Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Estos días los noticiarios y periódicos de todo el mundo nos han sorprendido con la petición de algunos súper ricos de que se les suban los impuestos. Primero en Estados Unidos y después en Francia, algunos poseedores de grandísimas fortunas han solicitado que se les apliquen impuestos especiales para intentar paliar los efectos de la crisis económica en sus países. A primera vista, han actuado contra sus intereses.
Que la iniciativa venga de los propios interesados y no de las autoridades respectivas plantea una interesante cuestión que ha tenido preocupados a teóricos de distintos campos: el problema del altruismo. Hemos hecho un mundo tan egoísta que nos cuesta mucho explicar los comportamientos que se olvidan de los intereses propios en beneficio de los ajenos. La egoísmo tiene un amplio respaldo teórico, mientras que los comportamientos contrarios plantean serías dudas.
Desde la teoría clásica, el “Homo Economicus” —la modelización del ser humano desde la perspectiva de la economía— se ocupa racionalmente de sus propios intereses, actúa siempre en su propio beneficio. En las decisiones que toma, busca siempre lo mejor para él. Puede que sus motivos estén ocultos o que, por estrategia, prefiera camuflarlos bajo el disfraz altruista. No por ello deja de actuar desde la perspectiva de su propio beneficio. Puede que sus caminos sean complejos, pero le llevarán a su objetivo: el beneficio propio. Lo contrario solo se puede concebir desde el error o desde la patología.
La Psicología freudiana se tuvo que enfrentar también a un problema similar. El egoísmo que busca satisfacer el deseo se camufla bajo apariencias que el propio sujeto niega por inaceptables. Los instintos egoístas se camuflan ante los demás y ante uno mismo. La conciencia superior no soporta los deseos puramente animales que nos dirigen y busca todo tipo de subterfugios. Bajo el altruismo humano anidaría siempre el cálculo de lo mejor para uno. Puede que no nos guste verlo y reconocerlo, pero es el fondo de nuestro ser.
Desde la Biología ocurre lo mismo. La lucha por la supervivencia nos ha hecho naturalmente egoístas y en nuestra misma naturaleza, reflejo del conjunto mecánico de la Naturaleza, estaría el egoísmo y el deseo de obtener el máximo con el mínimo. Los modelos biológico y económico se realimentan y fundamentan el uno al otro: la Naturaleza es economía y la Economía es naturaleza. Al fin y al cabo, para sobrevivir se necesitan recursos y la Economía se encarga de eso.
El egoísmo está en el centro de nuestros dispositivos explicativos teóricos. En el fondo de todo ello está la idea de la escasez de los recursos, que es la conexión entre el "homo economicus" y el "homo sapiens", entre la Economía y la Biología. Tanto Darwin como Wallace leyeron por separado la obra de Thomas Malthus sobre la escasez de los recursos y cómo esta circunstancia es la reguladora de la vida en su conjunto. Ambos, inspirados por la obra, llegaron a la misma conclusión: la naturaleza es un proceso cruel de selección, en el que la crueldad no es un elemento moral, sino como diría Nietzsche, otro convencido, “extramoral”. Gracias al mecanismo de la escasez, lo individuos que logran hacerse con los recursos existentes sobreviven y se reproducen, mientras que los que no lo hacen se quedan por el camino y no se reproducen. De esa forma si transmiten algo en común es lo que Richard Dawkins llamó el “gen egoísta”.
La colaboración |
En todos estos apartados, el económico, el psicológico, el biológico (aunque Freud considerara el psicológico como biológico), el problema del altruismo se plantea como un reto al que solo cabe encontrar una explicación teórica que desvele su inexistencia.
Para algunos el altruismo solo se justifica teóricamente cuando se da el sacrificio (entendido como la represión del egoísmo natural) en nombre de la familia. Se estaría dando preferencia a la línea genética antes que al individuo que la transmite. Cuando alguien se sacrifica por sus hijos, está actuando un “egoísmo de grupo genético” antes que uno individual. Salvaríamos una versión más joven de nuestros genes.
El anarquista aristócrata ruso Priot Kropotkin, naturalista darwiniano, no creía que la lucha fuese la única forma de sacar adelante la evolución y siendo partidaria de ella, encontró que el “apoyo mutuo” podía ser beneficioso para especies o individuos en momentos determinados. No eliminó el egoísmo sino que señaló que podrían se obtener mejores resultados mediante la colaboración. Con todo, es un paso importante en la medida en que no nos obliga a estar luchando eternamente contra todos, sino solo contra algunos.
Los destripadores del altruismo se han dedicado a ir reventando las ideas altruistas en casi todos los campos. A los altruistas religiosos les dicen que su entrega de las cosas de este mundo es porque lo consideran un inversión en el otro y que esperan conseguir más de lo que dan; a los que invierten en obras de caridad o fundaciones les dicen que así desgravan impuestos; a los que no obtienen nada material les dicen que obtienen prestigio social, etc. Siempre, dicen, hay algo que nos beneficia.
Robert Malthus |
Los súper ricos que han pedido que le suban provisionalmente los impuestos, según el principio de negación del altruismo, estarían tratando de evitar un mal que les perjudicaría, ya fuera el colapso del sistema o que existiera una reacción en contra de las grandes fortunas y se les quitara lo que ahora dan gustosos como un mal menor.
Esta doctrina del mal menor, en cambio, sí encaja bien con las teorías del Hombre económico y sus formas optimizadas de decisión: no siempre elegimos entre lo bueno y lo malo, sino que muchas veces elegimos entre lo malo y lo menos malo. Lo racional es elegir siempre lo que menos nos perjudica, no solo lo que nos beneficia. La Teoría de Juegos ahondan en este camino, en cómo decidimos para ganar o, en ocasiones, perder lo menos posible.
Al margen de las teorías egoístas, que presiden nuestro pensamiento teórico moderno, en la práctica nos encontramos con personas que realizan comportamientos altruistas. No se preocupe usted tanto por si existen motivaciones ocultas, o si se trata de obtener beneficios fiscales o compensar complejos o traumas infantiles. Cualquiera que haya realizado una “buena acción” habrá sentido en su cuerpo, más allá de la satisfacción intelectual, una sensación que le recorre de los pies a la coronilla. Piense que esa reacción es también “natural” y se llama “placer”. Porque lo interesante del asunto no es que realicemos actos egoístas para obtener placer (y viceversa), sino que podamos obtener placer y satisfacción realizando también buenas acciones, haciendo algo bueno por los demás. Más allá de los imperativos morales a los que recurramos, el hecho cierto es que hacer el bien nos es gratificante.
Deje que los teóricos y estudiosos de cada rama se devanen los sesos intentando encajar el placer que le produce hacer buenas acciones. Y no renuncie nunca al placer inexplicable de hacer algo bueno por los demás. A lo mejor le gusta y repite. A diferencia de los recursos materiales, que son finitos, el placer de ayudar a los demás es inagotable.
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