Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Quizá
de las muchas distinciones que establecemos con el resto de los seres vivos
para tratar de perfilar la esencia de "lo humano", se encuentre la
idea de "destino". No deja de ser curioso que el ser vivo que tiene
un mayor grado de libertad respecto a los demás, que posee consciencia y capacidad
de decisión, se muestre tan preocupado por un destino prefijado, fatal, escrito
sin consultarle, cuyos acontecimientos se producen por una diversidad de
fuerzas que van desde la Divinidad hasta la Historia o la Economía, como fuerzas que le
dirigen y encaminan a lo largo de su existencia sin que él pueda comprenderlas.
No sé si es el "miedo a la libertad", a la angustia que produce un
futuro abierto, hecho cada día en lucha con lo que nos rodea y limita; si es el
deseo de abandonarse a las fuerzas exteriores y renunciar a la carga que supone
ser libre lo que nos hace dejar en manos de esas fuerzas la responsabilidad de
lo que ocurre o hacemos.
El
"libro" ha servido durante siglos como símbolo de una vida escrita de
la que vamos viviendo cada página diariamente, tal como ejemplifica esa
monumental novela de Denis Diderot, Santiago
el fatalista y su amo (Jacques le
fataliste et son maître). "Todo está escrito en el gran rollo",
repite incesantemente en cada momento de su vida; nada queda al azar. A la superstición del destino como
fatalidad le ha tomado el relevo la Ciencia que con muchos de sus
descubrimientos nos trae nuevas formas de determinismo. Hoy tenemos un nuevo
libro, el ADN. No es el libro de "allá arriba", sino el de "aquí
abajo", el de la materia viva, sujeta a sus propios procesos de desarrollo.
La
creencia en que todo está escrito en
los genes suele ser matizada por parte de la comunidad científica, pero también
se abre como uno de los grandes negocios en los que se nos ofrecerá la posibilidad
de conocer el "futuro" o al menos una parte, el que está condicionado
por nuestro propio cuerpo.
La BBC
nos trajo a mediados de diciembre un
artículo con el título "¿Le gustaría saber qué enfermedades tendrá en el
futuro?", en el que se nos dan algunas informaciones sobre las
posibilidades actuales y futuras de conocer esa dimensión de nuestra vida y
algunas de las posibles consecuencias. Nos dice la BBC:
Un número creciente de empresas privadas
están ofreciendo leer el ADN de la misma manera que una computadora lee un
código, lo que proporciona una visión de cómo su propio genoma afectará su
salud.
[...]
Tomó 12 años y US$3.000 millones secuenciar
el genoma humano, el código del ADN que compone todo ser vivo.
Pero en los últimos años, el costo y la
velocidad para secuenciarlo se han reducido drásticamente y hoy se puede enviar
una muestra de sangre y leer su propio código por US$ 2,000.
Y, por unos US$100, usted puede enviar una
muestra de saliva y obtener informes sobre cómo los genes se relacionan con
cientos de condiciones de salud.
Es sólo cuestión de tiempo hasta que los
nuevos padres reciban el código genético de sus hijos junto con su certificado
de nacimiento, cuenta el profesor McCauley.
"Todos tendremos estas lecturas del
genoma desde que nacemos", dice.
"Terminaremos con, al menos, una
predicción de nuestra salud, las enfermedades que estamos propensos a padecer y
los medicamentos que no serán buenos para nosotros".
No todo son ventajas. Tener esa información
disponible plantea enormes problemas éticos también.*
Quizá
la idea de "problemas éticos" se quede bastante corta, ya que estos
serán de gran amplitud, obligándonos a enfrentarnos a decisiones importantes en
todos los órdenes. Hace años que se lanzaron los primeros avisos de lo que este
conocimiento podía suponer en diferentes campos. En el laboral, por ejemplo,
podría condicionar las contrataciones de las personas en función del absentismo
provocado por la aparición de determinadas enfermedades. También se advirtió —y
se han dado casos— sobre los efectos en la contratación de seguros médicos.
Venir
con el ADN debajo del brazo puede no ser una idea excesivamente buena si nos
condiciona nuestra vida y relaciones. A diferencia de la información que nos
libera de muchas cosas condicionadas por la ignorancia, puede que esta nos
encadene. Esto se dará en una sociedad que tiende a la ingeniería y la
"gestión eficiente" de sus recursos y que puede considerar que es malgastar tiempo y dinero atenciones a
determinados pacientes. Desgraciadamente, la sospecha de que esto haya podido
ocurrir ya o pasar por la mente de algunos no es descabellada.
La
reducción del futuro a "nuestras enfermedades" posibles y el
establecimiento de un calendario vital con las posibles fechas de manifestación
de la enfermedad plantea un cambio de perspectiva en nuestra percepción. No somos nuestras enfermedades; somos la
forma en que nos enfrentamos a ellas, social e individualmente. Cada ser humano
es diferente precisamente por eso, porque sus respuestas son diferentes antes
las condiciones en que se encuentra. Vivir es reaccionar ante lo que nos ocurre.
¿Por qué son más importantes en nuestra vida las enfermedades que las otras circunstancias?
Diariamente
se nos vende que los avances científicos ayudarán a prologar nuestra vida,
mientras que por otro se nos informa de que esa vida está sujeta a caducidades
múltiples. Hasta no hace mucho, no era posible conocer el sexo de los niños
hasta su nacimiento. Hoy mucha gente no lo quiere saber. Notan que ese
conocimiento les quita algo, aunque
no sepamos explicarlo bien. El hecho de poder
saber no es lo mismo que tener que
saber. La cuestión que se plantea aquí es precisamente la de un
conocimiento que indudablemente condicionará la vida, como una especie de efecto Edipo: conocer la profecía no nos
hace salir de ella, pero si vivir condicionando nuestras respuestas,
produciendo angustia. El argumento a favor, evidentemente, es la prevención,
pero tal como van los estados, la prevención será un gran negocio privado, tal como lo es la prolongación de la vida.
En
estos momentos tenemos en nuestras pantallas televisivas un ejemplo infame de
ese uso de la angustia a través de la campaña publicitaria de un banco que nos muestra cómo la ciencia actual nos prolonga las posibilidades de vida en treinta años. La
forma de llevar a que la gente haga sus planes de pensiones privados es
hacerles ver que van a vivir más de lo
que pensaban. Hasta hace poco, la angustia
era la de la muerte. Desde ahora es la vida
prolongada, especialmente en un universo precario, laboralmente reducido, en el que se debate cada
día el futuro de las pensiones y, por ende, de los pensionistas. El ser para la muerte existencialista ha
desaparecido reconvirtiéndose en el ser
pensionista. Existe un espacio entre la vida y la muerte; se llama jubilación.
La
pregunta que se hace la BBC —"¿Le gustaría saber qué enfermedades tendrá
en el futuro?"— no es la correcta, sino más bien: ¿cómo vamos a reaccionar
ante la llegada de la enfermedad prevista? ¿Cómo nos vamos a organizar socialmente?
y ¿cómo vamos a evitar que esa información, hoy accesible, se convierta en un arma
contra los más débiles? Sin embargo, los tiempos que vivimos hacen que la
pregunta sea más prosaica: ¿cómo rentabilizar todo esto?
A veces
la enfermedades sociales también se
pueden detectar con anticipación, aunque no sea fácil establecer su cura.
* "¿Le
gustaría saber qué enfermedades tendrá en el futuro?" BBC Mundo,
11/12/2013
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2013/12/131211_salud_genoma_conocer_enfermedades_ap.shtml
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