viernes, 28 de agosto de 2020

La batalla de la educación

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El consenso de las medidas de prevención, un protocolo común, para la apertura de las escuelas y el inicio del curso no logra acallar un hecho que afecta a casi toda la sociedad. Medios y grupos analizan micrométricamente la letra grande y la letra pequeña del acuerdo y además lo que falta, la "no letra". Así que unos se preocupan por lo que dice y otros por lo que no dicen; unos por lo que hay y otros por lo que falta.
Las escuelas pasan a ser un terreno conflictivo que el verano había apaciguado por la preocupación por terracitas, sombrillas y demás accesorios turísticos. Pasa la epidemia veraniega toca la escolar. Desgraciadamente nuestra política recoge problemas no para solucionarlos sino para tirárselos a la cabeza. En el caso de las escuelas y el coronavirus que va de oyente, pero es probable que no se pierda una clase.
El sistema del compartimentado y rastreo tienen un problema de fondo. Si hay diez niños en una clase y detectan que uno está contagiado, los otros nueve se van a su casa en cuarentena, una cuarentena que no afecta al niño, sino a toda su familia y contactos. Y es ahí donde se pierde el control y nos empezaremos a encontrar con los problemas, porque nadie quiere quedarse en casa, la mayoría de las veces, supongo, por motivos laborales, pero hemos tenido muchos casos de gente que no se querían perder el ocio de sus vidas, esos esenciales momentos triviales sin los que no pueden vivir.
Cuando el niño o niña llegan a casa con la notita de "su hijo está contagiado de COVID-19. Absténgase de traerlo al centro hasta dentro de 14 días" firmada por el director del colegio o la enfermera adjunta, el protocolo dice que los que están con ellos, al igual que el resto de la clase, tengan fiebre, tos, mala cara o cualquier otro síntoma se tendrían que poner en cuarentena. Y ahí es donde empiezan a fallar los cálculos.


No sé si los rastreadores militares que ahora se incorporan a las Autonomías tendrán más suerte que los poquitos rastreadores anteriores. Me imagino que el pacto se irá extendiendo: "tú no digas que has estado conmigo y yo no diré que has estado conmigo". Si no tienes síntomas, te callas. Eso de me encierro por si las moscas, me temo que no va a funcionar. Los nueve padres restantes pensarán: "Por un maldito niño, ¿mi hijo o hija tiene que dejar de ir al cole? ¿Tenemos que quedarnos en casa, sin ir a trabajar, porque otro alumno se ha contagiado? ¡Que se queden ellos!" No es ciencia ficción. Las denuncias contra personas que tenían que estar en cuarentena y no lo estaban por motivos varios han ido subiendo.
La idea de la "burbuja" es muy bonita hasta que se convierte en "celda" y a la pompa le salen barrotes. Se protege a las otras burbujas, pero a los que les ha tocado el marrón, a esos le confinan hasta que salte la luz verde del final de la cuarentena.


Cometemos el error de pensar la pandemia en términos de espacios o áreas. Tremendo error porque no son los espacios o las actividades los que definen esto. Somos nosotros los que tenemos dimensiones múltiples, todas ellas activas, entrecruzadas, posibilitando los saltos entre actividades a través de esos puntos (los nodos de una red) conectados.
El niño contagiado en la escuela lo ha sido en la escuela o en su casa o en el parque o en un cumpleaños o en la residencia de su abuela o en... Lo ha podido coger de su padre o madre, que a su vez lo han pillado en el transporte público o en sus trabajos, donde lo llevó el amigo con el que fuman fuera de la empresa que lo cogió del repartidor al que se lo habían pegado cuando fue a recoger su moto al taller, cuyo jefes había estado en un funeral de una tía suya del que resultaron doce contagiados de cuatro provincias distintas, por las que fueron repartidos los coronavirus. ¿Entendemos la tarea imposible de los rastreadores más allá del primer círculo?
Pero para estar en cuarentena, nos dicen, no hace falta estar contagiado. Las dos semanas son por si acaso, por lo que muchos que no notan síntomas prefieren no hacerse los test PCR. Siempre podrán esgrimir que ellos "no sabían", que "no se enteraron"... porque no notaron nada. Para hacer el aislamiento no hace falta notar nada; es una forma de prevención que nos podrían estar pidiendo hacer según entramos y salimos de múltiples cuarentenas. ¿Quién sabe hasta dónde llega la larga cadena de los contactos? La palabra misma es engañosa porque tendemos a recordar a los que conocemos, pero ignoramos a los desconocidos, a aquellos con los que también tenemos contacto pero no memorizamos porque son un mero accidente. Pero ahora ese "contacto" puede ser esencial. Es decir, sabemos quiénes son los compañeros de esas clases burbujas, pero ahí los niños están solo unas pocas horas del día. No sabemos con quién juegan en el parque o celebran los cumpleaños propios de la familia. Espero que pronto salgan los expertos, psicólogos y pedagogos, a decir que es importante para la salud mental de los niños celebrar sus cumpleaños con los amiguitos; poco después, el gobierno saldrá a decir que el número máximo de asistentes no debe exceder de 10, de los cuales la mitad deben ser de su burbuja. Al tiempo.


Hay padres que se resisten a aceptar el infantil concepto de "seguridad" exhibido por algunos políticos del presidente para abajo. RTVE hablaba esta mañana de "padres policías" en sus rótulos para definir a aquellos que van a "vigilar" que las condiciones señaladas se cumplan y si no es así sacar a sus hijos del centro. Los debates escolares van desde los que denuncian que los niños tendrán limitaciones por la pérdida de clases del curso anterior hasta los apocalípticos que hablan de una "generación perdida".
Me preocupa esa idea que se ha dejado caer,  que habrá cierta resistencia a cerrar los centros asegurando la presencialidad en las aulas y evitando cerrar los centros. Es un reconocimiento implícito de que los casos van a empezar a saltar como un coro de alarmas en un estacionamiento de coches. Como el concepto es, como ya estamos acostumbrados, de enorme ambigüedad, la discusión se acabará produciendo entre los padres y el centro, y dentro de los propios centros entre el mismo profesorado y personal.
Pero todo esto no es nada frente al próximo debate el de institutos y de la enseñanza universitaria, donde será con adolescentes con quien se trate, por definición, mucho menos controlables que los niños. Aquí la idea de "burbuja" es irrealizable y, además, la interacción social y la movilidad espacial aumenta. A los estudiantes universitarios no se les lleva de casa al colegio y del colegio a casa. Algunos disponen de transporte propio, pero la gran mayoría, especialmente en las universidades, deben recorrer distancias que pueden implicar viajes de una a dos horas.
Ahora mismo, en algunos países, las universidades han tomado decisiones claras respecto a la forma de la docencia. Muchos se han dado cuenta que es a cara o cruz. Se apuesta como algunas por un curso online, decisión que tomaron hace varios meses, o por un curso presencial reducido. Pero eso significa reducciones de los ingresos, dado que además la reducción de los alumnos extranjeros se piensa drástica. El problema de las Universidades españolas es, como siempre, la indefinición y el querer quedarse con todas las opciones, algo que finalmente se vuelve contra ti.


Los números dicen que el mayor número de contagios se ha estado produciendo en la población entre 20 y 35 años, que es justamente la universitaria. La concentración del riesgo es mucho más elevada que en cualquier otro grupo precisamente porque es la que tiene mayor movilidad social —la mayoría no viven cerca de la Universidad, al contrarios de escuelas e institutos—, realizan los viajes en transporte público en horas concentradas (coincide con los horarios laborales), y tienen además una alta tasa de interacciones entre ellos y cada uno, a su vez, con sus propios grupos de edad, además de las familias. Los escolares son fácilmente controlables por la vigilancia parental; los universitarios no lo son y tienen una amplia vida social. Aquí no hay, además burbuja alguna que haga, como dice el ministro Illa de las escuelas, un entorno más seguro que sus casas. De nada sirve tener una escuela segura si luego vas a tu casa insegura por un camino inseguro junto a personas sin seguridad. En la Universidad e Institutos todo este control desaparece por la intensa vida social. Las burbujas se deshacen según se sale del aula a la calle. Puedes controlar lo que ocurra dentro; fuera, todo queda al azar.
Escucho esgrimir argumentos de todo tipo, psicológicos, el derecho a la educación, etc. Todos prescinden de una realidad: el peor estudiante es el estudiante muerto. Por azares biológicos, las cifras dicen que es más fácil que muera el profesor que el alumno, que a lo sumo quedará un poco tocado, algunos fallecerán para que no parezca ojeriza, pero otros seguirán su camino con o sin mascarilla, con o sin distancia de seguridad.


No creo que se haya evaluado la presión psicológica que se va a crear en el entorno educativo: ansiedad, depresión, angustia, estrés, etc. que no es el mejor estado para dar clases. Todo se ha visto, como siempre desde fuera o desde las necesidades de terceros (por ejemplo, el problema de la conciliación), pero vamos a asistir a un tenso duelo, creciente con la edad, entre los que se piensan a salvo y los que se ven más vulnerables por su edad, mayor exposición, etc. Los sindicatos profesionales van a saltar pronto preguntando por la salud de los docentes en todas las escalas en cuanto se empiece a  hacer estudios en este sentido.
De nuevo enfocamos mal el problema, como cuestiones derechos. Es como toda enfermedad mortal cuestión de supervivencia. Y si no se satisface ese principio, los conflictos están asegurados, de la misma forma que los sanitarios acabaron estallando cuando se dieron cuenta que su sacrificios y contagios les importan muy poco a los que celebran despedidas de soltero, botellones, funerales y cumpleaños, etc.
La presión psicológica va a ir en aumento en cuanto que empiecen los casos. En la universidad, me consta, se han acelerado las jubilaciones de personas de pasado los 60 años entran en riesgo y no están dispuestos a acabar su vida docente de esta manera. Han sido los primeros, pero va a haber conflictos en cuanto salgas de un aula y te encuentres con un grupo que incumpla las reglas porque consideran que ya ha acabado su deber de prevención, sin entender que el de todos son las 24 horas.


Hay que invertir más en concienciación, en explicar que no hay entorno seguro si las personas no se aseguran de ello; que cualquier espacio o actividad es un riesgo si el que limpia no lo hace como debe, el que se sienta después no se limpia y se relaciona con los demás sin mascarilla porque ya nadie les ve. Hay que invertir en lo que más nos cuesta: en conciencia ciudadana, en responsabilidad.
Pero no tengo mucha confianza en un mundo en el que se da la vida por una cerveza o un café, solo tienes cuidado cuando te miran y todo te importa un bledo. En el que se piensa que como se ha pasado ya todo da igual (sabemos que no es verdad), que es cosa de viejos o que todo se resuelve con un eslogan bonito y una campaña publicitaria. 
Se avecinan tiempos duros. Los rebrotes brutales lo anticipan. Esto está durando demasiado para las mentalidades caprichosas de algunos, para los que solo existe el momento y mañana se verá. 
Mientras no seamos conscientes de que todos cuidamos de todos cuidando de nosotros mismos, habrá poco que hacer y será cuestión de tiempo o suerte. Pero conseguirlo es un milagro en una sociedad como la nuestra, como ha quedado visto en el desastre de la "nueva normalidad". 
Habría que cambiar muchas prioridades, respetar más a los demás y comprometerse con el conjunto. Y eso no se improvisa. ¡Suerte!


Lea las medidas pactadas aquí:   "Estas son las medidas definitivas de vuelta al cole propuestas por Sanidad y Educación" ABC 27/08/2020 https://www.abc.es/sociedad/abci-estas-medidas-definitivas-vuelta-cole-propuestas-sanidad-y-educacion-202008271132_noticia.html

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