lunes, 22 de agosto de 2011

La caída de Gadafi

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo que le parecía imposible al coronel, ha terminado ocurriendo. Hasta el mismo final, hasta la entrada de los rebeldes, los portavoces de Gadafi han seguido negando lo que tenían en las mismas puertas, bajo sus narices. 
No ha caído Trípoli; ha caído Muamar el Gadafi.
La noticia confirmada en estos momentos es la detención de Saif al Islam, el hijo sucesor, el que mejor hablaba en nombre de su padre, el que mejor amenazaba con perseguir por las habitaciones de Libia a todas las ratas que habían osado levantar la vista del suelo. Su dudoso doctorado en filosofía, su trabajo sobre el papel del ONG en el nuevo orden mundial, liderado por Libia probablemente, le habrá dado la madurez suficiente como para superar el malestar intelectual que le tuvo que producir tener que asumir el papel de matón familiar. Sus próximas declaraciones serán en un tono muy distinto. Seguro.
No hay todavía, a estas horas de la noche, noticias del padre, del líder, del profeta político capaz de encabezar un movimiento que sería prolongado por sus hijos y los hijos de sus hijos. Hay rumores de aviones dispuestos a salir de Trípoli hacia Angola o Zimbawe, pero el coronel tendrá que llegar hasta esos aviones y las carreteras y el aeropuerto están controlados por las fuerzas rebeldes. Habrá que buscarlo. Puede que siga convertido en una voz al extremo de un teléfono. Tendrá que reaparecer en las próximas horas en algún lugar, africano o americano.

La gente pisa los retratos de Gadafi en Trípoli
Mientras tanto, en Bengasi, la gente no puede controlar su júbilo en las calles y en la plaza en la que se reúnen para celebrar la victoria. La ciudad que estuvo a unas horas de la destrucción a manos del ejército gadafista y los mercenarios llegados de fuera, celebra alborozada la liberación definitiva, la que te permita dormir, descansar sabiendo que finalmente los sacrificios han servido para librarse del dictador histriónico. Misrata lo celebra también, como un sueño.

"I am very happy. We are now free", dice un eufórico ciudadano de trípoli
Llegan los recuerdos de muchas víctimas en estos meses, de mucha gente que se quedó sin ver este triunfo de un pueblo. De gente que se quedó allí cuando se ordenó a los periodistas extranjeros que debían abandonar el país ante los avances de las tropas oficiales y su práctica de hacer desaparecer testigos. Me llegan imágenes de la gente avanzando en camionetas, de retirándose del frente en taxis; la imagen de aquel soldado con muletas y su fusil cruzado; las imágenes de los errores en los bombardeos aliados al no comprender que los disparos al aire eran las celebraciones por haber avanzado durante el día; vuelven las imágenes de las camionetas tuneadas para poder llevar los cañones ligeros y las ametralladoras. Vuelven las imágenes de los evacuados del sitio de Misrata,  el pueblo martirizado que no se rindió y se mantuvo alejado de los centros rebeldes en su resistencia.

Y llegan al recuerdo las imágenes de las risas de los colaboradores de Gadafi. Llegan las imágenes del dedo amenazante de Saif al Islam, de sus ruedas de prensa didácticas sobre lo que le iba a pasar a las ratas rebeldes. Y llegan también los discursos del coronel, su golpecitos sobre las mesas, sus proclamas encendidas sobre lo que les iba a ocurrir a los rebeldes, sobre lo que le iba a ocurrir a todos los países que, incapaces de reconocer su papel de soporte de Occidente frente a lo que fuera necesario —terrorismo, inmigración…—, se habían lanzado a distribuir mentiras para quedarse con el petróleo, o para dividir Libia, su Libia.
La tarea que queda por delante es muy grande: controlar el caos formado; evitar que se tomen la justicia por su mano, como es característico de las guerras civiles; intentar mantener un orden respetado y respetable y tratar de llevar a los responsables ante los tribunales internacionales o nacionales.
Libia tiene una tarea muy grande por delante. Es el tercer dictador que cae en ocho meses. Lo hace, además, en un momento importante para los sirios levantados contra Bashar al Assad que, animados por la caída del dictador libio, verán aumentada su capacidad de sacrificio y resistencia en la misma medida que hará pensar al dictador sirio, que hoy mismo ha declarado a su televisión oficial no sentirse preocupado por la situación actual de su país. Se refiere probablemente a los más dos mil muertos y a los miles de desaparecidos. La procesión va por dentro.
Cada dictador que cae es una victoria para todos ellos, un paso hacia el futuro.

Los rebeldes circulan por la Plaza Verde en celebración de la victoria


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