domingo, 9 de agosto de 2020

Alegría

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La Vanguardia vuelve a retomar el caso de la batalla campal entre veraneantes madrileños y jóvenes locales, que les increparon como "culpables" de llevar el virus a sus impolutas costas turísticas gallegas. Recuerda otros casos en los que la pandemia está sirviendo para estigmatizar a los de Madrid en diversos lugares. Los psicólogos y sociólogos citados, muy sesudos ellos, lo ven "lógico", una reacción a la situación. No sé si mañana dirán lo mismo cuando haya un muerto o le prendan fuego al chalet de algún turista, quemen coches o cualquier otro caso de "justicia" popular. Los mismos que estaban practicando el ocio nocturno se enfrentan a los que vienen a disfrutar de su ocio en las mismas condiciones.
Recogen en el diario:

Y es que aunque ahora las instrucciones de las autoridades son claras –a quienes residan en áreas afectadas por rebrotes se les recomienda no desplazarse si no es imprescindible–, lo cierto es que los vaivenes de las distintas administraciones han creado confusión y desconfianza entre la población. Sin ir más lejos, la Xunta de Galicia tomó la determinación de establecer un control de los viajeros procedentes de Aragón, Catalunya, Navarra, País Vasco y Madrid, así como del vecino Portugal, al que esta semana sacó de la lista como también hizo con La Rioja. ¿Qué mensaje se transmite a los residentes? ¿Qué interpretación se hubiera hecho si esta medida se hubiese tomado en comunidades autónomas que reclaman su derecho a la autodeterminación?
“El problema son las generalizaciones: asumir que cualquier persona que proceda de un foco de contagio es un peligro. Esto es peligrosísimo en un contexto marcado por el debate territorial, que marca la agenda política en España desde hace varios años”, opina el filósofo Miquel Seguró. La contención del virus depende de la actitud ética de cada persona, y no de su nacionalidad, defiende el filósofo. “La Covid no depende de la piel, la raza, el sexo o la ideología política de las personas”, insiste, por lo que no conviene estigmatizar colectivos ni hacer una lectura política de la situación. “Caeríamos en la falacia de tomar la parte por el todo”.*



Muy sensato. Pero la llamada "agenda política" española ha consistido precisamente en la queja permanente contra el "centro", en este caso, Madrid, realizándose varias operaciones retóricas que el lenguaje permite. Al final, los políticos venden de forma épica que son luchadores contra Madrid, que se enfrentan diariamente al centralismo envidioso que hace que no alcancen sus metas, que les roben, que les quiten lo que es suyo o a lo que tienen derecho. Todo eso, como bien señala Miquel Seguró, acaba convirtiéndose en acción, en cruzada contra el invasor. 
Esto no ocurre solo aquí. Lo vemos allí donde los gobiernos están fracasando en sus políticas. Es lo que han hecho, sin vergüenza alguna, en Líbano para tapar la desidia de años con unos explosivos almacenados en un puerto. No le ha faltado al presidente libanés tiempo para echar la culpa a terceros tratando de recoger los odios desde hace tanto tiempo sembrados en un país divido hasta el dolor más extremo. Lo mismo ha hecho Trump con sus múltiples excusas y embustes para tratar de tapar su ignorancia y narcisismo inoperante ante el desastre gigantesco del coronavirus en USA.
La cita que cierra el artículo de La Vanguardia es de otro filósofo preguntado:

“Somos vulnerables e interdependientes, y la enfermedad forma parte de la condición humana. Todos dependeremos en algún momento de los cuidados de alguien, así que no podemos deshumanizar a los enfermos. El virus da la vuelta al planeta y es un error de juicio culpar a la gente, además de peligroso. Ojalá esta pandemia sirviese para fomentar el altruismo, porque la supervivencia de cada uno depende de los demás”, concluye el filósofo Eduardo Infante.*



Es cierto. Nos estamos deshumanizando al convertir a los demás en "otros", negando el vínculo y exacerbando las diferencias hasta la negación, hasta dejar de sentirnos parte de lo mismo. Nuestro barco, para bien y para mal, es el mismo. La diferencia en cómo reaccionamos viene determinada precisamente por el sentido de responsabilidad de los unos respecto a los otros. 
Se ha insistido en esto, pero en tiempos de egoísmo como son los nuestros no es fácil crear una ética de los común, de la identidad. Es precisamente en la diferencia en lo que se insiste y el coronavirus lo ha dejado al descubierto con toda su crudeza.
Me parece sensato en un mundo que está cada vez más enloquecido, en el que sigue saliendo lo peor de las personas pese a los eslóganes buenistas que nos quieren convertir en héroes cotidianos, cuando estos son realmente muy pocos y suelen gustar del silencio y la discreción. Lo que brilla es lo contrario, las formas de responsabilizar a los otros y los conflictos latentes que estallan en cuanto que tienen ocasión. Se trata de canalizar, de gestionar dolor y frustración. Pero transformarlo en odio es muy peligroso. Y es lo que suele generar el miedo, una respuesta violenta.


De ciudadanos del mundo global estamos convirtiéndonos en animales territoriales; nos falta orinar en las esquinas de nuestras casas para marcar el territorio. Ya enseñamos los dientes al que pasa junto a nuestras puertas y le seguimos con la mirada hasta que se aleja. Los coronavirus, por el contrario, no entienden de eso. Quizá por ello las mayores fuentes de contagio sean las menos esperadas, las de familiares y amigos, los que pueblan nuestro territorio. Es una paradoja que lo que el instinto te diga "júntate con los tuyos", con los que menos prevención tienes, y de allí salgas contagiado.
Me emocionó escuchar voces de niños riéndose mientras se daban un chapuzón en una piscina. Las voces llegaban detrás de un seto impidiendo una imagen necesaria de aquella alegría, aunque fuera inocente. Hace falta alegría, no distracción o entretenimiento, que cumplen otra función. La alegría es una fuente de energía, una motivación, ganas de seguir. Hace falta querer arreglar las cosas, no esconder la cabeza o retirar la vista, no escapar de la responsabilidad señalando a otros. Para ello hace falta ser conscientes de lo que nos jugamos y querer salvarlo; te tienen que importar los demás para poder salir adelante. Si no estamos unidos ante un desastre de tamaño tan enorme, ¿ante qué lo estaremos? 



* Juan Manuel García "La ansiedad por el contagio agita el miedo al forastero: “Venís a traernos el virus” La Vanguardia 9/08/2020 https://www.lavanguardia.com/vida/20200809/482739087083/ansiedad-contagio-agita-miedo-forastero-venis-traernos-virus.html

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