martes, 11 de agosto de 2020

Nos fallan los sueños

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
A la primera etapa del desconcierto por el coronavirus, por probar medidas, hasta llegar a las más drásticas del confinamiento por el estado de alarma, le sigue ahora otro tipo de desconcierto al que le sigue la irritación porque ya no hay excusa por la sorpresa. Lo que nos pilló con la guardia baja, sin reservas, personal, sin protección, etc. ya no puede argüirse porque cuando se hace revela la ineptitud y lo caótico de los que son incapaces de gestionar con lo aprendido.
Es poco aceptable, por ejemplo, que con la trágica experiencia de las residencias de mayores vuelvan a producirse casos como los que estamos viendo estos días. No hay excusa porque se deberían haber desarrollado unas estrategias claras desde lo vivido para evitar que el desastre vuelva a producirse. Sin embargo, está ocurriendo de nuevo. Y esto indica ya otro tipo de problemas, especialmente la falta de análisis de lo experimentado hasta el momento y la falta de fluidez de las administraciones para coordinarse e intercambiar información.
En estos días se está hablando mucho de evaluación de la gestión, de análisis de los problemas y carencias. No sé si los métodos propuestos son los más adecuados o, por el contrario, harán que se cierren más los canales, que es una reacción defensiva. Se pide más criterios para no tener que estar tomando decisiones diferentes ante problemas similares, es decir, unidad de criterio.


Da la impresión que desde que el gobierno devolvió a las Autonomías las funciones que se habían centralizado, no se responde como debiera. El aumento de los rebrotes por toda España son claros indicadores de que hay algo que no se está haciendo como debe que, con lo que hay, no se puede funcionar correctamente, con eficacia para atajar los problemas.
Tomemos dos ejemplos que nos trae la prensa de hoy mismo.
El primero es el del cuestionamiento de las decisiones tomadas en la Comunidad de Madrid respecto a las residencia de mayores. La redacción en Madrid de La Vanguardia explica el caso:

Lejos de controlar la situación, la gestión del brote de Covid-19 en una residencia de ancianos de San Martín de la Vega ha causado uno nuevo. Esta vez en Ciempozuelos. Cinco de los residentes trasladados inicialmente con PCR negativo han dado positivo en coronavirus en el nuevo centro donde permanecerán aislados.
La alcaldesa de Ciempozuelos, Raquel Jimeno (PSOE), ha cargado contra el Gobierno regional y ha lamentado que la residencia las Vegas, ubicada en el municipio y hasta ahora libre de Covid, se haya convertido en un “nuevo foco”. La primera edil ha denunciado públicamente en un comunicado que la política de gestión de los centros afectados sea dispersar a los mayores a centro libres de coronavirus y ha exigido a la Comunidad de Madrid que asuma su responsabilidad y que cumpla sus compromisos con la residencia de Ciempozuelos.
Igual de contundente se ha mostrado el portavoz regional del PSOE, Ángel Gabilondo, asegurando que “tendrá que ser de otro modo. Lo sucedido en Ciempozuelos lo muestra claramente. Y las consecuencias son graves”.
Del total de positivos detectados inicialmente en San Martín de la Vega, 45 corresponden a residentes y siete son trabajadores del centro. Además siete infectados han requerido ingreso hospitalario.*



¿Es esto posible? La chapuza es enorme en cualquiera de los punto en los que haya fallado, tanto en la realización de las pruebas, que se suponen que aseguraban la ausencia de contagio de los trasladados, como en las nuevas condiciones en la residencia tras la llegada de los trasladados. No se entiende bien qué es lo que ocurre. La residencia que estaba sin casos, se encuentra de repente con un rebrote tras los traslados de los que presuntamente estaban bien y habían sido separados. ¿Es posible que esto se produzca, es decir, el efecto contrario al que se buscaba? Hemos escuchado todo tipo de explicaciones sobre las residencias, lo que equivale a no tener ninguna. Pero estos casos son sangrantes porque evidencian que las medidas fallan en algún lugar, no ya en el traslado en sí, sino que estos traslados no se pueden producir sin la garantía de que no se está esparciendo el virus con estas acciones. Es lo que se ha hecho.


El segundo caso, lo leemos también en La Vanguardia, esta vez en Barcelona, y se refiere a otro aspecto esencial, la protección de los que nos protegen. No se trata esta vez de los sanitarios, que ya han tenido lo suyo —los mayores contagios en el sector en la Unión Europea—, sino de la Policía que está patrullando las playas para que nuestro compromiso de "destino seguro" sea posible, por más que inalcanzable. Señalan en el diario:

El Sindicato de Agentes de Policía Local (SAPOL), mayoritario en la Guardia Urbana de Barcelona, se ha preguntado a qué espera el Ayuntamiento para cerrar la unidad de playas de este cuerpo policial, después de que en los últimos días se hayan registrado tres positivos en coronavirus entre sus trabajadores.
Según la cuenta de Twitter del sindicato, la unidad cuenta, además, con otros ocho agentes confinados por este motivo, del total de 90 urbanos que la forman. El SAPOL se ha mostrado muy crítico con la gestión de estos positivos por parte del Ayuntamiento de Barcelona y se ha preguntado: “¿A qué esperamos para cerrar la unidad?”.
Por su parte, el sindicato CSIF ha confirmado a Efe que denunciará ante la Inspección de Trabajo esta situación, porque considera que no se están tomando las medidas de prevención y seguridad necesarias para evitar los contagios. En este sentido, el sindicato ha abogado, entre otras cosas, por que haya patrullas fijas para, si hay un caso de contagio, no tener que aislar a tanta gente.**



Este es otro aspecto que debería estar ya superado con las medidas adecuadas de protección. Nos pasamos el día repitiendo una y otra vez las medidas de seguridad para evitar que el coronavirus se propague, pero somos incapaces de proteger a los trabajadores más expuestos, los que se deben acercar a los focos posibles por los incumplimientos. 
La Unidad de Playas es un gesto exterior, no solo advierte sino que es en sí misma una demostración de que se hace algo. Es importante para el público, pero también lo es para los ayuntamientos, que muestran así que algo hacen, que sus playas están vigiladas, pero no la denuncia, como la de otros grupos de primera línea, es siempre la misma: no están suficientemente protegidos. Si los que deben advertir de cumplir las normas van cayendo, ¿dónde está la eficacia? Pedir cerrar la Unidad es un claro ejemplo de que no se funciona como se debe.
Son dos ejemplos, pero se podrían multiplicar escuchando las explicaciones sobre los rebrotes por parte de los responsables, un continuo echar balones fuera en la misma dirección de siempre, los de arriba hacia abajo y los de abajo hacia arriba. Se buscan culpables antes que soluciones y esto no funciona a la vista de los resultados.

Es evidente es que hay cosas que no se están haciendo bien, probablemente muchas. Nuestro éxito en la contención del coronavirus se ha transformado en nuestro fracaso en nuestra propia contención, por un lado, y en las medidas que se deberían haber tomado una vez que ha pasado el tiempo y sabemos a qué nos exponemos. Sin embargo, los expertos de todos los campos siguen debatiendo obviedades frente a lo que nos espera.
Y lo que no espera es saber si los españoles vamos a ser más conscientes en nuestro trabajo que en nuestro ocio; saber si las administraciones, además de quejarse son capaces de tomar decisiones correctas en el momento adecuado o solo sirven para buscar excusas y lanzarse piedras unos a otros.
Hemos pasado en apenas tres o cuatro semanas de ser el país más seguro a ser el que tiene mayores contagios en toda la Unión Europea, triste récord del que nadie se hace responsable y sobre el que piden auditoria. Todo ello no dará lugar a soluciones, como sería deseable, sino a nuevas acusaciones entre unos y otros, que es volver a lo de siempre.
El caso de la residencia madrileña evidencia muchos fallos, el de las playas de Barcelona muchas carencias. Tras las chapuzas de compras de materiales inservibles o las denuncias de mascarillas y geles en el mercado que no funcionan, la situación se vuelve complicada de cara a un regreso que está a veinte días vista y de un otoño problemático en un par de meses. ¿Cómo vamos a afrontar esto?
La gente se queja del metro madrileño en el que, pese a lo señalado, se sigue produciendo el hacinamiento de las personas como todos los veranos en los que la dirección de la empresa decide reducir el número de trenes y vagones, lo que lleva a mayores esperas en los andenes y mayores concentraciones de personas en el interior.   La fotografías que los propios sindicatos suministran (como la situada debajo) son suficientemente preocupantes. Y esos andenes no son las peores situaciones; escaleras, pasillos, ascensores, etc. son campo abonado para el contagio.


El paro de un tren en el túnel llevó casi a la histeria por parte de las personas que se vieron de golpe encerradas y sin las distancias mínimas. ¿No se iban a controlar los accesos y el número de pasajeros en los trayectos? ¿O se trata solo, como en muchos otros sectores, de pintar de otro color algunos asientos o etiquetarlos para que no se ocupe? ¿Con eso ya se ha cumplido? Pues parece que sí. No da la impresión que se trate de frenar la expansión del virus, un compromiso social, sino el mero cumplimiento de trámites que den la apariencia de que todo está controlado, cuando la evidencia es que nada lo está a la vista de los resultados.

Nuestro sueño de haber vencido al virus, con toda la retórica consiguiente se ha visto puesta en evidencia. Nuestro sueño de llegar al verano para que el turismo y el desconfinamiento fuera la salvación reactivando la economía eran los sueños de la Lechera de la fábula, mera especulación. Nuestro drama es depender del turismo y del consumo más trivial, el del ocio productivo. al que se nos empuja sin disimulo. Los que van incumplen y los que no van, sentencian. Un mal diseño del presente y del futuro.
Pero con todo, una vez admitido que no podemos vivir sin celebrar un cumpleaños o una despedida de soltero, que no vivimos sin la cervecita con los amigos a los que tanto queremos y tanto contagiamos (¡cuánto une contagiarse unos a otros, fraternalmente!); una vez que se ha superado esa irresponsabilidad que hace que nos tengan que vigilar como a niños y hacernos sacar la mascarilla del codo, etc., siguen quedando esas circunstancias que hacen que se repitan los mismos casos en residencias, como en el señalado.


¿Nos hemos aburrido, nos hemos apuntado al fatalismo del sea lo que Dios quiera? Esto es una carrera de fondo en un país en el que se cuenta en puentes y festivos, en vacaciones. Nuestro horizonte era el verano y seguimos si afrontar lo que hay al otro lado de agosto, con el sí o sí de los trabajos y la amenaza de los confinamientos de barrios, pueblos, ciudades o autonomías enteras. Todas nuestras especulaciones, nuestros debates de si se podía pasar de una población a otra, de la Autonomía A a la B se han quedado en pura imaginación ante la realidad creciente y molesta.
Nos estamos consolando con que, como son más jóvenes los pacientes, no hay tanta víctima y, lo que importa, no se colapsa el sistema sanitario. Pero, sí, la verdad es que sí importa.


El caos norteamericano debería enseñarnos algo. Deberíamos haber aprendido algo en este espinoso camino hacia el vacío doloroso del aislamiento voluntario antes que sea obligado; a dejar de discutir si la mascarilla es molesta, da calor o urticaria; de contar los centímetros que nos deben separar de los otros o cuántos pueden estar en una fiesta sin incumplir las normas. Deberíamos dejarnos de tonterías unos y de discutir otros para alcanzar una eficacia que depende de todos. A diferencia de otras situaciones, aquí el que incumple es un peligro para todo el sistema. Lo que unos hacen se ve desbaratado por las conductas irresponsables.
Es fundamental la buena coordinación entre administraciones y estamentos, que cumplan como equipos que comparten información y experiencia. No se puede seguir cada uno por su cuenta en este laberinto administrativo que hemos creado.
No son admisibles ya los casos de las residencias, mientras los responsables del desaguisado mortal se han ido pasando la pelota en lo que ha resultado ser un negocio para muchos. No es admisible que los que están en primera línea sigan sin las protecciones adecuadas y se les siga toreando con promesas que apenas se cumplen. No es, finalmente, admisible que alguien —de cualquier edad o residencia— siga ignorando impunemente la responsabilidad hacia los demás que tenemos en una sociedad digna de ser llamada por ese nombre.
Hay preocupación en aquellos que son capaces de preocuparse. Los demás siguen igual. Está claro que nuestros sueños vencedores no lo son tanto y que lo que ganas un día, lo pierdes al día siguiente en cuanto te relajas, que hay que apuntar lo que funciona y lo que no porque se nos olvida pronto.
Las playas no son las soñadas, como recuerdan los policías que deben vigilarlas; el Metro no es el espacio vacío que nos muestra su página-web, donde casi da miedo de lo vacío que está; y las residencias tampoco son ese espacio seguro, pasada la primera ola, que debieran ser. Nuestros sueños, sin inteligencia y voluntad, son solo eso, sueños, que pasan a convertirse en pesadillas, que es el nombre con el que a veces llamamos a la realidad.



* "La política de dispersión de ancianos por el Covid-19 origina un brote en otra residencia" La Vanmguardia 10/08/2020 https://www.lavanguardia.com/local/madrid/20200810/482756251984/gestion-madrid-dispersion-ancianos-segundo-brote.html
** "Piden el cierre de la unidad de playas de la Guardia Urbana tras detectar 3 positivos" La Vanguardia 10/08/2020 https://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20200810/482753754324/cerrar-unidad-playas-guardia-urbana-barcelona-positivos-coronavirus.html






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