martes, 23 de agosto de 2011

El vacío ruidoso

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En 1950 Julien Gracq escribió:

La perspectivas son [más] sombrías cuando, como sucede a mediados de este siglo, la circulación fiduciaria de los «valores literarios» empieza a superar de forma exagerada el saldo de caja, es decir, cuando las opiniones que se expresan (o que se repiten) acerca de las obras fruto de la inteligencia no se basan ya en el contacto directo e íntimo con la obra sino en una mínima proporción. Esa particular clase de inflación quiere decir, entonces, como todo el mundo sabe, que la producción literaria se está empobreciendo peligrosamente (no se puede decir con propiedad que haya producción literaria cuando ya no hay gente que la vaya a leer, aunque solo fuera media docena de personas) y que, al tiempo, se ve venir a corto plazo un riesgo: el de la devaluación bastante ruinosa.
Solo una parte ínfima del público que habla hoy en día de literatura la conoce de verdad; y es imposible dar cuenta de ese hecho insólito si no intentamos comprender, en un plano más general, las extraordinarias transformaciones que han acaecido desde hace unas cuantas décadas en la forma de aprehensión y en el comportamiento de cualquier público, fuere el que fuere. (49-50)*

Sorprende inicialmente del texto de Gracq, en primer lugar, su vocabulario y razonamiento económicos. El lenguaje de la economía y el derecho se aplica a una cuestión general de gusto y de gusto  literario. No debe sorprender, pues está tratando lo literario como un objeto puramente de mercado y  a los pseudolectores como consumidores. Nos sorprende también que en la fecha del texto —en enero de 1950 en la revista francesa Empédocles, bajo el título expresivo La Littétarure a l’estomac— abandone la perspectiva inmanentista de la Literatura y se centre en las condiciones de su consumo cultural.

Julien Gracq fotografiado por Cartier Bresson

La Literatura, nos avisa Gracq, no está muerta solo porque no se lea: lo está principalmente porque se habla de ella sin conocerla directamente. Hoy, hablar de Literatura, es hablar de oídas, nos dice. De ahí su valor fiduciario, se basa en la confianza en terceros más que en la opinión propia. Es característico de esta nueva situación el empobrecimiento del objeto literario ante el abandono real del conocimiento y, como contrapartida, el poder que adquieren esas fuerzas intermediarias.
Gracq traslada la cuestión de la cantidad a la calidad del conocimiento. Su aparente estar en el primer plano de la vida social, no es garantía de su vitalidad, sino precisamente  de lo contrario. Es su éxito social lo que le preocupa, ya que no supone conocimiento sino la construcción incipiente de una sociedad sobre el vacío cultural, un vacío muy ruidoso y efectista, pero vacío al fin y al cabo.
Ya observaba Gracq la diferencia existen entre hablar con conocimiento directo literario y una situación inflacionaria en la que se habla desde el desconocimiento. El desconocimiento, ya lo había augurado Platón, no supone el silencio sino, por el contrario, el juego aumentado del verbo sin control. La literatura se convierte así no en una fuente de conocimiento sino en una fuente de conversación.


Cualquiera que observe hoy el fenómeno del “chateo” en las redes sociales comprenderá que ha sido llevado lo observado por Grac a su máxima expresión hasta el momento: la charla sinsentido. El objeto —el libro, la película, la música…— es la excusa del contacto. De ahí esa intensificación del “compartir” desde la mercadotecnia actual, del “me gusta” o del “+1”. El gusto es un valor relativo construido sobre el vacío del desconocimiento. Como los demás objetos económicos (en lo que se ha convertido), lo literario está sujeto simplemente a unas oscilaciones bursátiles del valor basadas en estimaciones de la confianza.
En las redes sociales, el objeto —literario o de cualquier otra naturaleza— es también la excusa del contacto social. El objetivo de la conversación es el contrario del diálogo platónico: deja de ser un construir conjunto para convertirse en un disolverse masivo en los flujos del gusto colectivo.

Esto no es una crítica a las redes sociales, por supuesto —ya lo observaba Gracq hace sesenta años—, sino a la evolución hacia la vaciedad y la ligereza de lo falto de sentido del gusto, que se basa ya en la opinión y no en la experiencia. La insistencia moderna en la emocionalidad, ya sea a través de la empatía o de cualquier otro fenómeno similar, es precisamente que no necesita ni razonamiento ni conocimiento, solo contacto. Las redes no han creado este fenómeno, solo lo han agravado intensificándolo al situarse en el centro de nuestra vida colectiva.
Lo importante pasa a ser el contacto, la conexión que teje la red y construye el flujo que une y unifica. El diálogo se convierte en charla (chat), en excusa ocasional, en un discurrir temporal de un contacto intenso, cuando se produce un vacío afectivo que se traduce en el miedo a la soledad que configura las muchedumbres solitarias de nuestras sociedades modernas. Al igual que el niño necesita escuchar la voz de la madre para evitar sentir el miedo a la oscuridad y al vacío que le rodea, la charla actual es precisamente un fenómeno de esas características. La luz que nos permite hoy dormir con tranquilidad es la luz verde de los amigos conectados. Están al otro lado.
Gracq predicó con el ejemplo y en 1951 rechazó el premio Goncourt, el más importante en Francia, por su novela Le rivage des Syrtes. El premio no haría resplandecer los valores de la novela, sino que los ocultaría. También se negó durante su vida a que sus obras fueran publicadas en edición de bolsillo.
Lo que Gracq señaló en los años 50 refiriéndose a los objetos intelectuales, a su empobrecimiento, se ha cumplido hoy en una sociedad en la que lo trivial multiplica sus efectos reduciendo al silencio lo valioso y entronizando el vacío ruidoso.

Julien Grac (2009): La literatura como bluff. Norte/Sur, Barcelona.


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