Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El otro
día ya anticipábamos el espectáculo mundial que
se había organizado con esto de la vacuna. Ya lo tenemos en versión hispánica,
con toda la parafernalia y el redoble de tambores disponible. Salidas de fábrica, hielo, camiones custodiados... sonrisas y posados finales. Vivimos en una
sociedad del espectáculo y eso va de la muerte a la vacuna, de los ancianos
olvidados a los ancianos vitoreados. Todo pasa por el filtro, bien dirigido, de los medios.
Nos
decían ayer que los dirigentes de algunos países han dado ejemplo vacunándose, como algo heroico. La excepción,
claro está, ha sido Trump, que ya lo pasó. Pero se la han puesto en los Estados Unidos Biden y el
vicepresidente Pence y familias. Todo un espectáculo para convencer a los
dudosos, para que entiendan, al menos, que ellos no están en la conspiración
mundial, que creen en la vacuna como el que cree en otras cosas, ya sea en la
inspiración divina, en la ciencia o en ambas.
La
pandemia, que va ya para el año desde el punto de vista mediático, nos ha
distorsionado la vida y la visión del mundo. Ha cambiado nuestros hábitos y nuestra forma de entender lo que nos rodea, las
acciones de los otros y, especialmente, nuestra forma de valorar a los
gobiernos y políticos.
Ayer la
oposición criticaba envolver las vacunas con rótulos de "gobierno de
España". Tienen razón, pero todo forma ya parte de esta vergonzosa guerra
a la que nos han sometido a todos, la de verles pelear por un titular, por una
buena noticia, por una mejora en las cifras... por lo que sea. Los hemos visto pelear, además de
por los presupuestos, por eso que llamaron inocentemente
la "desescalada" y la "nueva normalidad". En realidad, los
únicos que han mantenido la vieja normalidad han sido ellos, que no han parado,
que lo han aprovechado todo con una enorme hipocresía coral en la que unos días
había que abrirlo todo y otras que cerrarlo, según llegaran festivos, puentes y
vacaciones. Ahora —¡oh, paradoja!— con la vacuna llegando todos se han vuelto prudentes y amenazan con recrudecer las medidas ante un estado que es el resultado de sus gestiones anteriores.
Mi
decepción con la política española me imagino será compartida por algunos que
no han logrado involucrarse en estas peleas vergonzosas, en esas negociaciones a cara de perro con aspiraciones épicas. Pocas, muy pocas personas han estado a la altura de
este drama al que le queda todavía mucho por delante y a nosotros con él.
Estos primeros vacunados, mostrados con orgullo patrio ante las cámaras, pasarán a sus vidas de residentes con la seguridad de que morirán por otras cosas, pero no por el coronavirus. Un gesto final cuyo valor no nos exime de corregir lo que hemos comprendido con sangre sobre eso que llamamos "residencias" y que se han convertido en unos casos en Numancia de resistencia y en otros trampas sin salida. Si no repensamos todo esto, no tendremos perdón.
En La Vanguardia, Domingo Marchena expresa estas contradicciones de la atención
mediática a los ancianos vacunados con el titular "Orgullos y vergüenzas
de un día histórico", que refleja esa dualidad:
La prensa, en el fondo un reflejo de la
sociedad, vivió durante años de espaldas a los mayores. Hemos necesitado un
demoledor informe de Amnistía Internacional y las terribles siegas del
coronavirus en los geriátricos (¡sus usuarios suponen casi la mitad de las víctimas en España!) para
recapacitar.
¿Hemos recapacitado? Ayer hubo camarotes de
los hermanos Marx, con más de una veintena de periodistas (cámaras, fotógrafos,
técnicos de sonido y de iluminación, además de redactores que tomaban imágenes
con sus móviles y, lógicamente, personal sanitario). Llamó la atención el caso
de la residencia Rosalba, de Mérida (Badajoz).
[...] Hubo quienes dieron instrucciones a la
enfermera: “Ve a cámara lenta”, “el brazo izquierdo, mueve el brazo izquierdo”,
“tu otra mano no nos puede tapar la visión de la aguja”, “quita de ahí el bote
de alcohol”. Otros discutían. “Echaos más para allá”, decía uno. “Pues yo no me
muevo, replicaba otro”.
Un cartel recordaba que la distancia mínima
interpersonal es de dos metros, aunque pocos la cumplieron. Vicente llevaba una
camiseta del conjunto de rock andaluz Triana. Cuando recibió la vacuna hubo
quien le rogó (tuteándole, como si fuera su nieto) que levantara el pulgar.
Otro pidió un aplauso para él y un tercero gritó: “¡Olé, Triana!”.*
Sí,
entre los Marx por el espacio lleno y García Berlanga por el tono, por la situación en sí. Mi alegría por las
personas cuya vacuna va a prolongarles la vida, sea esta la que sea; la que va
a sacarles unos minutos del encierro y les permitirá una sonrisa de satisfacción
por haber podido llegar a este momento, algo que no han podido hacer unos
cuantos miles de compañeros generacionales. Han resistido y deben estar orgullosos. El resto, no está tan claro.
Las residencias de mayores han sido una parte trágica, pero se ha cumplido la lógica de su propia situación previa. Somos una sociedad envejecida por la edad, pero también en muchas otras cosas que se nos han revelado brutalmente, como suele ser el tremendismo español.
La
vacuna es una buena noticia. Nos ha llegado de fuera, de donde nos suelen
llegar las buenas noticias. Las de dentro nos suelen llegar adulteradas por las
propias fricciones internas, lanzadas por unos y por otros a la cabeza del
contrario, porque esta es la España de los contrarios, donde no ha sido posible
estar de acuerdo en casi nada en una situación tan trágica como esta.
Es una buena noticia, sí. No lo es el comportamiento que están teniendo algunos, incapaces de compartir hasta las mejores noticias. Nos alegramos por Araceli, por esos primeros vacunados, por los que irán llegando. Demos gracias a la Ciencia y a Europa, que han hecho lo suyo.
Este
periodo merecerá doble olvido, el del dolor que hay que superar y el de
espectáculo dado que hay que eliminar de nuestra vida cotidiana. Los políticos
tienen demasiado protagonismo, requieren demasiada atención. Las sociedades
maduras funcionan institucionalmente, pero la sociedad del espectáculo necesita
del vocerío y del desacuerdo, convertir todo en reclamo de la atención.
Causa
tristeza ver que no han podido superarse a sí mismos y nos siguen arrastrando. Sí,
como bien dice Marchena en La Vanguardia,
es un día extraño, de sentimientos encontrados. Es un día de alegría por unos y
de melancolía por todos.
Volverá
todo a ser como antes, conformados con haber salido de esta. Pero los dramas
sin bombo se seguirán produciendo. Seguiremos con una sanidad recortada, con un
país fallero, con el que inventen ellos, desatendiendo la Ciencia, exportando
sanitarios porque no encuentran no el trabajo sino el sueldo decente. España
seguirá siendo España y los políticos se pondrán, entre aplausos y abucheos,
las medallas correspondientes.
El futuro no tendrá un buen recuerdo de nosotros. Da igual que nos peleemos por ponernos medallas o lanzar silbidos. En conjunto, no salimos bien retratados en estas escenas, entre Berlanga y Balzac, de la vida española.
* Domingo
Marchena "Orgullos y vergüenzas de un día histórico" La Vanguardia
28/12/2020
https://www.lavanguardia.com/vida/20201228/6151376/orgullos-vergueenzas.html
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