Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Si abril era el mes más cruel, como decía el poeta Eliot, agosto es el mes más despiadado, y no porque esté haciendo mucho calor, sino por la subida de temperatura que algunas intervenciones políticas nos provocan.
El ministro de Trabajo acaba de explicar que en el mes de agosto ha crecido el paro por lo que ha llamado “ciertas prácticas empresariales”*. La práctica es, en realidad, un vicio más acumulado y consiste en despedir a la gente en agosto para contrartala en septiembre (los que tienen esas suerte) y que así las vacaciones vayan a cuenta del paro, es decir, de todos. Ha dicho el ministro que no le gusta eso y que tomarán medidas, aunque es un dato constatado desde el año 2000. Bien.
Ha hablado también de moderación salarial y de un pacto de rentas para reducir las ganancias. Hablar en España de “moderación salarial” es casi un sarcasmo, habría que hablar mejor de “moderación de las expectativas salariales”, es decir, prohibir por decreto tener sueños sobre lo que se podría cobrar algún día. Hablar de pacto de rentas, es algo peor todavía, cuando han aumentado las más elevadas y han disminuido las menores y las de en medio, que se han fundido en un fraternal abrazo a la baja.
Además de aguantar lo que tenemos encima, tenemos que aguantar todos los días las explicaciones que nos dan y que nos hacen dudar de nuestra inteligencia colectiva. El portavoz del Partido Socialista, Marcelino Iglesias, sale de la reunión de la Ejecutiva —realizando un gran sacrificio, da a entender— para contársela a los periodistas que siguen, atónitos, las explicaciones que ofrece. Me imagino que alguno habrá sentido la tentación de mirar qué hay tras la puerta por la que aparece, no vaya a ser un puente con un universo paralelo, una especie de camino de adoquines amarillos que lleve al planeta Oz, en el que sus habitantes se alimentan de estadísticas y comunicados de prensa, un planeta oscuro y silencioso en el que ha sido innecesaria la aparición de ojos y oídos. Las explicaciones son tan increíbles que los periodistas le siguen preguntando lo mismo una y otra vez. No sirve de nada; en ese planeta son así.
El ministro de Trabajo, Valeriano Gómez |
Tenemos a un ministro de Trabajo que habla de la moderación de salarios de empleos inexistentes, que habla de la moderación salarial de unos trabajadores a los que, según nos dice, se despide en agosto para volver a emplearlos en septiembre. Tenemos a un portavoz que explica que nadie hace tres años (¡¡tres!!) era capaz de prever que habría una crisis financiera y que, en cualquier caso, esta crisis, como demuestra la crisis de la deuda en Estados Unidos, solo afecta a las grandes potencias económicas. Le sigue un canto a la necesidad de contentar rápidamente a los deudores, a los inversores, dice, para que vean que España es un país serio que cumple sus compromisos. ¡Ya no sé qué es un país serio!
No sé por qué me sigo asombrando cada día de esta clase política. Creo que de lo que me asombro realmente es de que se pueda jugar con la idea de que la gente es tonta, crédula hasta la médula. Me sigue asombrando que las personas que salen a dar explicaciones tengan en tan poca estima a sus auditorios, y que quienes los envían a dar las explicaciones no consideren que nos merezcamos algo mejor, en la explicación en sí y en su fundamento intelectual.
Salir a estas alturas de la película diciendo que una crisis en la que llevamos metidos desde 2007 no era previsible y que es prácticamente un acontecimiento de agosto y que de ahí se deduce la eficacia del gobierno que ha respondido rápidamente a los problemas, es considerarnos poco menos que idiotas a todos.
La idea de un “pacto de rentas” es poco más o menos lo mismo, dada la pobreza del tejido contractual laboral español, hecho con las telas de araña de la precariedad. Con un panorama de auto empleados, microempresas, pequeñas y medianas empresas constituyendo el 99% del total existente, el tejido empresarial y laboral español es muy complicado. Ya no sabemos si somos Gulliver en Lilliput, donde todo nos viene pequeño, o si estamos en Brondingnag, donde todo nos viene grande. No sabemos si estamos en la lista ascendente después de Grecia o si estamos en la lista descendente después de Estados Unidos. Podemos elegir la desgracia que más nos satisfaga: la de las crisis modestas o la de las crisis a lo grande. ¡Qué suerte! Otros no tienen tanto.
Hablar hoy de pactos es casi ridículo porque no va a salir ningún acuerdo útil de un empresariado asfixiado y sin fuelle, pequeñito, y unos trabajadores subempleados más cinco millones de parados. Pero se han acostumbrado a llamar “pacto” a la versión escrita de una “foto”, es decir, en frase hoy muy de moda, para generar confianza en los votantes. Es demasiado pedir.
Un agosto poco caluroso, pero irritante.
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