Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
trompetista Art Farmer (1928-1999) tenía un hermano, gemelo idéntico, que
tocaba el bajo. Se cuenta la siguiente anécdota: un día le preguntaron a Art cómo
se distinguía de su hermano. El contestó: cada
mañana cuando me levanto cojo el bajo y si no puedo tocarlo es que soy Art.
La
anécdota tiene algo de borgeana, algo de misterio de persona que se descubre a
sí mismo en cada momento porque corre el riesgo de no reconocerse, de perder su
identidad, resultado de uno los más
asombrosos y sorprendentes avances evolutivos. Puede que todo lo vivo sea
distinto, aunque lo sea ligeramente; pero solo nosotros hemos desarrollado tan
intensamente esa conciencia de ser uno
mismo, que incluye el ser diferentes a los demás. Somos nosotros porque no somos los demás, de ahí el
interés del pensamiento de la otredad, complemento necesario para pensarnos.
Ser uno mismo, en el fondo, es ser el
responsable ante la conciencia —que surge en el mismo movimiento— de la serie
de acciones que constituyen nuestra biografía. Identidad, consciencia, memoria,
biografía son causas y efectos reversibles. Tenemos identidad porque tenemos
memoria; tenemos biografía porque tenemos consciencia y memoria; somos nosotros porque recordamos que lo somos.
El interés de la ciencia actual por los "falsos recuerdos", aquellos
que forman parte de nuestra memoria sin haber sido parte de nuestra vida, es en
el fondo una indagación en el misterio de la identidad, más allá del
"ser" o las "esencias". Tenemos poco de metafísicos y sí mucho de seres
históricos que van acumulando diferencias,
acción a acción, experiencia a experiencia, recuerdo a recuerdo.
Somos
lo que recordamos que somos y somos lo que recordamos tal como lo recordamos, por eso Art Farmer tenía que comprobar qué
sabía hacer, si tocar el bajo o la trompeta, para poder decidir quién era.
Aunque la respuesta tenía mucho de burla al que le hizo la pregunta, no deja de
tener el fondo inquietante que suelen tener las historias de gemelos idénticos:
el temor a no saber quiénes somos, a perder la identidad en un extraño
intercambio. De ahí el horror que nos causan las enfermedades
degenerativas que nos destruyen la identidad comiéndose nuestros recuerdos,
nuestros vínculos con el mundo, los que nos confirman quiénes somos. ¿Quiénes somos
cuando no podemos recordar? ¿Cuál es nuestra identidad?
Imaginemos
que cualquiera de los Farmer sufra amnesia tras un golpe y no recuerde que
tiene un hermano. En su esfuerzo por recuperar su memoria, su identidad, abre
un álbum de fotos en el que se encuentran entremezcladas las de ambos gemelos, idénticos, indistinguibles a simple vista. Ese
Farmer asumirá que todas aquellas imágenes fotográficas forman parte de su vida, son su vida. Se verá tocando el
bajo en unas y la trompeta en otras. Pronto descubrirá que su extraña amnesia
le ha hecho olvidar cómo se toca uno de los dos instrumentos y supondrá,
probablemente, que la parte de su cabeza que se golpeó es donde reside la
capacidad de tocar el instrumento que "ha olvidado". Lamentará —y eso
marcará su vida— haber olvidado cómo se toca ese instrumento que, seguro, le
procuraba grandes goces. Aquellas imágenes pasarán a ser falso recuerdos que
irán repoblando su memoria, colonizándola. Pronto llegaría a fusionar ambas
vidas en una.
De
repente me doy cuenta de que en las fotografía que veo a Farmer tocando la
trompeta sé que es Art, pero esta
seguridad se desvanece cuando no está tocando un instrumento. Entonces puede
ser cualquiera de los Farmer, pues son indistinguibles; puedo incluso
desconocer que tenía un gemelo y haberme creado la figura de un solo Farmer. Trato de encontrar alguna
fotografía del otro Farmer, una segura. Localizo tres imágenes. La primera es
la portada de un disco que incluye su nombre, pero las imágenes son unas
frustrantes figuras, deliberadamente borrosas; Addison Farmer es solo una mancha
difusa, si es que es él alguna de esas sombras.
La segunda imagen que encuentro es de los dos hermanos Farmer juntos,
pero no hay posibilidad de distinción, apenas tienen unos meses de vida, una
vida con pocas diferencias hasta el momento. Ninguno de los dos ha elegido
todavía qué instrumento habrá de tocar para distinguirse el uno del otro a lo
largo de sus vidas. Y son, efectivamente, idénticos.
La
tercera fotografía es la portada del disco "Meet the Jazztet", de Art
Farmer con el saxofonista Benny Golson, una grabación de 1960. Allí están todos
los músicos y puedo contemplar finalmente a los dos hermanos juntos, Addison y
Art, con sus rostros iguales, cada uno tocando su instrumento, trompeta y bajo.
Addison es el más alejado de la cámara, permaneciendo en una discreta segunda
línea junto al batería del sexteto. Van todos uniformados, con trajes azul
claro, por lo que las posibilidades de distinción se desvanecen. Solo sus
instrumentos les distinguen. Trato de encontrar diferencias entre ambos, pero
no las hay. Art, como figura solista, está en el primer término; Addison
permanece tras él, mirando hacia su hermano.
Los
hermanos Farmer tocaron juntos en múltiples ocasiones. Art incluyó a Addison,
un buen bajo, en muchas de sus formaciones y grabaron juntos una larga y
memorable lista de discos. Addison Farmer participó en muchas otras grabaciones
junto a otros buenos músicos, como hizo Art por su lado.
No sé
si a Addison le preguntaban cómo podía distinguirse de su hermano Art. No sé si
contestaba que se levantaba cada mañana y si
no podía tocar la trompeta era Addison. Cada mañana salimos del sueño y
recordamos quiénes somos. Continuamos nuestra historia en el punto que la
dejamos, como si fuera un libro que dejamos sobre la mesilla.
La escritora
norteamericana Djuna Barnes (1911-1982) escribió en su poema The Dreamer:
The night comes down, in ever-darkening shapes that seem-
To grope, with eerie fingers for the window –the-
To rest to sleep, enfolding me, as in a dream
Faith –might I waken!
La preocupación no solo es despertar del sueño, sino —tras él— seguir siendo uno mismo.
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