Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En este
inolvidable año 2020 también va a cambiar la retórica de la llegada de
septiembre. Tras el fiasco veraniego, ¿llegara también la frustración con
septiembre? Es probable. Todo depende de las expectativas, pero son
precisamente las expectativas las que nos mueven.
Sería
deseable que nuestro país lograra cierta unanimidad que impida jugar a
prácticas arriesgadas referidas al estado anímico de la ciudadanía. Para ello
es esencial un gran pacto político, un compromiso de medidas y de propuestas.
La esperpéntica manifestación del domingo en Madrid debería servir de aviso de
lo que nos espera por delante: un otoño-invierno caliente entre negacionistas
del virus y discutidores de las medidas, todo ello aderezado con la salsa de
los discutidores políticos y los polemizadores mediáticos.
En una
de sus encuestas realizadas por La Vanguardia al término de sus artículos, se
pregunta a los lectores "¿Hace falta unidad de los políticos en la crisis
del coronavirus?", a lo que contestan "sí" con un abrumador
94,2% tras más de 140.000 votos a fecha de hoy mismo. No creo que se haya
alcanzado una demanda con estas cifras en mucho tiempo. La estrategia arisca
del combate solo beneficia a los pequeños, a los que necesitan de que los demás
se fraccionen para ganar peso relativo y acoger descontentos.
La
pandemia necesita de fuerza ordenadora, de coordinación inteligente, para ir
hacia la "verdadera normalidad" frente a la tendencia al caos que se
percibe en el ambiente. Mientras no haya acuerdos claros y respaldo común, los
demás agentes señalados aprovecharán para crear turbulencias, desinformación,
conflictos, descrédito. Es una guerra de desgaste, de sembrar miedos y recelos
ante el futuro.
Las
estrategias seguidas hasta el momento partían de unos escenarios que finalmente
no se han producido. Se trataba de llegar
al verano. Todo se iba a mantener estable
con la llegada de la tan cacareada "nueva normalidad", pero se partía
de un principio falso. Hay victorias parciales en las que se pierde lo ganado a
las primeras de cambio. En España hemos pasado del canto a la seguridad a la
constatación de ser el país con más rebrotes de Europa.
Tras la
creación de la imagen de seguridad en Baleares y Canarias, todas las
Comunidades Autónomas se autoproclamaron "seguras" exigiendo los
mismos privilegios insulares. Los efectos los conocimos rápidamente y llegamos
a esta situación actual muy problemática y preocupante. Todo lo ganado en meses
de sacrificio se ha perdido en apenas unos días. Y, como si no llegaba el
turista extranjero había que tirar del nacional, cargaremos con los efectos de
este verano de "ocio ocupacional" un tiempo decisivo, el que se
necesitaba para preparar septiembre y octubre, el regreso a la "imperiosa
normalidad", la educativa y laboral.
La
preocupación por los colegios ha comenzado, con puntualidad suiza, el 15 de
agosto, coincidiendo con el regreso de los que se fueron y la necesidad
económica de planificar el "regreso al cole", otra etapa de nuestra
vida cíclica anual, el eterno retorno de todo con una monotonía precisa
disfrazada de novedad. Los medios se han llenado de preguntas sobre la
preocupante situación y sobre las medidas necesarias. Quizá sea mejor decir las
"medidas posibles", pues no se hace lo que se debe sino lo que se puede.
Decía
la directora de un colegio, entrevistada en un canal televisivo, que las
medidas van cayendo desde los ministerios, pasan por las consejerías y siguen
su camino hasta llegar a los directores de los centros, que tienen que ver cómo
se las apañan para hacer algo "seguro" sin presupuestos
extraordinarios, sin espacios para dividir y sin profesores para desdoblar o sustituirse
en el caso (¿por qué no?) de que se contagien.
Los
españoles somos más dados a exigir
medidas que a exigirnos el comportamiento adecuado. Este virus solo "se
para" asumiendo la gravedad del problema y la necesidad del control participativo y comprometido de
todos en el empeño. Lo que los otros
hacen nos afecta a todos, por ello la necesidad de auto control, de
garantizarnos las medidas para nuestra seguridad y así conseguir la de los demás, es esencial. No puede haber individualismo; se necesita sentido de la comunidad en su verdadera acepción, no como excusa para incumplir, sino como refuerzo del cumplimiento de las medidas.
Igual
que la gente empieza a exigir unidad y menos polémicas, las tensiones se van a
trasladar a la calle si siguen la "provocaciones libertarias" del
domingo esperpéntico pasado. La reacción mayoritaria ha sido de escándalo ante
esas actitudes y así debe ser. Pero si no se acompaña el rechazo con una
actitud consciente y firme de las medidas que debemos tomar, servirá de poco.
Gran
parte de lo que nos ocurra está en nuestras manos; somos nosotros los que nos
relacionamos, los que entramos en contacto. A las instituciones les compete
crear las condiciones y mentalizar a todos sobre su importancia. Pero
finalmente haremos lo que debemos o no, iremos donde podemos o no. Las
reivindicaciones que van contra el sentido común y la experiencia acumulada son
solo trampas que nos perjudicarán a todos.
Tenemos
enormes retos todos, de la empresa a las escuelas, del transporte público a
tratar de mantener en marcha la cultura. Solo se conseguirá con claridad, confianza y
responsabilidad de todos. Sin retóricas, sin eslóganes; con hechos.
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