Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
consenso de las medidas de prevención, un protocolo común, para la apertura de
las escuelas y el inicio del curso no logra acallar un hecho que afecta a casi
toda la sociedad. Medios y grupos analizan micrométricamente la letra grande y
la letra pequeña del acuerdo y además lo que falta, la "no letra".
Así que unos se preocupan por lo que dice y otros por lo que no dicen; unos por
lo que hay y otros por lo que falta.
Las
escuelas pasan a ser un terreno conflictivo que el verano había apaciguado por
la preocupación por terracitas, sombrillas y demás accesorios turísticos. Pasa
la epidemia veraniega toca la escolar. Desgraciadamente nuestra política recoge
problemas no para solucionarlos sino para tirárselos a la cabeza. En el caso de
las escuelas y el coronavirus que va de oyente, pero es probable que no se
pierda una clase.
El
sistema del compartimentado y rastreo tienen un problema de fondo. Si hay diez
niños en una clase y detectan que uno está contagiado, los otros nueve se van a
su casa en cuarentena, una cuarentena que no afecta al niño, sino a toda su
familia y contactos. Y es ahí donde se pierde el control y nos empezaremos a
encontrar con los problemas, porque nadie quiere quedarse en casa, la mayoría de
las veces, supongo, por motivos laborales, pero hemos tenido muchos casos de
gente que no se querían perder el ocio de sus vidas, esos esenciales momentos triviales
sin los que no pueden vivir.
Cuando
el niño o niña llegan a casa con la notita de "su hijo está contagiado de
COVID-19. Absténgase de traerlo al centro hasta dentro de 14 días" firmada
por el director del colegio o la enfermera adjunta, el protocolo dice que los
que están con ellos, al igual que el resto de la clase, tengan fiebre, tos, mala
cara o cualquier otro síntoma se tendrían que poner en cuarentena. Y ahí es
donde empiezan a fallar los cálculos.
No sé
si los rastreadores militares que ahora se incorporan a las Autonomías tendrán
más suerte que los poquitos rastreadores anteriores. Me imagino que el pacto se
irá extendiendo: "tú no digas que has estado conmigo y yo no diré que has
estado conmigo". Si no tienes síntomas, te callas. Eso de me encierro por
si las moscas, me temo que no va a funcionar. Los nueve padres restantes
pensarán: "Por un maldito niño, ¿mi hijo o hija tiene que dejar de ir al
cole? ¿Tenemos que quedarnos en casa, sin ir a trabajar, porque otro alumno se
ha contagiado? ¡Que se queden ellos!" No es ciencia ficción. Las denuncias
contra personas que tenían que estar en cuarentena y no lo estaban por motivos
varios han ido subiendo.
La idea
de la "burbuja" es muy bonita hasta que se convierte en
"celda" y a la pompa le salen barrotes. Se protege a las otras
burbujas, pero a los que les ha tocado el marrón, a esos le confinan hasta que
salte la luz verde del final de la cuarentena.
Cometemos
el error de pensar la pandemia en términos de espacios o áreas. Tremendo error
porque no son los espacios o las actividades los que definen esto. Somos
nosotros los que tenemos dimensiones múltiples, todas ellas activas,
entrecruzadas, posibilitando los saltos entre actividades a través de esos
puntos (los nodos de una red) conectados.
El niño
contagiado en la escuela lo ha sido en
la escuela o en su casa o en el
parque o en un cumpleaños o en la residencia de su abuela o en... Lo ha podido
coger de su padre o madre, que a su vez lo han pillado en el transporte público
o en sus trabajos, donde lo llevó el amigo con el que fuman fuera de la empresa
que lo cogió del repartidor al que se lo habían pegado cuando fue a recoger su
moto al taller, cuyo jefes había estado en un funeral de una tía suya del que
resultaron doce contagiados de cuatro provincias distintas, por las que fueron
repartidos los coronavirus. ¿Entendemos la tarea imposible de los rastreadores
más allá del primer círculo?
Pero
para estar en cuarentena, nos dicen, no hace falta estar contagiado. Las dos
semanas son por si acaso, por lo que muchos que no notan síntomas prefieren no
hacerse los test PCR. Siempre podrán esgrimir que ellos "no sabían",
que "no se enteraron"... porque no notaron nada. Para hacer el
aislamiento no hace falta notar nada; es una forma de prevención que nos
podrían estar pidiendo hacer según entramos y salimos de múltiples cuarentenas.
¿Quién sabe hasta dónde llega la larga cadena de los contactos? La palabra misma
es engañosa porque tendemos a recordar a los que conocemos, pero ignoramos a
los desconocidos, a aquellos con los que también tenemos contacto pero no
memorizamos porque son un mero accidente. Pero ahora ese "contacto"
puede ser esencial. Es decir, sabemos quiénes son los compañeros de esas clases
burbujas, pero ahí los niños están solo unas pocas horas del día. No sabemos
con quién juegan en el parque o celebran los cumpleaños propios de la familia.
Espero que pronto salgan los expertos, psicólogos y pedagogos, a decir que es
importante para la salud mental de los niños celebrar sus cumpleaños con los
amiguitos; poco después, el gobierno saldrá a decir que el número máximo de asistentes
no debe exceder de 10, de los cuales la mitad deben ser de su burbuja. Al
tiempo.
Hay
padres que se resisten a aceptar el infantil concepto de "seguridad"
exhibido por algunos políticos del presidente para abajo. RTVE hablaba esta
mañana de "padres policías" en sus rótulos para definir a aquellos
que van a "vigilar" que las condiciones señaladas se cumplan y si no
es así sacar a sus hijos del centro. Los debates escolares van desde los que
denuncian que los niños tendrán limitaciones
por la pérdida de clases del curso anterior hasta los apocalípticos que hablan
de una "generación perdida".
Me
preocupa esa idea que se ha dejado caer, que habrá cierta resistencia a cerrar los
centros asegurando la presencialidad
en las aulas y evitando cerrar los centros. Es un reconocimiento implícito de
que los casos van a empezar a saltar como un coro de alarmas en un
estacionamiento de coches. Como el concepto es, como ya estamos acostumbrados,
de enorme ambigüedad, la discusión se acabará produciendo entre los padres y el
centro, y dentro de los propios centros entre el mismo profesorado y personal.
Pero
todo esto no es nada frente al próximo debate el de institutos y de la enseñanza
universitaria, donde será con adolescentes con quien se trate, por definición,
mucho menos controlables que los niños. Aquí la idea de "burbuja" es
irrealizable y, además, la interacción social y la movilidad espacial aumenta.
A los estudiantes universitarios no se les lleva de casa al colegio y del
colegio a casa. Algunos disponen de transporte propio, pero la gran mayoría,
especialmente en las universidades, deben recorrer distancias que pueden
implicar viajes de una a dos horas.
Ahora
mismo, en algunos países, las universidades han tomado decisiones claras
respecto a la forma de la docencia. Muchos se han dado cuenta que es a cara o
cruz. Se apuesta como algunas por un curso online, decisión que tomaron hace
varios meses, o por un curso presencial reducido. Pero eso significa
reducciones de los ingresos, dado que además la reducción de los alumnos
extranjeros se piensa drástica. El problema de las Universidades españolas es,
como siempre, la indefinición y el querer quedarse con todas las opciones, algo
que finalmente se vuelve contra ti.
Los
números dicen que el mayor número de contagios se ha estado produciendo en la
población entre 20 y 35 años, que es justamente la universitaria. La
concentración del riesgo es mucho más elevada que en cualquier otro grupo
precisamente porque es la que tiene mayor movilidad social —la mayoría no viven
cerca de la Universidad, al contrarios de escuelas e institutos—, realizan los
viajes en transporte público en horas concentradas (coincide con los horarios
laborales), y tienen además una alta tasa de interacciones entre ellos y cada
uno, a su vez, con sus propios grupos de edad, además de las familias. Los
escolares son fácilmente controlables por la vigilancia parental; los
universitarios no lo son y tienen una amplia vida social. Aquí no hay, además
burbuja alguna que haga, como dice el ministro Illa de las escuelas, un entorno
más seguro que sus casas. De nada sirve tener una escuela segura si luego vas a
tu casa insegura por un camino inseguro junto a personas sin seguridad. En la
Universidad e Institutos todo este control desaparece por la intensa vida
social. Las burbujas se deshacen según se sale del aula a la calle. Puedes
controlar lo que ocurra dentro; fuera, todo queda al azar.
Escucho
esgrimir argumentos de todo tipo, psicológicos, el derecho a la educación, etc.
Todos prescinden de una realidad: el peor estudiante es el estudiante muerto.
Por azares biológicos, las cifras dicen que es más fácil que muera el profesor
que el alumno, que a lo sumo quedará un poco tocado, algunos fallecerán para
que no parezca ojeriza, pero otros seguirán su camino con o sin mascarilla, con
o sin distancia de seguridad.
No creo
que se haya evaluado la presión psicológica que se va a crear en el entorno
educativo: ansiedad, depresión, angustia, estrés, etc. que no es el mejor estado para dar clases. Todo se ha visto, como siempre desde fuera o desde las necesidades
de terceros (por ejemplo, el problema de la conciliación), pero vamos a asistir
a un tenso duelo, creciente con la edad, entre los que se piensan a salvo y los
que se ven más vulnerables por su edad, mayor exposición, etc. Los sindicatos profesionales van a saltar pronto preguntando por la salud de los docentes en todas las escalas en cuanto se empiece a hacer estudios en este sentido.
De
nuevo enfocamos mal el problema, como cuestiones derechos. Es como toda
enfermedad mortal cuestión de supervivencia.
Y si no se satisface ese principio, los conflictos están asegurados, de la
misma forma que los sanitarios acabaron estallando cuando se dieron cuenta que
su sacrificios y contagios les importan muy poco a los que celebran despedidas
de soltero, botellones, funerales y cumpleaños, etc.
La
presión psicológica va a ir en aumento en cuanto que empiecen los casos. En la
universidad, me consta, se han acelerado las jubilaciones de personas de pasado
los 60 años entran en riesgo y no están dispuestos a acabar su vida docente de
esta manera. Han sido los primeros, pero va a haber conflictos en cuanto salgas
de un aula y te encuentres con un grupo que incumpla las reglas porque
consideran que ya ha acabado su deber de prevención, sin entender que el de
todos son las 24 horas.
Hay que
invertir más en concienciación, en explicar que no hay entorno seguro si las
personas no se aseguran de ello; que cualquier espacio o actividad es un riesgo
si el que limpia no lo hace como debe, el que se sienta después no se limpia y
se relaciona con los demás sin mascarilla porque ya nadie les ve. Hay que
invertir en lo que más nos cuesta: en conciencia ciudadana, en responsabilidad.
Pero no
tengo mucha confianza en un mundo en el que se da la vida por una cerveza o un café,
solo tienes cuidado cuando te miran y todo te importa un bledo. En el que se
piensa que como se ha pasado ya todo da igual (sabemos que no es verdad), que
es cosa de viejos o que todo se resuelve con un eslogan bonito y una campaña
publicitaria.
Se
avecinan tiempos duros. Los rebrotes brutales lo anticipan. Esto está durando
demasiado para las mentalidades caprichosas de algunos, para los que solo
existe el momento y mañana se verá.
Mientras no seamos conscientes de que todos cuidamos de todos cuidando de nosotros mismos, habrá poco que hacer y será cuestión de tiempo o suerte. Pero conseguirlo es un milagro en una sociedad como la nuestra, como ha quedado visto en el desastre de la "nueva normalidad".
Habría que cambiar muchas prioridades, respetar más a los demás y comprometerse con el conjunto. Y eso no se improvisa. ¡Suerte!
Lea las medidas pactadas aquí: "Estas son las medidas definitivas de vuelta al cole propuestas por Sanidad y Educación" ABC 27/08/2020 https://www.abc.es/sociedad/abci-estas-medidas-definitivas-vuelta-cole-propuestas-sanidad-y-educacion-202008271132_noticia.html
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