miércoles, 19 de agosto de 2020

Expectativas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En este inolvidable año 2020 también va a cambiar la retórica de la llegada de septiembre. Tras el fiasco veraniego, ¿llegara también la frustración con septiembre? Es probable. Todo depende de las expectativas, pero son precisamente las expectativas las que nos mueven.
Sería deseable que nuestro país lograra cierta unanimidad que impida jugar a prácticas arriesgadas referidas al estado anímico de la ciudadanía. Para ello es esencial un gran pacto político, un compromiso de medidas y de propuestas. 
La esperpéntica manifestación del domingo en Madrid debería servir de aviso de lo que nos espera por delante: un otoño-invierno caliente entre negacionistas del virus y discutidores de las medidas, todo ello aderezado con la salsa de los discutidores políticos y los polemizadores mediáticos.


En una de sus encuestas realizadas por La Vanguardia al término de sus artículos, se pregunta a los lectores "¿Hace falta unidad de los políticos en la crisis del coronavirus?", a lo que contestan "sí" con un abrumador 94,2% tras más de 140.000 votos a fecha de hoy mismo. No creo que se haya alcanzado una demanda con estas cifras en mucho tiempo. La estrategia arisca del combate solo beneficia a los pequeños, a los que necesitan de que los demás se fraccionen para ganar peso relativo y acoger descontentos. 


La pandemia necesita de fuerza ordenadora, de coordinación inteligente, para ir hacia la "verdadera normalidad" frente a la tendencia al caos que se percibe en el ambiente. Mientras no haya acuerdos claros y respaldo común, los demás agentes señalados aprovecharán para crear turbulencias, desinformación, conflictos, descrédito. Es una guerra de desgaste, de sembrar miedos y recelos ante el futuro.
Las estrategias seguidas hasta el momento partían de unos escenarios que finalmente no se han producido. Se trataba de llegar al verano. Todo se iba a mantener estable con la llegada de la tan cacareada "nueva normalidad", pero se partía de un principio falso. Hay victorias parciales en las que se pierde lo ganado a las primeras de cambio. En España hemos pasado del canto a la seguridad a la constatación de ser el país con más rebrotes de Europa.
Tras la creación de la imagen de seguridad en Baleares y Canarias, todas las Comunidades Autónomas se autoproclamaron "seguras" exigiendo los mismos privilegios insulares. Los efectos los conocimos rápidamente y llegamos a esta situación actual muy problemática y preocupante. Todo lo ganado en meses de sacrificio se ha perdido en apenas unos días. Y, como si no llegaba el turista extranjero había que tirar del nacional, cargaremos con los efectos de este verano de "ocio ocupacional" un tiempo decisivo, el que se necesitaba para preparar septiembre y octubre, el regreso a la "imperiosa normalidad", la educativa y laboral.


La preocupación por los colegios ha comenzado, con puntualidad suiza, el 15 de agosto, coincidiendo con el regreso de los que se fueron y la necesidad económica de planificar el "regreso al cole", otra etapa de nuestra vida cíclica anual, el eterno retorno de todo con una monotonía precisa disfrazada de novedad. Los medios se han llenado de preguntas sobre la preocupante situación y sobre las medidas necesarias. Quizá sea mejor decir las "medidas posibles", pues no se hace lo que se debe sino lo que se puede.
Decía la directora de un colegio, entrevistada en un canal televisivo, que las medidas van cayendo desde los ministerios, pasan por las consejerías y siguen su camino hasta llegar a los directores de los centros, que tienen que ver cómo se las apañan para hacer algo "seguro" sin presupuestos extraordinarios, sin espacios para dividir y sin profesores para desdoblar o sustituirse en el caso (¿por qué no?) de que se contagien.
Los españoles somos más dados a exigir medidas que a exigirnos el comportamiento adecuado. Este virus solo "se para" asumiendo la gravedad del problema y la necesidad del control participativo y comprometido de todos en el empeño.  Lo que los otros hacen nos afecta a todos, por ello la necesidad de auto control, de garantizarnos las medidas para nuestra seguridad y así conseguir la de los demás, es esencial. No puede haber individualismo; se necesita sentido de la comunidad en su verdadera acepción, no como excusa para incumplir, sino como refuerzo del cumplimiento de las medidas.


Igual que la gente empieza a exigir unidad y menos polémicas, las tensiones se van a trasladar a la calle si siguen la "provocaciones libertarias" del domingo esperpéntico pasado. La reacción mayoritaria ha sido de escándalo ante esas actitudes y así debe ser. Pero si no se acompaña el rechazo con una actitud consciente y firme de las medidas que debemos tomar, servirá de poco.
Gran parte de lo que nos ocurra está en nuestras manos; somos nosotros los que nos relacionamos, los que entramos en contacto. A las instituciones les compete crear las condiciones y mentalizar a todos sobre su importancia. Pero finalmente haremos lo que debemos o no, iremos donde podemos o no. Las reivindicaciones que van contra el sentido común y la experiencia acumulada son solo trampas que nos perjudicarán a todos.
Tenemos enormes retos todos, de la empresa a las escuelas, del transporte público a tratar de mantener en marcha la cultura. Solo se conseguirá con claridad, confianza y responsabilidad de todos. Sin retóricas, sin eslóganes; con hechos.



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