Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las actuales circunstancias económicas están dejando en evidencia una forma de actuación en la política española que debe cambiar urgentemente. Basta con leer la prensa internacional o ver las cadenas televisivas de otros países para darse cuenta de la desinformación sobre nuestro propio estado en que estamos sumidos los españoles. Nuestros políticos se han acostumbrado a una forma de actuación penosa y peligrosa: la negación, por sistema, de los problemas.
La eficacia política ha pasado a ser la eficacia en la ocultación de las crisis. Desprovistos de capacidad técnica, con muy pocas excepciones sobre la materia en la que se ocupan, carecen de capacidad explicativa y dialéctica más allá de la marrullería política de la descalificación. La baja altura de los debates políticos y la inexistencia de debates técnicos sobre la política económica —o de cualquier otro tipo— nos han llevado a vivir en una especie de encierro virtual en el que se nos dibuja un escenario maniqueo en donde el que habla tiene todas las soluciones, sin más explicación, y el contrario vive en una galaxia muy lejana.
Es deprimente comprobar las consideraciones sobre la economía española, los avisos constantes sobre sus males y debilidades, y ver sus intervenciones tranquilizadoras que no sirven más que para ocultar su ineficacia política y su mala gestión. Los españoles vivimos en una burbuja informativa en la que los lindes están marcados sobre lo que es correcto informar a los ciudadanos en materia de realidad. La excusa permanente de traer intranquilidad o sembrar incertidumbre no son más que tópicos que no engañan más que a los que estamos comprendidos entre Cádiz y los Pirineos, con los añadidos insulares.
Como consecuencia, los españoles hemos desarrollado el instinto de la desconfianza. Cuantas más veces nos repiten que todo está bien, mayor sospecha de que no va bien; cuantas más veces se niega la crisis, más profunda será. Este es el efecto final de convertir la política en Relaciones Públicas.
Hay dos tipos de gobiernos y formas de hacer política: la de los que consideran que su función es mantener a los ciudadanos informados de lo que ocurre realmente para que estos sean capaces de asumir las consecuencias de las acciones y omisiones, y, por otro lado, están aquellos que confían en un optimismo retórico en donde se le repite al enfermo el buen aspecto que tiene con la esperanza de que la naturaleza siga su curso y sane por sus propios medios. Pero también es natural morirse.
Estamos pagando el bajo nivel de nuestra clase política y sobre todo su incapacidad de tener un modelo coherente de desarrollo del país más allá de jugar con improvisaciones y parcheos. Estamos pagando un alineamiento y sumisión mediáticos a los grandes partidos en los que no se hace una crítica seria de las acciones de gobierno porque trae más cuenta la complacencia o la crítica tendenciosa. Estamos pagando la desaparición de los intelectuales, vendidos por un plato de lentejas a las tertulias, babosas o descalificadoras, y a los libros de autoayuda, en vez de a intervenciones críticas ricas que señalen ideales a una sociedad que se mueve por el IPC. Hemos hecho desaparecer la inteligencia de nuestras vidas en beneficio de un estado de somnolencia gratificador mientras no despiertes y veas lo que te rodea con claridad.
No necesitamos políticos que nos tranquilicen cuando se está hundiendo el barco. Necesitamos políticos que no hundan el barco. Los puestos clave de los ministerios y los ministerios mismos no pueden ser el pago de lealtades y devociones, de grupos y camarillas. Tienen que ser los lugares en los que se encuentren las personas de mayor prestigio y conocimiento en cada campo. Y para ello la política tiene que volver a ser el lugar del servicio a la ciudadanía. Necesitamos menos retórica y más eficacia; más conocimiento y menos ingenio descalificador.
El rebaño está empezando a impacientarse y a cuestionar la cualificación del pastor para su puesto. Él, por su parte, cuando ve que las ovejas se ponen nerviosas saca su flauta y las deleita con hermosas melodías que rebotan por las laderas del valle. En este idílico paisaje, comienzan a verse nubes negras.
El rebaño está empezando a impacientarse y a cuestionar la cualificación del pastor para su puesto. Él, por su parte, cuando ve que las ovejas se ponen nerviosas saca su flauta y las deleita con hermosas melodías que rebotan por las laderas del valle. En este idílico paisaje, comienzan a verse nubes negras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.