viernes, 5 de agosto de 2011

El efecto “terminator” y la deuda: Sayonara, Baby

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La culpa de lo que ocurre la tiene siempre, por definición y lógica, el anterior. Tras unas elecciones, las responsabilidades están en el que sale. Esto ocurre por dos motivos: los lógicos, ya que eran ellos los que tenían la responsabilidad, y por los democráticos, el que te hayan retirado el apoyo electoral. Se entiende que cuando dejan de votarte es porque no lo has hecho demasiado bien.
Esto es lo que se puede deducir sin mirar a nadie, sea al que sea a quien se aplique. Lo malo es cuando extendemos este procedimiento en el tiempo y todo se hacen responsables por el encadenamiento de responsabilidades: unos se suceden a otros y no hay mejora, sino incremento del deterioro. Las deudas de los ayuntamientos no son de unos o de otros, son de todos nosotros. Y no varían más que en la aceleración con que unos y otros las hayan incrementado en su período de responsabilidad. Endeudarse ha sido la forma de evitar tomar medidas poco populares, poco “políticas”, prohibidas desde el comienzo de la era del neoliberalismo. De eso sí somos responsables todos.
El diario El País* repasa la situación de algunos ayuntamientos en los que, como ocurre en la localidad catalana de Moiá, alcanza el 400% cuando solo está permitido hacerlo hasta un 75%. El alcalde de la murciana Moratalla, del PP, ha decidido rebelarse contra su partido:

Me da igual lo que piense mi partido, hay que actuar y subir los impuestos, es una decisión valiente”, dice García, que reprocha a su antecesor socialista su “falta de firmeza” a la hora de apretarse el cinturón. “Con la que se avecinaba, ¿por qué no subieron los impuestos?”, se pregunta.

La rebelión de los ayuntamientos contra sus partidos debe ser un primer paso para acercar la economía real y alejar los intereses y recetas abstractas. Un ayuntamiento tiene que tomar las medidas reales necesarias para el bienestar de sus vecinos, no aplicar normas generales que los economistas de salón toman en las sedes centrales de los partidos políticos. El “me da igual lo que piense mi partido” es el equivalente al “me da igual lo que diga la dirección de mi partido” en la crisis política entre Izquierda Unida de Extremadura y su ejecutiva central. Es la constatación que hay una política real que entra en conflicto con los intereses globales, de imagen, más que de realidad de los partidos. Es el conflicto entre el libro de texto y la realidad diferente en cada rincón de la geografía.


 El abuso en el crecimiento de la deuda ha sido notable y si esta crisis sirve para hacer a los ciudadanos —que no a los políticos, que les cuesta más— conscientes de lo que significa, se puede dar por buena. Una vez más, el problema está en la falta de criterio en el gasto público. Parece que lo público no lo paga nadie —eso que con razón se critica a los españoles—, y lo pagamos todos. ¡Y de golpe! Municipios, Autonomías y Ministerios se han convertido en gastadoras y lo peor es que apenas ha cundido, porque no estamos bien preparados para afrontar el futuro, no tenemos el músculo productivo necesario como para ofrecer garantía a esos acreedores que nos penalizan por ello.

Independientemente de la real especulación que se está desatando por parte de las entidades inversoras, lo que ha servido esto es para dejar al descubierto lo que las palabras y acciones de nuestros políticos han estado cubriendo: lo hueco de los discursos. De las crisis salen mejor los que dependen de ellos mismos y nuestra economía es demasiado dependiente de que a otros les vaya bien. Los efectos entonces, como estamos viendo, son devastadores por la gran exposición de nuestros sectores principales, basados en construcción y turismo, a las crisis internacionales. Un castillo de naipes pintados primorosamente a mano. Eso es lo que están penalizando en gran medida, nuestras dificultades para devolver lo que debemos. El resto es "efecto mateo", que en economía es importante.
El crecimiento de la deuda provoca un acortamiento de los plazos —más dinero en igual tiempo, y para pagar más dinero hay que producir más o recortar más— y no un distanciamiento, como algunos quieren ver. La deuda se acerca hasta nosotros dejándonos sin presente cuando lo que debemos excede lo que podemos producir. La crisis que tenemos en estos momentos es la del aterrizaje forzoso del futuro entre nosotros, una especie de efecto Terminator sin necesidad de paradojas temporales.
Finalmente el terminator llega implacable al presente, al ritmo de “El bodeguero”, disparando a diestro y siniestro: “Toma chocolate, paga lo que debes. ¡Sayonara, Baby!”

* “Voy a subir impuestos. Me da igual lo que diga mi partido” http://politica.elpais.com/politica/2011/08/03/actualidad/1312403678_728969.html

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