jueves, 18 de agosto de 2011

Café e imagen pública

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿Por qué puede llegar a circular por miles en China una fotografía de una persona comprándose un café en un aeropuerto? La imagen es la del embajador Gary Locke en un Starbucks, en el aeropuerto de Seatlle, con su mochila al hombro, comprándose su propio café. La fotografía la tomó un empresario chino que se dio cuenta de quién era el cliente. La mandó desde su dispositivo móvil a Sina Weibo y desde allí se ha difundido ampliamente. Sina Weibo es la versión china de Twitter, ya que el gobierno chino ha preferido crear sus propias redes sociales antes que dejar que los millones de usuarios accedan a redes contaminantes e incontrolables. Un tercio de los internautas chinos accede a esta red social. Y eso son muchos chinos. En 2009, se daba oficialmente la cifra de 140 millones de usuarios de Sina Weibo.
La noticia de la foto la recoge el diario ShangaiIst, que señala:

Sina Weibo users surprised that an ambassador would carry his own backpack and buy his own cuppa have reposted the picture close to 28,000 times, with a few joking that the US must be in really dire financial straits if its ambassador has to resort to using discount vouchers.

El embajador USA Gary Lockke y su café
Dejando de lado la broma final sobre la crisis estadunidense, el hecho de que los chinos se extrañen porque un embajador norteamericano adquiera, sin asistentes, guardaespaldas, etc., su propio café dice mucho sobre la imagen pública que los chinos tienen de sus propios dirigentes. No hace muchos días, veía la vieja película de David Cronenberg, “M. Butterfly” (1993), esa fascinante obra sobre la construcción de la identidad y los sentimientos. La película narra un caso real, el de un diplomático francés que se enamora de una cantante de la ópera china, quien resulta ser un hombre, para más complicación, un espía que es utilizado por la autoridades para obtener informaciones del diplomático, que acabará juzgado en Francia. En mitad de los acontecimientos, tiene lugar la Revolución cultural, uno de los excesos de puritanismo y ortodoxia más trágicos de la historia. La denominada “Gran Revolución Cultural Proletaria” (Revolución cultural, de forma simplificada) ocurrió a mediados de los sesenta y supuso el ascenso de una juventud radical salida de las universidades que se revolvieron contra sus dirigentes acusándolos de aburguesados y capitalistas, de amantes del lujo y traidores al marxismo. Desde otro ángulo, los aficionados al cine recordarán el episodio del envío de los jóvenes artistas, considerados traidores a la revolución, “enemigos del pueblo”, a las aldeas campesinas para su reeducación en esa magnífica película “Balzac y la joven costurera china” (Dai Sijie 2002).

Leyendo el Dazibao en la Revolución
El salto que va del radicalismo ortodoxo de los Guardias Rojos, de los jóvenes de la pureza revolucionaria intransigente y radical, a la extrañeza actual porque un embajador norteamericano se pida su propio y café y lo pague de su bolsillo, como comentó el empresario convertido en fotógrafo en Sina Weibo, nos habla indirectamente de la transformación china y, obviamente, de sus dirigentes. Y —de ahí la sorpresa— de los comportamientos que se espera de ellos. Mucho han cambiado los tiempos cuando se ve más ejemplar el comportamiento sencillo de un embajador norteamericano frente al de los mandatarios chinos, que es el fondo lo que se está cuestionando o sometiendo a comparación, aunque sea en tono de broma. La foto les llama la atención porque no es el comportamiento que ven en sus dirigentes.
Hace unos días, Euronews nos ofrecía una divertida noticia. Durante las vacaciones toscanas de David Cameron —antes de que ardiera el Reino Unido—, se sentó en una terraza de Montevarchi, ciudad en la que veranea, y entró a decirle a la camarera que estaba en la barra que quería un par de cafés y que se los llevara a la mesa. La joven le dijo que tenía mucho lío en la barra y que se los llevara él mismo. Como el instante quedó recogido por las cámara de los que pasaban por allí, las televisiones fueron a entrevistar a la camarera que dio los detalles. Dijo no saber quién era su cliente, pero que —enterada ya— si volvía otra vez, dijo entre risas, le trataría conforme a su rango. El titular de la noticia hacía referencia a que Cameron no había dejado propina. No había quedado contento con el servicio.
Cameron, que es un político bastante preocupado por su imagen (como casi todos), debió pensar que el incidente del café no le dejaba demasiado bien y decidió regresar de nuevo al café para dejar claro que él no se enfada si no le llevan el café a la mesa.** Es gracioso ver como algunos titulares de la prensa británica presentaba en asunto como "en la sociedad de David Cameron cada uno se ocupa de lo suyo", haciendo referencia a que él mismo se tuvo que llevar el café a la mesa. Jamás el neoliberalismo ha llegado a una metáfora tan "líquida", no en el sentido de Zygmunt Baumann, sino en la del café expreso.

Camero reconciliado con la camarera toscana
En un mundo bajo observación constante, la política se convierte en algo cotidiano que adquiere un valor permanente de signo, unos conscientes y otros inconscientes. La carga de teatralidad controlada de de la imagen pública se extiende más allá de los actos políticos y pasan a la vida privada, que se convierte en pública o sujeta a escrutinio público. 
Ayer dedicamos una de las entradas de blog (la anterior a esta) al fenómeno de la “pipolización” (terrible palabra), la extensión de la vida privada de los personajes políticos. En ocasiones, la controlan. Pero siempre puede haber una cámara, un teléfono móvil, cualquier dispositivo que registre un acontecimiento imprevisto y un comportamiento inadecuado, aunque sea tomarse un café en un aeropuerto en Seattle o en una terraza de la Toscana.
Habrá políticos cuya imagen quede descafeinada, las de algunos natural y la de otros muy cargada. A muchos, como el café, la imagen les quita el sueño. 
En otro orden de cosas, en Canadá se creó en enero The Coffee Party Movement***, un movimiento que busca que los canadienses dediquen parte de su "rato del café" en el trabajo a exigir a sus empresas o insttituciones un mejor funcionamiento. Es una forma de protesta social ante el mal funcionamiento de políticos y empresarios. El rato del café, el coffee break, se convierte así en un movimiento reivindicativo, en un acto de vigilancia democrática del funcionamiento del país. 
El café, según parece, se está convirtiendo en un acontecimiento político en todas partes.


* "Picture of US Ambassador Gary Locke buying his own coffee burns uo the internets" Shangaist 13/08/2011 http://shanghaiist.com/2011/08/13/gary-locke-coffee.php

** "David Cameron returns to tuscan Café" The Telegraph 07/08/2011

*** "Coffee Party of Canada proposes better way to spende coffe break" Canada News 18/01/2011 http://www.thestar.com/news/canada/article/929093--coffee-party-of-canada-proposes-better-way-to-spend-coffee-break


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