Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Sin
duda, este año 2020 ha tenido un protagonista, el COVID-19 y sus efectos en
cadena, Ha sido el año del coronavirus y de todo los que le rodea. Y lo que le
rodea somos nosotros, aunque sea él quien nos rodea. Nadie ni nada ha
conseguido quitarle los titulares diarios de muertos y contagiados, de noticias
de vacunas y vacunaciones, de falta de vacunas,
Solo el
coronavirus ha conseguido quitarle titulares al segundo gran tema del año,
Donald Trump. No solo le ha quitado titulares, sino que es probable que le
quitara la presidencia. La soberbia y petulancia de Trump consiguió el triste
record para Estados Unidos de ser el país con más muertes y más infectados. Son
cifras escandalosas, para alguien que quiere manejar una superpotencia. El
negacionismo, la falta de prevención y de recursos, etc. le han pasado factura
a Trump en un año electoral donde jugó con las bazas equivocadas. Biden le
aventajaba por la poca eficacia de sus decisiones, cada vez más ridículas y
catastróficas.
Sí, el
coronavirus le quitó muchos titulares a Trump y mucho del prestigio al sistema
norteamericano, que quedó en evidencia cuando el sectarismo se impuso a la
lógica del bien común.
No alcanzo a imaginar lo que habría podido ser el año último de Trump sin el coronavirus. La guerra abierta con China y la creación de conflictos por todas partes del globo para luego acudir a fotografiarse habría sido la tónica. Su felicidad económica, basada en destruir la ajena e imponer aranceles a medio planeta, en desestabilizar monedas y destruir acuerdos globales, se vino abajo en gran medida como efecto inesperado a sus propias reacciones. No se ha especulado mucho sobre lo que hubiera podido ser todos esto en un clima más favorable de relaciones chino norteamericanas, pero probablemente Trump no se lo hubiera planteado de la forma negacionista que lo ha hecho con tan tristes resultados. Al final, será China la que salga mejor de todo esto por su reacción y lo estricto de sus medidas de control para resistir a lo que tenían encima. La irracionalidad de Trump no vale ante la naturaleza ni ante la estupidez humana. Un Trump "invencible" fue puesto pronto contra las cuerdas. Ningún gesto más arrogante —candidato a gesto estúpido del año— que aquel quitarse la mascarilla en el balcón de la Casa Blanca. Era la muestra de la estupidez personalista, de la incapacidad de pensar en los demás en un país que va camino de los 400.000 muertos en pocos meses.
No es
casualidad que el segundo país más golpeado por la pandemia sea Brasil, con Jair Bolsonaro, un mini-yo de Trump, al frente. Si Trump es una caricatura del
político, Bolsonaro es una caricatura de Trump, un populista sambero, que hace
cuestionarse de nuevo el sentido de la política en el siglo XXI. Demasiado protagonismo y poca eficacia; demasiados media y muy pocos medios para resolver crisis mal diagnosticadas.
Europa se va a despertar con un país menos, Reino Unido. Dice que va a ser nuestro mejor amigo, pero lo dudo. No se hace una campaña de estigmatización para luego darse besos. Cuando los británicos vean sus problemas, lo más cerca que sus dirigentes tendrán para justificar una mala decisión será Europa. Con los planes de Trump caído, Reino Unido se enfrenta a un futuro muy oscuro. Será un país más dividido de lo que habitualmente es.
La
pandemia ha servido para poner a prueba a pueblos y dirigentes. Algunos ha dado
la talla, pero la gran mayoría se han visto desbordados por los acontecimientos,
sometidos a las fuerzas de le economía y con la esperanza que ha tardado un año
de encontrar un vacuna que rompiera el parón en seco de las actividades.
El
COVID-19 nos ha mostrado hasta qué punto es la economía la que manda en las
acciones. Por más que hayamos dejado al descubierto nuestras debilidades y
esclavitudes, no ha sido posible rectificar para adaptarse a algo que no se va
a ir en sus efectos. El mundo ha cambiado y eso hay que entenderlo primero y
tomar medidas después. Pero no todos parecen querer aceptar que esta pandemia
rápida y mortal es el signo de un estado del mundo, de un grado enorme de
interconectividad que permite la circulación del virus. No deja de ser una
enorme ironía que en el momento en que el presidente de los Estados Unidos
levantaba muros, establecía prohibiciones de entrada a los ciudadanos de muchos
países, fuera incapaz de frenar la entrada y salida del coronavirus, que ha
circulado por todo el mundo burlándose de sus pretensiones.
La
detección de una variante peligrosa del COVID-19 se notifica cuando ya está
repartida por medio mundo, de donde se detectan contactos antes que dé tiempo a
establecer barreras. El Reino Unido se separará de la Unión Europea pero, de
nuevo irónicamente, permanece atada a los lazos de la enfermedad. Los camiones
detenidos en Dover y en Calais son una fuente de engaño. Podemos detenerlo todo
menos el virus.
Solo la
Ciencia puede detenerlo con las vacunas, un sector que reclama inversiones
necesarias en investigación e infraestructuras, en personal e instalaciones
para poder hacer frente a lo que los gobiernos han sido incapaces de entender.
El Brexit
es la tercera mala noticia del año. Mañana Reino Unido solo estará en Europa
para lo malo, el virus, del que no se podrá librar. De forma irónica, de nuevo,
el Reino Unido se ve cercado internacionalmente. Paga, como Estados Unidos o
Brasil, la incongruencia frente al virus. Trump, Bolsonaro y Johnson han
padecido la enfermedad. Pese a ello, son incapaces de entender la naturaleza
del problema. Los tres son prisioneros (¿o representantes?) de los intereses
económicos de las grandes industrias, bancos y demás sectores que han
presionado para que no se tomaran medidas lo suficientemente duras como para
perjudicar algo que estaba claro que iba a ser perjudicado. Pese a que se muestren
como "salvadores" de la economía, la realidad es que lo que contaba
eran sus intereses. Si se hubieran tomado medidas drásticas, los resultados
habrían sido otros. Las subidas y bajadas de las curvas de contagios confirman
que las crecidas se producen en los periodos en los que sectores (el turismo,
por ejemplo) se abren por interés. En España se ha podido apreciar
perfectamente en nuestros políticos cuando pedían antes del verano pasar de fase
para poder recibir los turistas que finalmente no vinieron. El resultado fue
perder todo lo que se había ganado con el finamiento. Países que se presentaron
como modélicos —el caso de Suecia, por ejemplo, con el rey Carlos pidiendo
ahora disculpas al país por las decisiones
equivocadas que se habían tomado— han resultado ser un fiasco.
Unos
porque no se lo creían, otros porque llegaron tarde y, finalmente, los que creían
que sería rápido, lo cierto es que pocos países han actuado como debían. Es
fácil decirlo, lo entiendo, a la vista de los resultados. Pero las cosas se
juzgan a toro pasado, al igual que se realizan apuestas con las decisiones.
Pero ha habido demasiadas advertencias desatendidas, demasiadas voces ignoradas,
demasiados miedos y demasiadas medias tintas. La clase política no ha estado a
la altura, por muchas medallas que se pongan.
El año
2020 en clave española es el de la confirmación del fracaso político, incapaz
de aparcar rencillas y malas formas, palabras hirientes y desprecios. Nunca
mejor dicho, se le va la fuerza por la boca. ¿Qué necesitan estos "jóvenes
políticos", cuántos muertos, desgracias y desastres hacen falta para que se
pongan a trabajar juntos? ¿Qué más necesitan? Han perdido la oportunidad de juntarnos
a todos para algo como superar una pandemia que nos ha tenido varias veces en
la vanguardia negativa del mundo. Lejos de hacerlo, la han utilizado para seguir
peleándose y ahora se disputan las fotos y discursos de las vacunas. "La
vacuna soy yo" es la nueva fórmula del absolutismo pelón que padecemos.
Esto en un país en donde los científicos tiene buenas ideas y ganas de
trabajar, pero que no han recibido presupuesto ni ayuda; un país que ha tenido
que importarlo todo, de las mascarillas a los trajes aislantes, pasando por los
respiradores para las nuevas y necesarias por insuficientes UCI.
2020:
COVID-19, Trump, Brexit. Es un año importante por lo que ha pasado, pero
también por lo que no ha pasado: de los Juegos Olímpicos de Japón (aquellos de
sí o sí, ¿se acuerdan?) al Mobile de Barcelona pasando por fallas, ferias de
abril, tomatinas, sanfermines, festivales, sesiones de todo y una larguísima
lista de actos fallados (que no fallidos) que se fueron cayendo de la realidad
al oscuro cajón que todo lo engullía. Hoy nos damos cuenta de nuestra extraña
jerarquía de valores y necesidades, del grado de dependencia oculta, de
adicción inconsciente que se esconde bajo la idea de "normalidad".
Mucha gente tiene dificultades para situar este año en la sucesión de sus vidas. Los cambios de rutina, las repeticiones o las anormalidades normalizadas hacen que sea difícil situarlo en las series de los acontecimientos anteriores. No ha sido lo que esperábamos ni probablemente lo que haremos. 2020 es una especie de paréntesis vital que cada uno ha vivido de forma muy diferente, desde el retiro monástico al vacío mental, en tensión por peligro o disfrutando inesperadamente de las ventajas del teletrabajo el que ha podido. 2020, algo raro.
Serás un año recordado tristemente por los muchos que se han ido, solos o acompañados; te gradecemos, al menos, que nos hayas abierto los ojos, aunque a muchos sigan dormidos en un tiempo viejo y añorado. No, las cosas no volverán a ser como antes. Las vacunas nos salvan de una parte del problema, pero son tantas las fisuras, los desajustes dejados al descubierto que será suicida no atenderlas.
Mis deseos para el próximo año son sencillos: 1) que los que tienen que aprender hayan aprendido; 2) que nos demos cuenta qué es importante y qué no lo es; 3) que tengamos el coraje de abandonar lo que nos hunde y miremos realmente al futuro que nos libere. Si no cambiamos nosotros, no pidamos que cambie el mundo.
Adiós,
2020. Bienvenido lo que sea que llegue.
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