Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
jugada que Trump tenía preparada para el final no le ha funcionado. Se trataba,
primero, de crear un ambiente de aceptación general del "fraude
electoral" que le "había robado" su éxito sin precedente, desde
su punto de vista. En segundo lugar, ha tratado de hacer llegar toda la batería
de demandas inconsistentes hasta lo más alto, pensando que en el Tribunal
Supremo de los Estados Unidos se le iba a dar la razón como pago a sus
nombramientos de jueces ultraconservadores.
En la
mente de Trump todo esto es de una claridad absoluta. Quizá, más que "claridad",
haya que usar el término "simpleza". Ayer hablábamos precisamente de
este sentido del pago y el cobro, del dar y devolver. Para Trump, los jueces
del Tribunal Supremos son empleados suyos, gente que le debe lo que son al
"jefe" que, en un acto de magnanimidad, les nombro a un cargo de por
vida. Solo una persona sin sentido de las instituciones podría pensar así y,
especialmente, podría creer que los demás pensaran como él. Pero esta vez le ha
fallado el razonamiento. Trump no conoce a las personas, les presupone una
mente interesada como la suya para conseguir sus objetivos por encima de
cualquier otro aspecto. Afortunadamente, nadie quiere pasar a la Historia como
un juez que devolvió el "favor" a Trump.
La
experiencia con el donante republicano, un empresario nombrado embajador ante
la Unión Europea, que decidió no manchar el nombre de su familia con las
bajezas que se le pedían, las demás personas que se han ido bajando del carro
de Trump anteponiendo deber, honor y verdad, a las vergüenzas que esperaban de
ellos, etc. no han servido para que Trump modifique su visión básica del mundo:
el poder es todo y con el poder se puede todo. Aquella expresión de hace una
décadas de "de qué te sirve ser millonario si no puedes cambiar de
esposa" era más que un comentario a Ciudadano Kane, el magistral filme de
O. Welles que se le propuso. Era realmente una forma de ver el mundo, donde el
dinero trae el poder y el poder todo lo que se pueda desear.
Pero los jueces le han dicho no. The New York Times titula "Democrats, and Even Some Republicans, Cheer as Justices Spurn Trump"*. Lo que se está jugando es algo más que el resultado de una elección, como ocurrió anteriormente cuando unos pocos votos en Florida decidieron la presidencia. Aquí hay mucho más. Lo que ha estado y está en juego es la democracia, un concepto que Trump desconoce y los republicanos han olvidado en su ciega carrera hacia cuatro años (¿por qué no el resto de la Historia?) más en el poder. Este énfasis, por un lado, y la ceguera fanática por otro obligan a preguntarse por lo que realmente se estarán jugando algunos sin que los demás lo sepamos. Ayer hablábamos del cobro, de los negocios en la sombra que han tenido bajo sospecha a Trump, su familia y allegados a lo largo de estos cuatro años. La última, una posible red de pago de indultos presidenciales a buen precio. Por otro lado, se ha encargado de acelerar penas de muerte que esperaban años en los corredores. ¿También se pagaban o solo eran para satisfacer las ganas de sangre de los radicales republicanos, siempre generosos con horcas e incendios a lo largo de la Historia de los Estados Unidos?
En La Vanguardia leemos sobre el rechazo del Tribunal Supremos a las demandas de los estados trumpistas y sobre las consecuencias con las que amenazan:
El caso de Texas contra Pensilvania ha adquirido un alto voltaje político en los últimos días. Otros 17 estados conservadores se han sumado a la demanda. Los estados demócratas demandados respondieron airados al inaudito intento de sus vecinos de cambiar el resultado de sus elecciones presidenciales. Si el Tribunal Supremo diera la razón a Texas, sería "el final de la democracia en los Estados Unidos de América y no es una hipérbola. Es un hecho", advirtió la fiscal general de Michigan, Dana Nessel, antes de que se conociera el veredicto.
AMENAZAS SECESIONISTAS
Además, un total de 126 congresistas republicanos, deseosos de mostrar su lealtad al presidente, apoyaron la demanda a pesar de la frivolidad de la causa legal alegando que las elecciones habían estado "plagadas de un número sin precedentes de serias acusaciones de fraude e irregularidades". El Departamento de Justicia intervino hace unos días para disgusto del presidente con el fin de aclarar que no hay ningún indicio de que se haya producido un fraude electoral a gran escala como el que denuncian Trump y sus aliados.
La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, acusa a este centenar de congresistas republicanos de "deshonor" hacia la institución a la que representan. "En lugar de respetar su juramento de apoyar y defender la Constitución, eligieron subvertir la Constitución y minar la confianza pública en nuestras sagradas instituciones democráticas", dijo anoche en un comunicado.
Esta noche, tras conocerse la sentencia, el Partido Republicano de Texas, ha respondido con amenazas secesionistas: "Quizás los estados que obedecemos la ley deberían unirse y formar una unión de estados que obedecen la Constitución". Abogados republicanos de otros estados , autodenominados como representantes de "Nueva California" y "Nueva Nevada" remitieron sus propias notas de apoyo a la moción de Texas para alterar los resultados electorales.**
La fractura que Trump ha producido en la sociedad norteamericana es algo más que la diferencia entre republicanos y demócratas, que sería una simplificación excesiva del problema. La mayoría de los jueces del Tribunal Supremo son conservadores, republicanos y tradicionalistas, palabras que con diferentes matices pueden describirlos. Pero han sabido distinguir lo que es tener una opinión y crear una fisura en el sistema norteamericano haciendo que la Justicia sea garante del mayor escándalo ocurrido en un país democrático. No creo que haya existido un caso como el que ahora se está produciendo en los Estados Unidos. Trump ha levantado la manta que cubre las inmundicias del sistema y ha agrupado las huestes arrastrándolas hacia la exposición pública. El espectáculo no puede ser más desolador. Los jueces del Supremo han sido conscientes de lo que suponía dar la razón a los estados trumpistas.
En la CNN leemos en el artículo de Joan Biskupic —que lleva por titular "Supreme Court's message to Trump: Stop"— las maniobras para el control del poder judicial y en qué han acabado:
During the past four years, President Donald
Trump has challenged the integrity of the Supreme Court and tried to drag the
justices into the legal muck with him.
His arguments have pushed the boundaries of the
law and his assertions have tested the impartiality of individual justices. But
Trump's meritless attack on the November election and his loss to Joe Biden in
a brazen lawsuit initiated by the Texas attorney general brought the court into
a wholly new realm.
The high court slapped down the case promoted
by Trump on Friday, three days before the Electoral College will meet to cast
votes for Biden as the winner of the November election, with no noted dissents.
As such, the court's justices, six of whom were
appointed by Republican presidents, three by Trump, have separated themselves
from the pattern of hard-core partisans who were asking the court to use
baseless claims of widespread voter fraud to disenfranchise millions of voters.
Texas Attorney General Ken Paxton and Trump had
persuaded a group of 18 other Republican state attorneys general and 126
Republican members of Congress to sign on to arguments that would have reversed
the will of voters in Pennsylvania, Georgia, Michigan and Wisconsin.
If the justices had not rejected the request
from Texas and other Republican-led states, they would have defied their own
precedent and compromised any notion of neutrality.
For the Supreme Court itself, there has always
been a question of how it emerges from Trump's legally fraught four years. Many
of his policy initiatives -- and some of his personal financial dealings --
were subject to lawsuits.
And the President routinely suggested that once
a case reached the conservative-dominated bench, he would prevail. His Twitter
posts and other rhetoric have constantly undermined the notion of neutral
judges. He implied Democratic appointees would automatically rule against him
and Republican appointees would side with him.
On Friday afternoon, a few hours before the
justices' order in Texas v. Pennsylvania, Trump tweeted, "If the Supreme
Court shows Great Wisdom and Courage, the American People will win perhaps the
most important case in history and our Electoral Process will be respected
again!"***
Esta última "presión" sobre el Tribunal Supremo es una jugada que le ha salido mal. Tratar de echar la presión popular sobre ellos indicando que podrán ser "respetados de nuevo" si fallan a su favor es parte de las estrategias habituales de Trump. En sus planteamientos, todo lo que tiene en contra es por corrupción, decadencia o pérdida de rumbo. Él es el faro que le guiará hacia el puerto del futuro. Es él quien hará Grande a América de Nuevo, quién hará que el Tribunal Supremo sea grande otra vez.
Lo que consigue con eso es agrupar todas frustraciones convirtiéndolas en necesitadas de recuperación heroica, en la fuerza del pueblo, que está a su lado como un visionario. Trump es el mayor manipulador de masas desde Adolf Hitler. Servirle a él es hacerlo a la Patria y a la Historia, a Dios incluso, como ya dijo en su triada "el Pueblo, Dios y Yo".
Uno a uno, Trump ha ido subvirtiendo los cimientos de la democracia, de la libertad de prensa a la independencia judicial. Ha vuelto a los ciudadanos contra los gobernantes (su "¡liberad los Estados!" no debe ser olvidado), contra los medios (los enemigos del pueblo), contra todos los que llevaban la contraria a sus deseos y caprichos. Trump es un dictador vocacional convertido en presidente ocasional de un país democrático. Él no lo es; lo es el país, afortunadamente. Pero ha conseguido sacar a sus iguales a la calle, a los que se arman y van a la puerta de la residencia de los gobernadores, a los que rodean las salas donde se cuentan los votos o los que ya amenazan con hacerlo con los miembros el colegio lectoral, lo que finalmente decidirán con su voto al nuevo presidente y donde Joe Biden tiene una amplia mayoría que las argucias trumpistas no han conseguido reducir.
Dos preguntas surgen en cualquiera que tenga un sentido democrático de la vida y las instituciones: ¿por qué es Trump imparable? y ¿cómo ha llegado hasta ahí? Las dos preguntas están interrelacionadas y es esencial contestarlas para evitar lo que pudiera ser una epidemia de muerte de las instituciones democráticas, sometidas a bombardeo desde diferentes grupos políticos y sociales, desde diferentes lugares geográficos animados por una misma simpatía: la de las personalidades autoritarias frente al poder de las instituciones.
Hay algo en nuestra cultura que está volviendo, como ocurrió hace una centuria —en los años 20 del siglo pasado— al culto a la personalidad fuerte, que fue la base de los fascismos que arrastraron al mundo a las guerras. Son las crisis económicas, las enormes desigualdades e injusticias acumuladas, las que son aprovechadas por los que lanzan el cebo. Surgen así este tipo de personalidades que tratan de hacerse con el poder y no lo sueltan cuando lo consiguen, que están en contra de cualquier tipo de estabilidad en la alternancia y no renuncian a todos los manejos con tal de erosionar el poder institucional, el equilibrio y la confianza, en beneficio del culto de la figura mesiánica.
La nueva estructura cultural, el universo mediático y global, permite la expansión de los mensajes y, de nuevo, la creación de enemigos y peligros con los que movilizar a gente que cambia el miedo por agresividad. Trump eligió miedos y enemigos, primero fueron los hispanos, después Chino y el "virus chino", pero lo han sido en igual forma Europa, Rusia, los árabes... todos aquellos en los que fijar el miedo y general el odio prometiendo su destrucción, el triunfo total, el "America First!" como Hitler prometió una "Alemania sobre todos" arrastrando a un pueblo humillado por sus vencedores en la I Guerra Mundial. Miedo y odio son poderosos aglutinadores.
La amenaza que se ha lanzado desde ese "Sur Trumpista" no debe ser ignorada. La idea de la secesión se ha mantenido en una Norteamérica durante 150 años. Solo a causa de las muertes racistas se han logrado retirar, mediante mandato judicial, las banderas secesionistas que llevaba décadas desafiando al orden y a la Historia. Ahora Trump amenaza con una "Nueva Texas" o una "Nueva Nevada". ¿Es posible? Todo es posible si no se previene, si no se toman las medidas que lo impidan. Es la gran lección aprendida (¡eso espero!) con Trump: todo lo que no se evita se acaba produciendo. Nada ayuda más a lo imposible que la tibieza confiada. Lo improbable acaba siendo inevitable.
El éxito de Trump es grande entre un electorado que ha tenido que batir todos los récords de participación. Trump no se hundió electoralmente. Tiene 70 millones de votos. Aunque haya perdido unos cuantos con sus últimas acciones, siguen siendo muchos. Su gran éxito en estos años ha sido creer que no podía hacer más, que no podía llegar más lejos de donde había llegado en ese momento. Pero Trump no tenía esos límites mentales: todo lo que no se le impedía hacer, lo hacía. Su éxito ha sido ser subestimado, reírse de él. Pero ya sabemos quién ríe mejor.
Tampoco debemos cometer el error, fuera de los Estados Unidos, de percibirlo como un excéntrico comportamiento norteamericano. El mismo fenómeno y por ello, el mismo peligro, amenaza a Europa. Lo acabamos de ver con Hungría y Polonia, denunciados por no seguir los estándares democráticos, del estado de Derecho, que nos deben regir. Pero la amenaza populista autoritaria está en Italia, Grecia, Alemania y, por supuesto, en España. Hemos visto sus efectos y los seguiremos viendo mientras se siga minando la confianza en las instituciones, por un lado, y se asalten, por otro, para supeditarlas a los poderes personales de los mesías de turno. La sumisión de Macron hace unos días ante al-Sisi, el mejor amigo de Trump en África es un aviso de lo que significa dejar los principios a un lado y empezar a calcular la realidad en otro tipo de unidades. Ahora se pone sobre la mesa la amenaza secesionista, que es abrir otro fuerte conflicto. No lo desestimemos. Aquí lo padecemos y sus consecuencias se ven en el horizonte en términos de divisiones sociales y pérdida de energía democrática.
El autoritarismo avanza con pie firme y las democracias se venden por treinta monedas en cuanto que hay comercio u otro tipo de intereses por medio. Nunca han sido más necesarios los principios, el distinguir con nitidez qué es correcto y qué no lo es. Existe demasiado pragmatismo en nuestros nuevos políticos, que lo supeditan todo a ganar sin importar las formas, mentiras o manejos a los que deban recurrir.
Si los demócratas tienen que hacer algo es dejar de pensar que tienen razón. La tienen, sí, pero eso no sirve de mucho ante este tipo de personalidades a las que no les importa tenerla, sino conseguir lo que quieren. No importan la verdad, la razón o la historia. Solo importa el poder. Con el poder se tiene la verdad, la razón y se escribe la historia.
*** Joan Biskupic "Supreme Court's message to Trump: Stop" CNN 12/12/2020 https://edition.cnn.com/2020/12/11/politics/trump-turmoil-supreme-court/index.html
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