Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No sé
si solo me pasa a mí, pero los debates informativos que se suscitan sobre la
pandemia me están produciendo un efecto de aburrimiento que es cada vez más
difícil de sobrellevar. Me aburren por repetición, por un lado, y lo hacen
también por anticipación, es decir, porque ya sabes lo que van a decir, se va a
cuestionar, van a preguntar, a quién van a hacerlo, etc. con una predicción más
que notable y que sobrepasa el mero azar.
Son los
mismos debates una y otra vez, las mismas imágenes, las mismas preguntas, las
mismas terrazas... lo mismo. Ayer agradecí que a un corresponsal se le pusieran
detrás tres jóvenes londinenses a saludar, porque eran nuevos.
Llegaron finalmente las navidades (también llamada la "campaña de navidad", como Napoleón hizo la "campaña de Rusia") y se cumplen las previsiones informativas, los temas previstos, todo está ahí.
Creo que algún año he comentando como esto ocurre cuando llega la "campaña de verano". En junio empiezan a preguntar a los dermatólogos sobre los peligros de exponerse al sol, a los oftalmólogos los riesgos de usar cristales de sol poco adecuados, etc. En septiembre toca preguntar sobre los efectos del regreso al trabajo, los problemas psicológicos, la restauración de la piel, etc.
Con el
COVID-19, la base repetitiva se expande con la idea de "temporada".
Los debates sobre la Navidad tienen estas lecturas, no hay otra, un cruce entre
sentimental y económico. El principal, claro está, es ese "salvar la
temporada", un término genérico en el que "salvar" tiene una
especie de efecto redentor.
La vida entre "campañas" debe ser
saludable, contenida, vigilante, una reserva para salir después a un mundo
"seguro" del que volvemos peor y llamamos nueva ola". Contención, campaña y ola son los
tres elementos que se manejan para estructurar este flujo temporal de la
pandemia.
Navidad no es un concepto que le importe al
coronavirus; ni familia, amor, Nochebuena, reyes, Nochevieja, etc. Tampoco hay nada natural en
"toque de queda" u otros que limitan horas. La realidad, por mucho
que nos moleste, es que nos podemos contagiar con cualquier persona, simpática
o antipática, a cualquier hora del día o de la noche, en cualquier día
independientemente de si es laboral o festivo. Esto lo sabemos, pero lo ignoramos.
No hay otra explicación.
En los
últimos días se ha introducido una línea informativa de réplica que es la
amenaza clara y directa de una "tercera ola", que es un eufemismo para evitar decir
evitar que nuestra falta de prevención haga aumentar el número de casos. Los expertos se están empezando a hartar de este tipo de componendas y ya no quieren ser responsables de estos juegos de palabras con los que se mueve a la gente a relajarse. ¿Recuerdan a nuestras autoridades autonómicas antes del verano compitiendo para recibir más turistas declarándose "zonas seguras", saltándose "fases"? No ha pasado mucho tiempo, pero las consecuencias de este repunte pre navideño ha cambiado la orientación. Lo que llegue tras las navidades puede ser de enorme gravedad y consecuencias para todo. Por toda Europa saltan las voces denunciando el peligro que no se puede ignorar ni camuflar.
La idea expresada por el ministro Illa de que no puede haber un policía en cada casa es una llamada más a la responsabilidad o la constatación de la previsible irresponsabilidad cuyos efectos se padecerán después. El adelanto anunciado de las vacunas se interpreta como un intento de evitar contagios, por un lado, pero también como un acelerador optimista del desorden. El exceso de confianza se pagará, de esto no hay duda.
En
estos días, como señalamos, surge una línea de clara advertencia de lo que pasará
después. Ya no es posible repetir el tono optimista del principio del verano,
de la "campaña del verano" para llenar las playas y chiringuitos. Los
efectos se han pagado en septiembre y la sucesión de festivos y puentes de
octubre a diciembre nos han hecho llegar a las navidades en un estado lamentable
creciente. Las imágenes optimistas de la mujer de 104 años que es aplaudida al
salir del hospital no compensan las lágrimas de todos los familiares de los que
se quedan en las UCI y solo salen al cementerio.
Es
necesario desbloquear la mente de las rutinas festivas. Hay que entender que se
pueden celebrar con cariño de muchas formas y no necesariamente con las rutinas
de siempre. Son las rutinas las que nos hacen bajar la guardia.
Las recetas siguen siendo las mismas, da igual que sea navidad o el puente de turno. Mascarillas, distancia de seguridad, higiene y desinfección y, finalmente, ventilación. Son medidas sencillas, fáciles de entender y de realizar si se tiene el ánimo de hacerlo. No abrazar no significa no querer; no reunirse no significa olvidarse.
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