Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se veía venir. Y se veía venir porque lo grande se ve en lo pequeño y lo pequeño en lo grande. Es algo que se aprende por la vía mística de las correspondencias entre macrocosmos y microcosmos, o simplemente por las analogías sistémicas. Las relaciones en tres niveles es algo que los mismos economistas utilizan para explicarlo a través de los ejemplos. Te dicen que una familia es como una empresa y te explican la economía familiar. Luego te cuentan que una empresa es como una familia y así te explican el mercado. El tercer nivel llega cuando te explican que los países son como empresas o familias y te explican la economía global. Una cosa explica a la otra y todas se explican igual, con las variantes y características propias de cada nivel.
En todos los niveles —el familiar, el empresarial y el nacional—, el problema es el mismo: el endeudamiento. Y todo llega, como diría un viejo moralista, por haber satanizado las sagradas virtudes del ahorro y la austeridad.
Hubo un tiempo en el que era posible pensar el mundo en términos de camino de la virtud. Al haber referencias éticas y morales creíbles, se podía hablar a los ciudadanos de principios que respetar. La expresión “ajustarse el cinturón”, por ejemplo, hace muchos, muchos años que no la escucho. Es una expresión interesante por lo que revela de la necesidad de adecuarse a una situación que no nos gusta y del sacrificio que implica. Pero, claro, ya hemos incluido la palabra “sacrificio” y es otra de las sacrificadas en las rebajas morales de la economía.
Lo mismo que ha causado los problemas en la economía individual, el endeudamiento, se repite a escala en los otros niveles. ¿Qué es una deuda? Varias cosas cuando se analiza con detenimiento. En primer lugar es un compromiso, no solo con aquellos a los que se le solicita, sino con uno mismo. Supone, en segundo lugar, la voluntad de pagarlo. De no ser así, estaríamos manteniendo una actitud fraudulenta equivalente a entrar a comer en un restaurante y darse un atracón a sabiendas de que no tenemos intención de pagar. En tercer lugar, la deuda supone un sobreesfuerzo. Además de los gastos cotidianos, habrá que trabajar un plus para pagar la deuda que hemos contraído. Por último, esto implica sacrificio. El sacrificio necesita de una cierta capacidad psicológica, una entereza para mantenerse en el plan que nos lleve a salir de las deudas contraídas.
Hay dos factores más en esto de las deudas. El miedo a lo que nos ocurre si no pagamos y, definitivamente, la promesa que alienta el esfuerzo del sacrificio de no volverlo a hacer, es decir, repetirse cada día, con cada hora extra, que hay que trabajar “¡maldita deuda, ni una más!”. Eso se llama aprender de los errores.
Podemos sumarlo todo y nos saldrán, en todos los niveles, lo que ocurre con las deudas contraídas.
Ahora viene la segunda parte. ¿Por qué contraemos deudas? Y vuelve a funcionar el mismo mecanismo en los tres niveles. Se contraen deudas por una conjunción de debilidad y estupidez, por un lado, y tentación, por otro.
En la economía doméstica, la gente se planteaba no comprarse algo hasta que no se hubiera reunido el dinero. Luego se decidió que era mejor comprarlo ahora y pagarlo después, que no es más que una forma de deuda, llámese plazos o tarjeta. Hay establecimientos que no nos cobran intereses si compramos a seis meses y luego un poquito más si lo hacemos en un año. No es que sean bondadosos, es que así venden más. Ellos se arriesgan a que algunos no paguen, pero el volumen de compras aumenta y asumen un tanto por ciento de impagos. Hechas las cuentas, sale rentable el mantener una línea baja de crédito. Se vende mucho más y las casas se llenan de televisores de pantalla plana cada vez más grandes, y las tiendas se hacen más grandes porque hay cada vez más televisores que vender. Las fábricas se hacen más grandes para poder atender tantos pedidos de televisores. Genial. Pero esta es la parte en color. Vamos con la en blanco y negro.
Todas las personas que han comprado a crédito han gastado mucho más de lo que tienen. Esa es la base del crédito y de la psicología de la compra. Si te dan facilidades de pago, compras cada vez más y tiendes a tener una visión optimista del futuro. Esto quiere decir que si ves una avalancha de nieve avanzado sobre tu casa, llegas a pensar que llegará la primavera de golpe y se producirá un deshielo. Así de engañoso es el deseo que no quiere enfrentarse a la realidad.
El optimismo es un arma evolutiva de doble filo. Conlleva el sacrificio estadístico de una parte importante de optimistas del gasto (los que no podrán pagar), de optimistas del préstamo (los que dan demasiado dinero) y de los optimistas de la inversión (los que invierten donde no deben). Todos ellos tienen el deseo de ganar. Pero no todos lo hacen, porque ganar significa desplazar las cosas del bolsillo de unos al de otros. Eso de que “todos ganan” es de la película en color y estamos en la de blanco y negro.
En todos los niveles se ha alentado el endeudamiento porque se ha visto como el motor de una economía basada en el consumo. El poder fabricar más barato gracias a la deslocalización global ha hecho dos cosas: que se produjera más al ser más barato, y que se endeudaran más los que lo compraban. Con un agravante muy importante: la amenaza de las deslocalizaciones de empresas ha hecho que se recorten los sueldos de aquellos a los se animaba a endeudarse. La paradoja de querer vender más a los que se les paga menos está todavía por resolver, pendiente de la mente de algún especialista cuyo nacimiento estuviera rodeado de misterios inexplicables y marcas bajo el pelo.
La crisis que los impagos producen, no poder pagar las deudas, se elevan de las familias a la empresas y de estas a las economías nacionales. En el nivel individual te embargan o desahucian —o viene alguien a romperte un dedo a la semana—, lo mismo les ocurre a las empresas y exactamente igual a los países. El gran mal de todo esto, además de sus consecuencias, es la constatación de que el sistema es el que ha alentado de arriba abajo el gasto excesivo, el endeudamiento, desde la irresponsabilidad que daba en cada nivel. Irresponsable es el que compraba todo a crédito porque los intereses estaban bajos; irresponsable es el que ofrecía créditos al primero que llegaba porque con eso se aseguraba una mejor posición como vendedor del mes en su empresa financiera. Y en el tercer nivel, irresponsables han sido los políticos que han renunciado a construir un país a su ritmo y a pedir esfuerzo a sus ciudadanos para mejorarlo.
El endeudamiento de un país solo es aceptable —eso es lo que nos están diciendo— si aumenta su productividad para que le quede dinero para crecer tras el pago de las deudas. En el nivel familiar es que el día en que usted cobra su sueldo, los pagos que debe enfrentar son la totalidad de su sueldo. ¿Con qué vive hasta final de mes? Es lo mismo que se les pregunta hoy a los griegos, portugueses, irlandeses y ahora a españoles e italianos. Y a los norteamericanos. Hay un agravante perverso en el plano político: de pronto te suben los intereses como está ocurriendo con el mercado de la deuda (deudas para pagar las deudas). Pero no es más que el equivalente del que le aumentan el pago de la hipoteca por la subida de EURIBOR, por ejemplo. El casino gana siempre, a menos que tenga que endeudarse.
La verdadera recuperación económica pasa por la recuperación psicológica de las virtudes como virtudes y de los vicios como vicios. El ahorro es una virtud y el gasto un vicio. Hay un ahorro patológico como hay un gasto patológico, es cierto, pero no es ahora el caso. Ser moderadamente optimista es mucho mejor que ser excesivamente optimista. Si no se equilibran los deseos de crecimiento con las posibilidades de hacerlo, las crisis te destrozan: en lo familiar, lo empresarial y lo nacional.
En cada nivel se puede aplicar el mismo principio: no gastes más de lo que ganes; si tienes que pedir un préstamo, hazlo por algo que merezca la pena y como una excepción; y, sobre todo, se consciente de que cuanto tienes deudas, tienes que trabajar el doble y sacrificar ciertos lujos que te dabas. No se puede tener todo. Eso solo lo creen los niños, los ilusos y los políticos. Ahora no solo hay que negociar la deuda, sino negociar el sacrificio. Y aprender.
Un par de citas que van como anillo al dedo:
ResponderEliminarLa deuda es la peor pobreza. Thomas Fuller, clérigo inglés (1610-1661)
“El pánico no destruye el capital, únicamente revela hasta qué punto el uso de dicho capital para obras totalmente improductivas ya lo había destruido de antemano”. - John Stuart Mill, economista político (1806-1873)
Ahora los matices, una empresa si se excede en las deudas, acaba cerrado, una familia si se excede en las deudas acaba viviendo muy mal, en un pais es mas importante el deficit de cada año que la deuda total, no se valora la cantidad de deuda total, se valora la capacidad de devolverla, Japon por ejemplo es un pais mas endeudado pero se valora su capacidad tecnica, su capacidad exportadora, su nivel educativo, su disciplina, su cultura.