Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay gente a la que le pasan cosas, pero a mi amiga A. le pasan “anécdotas”. Para que te pasen anécdotas tienes que tener una doble condición: no enterarte de nada antes y sorprenderte después. Esa es la explicación de por qué le ocurren las anécdotas a la gente más despistada. En realidad no es que tengan especial atracción para las historias, sino que lo viven todo a su manera, de sorpresa en sorpresa, porque no acaban de enterarse bien de las cosas. Y lo cuentan. Su asombro se convierte en relato.
Me cuenta mi amiga, que se encuentra en Estados Unidos, que desde que está allí le han pasado dos desastres naturales. Del terremoto no se enteraron —dice— porque iban en coche. Solo cuando llegaron a casa y vieron la gran cantidad de mensajes de España interesándose por si les había pasado algo se dieron cuenta de que había sido un terremoto y no los baches. Luego recordó que su vecino "raro", un vidente, le había dado instrucciones sobre qué hacer en caso de terremoto. Supongo que el vecino es "raro" porque es vidente. Que un vidente te avise de la inminencia de un terremoto es una pérdida de tiempo si no crees en los videntes. El pobre hombre, guiado por su sentido de la buena vecindad más que por ningún don profético, trató de avisar a su nueva vecina española de las medidas que se debían tomar en caso de terremoto. No le hicieron mucho caso, claro.
No sé muy bien —mi amiga no se lo ha planteado todavía— si su vecino el vidente chalado avisa sobre los terremotos a todos los vecinos recién llegados o realmente “sabía” que iba a ocurrir un terremoto y por eso les avisó. A los huracanes se les ve venir; a los terremotos no. Lo importante —y lo que lo convierte en anécdota— es que no le hicieron ningún caso porque era vidente.
Hay videntes a los que nadie hace caso en muchos terrenos. No hay videntes, por ejemplo, en la Física, aunque puede haber visionarios, que es otra cosa, En cambio sí hay videntes en la Economía, y muchos. Pero, como ocurre en el caso de mi amiga, nadie les hace caso porque no se debe hacer caso a los videntes.
Los videntes en la Economía se suelen reconocer porque sacan libros con fajas de papel en los que ponen cosas como “el hombre (o la mujer) que avisó de la crisis”. El “test de las crisis” suele ser el que marca el estatus de los economistas y el reconocimiento de sus explicaciones y teorías. Hay que distinguir bien entre ambas porque existen diversas Teorías, pero también diversas interpretaciones de las teorías. Por eso lo importante en un campo es saber las teorías que existen y las interpretaciones, a veces radicalmente opuestas. Los economistas pueden estar de acuerdo en una teoría, pero diferir sobre las interpretaciones. Como Ciencia que se realiza en un papel, la Economía está condenada a dar la razón a posteriori a los que disputan en su seno. La diferencia es la existente entre el experimento y la simulación. Los economistas no hacen experimentos, como los Físicos; lo más que pueden hacer es crear modelos cuya función es convencer de sus teorías o interpretaciones a los colegas o gente interesada.
La Economía necesita de la Historia y la Historia de los hechos, que es la forma tozuda en que la realidad se manifiesta para alegría o desesperación de los que elaboran teorías sobre ella. Los economistas que señalaron la crisis económica actual vivieron como parias durante algún tiempo. Ahora pueden, como el vecino chalado de mi amiga, hacer giras satisfechos, dedicando libros y celebrando conferencias. Es el pago que el destino depara a los que sufren el escarnio por decir la verdad antes de que los hechos la confirmen.
El economista Raghuram G. Rajan cuenta en su interesante obra Grietas del sistema. Por qué la economía mundial sigue amenazada* (que quizá reseñemos más adelante un domingo), cómo al preparar su ponencia para una reunión a mayor gloria de Alan Greenspan y su legado, celebrada en las selectas reuniones de Jackson Hoyle (Wyoming), se percató, al ver juntos los datos económicos, de la inminencia de una crisis tal como la ocurrida. Tituló su intervención «¿Ha contribuido el desarrollo financiero a hacer un mundo más expuesto al riesgo?». Pudo prever la crisis, pero Rajan no previó los efectos de anunciarla:
Pronosticar en aquella época no requería demasiada capacidad de previsión: me limité a unir los puntos con ayuda de los marcos teóricos que mis colegas y yo habíamos desarrollado. Sin embargo, no puede prever la reacción del público asistente, normalmente educado. Solo exagero un poco si digo que me sentí como un cristiano en medio de una reunión de leones hambrientos. Mientras abandonaba la tarima tras ser duramente criticado por varias lumbreras (con algunas honrosas excepciones), sentí un gran desasosiego. No por las críticas en sí mismas, ya que, tras unos años de animados debates en los seminarios universitarios, uno desarrolla una piel muy gruesa: si uno se tomara a pecho todo lo que dice el público asistente, jamás publicaría nada. Más bien fue porque las críticas parecían ignorar lo que estaba pasando delante de sus narices. (13-14)
Se olvida con frecuencia que la aceptación de una teoría o de una interpretación depende de tres factores: 1) la verdad de la afirmación; 2) la capacidad de convencimiento del que la expresa; y 3) el deseo de ser convencido de los que la reciben. En ocasiones, la menos relevante es la primera, lo que explicaría la proliferación de tonterías y teorías falsas que, sin embargo, cuentan con buenos argumentadores y, sobre todo, con un público receptivo, deseoso de escuchar ciertas cosas que le adulan, benefician o confirman sus creencias. Eso ocurre con frecuencia en la Economía y otros campos académicos y científicos.
La virulencia de la respuesta de los presentes no era más que el deseo ferviente de no ser convencidos. Por eso, los economistas no deberían olvidarse, entre sus variables, de que además de estudiar la psicología del comportamiento de los consumidores, su irracionalidad subyacente en su presunta racionalidad, de estudiar e incorporar a sus propios modelos explicativos la irracionalidad del teórico que expone y del teórico que recibe, es decir, su resistencia mayor o menor a la innovación teórica o a la explicación distinta a la canónica. Thomas S. Kuhn habló de ello. Pero en general no se hace. Se da por descontada la racionalidad objetiva en nuestras evaluaciones de cosas e ideas, algo que casi nunca ocurre.
Terremotos y huracanes son desastres naturales que, a nuestros efectos, son muy distintos. La llegada de los terremotos requiere de una mentalidad que tenga presente que, aunque no sabemos cuándo ocurrirá, acabará ocurriendo. Requiere mucha fe en que es cuestión de tiempo y no bajar la guardia. Los huracanes, por el contrario, se ven venir y nos avisan de su llegada. Con esa confianza en que nos llegará la alerta, no nos preparamos más que cuando nos llega el aviso en forma de parte meteorológico. Para un huracán no hay que tener más que fe en los meteorólogos. Un terremoto, en cambio, requiere otro tipo de fe.
La vida es una sucesión de huracanes y terremotos, de desastres esperados e inesperados, con paréntesis de calma. En la vida, como en la Economía, no nos gusta que nos avisen de que los periodos de calma se pueden acabar. Pero que no nos guste, no significa que no ocurra. Y hay vecinos chalados que nos avisan de lo que hay que hacer, aunque no les hacemos caso. Algunos aciertan.
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