Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay políticos, e incluso regímenes enteros que están poseídos por las teorías conspirativas. Efectivamente siempre han existido y siempre existirán conspiraciones y conspiradores, pero la mitad suelen ser inventos rentables para lograr apoyos o justificar acciones y actitudes.
Cuando los políticos utilizan más de la cuenta las teorías conspirativas para llevar adelante sus acciones, malo porque se ha entrado en una fase paranoide o maquiavélica, según la situación. Las mayores invocaciones de conspiraciones son las que hemos visto en todos los dictadores de los países árabes. Según ellos, sus pueblos están enfadados porque los alientan desde fuera. Da igual que lleven las décadas que llevan encarcelando gente, quedándose con lo que les apetece, dejando lo que queda del país en herencia a sus hijos, manipulando elecciones, etc., lo que lleva a sus pueblos a sublevarse es una conspiración. Por supuesto, ellos siempre reinan en países idílicos en los que la gente solo piensa en cómo amar con mayor devoción a sus líderes semidivinos y, desde luego, eternos.
El criminal que recibió en herencia de su padre la república de Siria sigue esgrimiendo la excusa de la conspiración internacional para masacrar a su pueblo que, sencillamente, está harto de tanta represión y reclama su libertad. En nombre de inexistentes conspiraciones se les asesina.
Todos estos dictadores —Libia, Siria, Egipto, Túnez, Yemen— han esgrimido o esgrimen conspiraciones internacionales contra ellos y sus países. Todos han mencionado planes secretos para acabar con ellos. Adulan a la población haciendo ver que existen intereses mundiales en que no sean el gran país que son. Conspiran contra nosotros, vienen a decir, porque nos envidian. O somos tan fuertes, insisten, que nos quieren dividir. Son los argumentos que se sacan cada día en sus discursos patéticos.
La conspiración es un arma política. Su uso ha hecho desaparecer en Siria hasta niños conspiradores, jóvenes poetisas o blogueros que molestaban a los monolíticos ocupadores del poder. Ya hay campañas internacionales intentando saber qué ha ocurrido con esos 3.000 desaparecidos en Siria.
En Libia, la muerte del jefe de las tropas rebeldes a manos de los propios rebeldes, ha dejado sumidos en la perplejidad a todos. Había sido ministro del interior con Gadafi, aunque se pasó al otro bando. Parece ser que algunos no lo tenían muy claro. Algún día nos enteraremos. Hoy no sabemos si ha muerto porque conspiraba o si le han matado conspiradores.
Lo que sí parece haber es una correlación entre las teorías conspiratorias y la represión política. Cuanto más intensamente se la invoca, mayores desmanes se comenten. Es la conspiración la que lo justifica ante los ojos crédulos de los seguidores que se dejan embaucar por las patrañas.
A veces, las conspiraciones se acaban creando de tanto insistir en ellas. Mis amigos egipcios me preguntan constantemente si creo que existe una conspiración. Antes era Mubarak el que creía en las conspiraciones para destruir Egipto. Luego ha sido el gobierno y las fuerzas armadas las que han esgrimido la conspiración de los pro-Mubarak contra el nuevo Egipto. Egipto es un país acostumbrado a pensar en términos de conspiración porque se le ha entrenado en ese pensamiento y actuación al silenciarse el diálogo social. Cuando uno se tiene que esconder para poder decir lo que piensa, todo pasa a ser conspiración. Un país está sano cuando deja de pensarse en términos conspiratorios, reales o imaginarios. Si todo se hace en la sombra es porque hay sombra.
La policía noruega se reafirma por ahora en que el asesino de Oslo es un “lobo solitario” y que no forma parte de ninguna trama organizada. Su “conspiración” no necesitaba de terceros más que como fantasía alentadora. En su mente enferma, toda Europa es una conspiración y Rodríguez Zapatero había conspirado con las fuerzas terroristas para abrir las puertas de las invasiones islamistas. Como enfermo, también veía conspiraciones por todas partes. El mundo es una continua conspiración, porque nada pasa porque los demás lo quieran, sino que todo ocurre en la sombra, a través del engaño. La “conspiración judeo-masónica” se acabó convirtiendo en una broma en España para referirse a los comportamientos paranoicos y la manía de pensar que todo lo que nos ocurre es fruto de complejos y ocultos intereses que actúan en nuestra contra. Afortunadamente, hemos pasado esa etapa y ya solo hablamos de las “conspiraciones arbitrales”, reservando las cosas serias al mundo del deporte, como debe ser.
Las verdaderas conspiraciones son, como las serpientes, silenciosas. Las conspiraciones ruidosas no son conspiraciones. Y sobre todo las inventadas, las que se sacan de sus mangas sangrientas los dictadores no son conspiraciones. Son ellos los que conspiran contra sus pueblos. Son solo excusas para seguir donde están y barrer a cualquiera que opine lo contrario.
La mejor receta contra las conspiraciones políticas son las urnas.
La mejor receta contra las conspiraciones políticas son las urnas.
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