Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La Vanguardia
vuelve a retomar el caso de la batalla campal entre veraneantes madrileños y
jóvenes locales, que les increparon como "culpables" de llevar el
virus a sus impolutas costas turísticas gallegas. Recuerda otros casos en los
que la pandemia está sirviendo para estigmatizar a los de Madrid en diversos
lugares. Los psicólogos y sociólogos citados, muy sesudos ellos, lo ven
"lógico", una reacción a la situación. No sé si mañana dirán lo mismo
cuando haya un muerto o le prendan fuego al chalet de algún turista, quemen
coches o cualquier otro caso de "justicia" popular. Los mismos que
estaban practicando el ocio nocturno se enfrentan a los que vienen a disfrutar
de su ocio en las mismas condiciones.
Recogen
en el diario:
Y es que aunque ahora las instrucciones de
las autoridades son claras –a quienes residan en áreas afectadas por rebrotes
se les recomienda no desplazarse si no es imprescindible–, lo cierto es que los
vaivenes de las distintas administraciones han creado confusión y desconfianza
entre la población. Sin ir más lejos, la Xunta de Galicia tomó la determinación
de establecer un control de los viajeros procedentes de Aragón, Catalunya,
Navarra, País Vasco y Madrid, así como del vecino Portugal, al que esta semana
sacó de la lista como también hizo con La Rioja. ¿Qué mensaje se transmite a
los residentes? ¿Qué interpretación se hubiera hecho si esta medida se hubiese
tomado en comunidades autónomas que reclaman su derecho a la autodeterminación?
“El problema son las generalizaciones: asumir
que cualquier persona que proceda de un foco de contagio es un peligro. Esto es
peligrosísimo en un contexto marcado por el debate territorial, que marca la
agenda política en España desde hace varios años”, opina el filósofo Miquel
Seguró. La contención del virus depende de la actitud ética de cada persona, y
no de su nacionalidad, defiende el filósofo. “La Covid no depende de la piel,
la raza, el sexo o la ideología política de las personas”, insiste, por lo que
no conviene estigmatizar colectivos ni hacer una lectura política de la
situación. “Caeríamos en la falacia de tomar la parte por el todo”.*
Muy
sensato. Pero la llamada "agenda política" española ha consistido precisamente en
la queja permanente contra el "centro", en este caso, Madrid,
realizándose varias operaciones retóricas que el lenguaje permite. Al final,
los políticos venden de forma épica que son luchadores contra Madrid, que se
enfrentan diariamente al centralismo envidioso que hace que no alcancen sus
metas, que les roben, que les quiten lo que es suyo o a lo que tienen derecho.
Todo eso, como bien señala Miquel Seguró, acaba convirtiéndose en acción, en
cruzada contra el invasor.
Esto no
ocurre solo aquí. Lo vemos allí donde los gobiernos están fracasando en sus
políticas. Es lo que han hecho, sin vergüenza alguna, en Líbano para tapar la
desidia de años con unos explosivos almacenados en un puerto. No le ha faltado
al presidente libanés tiempo para echar la culpa a terceros tratando de recoger los
odios desde hace tanto tiempo sembrados en un país divido hasta el dolor más
extremo. Lo mismo ha hecho Trump con sus múltiples excusas y embustes para
tratar de tapar su ignorancia y narcisismo inoperante ante el desastre gigantesco del coronavirus en USA.
La cita
que cierra el artículo de La Vanguardia es de otro filósofo preguntado:
“Somos vulnerables e interdependientes, y la
enfermedad forma parte de la condición humana. Todos dependeremos en algún
momento de los cuidados de alguien, así que no podemos deshumanizar a los
enfermos. El virus da la vuelta al planeta y es un error de juicio culpar a la
gente, además de peligroso. Ojalá esta pandemia sirviese para fomentar el
altruismo, porque la supervivencia de cada uno depende de los demás”, concluye
el filósofo Eduardo Infante.*
Es cierto. Nos estamos deshumanizando al convertir a los demás en "otros", negando el vínculo y exacerbando las diferencias hasta la negación, hasta dejar de sentirnos parte de lo mismo. Nuestro barco, para bien y para mal, es el mismo. La diferencia en cómo reaccionamos viene determinada precisamente por el sentido de responsabilidad de los unos respecto a los otros.
Se ha insistido en esto, pero en tiempos de egoísmo como son los nuestros no es fácil crear una ética de los común, de la identidad. Es precisamente en la diferencia en lo que se insiste y el coronavirus lo ha dejado al descubierto con toda su crudeza.
Me
parece sensato en un mundo que está cada vez más enloquecido, en el que sigue
saliendo lo peor de las personas pese a los eslóganes buenistas que nos quieren convertir en héroes cotidianos, cuando
estos son realmente muy pocos y suelen gustar del silencio y la discreción. Lo
que brilla es lo contrario, las formas de responsabilizar a los otros y los
conflictos latentes que estallan en cuanto que tienen ocasión. Se trata de
canalizar, de gestionar dolor y frustración. Pero transformarlo en odio es muy
peligroso. Y es lo que suele generar el miedo, una respuesta violenta.
De
ciudadanos del mundo global estamos convirtiéndonos en animales territoriales;
nos falta orinar en las esquinas de nuestras casas para marcar el territorio.
Ya enseñamos los dientes al que pasa junto a nuestras puertas y le seguimos con
la mirada hasta que se aleja. Los coronavirus, por el contrario, no entienden
de eso. Quizá por ello las mayores fuentes de contagio sean las menos
esperadas, las de familiares y amigos, los que pueblan nuestro territorio. Es una paradoja que lo que el instinto te diga "júntate con los tuyos", con
los que menos prevención tienes, y de allí salgas contagiado.
Me
emocionó escuchar voces de niños riéndose mientras se daban un chapuzón en una
piscina. Las voces llegaban detrás de un seto impidiendo una imagen necesaria de
aquella alegría, aunque fuera inocente. Hace falta alegría, no distracción o entretenimiento, que cumplen otra función. La alegría es una fuente de energía, una motivación, ganas de seguir. Hace falta querer arreglar las cosas, no esconder
la cabeza o retirar la vista, no escapar de la responsabilidad señalando a otros. Para ello hace falta ser conscientes de lo que
nos jugamos y querer salvarlo; te tienen que importar los demás para poder
salir adelante. Si no estamos unidos ante un desastre de tamaño tan enorme,
¿ante qué lo estaremos?
* Juan
Manuel García "La ansiedad por el contagio agita el miedo al forastero:
“Venís a traernos el virus” La Vanguardia 9/08/2020
https://www.lavanguardia.com/vida/20200809/482739087083/ansiedad-contagio-agita-miedo-forastero-venis-traernos-virus.html
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