sábado, 19 de diciembre de 2020

El pinchacito o la vacuna como espectáculo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)




La conversión en espectáculo del pinchacito de la vacuna es un indicador más de la transformación mediática del mundo en que vivimos. El tiempo se mide por franjas de consumo mediático —del "prime time" al espacio de repetición— y las acciones en función de su atención acumulada, es decir, las cifras de audiencia.

Después de haber visto decenas de miles de narices anónimas exploradas por expertos sanitarios, llega el momento estelar, el de la vacunación de las estrellas o, si se prefiere, de las estrellas de la vacunación, la de horario privilegiado y sonrisa transmisora de confianza. Solo Jair Bolsonaro quiere conseguir audiencia perseguido por no querer vacunarse. ¡Dispóngase a ver hombros y brazos desnudos de nuestros dirigentes, de nuestros famosos, de nuestros famosillos, de nuestros deportistas... en fin, de todos aquellos que se han trabajado el rostro previamente, recibiendo orgullosos los pinchazos!

En Estados Unidos ya dan las horas en que serán retransmitidos los pinchazos. Falta hace allí porque entre antivacunas y pro-Trump, con todos esos millones de infectados y a los que les falta poco para serlo, es urgente hacer una didáctica de la vacunación.




Los gobernantes necesitan dos imágenes: las de los líderes y famosos dando ejemplo y las de las colas enormes esperando para el pinchazo. Son los marcadores gráficos del cambio de tendencia que todo esperan, que esto deje de subir realmente y empiece a bajar de verdad. Es lo único factible en un mundo que se ha vuelto entre fatalista y desentendido, hartos de tanta privación, falto de abrazos, cafés, comidas, alirones y de todo aquello que implique la proximidad sin peligro, la vieja rutina aristotélica de la sociabilidad humana.

Vivimos en un mundo-pantalla donde cada gesto es mostrado, amplificado y distribuido. Las cámaras corren tras ellos en ocasiones; en otras, son los gesticulantes los que corren ante ellas o les dan citas para contemplar el espectáculo indicado.

La presidencia de Trump ha sido un espectáculo permanente. Pese a perder la presidencia, no se le puede acusar de haber perdido el sentido del show, que ahora continuará en otras cadenas, luchando por los horarios más adecuados para expandir sus gestos enfadados. Los tuits no serán suficientes; necesitará de esas cadenas minoritarias que han disparado sus audiencias al ficharle, tras sus torcidas relaciones con parte de la Fox, donde Tucker Carlson ha decidido conceder más importancia a las reacciones de los alérgicos que a las vidas que se puedan salvar. Este hombre sin remedio se apunta a las conspiraciones y al negacionismo una vez que el gesto escéptico se ha quedado incrustado entre sus cejas para toda la eternidad. Es su gesto.




En España los gestos comenzaron con el baño en las aguas atómicas de Palomares, por parte de Manuel Fraga. Luego tuvimos los olvidados pepinos de Mariano Rajoy. Después como todo se ha vuelto gesto, la memoria se va relajando. ¡Vemos tantos gestos diariamente con pretensiones de perdurar! Es difícil que se nos quede, pero lo intentan. Los políticos parecen obligados a vacunarse de forma ejemplar y mediática. Serán los primeros en dar ejemplo. Luego los famosos y después los famosillos.

Las oposiciones podrán elegir el acuerdo o disentir dando la nota negacionistas. En Estados Unidos el matrimonio Pence ha decidido vacunarse mediáticamente, citando a los medios. Ya tienen bastantes contagios en la Casa Blanca, eso sin contar el resto del país. Pence —hace bien— prefiere quedar como el primero; Biden dará igualmente ejemplo con el pinchazo. Por las edades y la agenda, el riesgo aumenta. No hay más que ver lo ocurrido en cadena con Macron, tan confiado él, que tiene a media Europa de mandatarios con un ojo puesto en los síntomas, incluido nuestro Pedro Sánchez, que comió con él y estará en cuarentena hasta Nochebuena.




Las vacunas, cuando comiencen, empezarán a desplazar  a las imágenes de los desagradables hurgado de narices a los que hemos asistidos, cuya alternativa era el pinchazo sangriento o, peor visualmente, el escupir en un tubo, aunque esto se ha visto menos, más bien por estética mediática. Me resisto a pensar en telediarios repletos de gente escupiendo.

Algunos de los hurgados de narices se nos han hecho viejos conocidos, dada la tendencia a repetir imágenes, que resulta más barato. Pero no deja de ser un poco raro fijarte en que te resulta conocido el que sale en pantalla. No sabes si es un conocido o si es la novena o décima vez que ves cómo le hurgan al pobre. No les echaremos de menos, pero sí les debemos agradecer todos esta exposición mediática reiterada para mentalizarnos de lo que suponían los test.




Esperemos que la ansiada vacuna —o vacunas, en plural— tenga los efectos deseados y no los contrarios. Hay que mentalizarse (aquí hay que mentalizarse por todo) que no son una solución instantánea y que pueden quedar muchas muertes en la recámara del coronavirus. Ni se va a vacunar a toda la población de golpe y, si me apuran, no se va a vacunar toda la población. Miren lo que ocurre en Brasil donde su Tribunal Supremo ha decidido que es obligatoria y el díscolo y visionario (podríamos llamarle muchas otras cosas) Jair Bolsonaro, esa joya, ha dicho que él no se vacunará, para lo que también ha citado a los medios. Lo suyo es el gesto de la "no-vacuna", el antipinchazo.

Brasil, como sabemos, tiene el dudoso honor de ser el país con peores cifras tras los Estados Unidos de su admirado Trump. Tal para cual. Uno llega a la conclusión que los que son retrógrados, lo son para todo.

Ahora que hay vacuna, el rey de Suecia ha pedido disculpas al pueblo por lo mal que se ha gestionado la pandemia en su país. Sería interesante hacer un análisis dinámico de las tendencias de cada país con la vacuna y, sobre todo, cómo han sido admirados y por quién en cada momento. Suecia fue puesta como ejemplo de lo que había que hacer hasta que los propios suecos empezaron a considerarse un modelo de lo que había que evitar. Los suecos tomando el sol en terrazas con idílicos bosques de fondo dieron pasos a las poco idílicas UCI, que tienden a ser como las de todas partes. Lo mismo ha ocurrido con otros países, de los que lanzaban elogios para echarse para atrás al poco tiempo. Nadie se ha librado más que el que ha conseguido controlarlo realmente, los que no han bajado la vigilancia y han sabido tomar las decisiones difíciles en cada momento, invertir en lo realmente necesario y mantener una política coherente y constante de contención, pesara a quien pesara.




En estos meses de pandemia hemos recibido lecciones de casi todo el mundo, lecciones contradictorias la mayoría de ellas. Solo han quedado algunas que han resultado ser contundentes frente a las modas mediáticas y políticas: con mascarillas te contagias menos que sin ellas; cuanto menos gente veas mejor; cuanto más lejos estén, menos riesgo; lávate adecuadamente y evita tocar lo que otros han tocado.

No eran lecciones específicas para el coronavirus. Son las de toda la vida para cualquier enfermedad contagiosa que se extiende más de la cuenta. Lo que ha fallado aquí no es la Ciencia, sino nuestro concepto de la enfermedad, que es algo relacionado con "bajas", "altas", "recetas", etc. Hemos fallado nosotros, con nuestra suicida confianza en que todo tiene solución en una farmacia. Y nos han fallado aquellos que pensaban que esto era cuestión de aguantar unos meses y que había que evitar solo los colapsos. No tengo claro que muchos lo hayan acabado de entender ni su papel contribuyendo al problema general que se ha ramificado en todas direcciones, de las laborales a las sanitarias, de ocio a las funerarias.




Ahora tenemos vacunas. Dentro de unas semanas haremos colas cuando nos toque para ser pinchados. Por el camino habrán quedado algunos millones de muertos para el recuerdo individual y el olvido colectivo. Con tranquilidad (¿es posible?) se buscarán responsabilidades, pero el conjunto es lo que importa. 

La portada de The Washington Post nos muestra imágenes de sanitarios pospuestos en la línea de vacunación, otra fuente de conflictos;  protestan por haber sido dejados de lado en las prioridades. A nadie se le escapa que acabará siendo problemático. Cuestiones éticas, económicas y logísticas se van a poner sobre la mesa y veremos nuevas discusiones en diferentes planos muy pronto. Obligatoriedad y orden serán cuestiones candentes en cuanto se dé el pistoletazo de salida en los diferentes países. ¿Discriminaciones? Ya hablamos de países pobres y ricos a la hora de vacunarse. 




Hay países con mayor o menor trasparencia en esto y en todo lo demás. ¿Van a ser justos cuando no lo son nunca? ¿No va a haber discriminaciones, corrupciones, sobornos, compra venta en la sombra? pronto lo tendremos en los diarios e informativos televisivos.

Habrá que tener cuidado con los optimistas interesados, los del todo es "seguro", proclama irresponsable donde las haya, aprovechando las imágenes de la vacunación. Algunos medios ya habían cambiado ayer el tono y repetían que ningún sistema es seguro al cien por cien y que no hay que bajar la guardia. Pero la seguridad antes de tiempo es más peligrosa que antes. El exceso de confianza es el peor enemigo, como ha quedado demostrado en estos meses previos, tan intensos que parecen años.

El espectáculo de la vacunación no debe volvernos más confiados de lo que debemos. Da igual la "campaña" que toque salvar.

 


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