martes, 29 de diciembre de 2020

Libertad sobre ruedas o la violencia saudí contra las mujeres

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



Las operaciones cosméticas de Arabia Saudí para intentar hacer aceptable su régimen no funcionan. No lo hacen porque demasiado a menudo quedan en evidencia por sus propias acciones. No, no hay forma de "arreglar" la imagen del régimen saudí y poder mantener con ellos negocios, como los que se anuncian en Reino Unido, vinculados con el sector militar, tan bien aprovechado para mantener su estatus en la zona.

El asesinato de Jamal Khashoggi, con la posterior condena pactada de miembros de los servicios secretos no sirvió para que la campaña de una supuesta "modernización" del país a cargo del príncipe heredero, Mohamed Bin Salman, más conocido por MBS, otra tonta campaña de imagen. El secuestro, tortura y asesinato del periodista saudí, llevado con engaño al consulado saudí de Ankara a por unos papeles para su boda en aquel país se resolvió en una clara acusación dirigida contra el príncipe, de quien se dice que nada se mueve sin su conocimiento, menos una operación de eliminación de este tipo.

La noticia que trae gran parte de la prensa internacional, de periódicos a televisiones, es la condena de las activistas Loujain al-Hathloul y Maya’a al-Zahrani por terrorismo. En Euronews leemos:

 

A prominent women's rights activist in Saudi Arabia was sentenced to nearly six years in prison on Monday under a vague counterterrorism law.

Loujain al-Hathloul had been in pre-trial detention and her case has drawn international criticism.

Al-Hathloul was found guilty and sentenced to five years and eight months by the kingdom’s anti-terrorism court on charges that included pursuing a foreign agenda and cooperating with individuals that committed crimes under anti-terror laws, state-linked Saudi news site Sabq said.

Another Saudi women’s rights activist, Maya’a al-Zahrani, was issued the same sentence for a similar list of charges by the Specialised Criminal Court, which was set up to handle terrorism cases, according to local media reports on Monday.

Al-Hathloul has been imprisoned since May 2018; her family said that she will be barred from leaving Saudi Arabia for five years and required to serve three years of probation.

International human rights groups have called for her release, calling the sentence shocking.

"What they have done is to now state to the world that they consider women's rights activism to be an act of terrorism," said Rothna Begum, a senior women's rights researcher at Human Rights Watch.

"The Saudi authorities have done this in the past with human rights activists, which we have seen being sentenced or being treated as terrorists. But now we are seeing the same thing being done with women's rights activists. So the hypocrisy is incredibly loud."

 


La monstruosidad de la condena, más allá del evidente daño a las dos afectadas viene de la concatenación mental de argumentos para llegar a la sentencia. Muestra al estado saudí como retrógrado y totalitario hasta límites insospechados en un país que dice estar "modernizándose".

La conversión del feminismo en "terrorismo" muestra con claridad los fundamentos patriarcales del régimen, su estructura basada en el principio de obediencia y sumisión de la mujer. La mujer debe ser sumisa y obedecer. Este es el principio básico sobre el que se construye todo el edificio social y político, ya que la concepción del estado se basa en la familia, donde la autoridad debe ser igualmente indiscutible. La negación de la mujer es un principio constituyente de la autoridad masculina.

La reclamación de derechos y libertades por parte de la mujer muestra la inestabilidad del sistema que da por hecho la divinidad del mandato restrictivo, ya sea directamente o indirectamente a través de su reflejo en el orden natural. Controlar a la mujer, vigilarla y evitar que arrastre en su maldad original todo el orden masculino es el objetivo y razón del sistema. Es lo que se deriva de las Escrituras y de la experiencia histórica y personal. La mujer, se dice, debe ser controlada para evitar desastres como ser irracional y profundamente sensual.



Esta condena empezó por reclamar el derecho a conducir un coche. El sistema de control en muchos países árabes es precisamente el carnet de conducir. La movilidad se reduce y con ello el espacio disponible. El lugar de la mujer es lo más profundo de la casa y salir de allí abre una incertidumbre peligrosa. La vigilancia puede ser complicada si la mujer tiene autonomía, por lo que se debe evitar el trabajo y la movilidad. El primero le da independencia económica y el segundo la independencia de la movilidad. Surge entonces la coartada religiosa: es un mandato que cada mujer debe tener un guardián. La vida de la mujer es pasar de un vigilante a otro, se empieza por el padre, se sigue por el marido y se termina por el hijo si ella enviuda. Siempre ha de estar vigilada y preferiblemente invisible; son la debe poder mirar el vigilante.

La magnífica película La bicicleta verde (Wadjda 2012)—la primera dirigida por una mujer saudí, Haifaa al-Mansour, contra viento y marea— nos muestra el sueño de una niña con una bicicleta y el rechazo social que suscita. Las niñas no deben montar en bicicleta. El plano final de la niña pedaleando libre hacia su futuro era también el del alejamiento de su presente opresivo. Cuando los amigos del padre van a su casa, madre e hija deberán permanecer invisibles en la cocina, lejos del alcance de las miradas ajenas.



El coche es la "bicicleta verde" de la realidad, el sueño de libertad, de salir de la asfixia de las miradas vigilantes, de tener un espacio-tiempo propio. Es el derecho a un ser propio y no una construcción a golpes de recortes de posibilidades.

Cuando estas dos mujeres activistas ahora condenadas, junto a otras, decidieron exigir el derecho a poder conducir un automóvil, no creo que imaginaran que acabarían siendo vistas como terroristas. No pudieron hacerlo porque no les puede caber en la cabeza tamaño despropósito. Sin embargo, es cada vez más frecuente que esta categoría se les aplique en diversos países. Las causas son varias.

La primera es que la "guerra al terror" emprendida por los Estados Unidos tras el 11-S fue un gancho efectivo para cualquier tipo de abuso. Basta con calificar como "terrorista" cualquier actividad para que todo quede justificado, todo quede "legitimado" como un acto de defensa. Los gobiernos hasta presumen de ello. En segundo lugar, al declararlo acto terrorista se está enalteciendo la forma de vida que se impone como un bien supremo. Los terroristas atacan junto a la personas a los "principios" que mantienen a la sociedad. Surge inmediatamente la "familia" como valor primario. Pero lo que se defiende no es la "familia" sino el "orden familiar", que es algo muy distinto y lo que realmente importa. Contra lo que se "atenta" es contra la autoridad paterna masculina, que es la querida por Dios, según todos los indicios recogidos. Desde estos dos principios, ya todo encaja.

En el diario El País nos indican:

 

Una campaña en la prensa local acusó de “traidoras” a Loujain y al resto de las activistas tras su detención. El propio MBS, que se presenta como un modernizador, sugirió que eran espías en una entrevista con la agencia Bloomberg, pocos meses después. El año pasado, el ministro de Estado de Asuntos Exteriores, Adel al Jubeir, les acusó de haber “recibido fondos de gobiernos extranjeros hostiles”.

De hecho, el caso de Loujain se trasladó de la justicia ordinaria al Tribunal Penal Especializado de Riad (que se ocupa de casos de terrorismo) el pasado 25 de noviembre, cuando se reanudó tras varios meses de parón por la pandemia. A raíz de esa decisión, la familia de Loujain hizo público el pliego de acusaciones. Las principales, por las que la fiscalía pedía un total de 20 años de cárcel, incluían intentar cambiar el sistema político saudí, defender el fin del sistema de tutela masculina, solicitar un trabajo en la ONU y contactar con organizaciones de derechos, embajadas y periodistas extranjeros.

El fiscal también acusó a la activista de haber recibido “apoyo financiero de una organización exterior para visitar organizaciones de derechos y conferencias con el objetivo de hablar sobre el estatuto de las mujeres saudíes”. Dicho apoyo consistió, según admitió la propia interesada, en el billete de avión y un estipendio de 50 euros diarios para acudir a un cursillo de ciberseguridad en España, facilitados por Federación Internacional de Derechos Humanos con sede en Francia.**



Que te paguen un billete desde fuera de tu país te convierte automáticamente en traidora y terrorista. Una de las armas poderosas para reducir al silencio a las activistas (a ellos también) es impedir la recepción de fondos para que las organizaciones puedan trabajar. Si los reciben desde el exterior, automáticamente se les acusa de participar en conspiraciones internacionales para destruir el país. Se buscan las máximas penas para disuadir a las activistas. Arabia Saudí no es el único país que hace esto; también Egipto practica el aislamiento económico mediante la prohibición a las ONG de la recepción de fondos externos. Eso les convierte en conspiradores. Obviamente, la financiación oficial no les llega y la privada corre el riesgo de ser detectada y ser acusados también de pertenencia a un grupo terrorista.

La campaña oficial de desprestigio, de ataque a las personas y a sus familias, difamándolas, acusándolas de querer destruir el país y sus instituciones son la confirmación de no ser hechos aislados sino maniobras perfectamente orquestadas que impidan la independencia y autonomía de las mujeres, que deben seguir bajo el manto "protector" de los hombres.

Se muestran así varias cosas. La primera y más evidente, la importancia "negativa" que se le da a la mujer cuando reclama derechos. Toda la "cultura" actúa en su contra. Es la que permite a todo hombre árabe musulmán, si así lo desea, convertirse en un dictador incontestable, aspiración inconfesada de muchos de ellos, criados en esa visión sumisa de la mujer. Desde la Primavera árabe, que ha quedado reducida a las reivindicaciones de unos pocos y de las mujeres, se las ha visto como una fuerza reivindicativa que no puede ser acallada. Tiene, además, amplias simpatías fuera, ya sea de las mismas mujeres o de las instituciones y gobiernos. Las condenas se suceden, por un lado, pero por otro los saudís siguen jugando a su papel en la zona y comprando armas o AVE a Occidente. Saben que las s protestas serán con la boca chica mientras salgan los dólares del petróleo hacia Occidente en forma de compras e inversiones. Unos juegan con la inmigración y las fronteras, otros lo hacen con las inversiones. Es la diferencia clara entre los países pobres y los países de ricos, como es el caso saudí.



La guerra a las mujeres, al modelo de mujeres libres, es profunda porque saben que ellas son el comienzo, el punto en el que se ven obligados a reconocer derechos e igualdades. Y eso es mucho para sus tragaderas. Las mujeres están en el futuro de los países árabes, pero muchos de ellos miran solo hacia el pasado al que vuelven en constante retroceso conforme se reclaman derechos. Es la involución que se ha ido produciendo desde 2011, cuando las mujeres salieron también a la calle para decir que la libertad no era cosa de hombres; que rechazaban muchas cosas que incluso entre los progresistas se daban por supuestas, que ellas era un anexo al hombre, una sombra callada.

Ahora salen a la luz y no se callan. Esto hace que las condenas sean cada vez más severas. Por establecer un paralelismo en esta doble vara de medir, nos llega la noticia desde Egipto de que a un antiguo alto responsable del estado, condenado por estafar a la gente cobrando anticipos sobre inexistentes casas oficiales, se le ha conmutado la pena de cadena perpetua por la de cinco años, inferior a la que han sido condenadas las mujeres saudíes por pedir el carnet de conducir y reclamar derechos. Esta es la realidad de fondo, la que hace que existan estas grandes diferencias entre lo que supone lo que piden las mujeres y lo que hacen los hombres. Siglos de autoritarismo y corrupción siguen pesando y, lo que es peor, se siguen viendo con buenos ojos.



Desde aquí todo nuestro apoyo y aplauso a Loujain al-Hathloul y Maya’a al-Zahrani. No supone conspiración internacional, sino el proceso de apoyo a las que un día u otro conseguirán ser lo que quieren ser en un mundo que se lo niega, donde son vistas como propiedades, como sombras calladas. Son valientes y saben que la libertad que llevan dentro, la esencial, no se la pueden quitar.

Igualmente, nuestro rechazo absoluto a lo que el gobierno saudí (y a los que hacen lo mismo) hace con los derechos de las mujeres, sometidas al absurdo de forma indigna. Es una violencia de género institucional, que se suma a la intramuros, a a la que se considera legal, la que impone la obediencia, la que impone matrimonios y divorcios, la que impone encierros y controla salidas.

Es una pena que los saudíes no produzcan nada para dejar de comprarlo. Su dinero no les lava la imagen.

 


* "Saudi women's rights activist sentenced to nearly six years in prison" Euronews 28/11/2020  https://www.euronews.com/2020/12/28/saudi-women-s-rights-activist-sentenced-to-nearly-six-years-in-prison

** Ángeles Espinosa "Condenada a 5 años y 8 meses de cárcel una defensora de los derechos de la mujer en Arabia Saudí" El País 28/12/2020  https://elpais.com/internacional/2020-12-28/condenada-a-5-anos-y-8-meses-de-carcel-una-defensora-de-los-derechos-de-la-mujer-en-arabia-saudi.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.