Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Una de
las cosas más elementales en creación de normas de cualquier tipo es su
redacción. Estamos acostumbrados a lo que en los términos jurídicos se suele
denominar "el espíritu de la ley", no siempre unánime, pero cuya función es evitar las ambigüedades que todo texto
puede llegar a tener en función de su interpretación. Al igual que se plantea
en el campo de las Ciencias, en donde la precisión terminológica es esencial,
el campo de las leyes es frecuente que la redacción de una ley pueda presentar
ambigüedades que den lugar a situaciones de conflicto en donde los tribunales
deben decidir y, si es necesario, sentar jurisprudencia. De hecho los
comentarios a las leyes son una parte importante del campo jurídico. Lo mismo ocurre
con otros campos. La hermenéutica tuvo su origen precisamente en aquellos
campos en donde era necesario adentrarse en los recovecos del sentido y los
cambios producidos por el paso del tiempo. Esencialmente, el campo del Derecho
y la Religión, en donde la interpretación de los textos ha dado lugar a enormes
controversias sobre su sentido. Los grandes cismas religiosos se suelen
producir por cambios de sentido en los textos en donde los intérpretes de uno y
otro bando pueden llegar a interpretaciones con diferencias sustanciales. El
origen de muchas sectas está ahí.
Lo que
no nos esperábamos es que en estos tiempos de pandemia, las redacciones de las
normas que se deben seguir fueran tan complicadas de entender o, para ser más
precisos, los problemas de interpretación interesada fueran a llegar tan lejos.
De hecho, la redacción de muchas de estas normas es tan ambigua o están tan
llenas de excepciones de difícil verificación que crean más problemas con una
interminable casuística.
Lo que
parece que está claro cuando se redacta, se vuelve confuso cuando se lee y se
le quiere dar un sentido práctico. Lo hemos visto con cada una de las normas
establecidas que se deslizan hacía el pozo de la confusión.
En La
vanguardia leemos sobre algunos problemas que esto está causando:
Esta propensión a crear suspicacias entre la
población tiene algunas consecuencias perversas. El Colegio de Médicos de
Bizkaia denunció hace unas semanas la existencia de una campaña “perfectamente orquestada” para saturar el sistema
sanitario con reclamaciones contra ellos por no autorizar la exención del uso de la mascarilla a personas
que no tienen ninguna patología que lo justifique.
No es un caso único en España. Varios médicos
de atención primaria han sufrido acoso por parte de pacientes que exigen este
tipo de certificados. Los médicos de familia lamentan que son víctimas de la ambigüedad de la norma. El artículo 6.2
del Real Decreto de medidas urgentes ante la pandemia explicita que la
obligación de la mascarilla “no será exigible para las personas que presenten
algún tipo de enfermedad o dificultad respiratoria que pueda verse agravada por
el uso de la mascarilla”. “La redacción
nos deja vendidos”, se queja una doctora de un centro de atención primaria
del distrito de Nou Barris, en Barcelona. “¿Qué hacemos si viene un paciente
con una enfermedad pulmonar obstructiva crónica? Suelen ser personas de edad
avanzada, los que más se han de proteger del virus ¿Les eximimos de llevar
mascarilla? Si lo hacemos y se contagian, ¿de quién es la responsabilidad?”, se
pregunta.
Aunque reconoce que las consultas sobre esta
cuestión son escasas –“y van a la baja, eran más frecuentes los días
posteriores a que saliera el BOE”- ella es una de las que ha sufrido insultos
por negarse a facilitar un certificado a una paciente. “Vino varias veces a
pedírmelo. Decía que la mascarilla le creaba ansiedad y mareos, que se ahogaba.
Pero no tenía ninguna patología, así que denegué su petición. La última vez se
comportó de manera muy agresiva, saltándose todos los protocolos, insultando.
Tuvo que intervenir la dirección del centro”, narra.*
Lo que
le faltaba al personal sanitario, llevado al límite, era tener que ponerse a
discutir sobre el sentido de la norma, su aplicación y la casuística derivada
de cada situación. Este clima de constante tensión no es bueno para nadie. Lo
malo es que irá aumentando conforme crezca la presión sobre aquellos que
incumplen. Cuando se vean cercados, irán contra la parte más débil, la de los
médicos, que serán los que les hagan el "justificante" de su exención
del uso de la mascarilla. Pero esto lleva a un conflicto entre su propia
seguridad, por las agresiones y discusión permanente, y su propio código ético
y deontológico. Lo que apunta la doctora del Centro de Atención Primaria es un
ejemplo claro: si lo autoriza por quitarse un problema de encima, ¿no está
convirtiéndose en responsable no solo
de que se contagie sino de que contagie a los demás?
"La
redacción nos deja vendidos" es una expresión clara de señalar el origen
del problema, si bien la responsabilidad es claramente de quienes quieren
retorcer las normas hasta que el dan el sentido para ajustarse a lo que quieren,
no llevar la mascarillas.
A
diferencias de las leyes, de las que decimos que son iguales para todos, estos
problemas de seguridad sanitaria parten de un principio racional: a la gente le
interesa velar por su salud y, por ende, la de los demás. Ahora sabemos que
este principio, en general cierto, es más teórico que práctico. Si todos somos iguales
ante la ley y la ley es igual para todos, ante los principios de salud —un
orden distinto— hay muchas excepciones. La ley parte del principio de la
voluntad, queremos hacer algo y somos responsables de nuestros actos, incluso
desconocerlo no nos exime de ellos. Por el contrario, en el campo de la salud,
se parte del principio de que el enfermo es siempre una víctima, no el responsable. No importan los motivos de la
enfermedad, sino sanar a las personas. Y todo el sistema trabaja en ese
sentido. Esa es su moralidad, preservar la vida de las personas hasta donde sea
posible. La gente quiere sanar.
Todo
esto queda subvertido, como es evidente, en el caso de la pandemia, donde los
que enferman lo pueden hacer incumpliendo las normas generales o, lo que es
peor, contagiando a otros, incluso de forma voluntaria, como se han dado casos,
sin ir más lejos, los de las "corona party", las fiestas en las que
el primero que se contagiaba se llevaba el bote.
En la
medida en que suele haber más personas sanas que enfermas, los enfermos tienen
generalmente el apoyo de los sanos y del sistema, que velan por ellos y aplican
sus fuerzas en sanarlos. Y los enfermos quieren ser sanados. Pero con la idea
de la pandemia esto desaparece.
En
primer lugar las categorías se amplían, con toda una variedad de casos en los
que hay variaciones en los síntomas (sanos, enfermos con síntomas y enfermos
asintomáticos), el riesgo (grupos de riesgo, como las personas mayores, los que
han presentado patologías previas, los sanitarios mismos, profesores...), las
edades (las personas ancianas, los mayores, los adolescentes, los niños),
diferencias situacionales (los temporeros hacinados, las fábricas, oficinas,
etc. sin medidas adecuadas, los que teletrabajan...) y hasta étnicas (la enorme
desproporción de casos entres las minorías, como se ha podido comprobar en los
Estados Unidos y otros países, los inmigrantes que huyen de otros países), etc.
Podríamos establecer otras categorías que permiten establecer diferencias, lo
que lleva a la creencia de algunos de que presentan menores riesgos, como ha
ocurrido con la pobre respuesta de la
población joven en todo el mundo, convencida por las cifras de que son
invulnerables o responsabilizar a los inmigrantes cuando la mayor proporción se
da entre grupos familiares y quienes comparten el ocio, como hemos podido
comprobar en España en unas pocas semanas tras salir del confinamiento.
Esta
enorme variedad ante un caso general como es la pandemia, cuyos efectos pueden
llegar a todos, hace que mucha gente prefiera mantenerse al margen y justifique
de cualquier manera el no participar de la prevención general. Si el COVID-19
no fuera contagioso, habría gente que asumiría el riesgo; pero al serlo, la
responsabilidad va más allá de los individual. Esta es otra circunstancia
importante a la hora de diferenciarlo de las normas jurídicas Las normas son
una mezcla de obligación y prohibición, como por ejemplo lo es llevar una
mascarilla en lugares públicos. Pero inmediatamente surge la cuestión del
ámbito privado: ¿debo llevarla en casa si hay otras personas con las que
convivo? ¿Cómo se gestiona la norma de poder reunirse un máximo de 10 personas que
tengan convivencia? ¿Qué es tener convivencia?
Desde
que salieron las primeras normas, una parte de la sociedad ha rebuscado entre
líneas para no cumplir. Eso creo que es bastante evidente y nos deja en mal
lugar como ciudadanía. Las excusas para el incumplimiento ha sido constantes y
se ha convertido cada instrucción, que eran para el bien de todos, en una
discusión bizantina sobre lo que se podía y no podía hacer con evidente ánimo
de saltarse las normas. En esto, desgraciadamente, muchos medios de
comunicación no han sido un apoyo eficaz. Artículos explicando las lagunas o la
imposibilidad de cobrar las multas, etc. han servido para incentivar estas
actitudes. La culminación llegó el domingo pasado donde ya la burla era total
mostrando la inconsciencia agresiva y la ignorancia ruidosa. Son pocos, pero no
deben ir a más.
Para
ello es también esencial mejorar la redacción de las normas, evitar esos
coladeros interpretativos que acaban minando la moral, como resaltaban los
psicólogos y desarrollábamos aquí. Es el valor corrosivo del mal ejemplo.
Pero no
hay que engañarse demasiado; la culpa no está en las normas, que son claras en
su intención. Es la falta de responsabilidad, el incivismo y el egoísmo de
algunos lo que nos hace enfrentarnos a las normas. Lo que evidentemente es un
riesgo para todos. Es ese extraño sentimiento que nos hace sentirnos
excepcionales, invulnerables, por encima de los demás lo que hace que estemos
en esta situación. No hay disculpa;
basta salir a la calle y se entiende por qué. Todas nuestras bonitas consignas
y palmadas en la espalda se han venido abajo.
Las
imágenes de la "fiesta privada" andaluza, que han recogido todos los
medios, a estas alturas del caso, muestran cómo una parte no tiene sentido de
comunidad alguno. Las excusas pueden ser muchas, pero la realidad es una.
Explica
el dicho que no hay peor sordo que el que
no quiere entender. Es una gran verdad. Para el "listo
interpretativo", la estupidez es su norma. Las autoridades deberían
"afinar" en las redacciones, dejando —dentro de lo posible, que no
siempre es fácil— lo menos posible a la libertad interpretativa. Los que
quieren saltarse las normas siempre tendrán una excusa, por lo que es necesario
más sanción social, más rechazo, más afearles sus conductas, pese al riesgo que
conlleva, como ha habido ocasión de comprobar.
La conclusión de La vanguardia ante la pregunta que sirve de titular al artículo —"¿Por qué España es el líder europeo de contagios si todos llevamos mascarilla?"— tiene una explicación sencilla. Pese a que veamos muchas mascarillas por las calles, no se toman las medidas en los espacios reservados, en el hogar, en las reuniones familiares y de amigos. Es bastante típico y no por ello menos estúpido. Es el reflejo de una mentalidad que simplemente evita la sanción, pero no la enfermedad. Aquí no funciona. Mucha gente sigue pensando que no va con ellos, aunque se pongan la mascarilla para hacer trayectos. Es la explicación que dan a la nueva explosión de casos en las residencias de mayores. Como señalaba en un cana televisivo una doctora, el virus viene de fuera. Muchas visitas son envenenadas por sus consecuencias.
Con todo, surgen una serie de preguntas o de dudas. Todos podemos contagiarnos, pero ¿es justo que quien no ha hecho nada por protegerse ni proteger a otros reciba el mismo trato, lo que implica un riesgo para terceros que deben tratarlo o asumir los costes? Afortunadamente para ellos, la sociedad suele ser mejor que muchos de los que la integran. Al negacionista del pasado domingo ingresado en la UCI le tratarán con el mismo cariño que a quienes han cumplido las normas. Hace unos años se planteó seriamente en Reino Unido qué hacer con los que habían enfermado por ser fumadores y no haber tratado de dejarlo.
Si los
médicos se niegan a certificar sus excusas, habrá que darles la cobertura
social necesaria, el apoyo institucional para que cumplan, protegiéndonos a todos de estos
incumplidores. Ya tienen bastante con luchar con la enfermedad como para tener
que luchar literalmente en las consultas de los centros y hospitales con impresentables que no son capaces de entender el alcance de
lo que ocurre, ya sea porque tienen la piel muy fina, la mente espesa, la cara
muy dura o todo ello a la vez.
De nuevo, el apoyo a los sanitarios es esencial.
* Juan
Manuel García "¿Por qué España es el líder europeo de contagios si todos
llevamos mascarilla?" La Vanguardia 19/08/2020
https://www.lavanguardia.com/vivo/lifestyle/20200817/482802327287/por-que-espana-lidera-contagios-coronavirus-mascarilla.html
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