jueves, 20 de agosto de 2020

La estupidez interpretativa o la sordera del que no quiere entender

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Una de las cosas más elementales en creación de normas de cualquier tipo es su redacción. Estamos acostumbrados a lo que en los términos jurídicos se suele denominar "el espíritu de la ley", no siempre unánime, pero cuya función  es evitar las ambigüedades que todo texto puede llegar a tener en función de su interpretación. Al igual que se plantea en el campo de las Ciencias, en donde la precisión terminológica es esencial, el campo de las leyes es frecuente que la redacción de una ley pueda presentar ambigüedades que den lugar a situaciones de conflicto en donde los tribunales deben decidir y, si es necesario, sentar jurisprudencia. De hecho los comentarios a las leyes son una parte importante del campo jurídico. Lo mismo ocurre con otros campos. La hermenéutica tuvo su origen precisamente en aquellos campos en donde era necesario adentrarse en los recovecos del sentido y los cambios producidos por el paso del tiempo. Esencialmente, el campo del Derecho y la Religión, en donde la interpretación de los textos ha dado lugar a enormes controversias sobre su sentido. Los grandes cismas religiosos se suelen producir por cambios de sentido en los textos en donde los intérpretes de uno y otro bando pueden llegar a interpretaciones con diferencias sustanciales. El origen de muchas sectas está ahí.
Lo que no nos esperábamos es que en estos tiempos de pandemia, las redacciones de las normas que se deben seguir fueran tan complicadas de entender o, para ser más precisos, los problemas de interpretación interesada fueran a llegar tan lejos. De hecho, la redacción de muchas de estas normas es tan ambigua o están tan llenas de excepciones de difícil verificación que crean más problemas con una interminable casuística.


Lo que parece que está claro cuando se redacta, se vuelve confuso cuando se lee y se le quiere dar un sentido práctico. Lo hemos visto con cada una de las normas establecidas que se deslizan hacía el pozo de la confusión.
En La vanguardia leemos sobre algunos problemas que esto está causando:

Esta propensión a crear suspicacias entre la población tiene algunas consecuencias perversas. El Colegio de Médicos de Bizkaia denunció hace unas semanas la existencia de una campaña “perfectamente orquestada” para saturar el sistema sanitario con reclamaciones contra ellos por no autorizar la exención del uso de la mascarilla a personas que no tienen ninguna patología que lo justifique.
No es un caso único en España. Varios médicos de atención primaria han sufrido acoso por parte de pacientes que exigen este tipo de certificados. Los médicos de familia lamentan que son víctimas de la ambigüedad de la norma. El artículo 6.2 del Real Decreto de medidas urgentes ante la pandemia explicita que la obligación de la mascarilla “no será exigible para las personas que presenten algún tipo de enfermedad o dificultad respiratoria que pueda verse agravada por el uso de la mascarilla”. “La redacción nos deja vendidos”, se queja una doctora de un centro de atención primaria del distrito de Nou Barris, en Barcelona. “¿Qué hacemos si viene un paciente con una enfermedad pulmonar obstructiva crónica? Suelen ser personas de edad avanzada, los que más se han de proteger del virus ¿Les eximimos de llevar mascarilla? Si lo hacemos y se contagian, ¿de quién es la responsabilidad?”, se pregunta.
Aunque reconoce que las consultas sobre esta cuestión son escasas –“y van a la baja, eran más frecuentes los días posteriores a que saliera el BOE”- ella es una de las que ha sufrido insultos por negarse a facilitar un certificado a una paciente. “Vino varias veces a pedírmelo. Decía que la mascarilla le creaba ansiedad y mareos, que se ahogaba. Pero no tenía ninguna patología, así que denegué su petición. La última vez se comportó de manera muy agresiva, saltándose todos los protocolos, insultando. Tuvo que intervenir la dirección del centro”, narra.*



Lo que le faltaba al personal sanitario, llevado al límite, era tener que ponerse a discutir sobre el sentido de la norma, su aplicación y la casuística derivada de cada situación. Este clima de constante tensión no es bueno para nadie. Lo malo es que irá aumentando conforme crezca la presión sobre aquellos que incumplen. Cuando se vean cercados, irán contra la parte más débil, la de los médicos, que serán los que les hagan el "justificante" de su exención del uso de la mascarilla. Pero esto lleva a un conflicto entre su propia seguridad, por las agresiones y discusión permanente, y su propio código ético y deontológico. Lo que apunta la doctora del Centro de Atención Primaria es un ejemplo claro: si lo autoriza por quitarse un problema de encima, ¿no está convirtiéndose en responsable no solo de que se contagie sino de que contagie a los demás?
"La redacción nos deja vendidos" es una expresión clara de señalar el origen del problema, si bien la responsabilidad es claramente de quienes quieren retorcer las normas hasta que el dan el sentido para ajustarse a lo que quieren, no llevar la mascarillas.

A diferencias de las leyes, de las que decimos que son iguales para todos, estos problemas de seguridad sanitaria parten de un principio racional: a la gente le interesa velar por su salud y, por ende, la de los demás. Ahora sabemos que este principio, en general cierto, es más teórico que práctico. Si todos somos iguales ante la ley y la ley es igual para todos, ante los principios de salud —un orden distinto— hay muchas excepciones. La ley parte del principio de la voluntad, queremos hacer algo y somos responsables de nuestros actos, incluso desconocerlo no nos exime de ellos. Por el contrario, en el campo de la salud, se parte del principio de que el enfermo es siempre una víctima, no el responsable. No importan los motivos de la enfermedad, sino sanar a las personas. Y todo el sistema trabaja en ese sentido. Esa es su moralidad, preservar la vida de las personas hasta donde sea posible. La gente quiere sanar.
Todo esto queda subvertido, como es evidente, en el caso de la pandemia, donde los que enferman lo pueden hacer incumpliendo las normas generales o, lo que es peor, contagiando a otros, incluso de forma voluntaria, como se han dado casos, sin ir más lejos, los de las "corona party", las fiestas en las que el primero que se contagiaba se llevaba el bote.
En la medida en que suele haber más personas sanas que enfermas, los enfermos tienen generalmente el apoyo de los sanos y del sistema, que velan por ellos y aplican sus fuerzas en sanarlos. Y los enfermos quieren ser sanados. Pero con la idea de la pandemia esto desaparece.
En primer lugar las categorías se amplían, con toda una variedad de casos en los que hay variaciones en los síntomas (sanos, enfermos con síntomas y enfermos asintomáticos), el riesgo (grupos de riesgo, como las personas mayores, los que han presentado patologías previas, los sanitarios mismos, profesores...), las edades (las personas ancianas, los mayores, los adolescentes, los niños), diferencias situacionales (los temporeros hacinados, las fábricas, oficinas, etc. sin medidas adecuadas, los que teletrabajan...) y hasta étnicas (la enorme desproporción de casos entres las minorías, como se ha podido comprobar en los Estados Unidos y otros países, los inmigrantes que huyen de otros países), etc. Podríamos establecer otras categorías que permiten establecer diferencias, lo que lleva a la creencia de algunos de que presentan menores riesgos, como ha ocurrido con la pobre respuesta de la población joven en todo el mundo, convencida por las cifras de que son invulnerables o responsabilizar a los inmigrantes cuando la mayor proporción se da entre grupos familiares y quienes comparten el ocio, como hemos podido comprobar en España en unas pocas semanas tras salir del confinamiento.


Esta enorme variedad ante un caso general como es la pandemia, cuyos efectos pueden llegar a todos, hace que mucha gente prefiera mantenerse al margen y justifique de cualquier manera el no participar de la prevención general. Si el COVID-19 no fuera contagioso, habría gente que asumiría el riesgo; pero al serlo, la responsabilidad va más allá de los individual. Esta es otra circunstancia importante a la hora de diferenciarlo de las normas jurídicas Las normas son una mezcla de obligación y prohibición, como por ejemplo lo es llevar una mascarilla en lugares públicos. Pero inmediatamente surge la cuestión del ámbito privado: ¿debo llevarla en casa si hay otras personas con las que convivo? ¿Cómo se gestiona la norma de poder reunirse un máximo de 10 personas que tengan convivencia? ¿Qué es tener convivencia?


Desde que salieron las primeras normas, una parte de la sociedad ha rebuscado entre líneas para no cumplir. Eso creo que es bastante evidente y nos deja en mal lugar como ciudadanía. Las excusas para el incumplimiento ha sido constantes y se ha convertido cada instrucción, que eran para el bien de todos, en una discusión bizantina sobre lo que se podía y no podía hacer con evidente ánimo de saltarse las normas. En esto, desgraciadamente, muchos medios de comunicación no han sido un apoyo eficaz. Artículos explicando las lagunas o la imposibilidad de cobrar las multas, etc. han servido para incentivar estas actitudes. La culminación llegó el domingo pasado donde ya la burla era total mostrando la inconsciencia agresiva y la ignorancia ruidosa. Son pocos, pero no deben ir a más.
Para ello es también esencial mejorar la redacción de las normas, evitar esos coladeros interpretativos que acaban minando la moral, como resaltaban los psicólogos y desarrollábamos aquí. Es el valor corrosivo del mal ejemplo.


Pero no hay que engañarse demasiado; la culpa no está en las normas, que son claras en su intención. Es la falta de responsabilidad, el incivismo y el egoísmo de algunos lo que nos hace enfrentarnos a las normas. Lo que evidentemente es un riesgo para todos. Es ese extraño sentimiento que nos hace sentirnos excepcionales, invulnerables, por encima de los demás lo que hace que estemos en esta situación.  No hay disculpa; basta salir a la calle y se entiende por qué. Todas nuestras bonitas consignas y palmadas en la espalda se han venido abajo.
Las imágenes de la "fiesta privada" andaluza, que han recogido todos los medios, a estas alturas del caso, muestran cómo una parte no tiene sentido de comunidad alguno. Las excusas pueden ser muchas, pero la realidad es una.
Explica el dicho que no hay peor sordo que el que no quiere entender. Es una gran verdad. Para el "listo interpretativo", la estupidez es su norma. Las autoridades deberían "afinar" en las redacciones, dejando —dentro de lo posible, que no siempre es fácil— lo menos posible a la libertad interpretativa. Los que quieren saltarse las normas siempre tendrán una excusa, por lo que es necesario más sanción social, más rechazo, más afearles sus conductas, pese al riesgo que conlleva, como ha habido ocasión de comprobar.


La conclusión de La vanguardia ante la pregunta que sirve de titular al artículo —"¿Por qué España es el líder europeo de contagios si todos llevamos mascarilla?"— tiene una explicación sencilla. Pese a que veamos muchas mascarillas por las calles, no se toman las medidas en los espacios reservados, en el hogar, en las reuniones familiares y de amigos. Es bastante típico y no por ello menos estúpido. Es el reflejo de una mentalidad que simplemente evita la sanción, pero no la enfermedad. Aquí no funciona. Mucha gente sigue pensando que no va con ellos, aunque se pongan la mascarilla para hacer trayectos. Es la explicación que dan a la nueva explosión de casos en las residencias de mayores. Como señalaba en un cana televisivo una doctora, el virus viene de fuera. Muchas visitas son envenenadas por sus consecuencias.


Con todo, surgen una serie de preguntas o de dudas. Todos podemos contagiarnos, pero ¿es justo que quien no ha hecho nada por protegerse ni proteger a otros reciba el mismo trato, lo que implica un riesgo para terceros que deben tratarlo o asumir los costes? Afortunadamente para ellos, la sociedad suele ser mejor que muchos de los que la integran. Al negacionista del pasado domingo ingresado en la UCI le tratarán con el mismo cariño que a quienes han cumplido las normas. Hace unos años se planteó seriamente en Reino Unido qué hacer con los que habían enfermado por ser fumadores y no haber tratado de dejarlo. 
Si los médicos se niegan a certificar sus excusas, habrá que darles la cobertura social necesaria, el apoyo institucional para que cumplan, protegiéndonos a todos de estos incumplidores. Ya tienen bastante con luchar con la enfermedad como para tener que luchar literalmente en las consultas de los centros y hospitales con impresentables que no son capaces de entender el alcance de lo que ocurre, ya sea porque tienen la piel muy fina, la mente espesa, la cara muy dura o todo ello a la vez.
De nuevo, el apoyo a los sanitarios es esencial.


* Juan Manuel García "¿Por qué España es el líder europeo de contagios si todos llevamos mascarilla?" La Vanguardia 19/08/2020 https://www.lavanguardia.com/vivo/lifestyle/20200817/482802327287/por-que-espana-lidera-contagios-coronavirus-mascarilla.html

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