Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cada vez se hace más evidente el desajuste social; cada vez se perciben con más nitidez las fisuras entre los programadores y los programados. No es posible hacer un mundo al gusto de todos, es cierto, pero me refiero a la sensación profunda e inquietante de que existe una inercia en todo lo que te rodea que hace escapar la posibilidad de encontrar armonía.
Da igual la ideología, da igual la religión, da igual el tipo de creencia sobre el que basemos nuestra forma de asignación de sentido al mundo. Existe una sensación de extrañamiento, de estar viviendo en un espacio distante con el que es cada vez más difícil identificarse.
El efecto es una disociación, una falta de ajuste por la que individual y socialmente te sientes otro. Sentirse otro es comprobar que lo que sientes y piensas no tiene cabida dentro de tu ser social, el que te asignan, el repertorio de posibilidades de desarrollarte. Parece que ya no existen causas, solo excusas. Cada vez es mayor el número de personas que tratan de encontrar alternativas a su yo cotidiano porque sienten que lo que desean, su visión del mundo presente y futuro, no tienen lugar en sus circunstancias actuales. Y esa insatisfacción se traduce en muchos estados de ánimo dolorosamente frustrantes y van de la apatía a la ira, pasando por la indignación.
Esta falta de concordancia social es ya preocupante porque no afecta solo a las dictaduras, como hemos visto en los países árabes levantados, sino que afecta también a las democracias. Desde la teoría, en la democracia la gente debería sentirse integrada en la medida en que puede canalizar sus propios deseos. Sin embargo, no es lo que está ocurriendo y estamos viviendo una crisis profunda que debería movilizar más intelectos de los que lo está haciendo. Pero estas ideas deberían encarnarse en algo más que en un bestseller. Pero el sistema no te da soluciones, te vende el bestseller. La frustración que vemos no es una moda y considerarlo así es suicida.
Existe una profunda complacencia. Desde hace mucho tiempo no se considera que haya que tener ideas sobre cómo mejorar el sistema porque se ha confundido la sociedad con el mercado y se han trasladado los principios que se le asignaban al segundo a la primera.
La sociedad no es un mercado. Las fuerzas del mercado no son las fuerzas sociales. El mercado se mueve por el interés; las sociedades van más allá, no nos vemos como clientes unos a otros. El mercado se mueve por las ganancias; la sociedad por lazos empáticos. Sin embargo, nuestros políticos y dirigentes sociales se han formando en el modelo analógico del mercado, que les sirve de referencia y pauta.
La sociedad no es un mercado. Las fuerzas del mercado no son las fuerzas sociales. El mercado se mueve por el interés; las sociedades van más allá, no nos vemos como clientes unos a otros. El mercado se mueve por las ganancias; la sociedad por lazos empáticos. Sin embargo, nuestros políticos y dirigentes sociales se han formando en el modelo analógico del mercado, que les sirve de referencia y pauta.
El tsunami económico desatado por una compañía que emite un informe no es más que un ejemplo de esta inercia implacable en la que solo se contemplan aspectos unilaterales de la realidad. Es asombroso que unas instituciones creadas para dar estabilidad a los mercados y evitar el caos hayan tenido el efecto diametralmente opuesto. La señal nos dice que el sistema no se puede controlar por sí mismo. Están los que lo quieren ver y los que no lo quieren ver. Pero los hechos están ahí y sus efectos también. Decir que hay más causas no es decir nada. Lo importante es que han ejercido la función contraria. La herramienta ha fallado porque trabaja homeopáticamente.
La globalización actual no es la del siglo XIX. Estamos en un mundo hiperinformado en el que la información en vez de evitar la incertidumbre, la causa. Estamos en un mundo hipocondriaco, en el que la simple mención de una enfermedad hace que nos metamos en la cama con el termómetro en la boca. Es algo más que una impresión que no puede controlar la inestabilidad que causa. Es demasiado complejo como para poder ser controlado y existen muchos aprendices de brujo sueltos.
La globalización actual no es la del siglo XIX. Estamos en un mundo hiperinformado en el que la información en vez de evitar la incertidumbre, la causa. Estamos en un mundo hipocondriaco, en el que la simple mención de una enfermedad hace que nos metamos en la cama con el termómetro en la boca. Es algo más que una impresión que no puede controlar la inestabilidad que causa. Es demasiado complejo como para poder ser controlado y existen muchos aprendices de brujo sueltos.
El origen es el choque entre la complejidad de las situaciones y la velocidad de los cambios. Es la aceleración y multiplicación de los efectos lo que produce la inestabilidad sistémica. Lo mismo que nos dicen de la conducción: cuanto más rápido va un coche, más cuesta frenarlo. Esto quiere decir que si se invierte en más velocidad, hay que invertir en seguridad. Y es lo que no se ha hecho o se ha hecho mal. Hemos construido un bólido con cartón piedra porque la teoría decía que había que desprotegerlo para poder correr más.
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