Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El endeudamiento irresponsable* seguido hasta el momento hace que en mitad de la crisis estalle el escándalo. Sin embargo algunos han aprendido a acallar los problemas y manejarlos con su ritmo, a hacer que estallen en el momento adecuado. Que el resultado del endeudamiento, los impagos, se aireen ahora tiene mucho de retórica y de alevosía. El caso de las farmacias de Castilla-La Mancha puede ser el detonante para producir un clamor en un momento preelectoral, generar un "pánico cobrador".
Una vez más nuestros políticos están más preocupados por el poder que por lo que hacen cuando lo tienen. Cada vez se ve de forma más clara la falta de altura y miras, la incapacidad de ofrecer soluciones más allá de mantener entretenido al personal con enfrentamientos que no solucionan en nada el origen de los problemas y, menos todavía, establecen las condiciones para la llegada de sus soluciones.
La advertencia de que las deudas acumuladas en ayuntamientos y autonomías son mayores de las que se supone, que los pagos se estiran al límite y que los políticos nos han endeudado a todos en nuestro nombre, lleva tiempo sobre la mesa. Alguien está tocando en el hombro al avestruz.
Lo problemas pasan a ser lo peor que podían ser: armas electorales. La mediocridad política hace se conviertan en “oportunidades” para la lucha política. El candidato Pérez Rubalcaba hace “sugerencias” al gobierno sobre cómo se podrían solucionar las cosas, en uno de los casos más insólitos de ventriloquía política de los últimos tiempos, mientras que el portavoz del PP se permite dudar del deseo del gobierno de acabar con el terrorismo por temor a que una anuncio de los presos de ETA disuelva la banda terrorista y alguien se lo apunte. La oposición se enfada porque entiende que les están responsabilizando a ellos de las deudas que dejaron otros y sanciona a los afectados que protestan.
Todo forma parte del juego preelectoral y ninguna de las fórmulas sirve más que para tratar de esconder la ineficacia y la irresponsabilidad con la que se ha abordado el desarrollo de este país en las últimas décadas. Demasiadas casitas de paja, demasiado canto de cigarra. Solo se ha buscado el beneficio ruidoso y aparente de las cosas a corto plazo. El resultado es una clase política de muy bajo perfil y categoría, con las excepciones que cada cual quiera tener en mente, en el caso de encontrarlas.
El endeudamiento de todas las instituciones no es más que el reflejo del endeudamiento cotidiano general: pedir dinero en vez de producir más para no tener que pedirlo. Un gasto sin impuestos, directos o indirectos, es deuda. Un freno del consumo significa menos recaudación y más deuda y más paro. Más paro significa menos producción, más gasto, y más deuda de nuevo. Es una espiral. Lo que ocurre con las farmacias de Castilla-La Mancha es lo que ocurre con el Estado en su conjunto: se acumulan las deudas.
Como en todo caso de deudas e impagos, la única salida no es más endeudamiento para pagar las deudas, no pensar que por renegociar las deudas estas desaparecen, sino que por el contrario siguen creciendo. La salida —complicada porque no generamos empleos— será trabajar más con más impuestos. Pero estos sacrificios solo se le pueden pedir a la gente desde la ejemplaridad y la equidad, desde la justicia, haciendo que las cargas y las culpas se repartan como deben. Con los políticos subiéndose los sueldos con las excusas de “dignificar la política”, no se predica. Despidiendo asesores por un lado y subiéndoles el sueldo a los que quedan tampoco.
Hace falta austeridad real y menos demagogia. Los políticos tienen que aprender que se puede incluir el sufrimiento y el sacrificio en sus programas electorales; que es preferible eso a crear un entusiasmo suicida en el gasto con un horizonte ilusorio de bienestar. Necesitamos que se nos hable sinceramente y que se nos deje de mentir respecto a lo que nos rodea. Creo que todos preferimos renunciar a elementos superfluos con los que se nos halaga y entretiene a que se tengan que hacer recortes no porque no sean necesarios sino porque no queda con qué sostenerlos.
La política del avestruz se acaba pagando. La pagamos todos. El avestruz saca la cabeza finalmente del agujero y recibe el impacto de la realidad, invisible hasta el momento, pero no por ello inexistente.
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