder tres cosas: la degradación política, el aumento de la corrupción y la espiral de las mentiras. Lo primero se produce por el filtrado negativo: muchos de los que llegan arriba lo han hecho practicando las peores artes. El aumento de la corrupción, que afecta a casi todos los países obedece al ascenso de los que buscan su propio beneficio estando en el poder, sea este el nivel que sea; la política deja de ser una llamada a trabajar por los ciudadanos y pasa a ser la ocasión de enriquecerse. Finalmente, unas mentiras se sostienen sobre otras; es el engaño el que acaba cerrando el ciclo.
Las nuevas mentiras tienen características propias. Son formas de reafirmación de los prejuicios. No solo la verdad debe ser coherente; también la mentira debe serlo y quizá con más razón. Hay verdades inexplicables o de gran complejidad, pero una mentira debe serlo para funcionar bien. Lo que se debe creer debe ser comprensible y qué mayor comprensibilidad que la de lo ya comprendido. Trump y los partidarios del Brexit ha dicho lo que repetían una y otra vez quienes les votaron: que la culpa de todo la tienen los mexicanos, los chinos, los europeos, etc. Que la solución son "muros", "barreras aduaneras", "proteccionismo", etc. y que así se hará al Reino Unido y a los Estados Unidos "grandes" de nuevo. Como en el marketing más elemental, se trata de detectar qué dice la gente.


Cuando se le pregunta al entrevistado cuál es el origen de la llamada "posverdad", este señala:

"The world changed after 2008," says Prof Grayling - politics since the financial crash has been shaped by a "toxic" growth in income inequality.
As well as the gap between rich and poor, he says a deep sense of grievance has grown among middle-income families, who have faced a long stagnation in earnings.
With a groundswell of economic resentment, he says, it is not difficult to "inflame" emotions over issues such as immigration and to cast doubt on mainstream politicians.
Another key ingredient in the post-truth culture, says Prof Grayling, has been the rise of social media.
It's not the soundbite any more, but the "i-bite", he says, where strong opinion can shout down evidence.
"The whole post-truth phenomenon is about, 'My opinion is worth more than the facts.' It's about how I feel about things.
"It's terribly narcissistic. It's been empowered by the fact that you can publish your opinion. You used to need a pot of paint and a balaclava to publish your opinion, if you couldn't get a publisher.*


Creo que las razones señaladas por Grayling son acertadas, pero requieren de una ampliación. La crisis económica ha hecho mucho daño y ha minado el sentimiento social. Pero junto a esa indignación provocada por el estancamiento económico y la desigualdad económica producida, creo que ha surgido un sentimiento negativo al comprobarse la falta de castigo a los causantes. El sistema, por decirlo así, ha percibido la injusticia y la impunidad de todos aquellos que causaron con su codicia la crisis.
Una de las cosas que más daño hicieron a Barack Obama y que explica fenómenos como el Bernie Sanders y sus ataques feroces a Hillary Clinton, es que una parte importante de los votantes norteamericanos esperaban que se cumpliera el castigo de los responsables. Sin embargo, ni un banquero fue a la cárcel, ni un especulador pisó los juzgados. Las crisis, se percibe, las acaban pagando siempre los ciudadanos. Eso es lo que ha permitido el absurdo de que un millonario pueda presentarse como "antisistema". Es lo que ha aprovechado Trump para hacer ver que Hillary Clinton era una representante de los intereses económicos que se habían librado de sus responsabilidades en los fraudes económicos, en las especulaciones de la bolsa, las burbujas inmobiliarias, etc. La justicia es un sentimiento importante en un sistema democrático.


Cuando se percibe que la justicia falla, las respuestas pueden ser de dos tipos: exigencia de justicia o lo contrario, la idea de que todos pueden hacer lo mismo, es decir, la eliminación de la responsabilidad social. Cada uno vela por lo suyo y lo consigue de cualquier manera. Es la desaparición de la ética dejando paso al interés propio sin límites. La mentira se usa cuando es necesario; es una herramienta más.
La idea del narcisismo de la opinión que las redes sociales han desarrollado es también un campo para la reflexión. Tiene consecuencias importantes, más de las que pensamos y no es una cuestión norteamericana, sino general. La incapacidad o la falta de necesidad de justificar una decisión tomada o la aceptación acrítica de cualquier afirmación tienen consecuencias por todo el mundo. Esto abre un campo de manipulación inmenso en el que es fácil jugar a golpe de mentira o insinuación. Y son los demagogos sin escrúpulos los que hacen esto.
Pero no hace falta ser Trump. Muchos viven y hacen vivir la política como un enfrentamiento emocional, como un choque intenso en el que no se piensa sino que se actúa emocionalmente. La crispación es su campo. Lo que hace es emocionalizar la política, que lejos de convertirse en un ejercicio racional y de justicia se convierte en una suma de impulsos y revanchas. Se atiza el odio hacia cualquier dirección para poder modular las respuestas en los momentos adecuados. Unas veces es la religión otras el nacionalismo, otras las diferencias de género o de raza. Trump las ha usado todas, sumando grupos emocionales.


Quizá haya que ir empezando a clasificar, más que por ideologías, por grupos centrados en una emoción predominante, casi siempre derivada de un prejuicio básico: religioso, de género, xenófobo, etc. Las campañas serían formas de alimentar esos prejuicios y de dirigir miedos y deseos, egoísmos y odios, hacia terceros a los que se responsabiliza de todo. Es la política como forma de estigmatización y no de diálogo. El enfrentamiento reduce a los otros y a sus votantes a una infección peligrosa del sistema, algo que hay que exterminar. Tiene razón AC Grayling —no es el único que lo señala— cuando habla de paralelismos con los años 30, con el crecimientos del fascismo y los movimientos totalitarios. Hay demasiada admiración por la fuerza y muy poca por el diálogo, que se percibe como debilidad.
Es la forma más fácil de hacer "política". La vemos aquí y allí. Es la política del miedo, es la que encuentra las formas más eficaces en la adulación y en el resentimiento como motores del voto. Nada de racionalidad, nada de ideas, nada de diálogo. Deja fluir tu ira.
La entrevista al filósofo AC Grayling termina con una historia:

Prof Grayling tells the story of Adlai Stevenson, the unsuccessful liberal contender in the 1952 US presidential election, who was told: "Mr Stevenson, every thinking person in America is going to vote for you. And he said: 'Great, but I need a majority.'"*

Es más que probable que no fuera una ironía, sino la aceptación de una verdad que es dolorosa y hoy entendemos mejor: es en el embrutecimiento, en el dogmatismo, en la "posverdad", etc. en donde la política está sembrando su semillas. Si el mundo se había llenado de admiradores de Putin, corremos el riesgo de que con dos ejemplos se sientan reforzados en su admiración. Ellos, según dicen, se admiran mutuamente. Pero ¿quién puede ya creerles?
La elección de Donald Trump es una lección. Pero podemos pensarla como positiva o negativa. Algunos se rasgan las vestiduras pero anotan los procedimientos para cuando toque.
El problema filosófico es la "mentira"; el social, que a nadie le importe. Antes mentir era un pecado; ahora, una cualidad profesional.




* "What does post-truth mean for a philosopher?" BBC 12/01/2017 http://www.bbc.com/news/education-38557838



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