Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Anoche,
mientras mantenía mi chat habitual
con amigos egipcios, se produjo la terrible explosión de la bomba de Mansura, en el
Delta, que ha acabado según las cifras de hace unos minutos con la vida de 14
personas y herido gravemente a más de 150. La persona con la que hablaba contestaba
en esos momentos una llamada familiar y me dejó en espera. Fue cuando le
avisaron de la explosión, sin saber muy bien todavía qué había sido. Comencé a
buscar las primeras informaciones que pudieran estar apareciendo: New York
Times, Al-Jazeera, Al Ahram, Al-Masry Al-Youm... Lo primero que vi fue una foto
del edificio abierto de arriba abajo por su esquina y no pude dudar de que se
trataba de una bomba. Cuando comprobé el lugar, un edificio de la Seguridad, y
quiénes se encontraban entre las primeras víctimas, no había ninguna duda. Me
llamó la atención los dos despachos encendidos en la mitad de la destrucción.
Fueron dos bombas, una dentro y otra fuera, en un coche. Las informaciones
hablaban de una tercera que fue desactivada.
La persona
con la que chateaba tenía unos amigos en esa misma calle y les llamó. Todavía
estaban recuperándose del horror de la explosión que había asolado la calle al
completo. Todo tembló, decían, con los oídos todavía zumbándoles. "Antes
—me dijeron mientras miraban las primeras fotos publicadas— veías imágenes como
estas y eran de Palestina o de Irak. Ahora son de Egipto y no lo puedes creer".
Pero lo que hizo saltar su indignación y sus lágrimas de rabia fueron los
primeros comentarios:«¡Mira lo que dicen: '¡Hoy es el cumpleaños
del primer ministro y este es el regalo que se merece!». La autoría de un atentado es importante, pero también lo es saber a
quiénes les parece bien porque es a ellos a quienes está destinado.
Esa
misma mañana, conversaba con otra persona en Egipto a través del chat y me
manifestó su preocupación. "El ambiente está raro por el 14 y 15 de
enero", me dijo. Se refería a la fecha de convocatoria del referéndum para
la nueva constitución, que enmienda la aprobada durante el año del gobierno
islamista de Morsi y los Hermanos Musulmanes. Le repetí la idea que ya había
manifestado el día anterior al comentarle el artículo del blog sobre "La
constitución egipcia y las mujeres", en cuyo inicio señalaba que los
islamistas no iban a dejar normalizar el proceso de constitución y elecciones.
Y le manifesté mis temores de que eso se hiciera con sangre, aterrorizando a la
población. Desde que comenzaron los procesos de reforma de la constitución, ha
estado claro que la estrategia islamista pasaba por el intento de ofrecerse
como las víctimas de una conspiración y no de sus propios abusos y errores, de
su incapacidad política para guiar una transición que apenas llegaron al poder
pactaron con los militares para que les dejaran las manos libres en sus
prácticas integristas. La soberbia de Morsi y los suyos, su visionarismo mesiánico, les hace
pensarse en términos de perfección e impunidad. Habían llegado al poder
mediante una serie de carambolas a las que se sumaba la ineptitud política manifiesta
del Ejército y comenzaban desde allí sus transformaciones de las vidas y mentes
de los egipcios que se negaron a ello de forma mayoritaria. Si Morsi había
pedido el voto de los que no eran islamistas, de los liberales y fuerzas laicas
con la promesa de ser el presidente de todos, los hechos demostraban lo
contrario, el sectarismo más agudo y el control del Estado y la sociedad a
través de un proceso que los egipcios llamaron "hermanización", la
absorción de cualquier centro de control social mediante la expansión de su
bien tramada red. Basándose en su capacidad organizativa, frente al
tradicionalmente caótico y desperdigado resto de la sociedad, los Hermanos
saben ocupar áreas y hacerse con el control de sindicatos, aulas, hospitales,
departamentos y hasta los consejos de los barrios.
La presión fue pronto brutal
en todos los campos, con una proximidad y vigilancia asfixiantes. Un bedel
podía reprender a una profesora sobre cómo podía estar sentada, tal como me
contó indignada una docente de la Universidad de El Cairo. Un profesor podía no
ser readmitido en el departamento, como me contaron de otra universidad, por
haber estado "fuera" de Egipto, con el argumento de que estaba soltero y eso era un peligro para las
alumnas de la Facultad. No se trataba de un chisme de pasillo, sino del informe
de la directora del departamento para evitar que se reincorporara a su puesto.
Otra profesora me contó cómo había recibido una reprimenda de sus jefes por
haber explicado a los alumnos de español, atendiendo una pregunta de una
alumna, qué significaba en el texto que traducían "pareja de hecho".
No es de extrañar que los egipcios salieran masivamente a la calle, tras
recoger más de 22 millones de firmas (el doble de los votos que consiguió), a
pedir a Morsi su dimisión y que convocara nuevas elecciones. Esa es la
"legitimidad" que se invoca, la oportunidad perdida de haber seguido
con el proceso de islamización. Si Moris hubiera dado entonces un calendario de
elecciones ante la crisis política o cualquier otra solución negociada, no
habría ocurrido esto. Estaríamos en otro escenario. Pero el hombre que dio un
decretazo meses antes para asumir más poderes e inmunidad que el autócrata
Mubarak no estaba dispuesto a renunciar o a cambiar sus planes.
Mientras
no exista un proceso electoral y un referéndum, el islamismo podrá seguir
utilizando el doble argumento de la "legitimidad" derrocada: solo hay
un gobierno, el de Morsi, y solo una constitución, la que ellos redactaron
echando cualquier otra voz social que no fuera islamista. Ya se han producido
quemas del borrador de la nueva constitución, como muestran fotos locales. El
Frente Salafista también se ha manifestado en contra y, por supuesto, la
Hermandad Musulmana, descabezada pero con recursos suficientes como
organización con más de ochenta años insertándose en la vida egipcia.
La
discusión sobre la autoría del atentado, sin dejar de ser importante, esencial,
es solo una parte del problema. El islamismo funciona como una maquinaria
diversa pero con un mismo fin. Las diferencias son de método y sobre todo de
velocidad. La falta de diálogo con los islamistas una vez que llegan al poder
es clara. Se le puede preguntar a la oposición turca, por ejemplo, o a su
prensa. El gran escándalo de corrupción que sacude en estos momentos a Turquía
y al gobierno islamista de Erdogan proviene de sus enfrentamientos internos con
grupos que le apoyaban, no de la oposición. El poder es cosa de ellos. Pensar
que el islamismo es democrático es una ilusión casi infantil; es desconocer
cuáles son sus fundamentos y formas de pensar, cuáles sus objetivos en la vida
y en la Historia.
La
estrategia de los grupos islamistas —cada uno practicará la suya, según su
conveniencia— pasa ahora por el atentado una vez visto que han fallado las
otras tácticas: buscar las masacres creando mártires, hacerse con los símbolos
de la Revolución, mandar a las mujeres a manifestarse. La nueva fase parece la
de la protesta constante hasta que se celebren el referéndum constitucional y
las elecciones. Protestas visibles de los grupos "legales", de los
partidarios de los Hermanos, y protestas brutales, como el atentado de ayer,
sin reivindicación o asumidos por grupos oscuros. A los muertos de las sentadas
islamistas, que ellos se encargan de recordar, hay que sumar los cerca de
doscientos soldados muertos en el Sinaí y los cien policías muertos desde
julio. Se pueden sumar los cristianos ametrallados en una boda al salir de una
iglesia, como ocurrió recientemente, o hace apenas unos días el taxista
linchado en una manifestación islamista. Hay muchas más víctimas calladas, en
el día a día de los enfrentamientos con los que semana a semana se trata de evitar
la normalización.
Solo
los errores que comete el gobierno egipcio y su ejército, les pone más fácil
las reclamaciones a los islamistas, que pueden vender una imagen democrática de la que carecen. Morsi,
con gran escándalo nacional e internacional, convirtió en gobernador de Luxor,
la provincia más turística de Egipto, a un terrorista participante en la mayor
matanza de turistas de la historia del país. Morsi invitó a uno de los
participantes en el asesinato de Sadat a estar en el palco de honor de las
celebraciones del "6 de octubre", día en el que el presidente egipcio
estaba en ese mismo palco cuando fue asesinado. Los Hermanos Musulmanes saben
recompensar el terrorismo cuando se trata de una de sus "buenas"
causas. No hay democracia en ellos,
eso es cosa de fuera, contraria a las Leyes que piden sumisión, no participación.
La democracia para ellos —el llamado islam
político— es solo un camino de no retorno, no un estado de convivencia y
alternancia. Ellos no llegan al poder por la voluntad del pueblo, sino por la
voluntad de Dios.
La otra
estrategia islamista es el fraccionamiento de la unidad existente. Es aquí donde
los errores del Ejército les hacen el favor de crear la discordia y la
división. La promulgación de leyes represivas para no perder el control de la
calle, que quiere ser tomada por los islamistas mediante la manifestación dispersa
y constante frente a la estrategia de concentración que acabó en baño de sangre,
siembra la discordia entre los aliados. La alianza es frágil pues muchos de los
que están hoy ahí padecieron la represión del propio Ejército hasta hace unos
meses, bajo la SCAF.
La
llamada "tercera vía" es necesaria —frente al islamismo, frente al
militarismo— pero carece de fuerza suficiente y corre el riesgo de hacer el
juego a los islamistas, que serán los beneficiarios obvios de la división civil y política.
Debería centrar sus esfuerzos precisamente en lo contrario, en reforzar la idea
de que esa hoja de ruta emprendida puede llevar a un estado mejor y darla a conocer internacionalmente, neutralizar los poderosos tentáculos de la Hermandad en diferentes países y sus conexiones con los medios de comunicación exteriores, que utilizan como caja de resonancia. Egipto necesita salir de su autismo comunicativo porque pierde batallas por ese aislamiento, esa sensación de que no necesitan explicar nada a nadie. Hoy el mundo no funciona así, necesitan una estrategia de comunicación eficaz, no cosmética, como suele se habitual, sino que explique la realidad del país, su complejidad profunda y los pasos efectivos que se quieren dar.
Los
problemas de Egipto no son fáciles de solucionar porque no son solo políticos,
sino que tienen raíces profundas en cuestiones no resueltas precisamente por la
expulsión del diálogo social de la vida cotidiana o institucional.
Egipto
se está cocinando como pueblo en un
puchero sangriento, enfrentado a su mítica e idealizada idea de sí mismo,
viendo que ese sueño no era real, que la realidad es otra, que les está
ocurriendo a ellos. Y no son bombas lejanas, son muertos en la calle por la que
has pasado. Paga ahora el precio del silencio o la expulsión de aquellos que
decían al emperador de turno que estaba desnudo, que los ropajes antiguos de
"la madre del mundo" ya no servían para cubrir las necesidades de un
pueblo olvidado por sus propios regímenes, dejado a la intemperie histórica.
Egipto
necesita de sus fuerzas creativas para poder sacar adelante la única visión que
deberían tener todos: la de un pueblo que ha sufrido y sufre de violencia y
olvido, de la indiferencia de sus castas, perpetuadas en el poder unas y
atrincheradas en las madrasas otras, beneficiándose de la ignorancia como caldo
de cultivo necesario para la sumisión, convirtiendo la prebenda en mecanismo
cotidiano. Egipto necesita depurar sus instituciones para liberarlas de los
vicios acumulados durante décadas y décadas. Necesita de los jóvenes idealistas
que iniciaron la revolución, que no se desfonden ante el tamaño del esfuerzo.
Tienen que sacar los venenos inoculados en el tiempo, encontrar los antídotos
para neutralizarlos antes de que la parálisis afecte al conjunto. Ellos y no
otros podrán hacerlo o perder otra generación.
El
camino hacia enero es ya una cuesta escarpada por la que se desliza la sangre. Serán veinte días duros. Es probable que sigan ocurriendo atentados, que unos negarán oficialmente pero otros
celebrarán jocosamente. El camino de los atentados no traerá más que sangre a Egipto; ni libertades ni derechos. Buscan que se produzca un régimen autoritario para que el juego que acabó con Mubarak —game over— vuelva a la casilla inicial. No tratan de recuperar el poder; saben eso que no es hoy posible. Tratan de dividir a la sociedad egipcia forzando la violencia, obligándolos a convivir con la sangre diaria.
Sobre las ruinas del edificio de Mansura unos jóvenes
se han subido a los escombros. Algunos de ellos se envuelven en banderas
egipcias. Es su forma de responder a los que han puesto las bombas.
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