Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
relevancia de un acontecimiento está en función de las direcciones en que se
dirigen sus efectos e, inversamente, por la cantidad de elementos que lo
determinan. Aunque la cadena Fox y otros medios considerara 2013 como "el peor año de
Obama", su "año horrible", consideraremos que es importante su papel porque no se trata de
señalar figuras "exitosas" o realizadoras de grandes hallazgos, como
ocurriría si nos fijáramos, por ejemplo, en los campos de la Ciencia o las
Artes, sino de los acontecimientos que pueden desencadenar en su misma debilidad.
En este sentido, la debilidad de Obama durante el año es también
un acontecimiento en el sentido de tener múltiples consecuencias y efectos para
los demás. El que a Barack Obama no le hayan salido las cosas cómo él quería —los escándalos del espionaje masivo, de las escuchas a los líderes mundiales, el "Obamacare", el parón de la administración federal...— no
significa que lo que finalmente ocurrió, incluso en contra de sus deseos, no
haya sido de gran importancia para el restoo. Y el núcleo de los
acontecimientos, a mi entender, ha estado en Siria.
La
crisis siria ha servido para dar un vuelco a las relaciones internacionales. Es
una crisis no resuelta en sí misma, pero con una influencia profunda. Por
Siria, Occidente, bajo el liderazgo de los Estados Unidos y a petición de
Barack Obama, estuvo a punto de entrar de lleno en una guerra de imprevisibles
consecuencias, un auténtico giro. No lo dio en un sentido, pero lo dio inesperadamente
en otro.
La
crisis se produjo por un incidente que comprometía unas palabras dichas por un
presidente de los Estados Unidos que jamás pensó que se fuera a producir: el
uso de armas químicas por el ejército sirio. En paralelo a su desgaste brutal
en el enfrentamiento con los republicanos, el presidente Obama anuncia la
decisión drástica de poner en marcha una intervención militar, con pocos visos
de solucionar nada pero con posibles consecuencias internacionales muy graves, advertidas por
los distintos implicados en la zona, entre ellos Rusia.
No sabemos qué
elementos pesaron más en la toma de esa decisión. No voy a caer en el tópico de señalar
que los presidentes norteamericanos organizan
las guerras para ganar popularidad. Solo señalar que Obama se encuentra con el
fracaso de su política en Oriente Medio, con el desafío de prácticamente todos
los antiguos aliados, como Egipto, o el asesinato de su embajador en Libia. Su
fracaso ha sido, según se percibe, por la falta de resolución y la pérdida de
respeto. Obama considera que Siria ha desafiado la advertencia americana
traspasando un límite por él fijado un año antes. Es probable que ese límite se
le recuerde como ejemplo de su debilidad dentro de los propios Estados Unidos.
Y Obama decide cumplir su palabra respecto al límite permisible en una guerra
que lleva ya cien mil muertos. Se han traspasado, señala, la barreras
acordadas.
Desde mi punto de vista, fue otra debilidad,
la de David Cameron, la determinante al no sacar adelante el apoyo necesario en el
Parlamento a la intervención británica en apoyo de los Estados Unidos. Y fue
esa debilidad de Cameron la que hizo a Obama, a su vez, plantear ante las
comisiones de las cámaras el beneplácito para la intervención. Eso supuso para
la clase política norteamericana en su conjunto, un grave problema de
percepción del liderazgo de su presidente y, con él, del liderazgo de los
Estados Unidos en el mundo. Les puso en un aprieto: si accedían, se metían en
una guerra absurda y además le reforzaban al apoyarle; si no lo hacían,
desautorizaban a su presidente y comandante en jefe ante el mundo, una mala
señal de debilidad y titubeo.
Los
políticos que se dedicaban al boicoteo de las iniciativas presidenciales, desde
cualquier nombramiento a las críticas al programa de salud, se enfrentaron a
que con ese debilitamiento de su presidente estaban creándose problemas ellos
mismos —la percepción de sus electores de que anteponían sus intereses a los de
la nación— y debilitándose en el exterior, lo que planteaba grandes riesgos.
Solo la
inesperada intervención de Rusia, tomando rápidamente un "desliz" de
John Kerry en una declaraciones hechas al contestar una pregunta de la prensa,
permitió dar una salida que no pasara por la intervención militar norteamericana
a la situación que habría desatado un caos mayor al ya existente en la zona,
máxime teniendo en cuenta que la debilidad norteamericana en la zona habría
alcanzado un carácter preocupante.
La
intervención rusa sitúa a Vladimir Putin jugando con blancas en la política
mundial, especialmente en la zona, abandonando el segundo plano al que el
protagonismo norteamericano había relegado a Rusia. Su elección —como ya comentamos— como "personaje influyente del año" por algunos medios era una bofetada a la política norteamericana. Nosotros hablamos de "pax rusa".
Cuando
se produjeron los acontecimientos sirios, aventuramos que Putin y Rusia
intervenían no solo para mostrar su "fortaleza", sino para evitar por
todos los medios que su aliado sirio, bajo su protección, pudiera quedar
debilitado y eso hiciera crecer el poder de los yihadistas de Al-Qaeda, que se
habían hecho con amplios poderes dentro de la oposición siria, comenzando ya a
eliminar rivales futuros en el control. Ya no había una guerra, sino dos. La
primera se daba entre el gobierno sirio y sus opositores, mientras que la
segunda se libraba en el interior de la propia oposición siria, desbordados por
la creciente presencia yihadista entre sus filas. Las guerras sirven a Al-Qaeda
como campo de entrenamiento y como forma de recabar sus apoyos.
Es esta
segunda confrontación la que preocupa a Rusia. Los acontecimientos ocurridos en
estos días, ayer mismo, en Rusia, con los atentados suicidas en el Cáucaso, a
pocas semanas de la inauguración de los Juego Olímpicos de Invierno, lo que
tiene realmente preocupado a Putin, como se hace cada vez más evidente. Los terroristas
fanáticos de Al-Qaeda han llamado, a través de vídeos difundidos por las redes,
a atentar contra los juegos en Sochi, en dirigirse a Moscú si en imposible
acercarse a la ciudad olímpica y, si la capital se muestra también impenetrable,
hacer estallar cualquier objetivo en cualquier ciudad rusa. La decisión de
Obama y de los países aliados, enfrentados al gobierno sirio, de restringir el
armamento a los combatientes en Siria no es más que la constatación del peligro
de estar armando al enemigo. La fanática guerra yihadista contra el mundo fuerza
las alianzas y, tal como ocurrió con el 11-S, obligará a tomar nuevas medidas a
todos.
Los
atentados que se hagan contra Rusia durante los Juegos Olímpicos se harán contra Occidente y serán una muestra de poder frente a los países árabes que no
suscriben esta política islamista radical —un gran escaparate publicitario y
reclutador—, pues los Juegos son algo más que un objetivo ruso. La necesidad de que Occidente comprenda esto es lo que ha
estado acelerando las muestras de "buena voluntad" de Putin liberando
a los detenidos políticos, incluidas las integrantes de Pussy
Riot que quedaban en prisión, a los activistas de Green Peace detenidos o al
millonario Mijaíl Jodorkovski, opositor a Putin. No es tanto el miedo a las
protestas o boicots al vodka por parte de la comunidad gay de todo el mundo,
sino algo más serio para él. Putin
puede manejar, como ha hecho hasta el momento, esos boicots usándolos a su
favor a través del fomento del conservadurismo nacionalista, religión ortodoxa
incluida. Lo que no puede afrontar tan
fácilmente es el desgaste del terrorismo para sus planes de expansión en Asia,
una guerra abierta en muchos frentes. A Putin, como a Occidente, como a una
gran parte de Oriente Medio, no les interesa el cáncer del integrismo islámico,
que acaba derivando hacia el terrorismo en su ideal del califato, en su guerra contra el mundo. Putin lo ha entendido antes
que algunos políticos norteamericanos y del resto de Occidente.
Es esta
comprensión la que ha abierto otra puerta esencial en la zona, con Rusia y
Estados Unidos de nuevo: la de Irán. Los cambios en las elecciones en Irán han
mostrado que solo se puede escapar del control de los más conservadores
internos sacudiéndose los elementos que han determinado el aislamiento iraní.
Tendemos
a considerar los bloqueos desde el
exterior, pero internamente lo que hacen es reforzar a los mandatarios más
conservadores y aumentar su poder. El aislamiento perjudica a los pueblos y
beneficia a sus gobernantes, que tienen fáciles herramientas para manejarlos.
La salida oxigenante de Rohani ha
sido subirse al carro sirio para poder desbloquear el programa nuclear desde el
exterior. Las críticas a Rohani en el interior de Irán, de los más
conservadores, demuestran que les ha burlado precisamente allí donde no podían
controlarle, en el exterior, quitándoles esa baza. Ha sido la debilidad interna
de Hassan Rohani lo que le ha movido a buscar sus jugadas mediante acciones
exteriores.
La
buena acogida del gobierno norteamericano contrasta con los recelos de la
oposición republicana, que ve en los acuerdos con Irán otro signo de la debilidad
de Obama que se traslada a la percepción internacional de Estados Unidos.
También, en paralelo, han sido los opositores de Rohani lo que más han recelado
de los acuerdos exteriores; han querido presentarlo como una claudicación ante
Occidente.
Obama,
Rohani y Putin han sacado sus beneficios en función de sus respectivas situaciones,
ante sus debilidades internas los dos primeros, y ante la amenaza exterior que
no puede controlar, en el caso del presidente ruso.
Las
debilidades de terceros han favorecido, desgraciadamente, a otro personaje, el
presidente sirio Al-Assad, que ve cómo se le eliminan los apoyos logísticos y
materiales a sus adversarios, y cómo Occidente rebaja el nivel de protestas
respecto a sus cruentas actuaciones.
El año
2014 —nos tememos— estará marcado por lo que ocurra en Sochi, como 2013 lo ha
estado por lo ocurrido en Siria. El uso de armas químicas es un punto que se
amplifica y tiene efectos sobre las cadenas de decisiones que se entrecruzan
configurando el tejido de lo que llamamos Historia. Los acontecimientos que
ocurran —y todos los signos apuntan a ello— en los Juegos Olímpicos tendrán
efectos amplios y provocarán reacciones y cambios de estrategias y alianzas.
La debilidad es un agente más de la
Historia como lo es la fortaleza. Hay
debilidades que pretender mostrar fuerza, mientras que existen fuerzas que no
son más que muestra de debilidad. Quizá ambas no sean más que percepciones que
nos llevan a actuar de una forma u otra. Las dos tienen sus consecuencias, como
todo lo tiene. Un motivo más para la prudencia.
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