Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
conversión en espectáculo del pinchacito de la vacuna es un indicador más de la
transformación mediática del mundo en que vivimos. El tiempo se mide por
franjas de consumo mediático —del "prime time" al espacio de
repetición— y las acciones en función de su atención acumulada, es decir, las
cifras de audiencia.
Después
de haber visto decenas de miles de narices anónimas exploradas por expertos
sanitarios, llega el momento estelar, el de la vacunación de las estrellas o,
si se prefiere, de las estrellas de la vacunación, la de horario privilegiado y
sonrisa transmisora de confianza. Solo Jair Bolsonaro quiere conseguir
audiencia perseguido por no querer vacunarse. ¡Dispóngase a ver hombros y
brazos desnudos de nuestros dirigentes, de nuestros famosos, de nuestros
famosillos, de nuestros deportistas... en fin, de todos aquellos que se han
trabajado el rostro previamente, recibiendo orgullosos los pinchazos!
En
Estados Unidos ya dan las horas en que serán retransmitidos los pinchazos.
Falta hace allí porque entre antivacunas y pro-Trump, con todos esos millones
de infectados y a los que les falta poco para serlo, es urgente hacer una didáctica
de la vacunación.
Los
gobernantes necesitan dos imágenes: las de los líderes y famosos dando ejemplo
y las de las colas enormes esperando para el pinchazo. Son los marcadores
gráficos del cambio de tendencia que todo esperan, que esto deje de subir realmente
y empiece a bajar de verdad. Es lo único factible en un mundo que se ha vuelto
entre fatalista y desentendido, hartos de tanta privación, falto de abrazos,
cafés, comidas, alirones y de todo aquello que implique la proximidad sin
peligro, la vieja rutina aristotélica de la sociabilidad humana.
Vivimos
en un mundo-pantalla donde cada gesto es mostrado, amplificado y distribuido.
Las cámaras corren tras ellos en ocasiones; en otras, son los gesticulantes los
que corren ante ellas o les dan citas para contemplar el espectáculo indicado.
La
presidencia de Trump ha sido un espectáculo permanente. Pese a perder la
presidencia, no se le puede acusar de haber perdido el sentido del show, que
ahora continuará en otras cadenas, luchando por los horarios más adecuados para
expandir sus gestos enfadados. Los tuits no serán suficientes; necesitará de
esas cadenas minoritarias que han disparado sus audiencias al ficharle, tras
sus torcidas relaciones con parte de la Fox, donde Tucker Carlson ha decidido
conceder más importancia a las reacciones de los alérgicos que a las vidas que
se puedan salvar. Este hombre sin remedio se apunta a las conspiraciones y al
negacionismo una vez que el gesto escéptico se ha quedado incrustado entre sus
cejas para toda la eternidad. Es su gesto.
En España
los gestos comenzaron con el baño en las aguas atómicas de Palomares, por parte
de Manuel Fraga. Luego tuvimos los olvidados pepinos de Mariano Rajoy. Después
como todo se ha vuelto gesto, la memoria se va relajando. ¡Vemos tantos gestos diariamente
con pretensiones de perdurar! Es difícil que se nos quede, pero lo intentan.
Los políticos parecen obligados a vacunarse de forma ejemplar y mediática.
Serán los primeros en dar ejemplo. Luego los famosos y después los famosillos.
Las
oposiciones podrán elegir el acuerdo o disentir dando la nota negacionistas. En
Estados Unidos el matrimonio Pence ha decidido vacunarse mediáticamente,
citando a los medios. Ya tienen bastantes contagios en la Casa Blanca, eso sin
contar el resto del país. Pence —hace bien— prefiere quedar como el primero;
Biden dará igualmente ejemplo con el pinchazo. Por las edades y la agenda, el
riesgo aumenta. No hay más que ver lo ocurrido en cadena con Macron, tan
confiado él, que tiene a media Europa de mandatarios con un ojo puesto en los
síntomas, incluido nuestro Pedro Sánchez, que comió con él y estará en
cuarentena hasta Nochebuena.
Las vacunas, cuando comiencen, empezarán a desplazar a las imágenes de los desagradables hurgado de narices a los que hemos asistidos, cuya alternativa era el pinchazo sangriento o, peor visualmente, el escupir en un tubo, aunque esto se ha visto menos, más bien por estética mediática. Me resisto a pensar en telediarios repletos de gente escupiendo.
Algunos de los hurgados de narices se nos han hecho viejos conocidos, dada la tendencia a repetir imágenes, que resulta más barato. Pero no deja de ser un poco raro fijarte en que te resulta conocido el que sale en pantalla. No sabes si es un conocido o si es la novena o décima vez que ves cómo le hurgan al pobre. No les echaremos de menos, pero sí les debemos agradecer todos esta exposición mediática reiterada para mentalizarnos de lo que suponían los test.
Esperemos
que la ansiada vacuna —o vacunas, en plural— tenga los efectos deseados y no
los contrarios. Hay que mentalizarse (aquí hay que mentalizarse por todo) que no
son una solución instantánea y que pueden quedar muchas muertes en la recámara
del coronavirus. Ni se va a vacunar a toda la población de golpe y, si me
apuran, no se va a vacunar toda la población. Miren lo que ocurre en Brasil
donde su Tribunal Supremo ha decidido que es obligatoria y el díscolo y
visionario (podríamos llamarle muchas otras cosas) Jair Bolsonaro, esa joya, ha
dicho que él no se vacunará, para lo que también ha citado a los medios. Lo
suyo es el gesto de la "no-vacuna", el antipinchazo.
Brasil,
como sabemos, tiene el dudoso honor de ser el país con peores cifras tras los
Estados Unidos de su admirado Trump. Tal para cual. Uno llega a la conclusión
que los que son retrógrados, lo son para todo.
Ahora
que hay vacuna, el rey de Suecia ha pedido disculpas al pueblo por lo mal que
se ha gestionado la pandemia en su país. Sería interesante hacer un análisis
dinámico de las tendencias de cada país con la vacuna y, sobre todo, cómo han
sido admirados y por quién en cada momento. Suecia fue puesta como ejemplo de
lo que había que hacer hasta que los propios suecos empezaron a considerarse un
modelo de lo que había que evitar. Los suecos tomando el sol en terrazas con
idílicos bosques de fondo dieron pasos a las poco idílicas UCI, que tienden a
ser como las de todas partes. Lo mismo ha ocurrido con otros países, de los que
lanzaban elogios para echarse para atrás al poco tiempo. Nadie se ha librado
más que el que ha conseguido controlarlo realmente, los que no han bajado la
vigilancia y han sabido tomar las decisiones difíciles en cada momento,
invertir en lo realmente necesario y mantener una política coherente y
constante de contención, pesara a quien pesara.
En
estos meses de pandemia hemos recibido lecciones de casi todo el mundo,
lecciones contradictorias la mayoría de ellas. Solo han quedado algunas que han
resultado ser contundentes frente a las modas mediáticas y políticas: con
mascarillas te contagias menos que sin ellas; cuanto menos gente veas mejor;
cuanto más lejos estén, menos riesgo; lávate adecuadamente y evita tocar lo que
otros han tocado.
No eran
lecciones específicas para el coronavirus. Son las de toda la vida para
cualquier enfermedad contagiosa que se extiende más de la cuenta. Lo que ha
fallado aquí no es la Ciencia, sino nuestro concepto de la enfermedad, que es algo relacionado con "bajas",
"altas", "recetas", etc. Hemos fallado nosotros, con
nuestra suicida confianza en que todo tiene solución en una farmacia. Y nos han
fallado aquellos que pensaban que esto era cuestión de aguantar unos meses y
que había que evitar solo los colapsos. No tengo claro que muchos lo hayan
acabado de entender ni su papel contribuyendo al problema general que se ha
ramificado en todas direcciones, de las laborales a las sanitarias, de ocio a
las funerarias.
Ahora tenemos vacunas. Dentro de unas semanas haremos colas cuando nos toque para ser pinchados. Por el camino habrán quedado algunos millones de muertos para el recuerdo individual y el olvido colectivo. Con tranquilidad (¿es posible?) se buscarán responsabilidades, pero el conjunto es lo que importa.
La portada de The Washington Post nos muestra imágenes de sanitarios pospuestos en la línea de vacunación, otra fuente de conflictos; protestan por haber sido dejados de lado en las prioridades. A nadie se le escapa que acabará siendo problemático. Cuestiones éticas, económicas y logísticas se van a poner sobre la mesa y veremos nuevas discusiones en diferentes planos muy pronto. Obligatoriedad y orden serán cuestiones candentes en cuanto se dé el pistoletazo de salida en los diferentes países. ¿Discriminaciones? Ya hablamos de países pobres y ricos a la hora de vacunarse.
Hay países con mayor o menor trasparencia en esto y en todo lo demás. ¿Van a ser justos cuando no lo son nunca? ¿No va a haber discriminaciones, corrupciones, sobornos, compra venta en la sombra? pronto lo tendremos en los diarios e informativos televisivos.
Habrá que tener cuidado con los optimistas interesados, los del todo es "seguro", proclama irresponsable donde las haya, aprovechando las imágenes de la vacunación. Algunos medios ya habían cambiado ayer el tono y repetían que ningún sistema es seguro al cien por cien y que no hay que bajar la guardia. Pero la seguridad antes de tiempo es más peligrosa que antes. El exceso de confianza es el peor enemigo, como ha quedado demostrado en estos meses previos, tan intensos que parecen años.
El espectáculo de la vacunación no debe volvernos más confiados de lo que debemos. Da igual la "campaña" que toque salvar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.