Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
martes mis alumnos chinos de doctorado compartieron conocimientos —les había
dado unos textos para que los viéramos juntos— sobre Etnografía de la
Comunicación explicando a sus compañeros cómo, desde esa disciplina, se puede
describir un "evento comunicativo" señalando los elementos que lo
definen, como el enmarcado, los participantes, la duración, el género al que
puede adscribirse el acto, los tópicos utilizados, tipos de lenguajes
empleados, mediaciones, etc. Todos aquellos elementos que vimos nos permitían
poder desmembrar ese acto
profundamente complejo que es una interacción entre sujetos, una situación de
comunicación.
Una de las
alumnas participantes acababa de organizar un acto protocolario de inauguración
con autoridades de nuestros dos países y lo contemplamos como ejemplo de un
evento comunicativo en el que se podrían
describir meticulosamente todos los aspectos que lo configuraban. Era un acto
en el que todo —de la posición de participantes, el orden de sus
intervenciones, su comienzo y final, etc.— estaba perfectamente definido y
regulado al servicio de una comunicación eficaz, sin improvisaciones.
Poco
podía imaginarme que mientras nosotros estábamos allí actuando como etnógrafos
comunicativos debatiendo sobre aquellos conceptos y buscando ejemplos de
situaciones que podían ser descritas —una conversación telefónica, la comida
ceremonial de despedida del año en China, un juicio, una inauguración...—, en
Sudáfrica se nos estaba ofreciendo el macro ejemplo de la comunicación global,
la mayor concentración de signos de los últimos tiempos dentro de un
"evento" complejo, bien definido en su planificación, pero que —como
suele ocurrir en toda acción humana— se desbordada por los propios
acontecimientos que la situación provoca.
Como me
gusta recordar a menudo a mis alumnos, intentamos frenar la tendencia al
desorden con dosis de orden, corregir las desviaciones o degradaciones mediante
acciones que hacen que nos mantengamos "seguros" frente al caos
exterior a los sistemas: la cultura, ordenada por el lenguaje, se opone a la
naturaleza inefable. Cultura significa hacer legible lo ilegible, significativo
lo caótico. La sopa de letras se diferencia de un texto porque en este reina un orden que lo hace legible. El
adivino que lee los posos del café, la forma de las nubes o el vuelo de los
pájaros es un semiólogo compulsivo que extiende las reglas de legibilidad del
orden a aquello que a priori no lo tiene —una nube, unos posos, unas líneas de
la mano...— convirtiéndolo en texto que nos lee con todo convencimiento.
Pero al
igual que convertimos en texto lo que no lo es, podemos —gracias a otra de las
palabras que surgieron con insistencia en nuestro seminario,
"expectativas"— atribuir la condición de comunicación a lo que no es
más que apariencia de comunicación.
Si a
Nelson Mandela se le puede recordar por las muchas cosas positivas que hizo en
su vida y que se nos ha recordado a través de palabras, celebraciones y
documentos, su ceremonia —algo que se hizo en su memoria y que, por tanto, no
es responsabilidad suya— ha estado plagada de "signos" que han sido
transmitidos a todos los rincones del planeta en una celebración que los medios
de comunicación han considerado como equivalente en su atención a la que suscitó
la retransmisión de la llegada del hombre a la Luna. Un gran evento
comunicativo, sin duda. Las fotos del saludo entre Barack Obama y Raúl Castro,
por ejemplo, se consideran ya históricas. Los ciudadanos sudafricanos han
podido aplaudir a Obama y silbar frenéticamente a su presidente, el señor Zuma.
Miles de actos con significado, para unos y para otros.
¿Cómo
es posible entonces que, frente a los ojos de media humanidad, un individuo —al
que ahora tratan de localizar— estuviera durante horas comunicándose, actuando
como intérprete, a través de un inexistente lenguaje de signos destinados a las
personas con deficiencia auditiva? El caso, más allá del fraude, nos ofrece un
ejemplo extraordinario del funcionamiento de esas "expectativas"
antes mencionadas y que son esenciales en nuestra vida social. El mundo se
suele comportar como esperamos que lo haga; dicho de otra forma: actuamos desde
nuestras expectativas, con una confianza en que el mundo —nuestro mundo— es
regular y las cosas son lo que parecen con una frecuencia mayor que cuando no
lo son. Las cosas suelen ser lo que
parecen.
Nos
cuenta el diario El País:
La Federación de Sordos de Sudáfrica ha
denunciado que el intérprete de lenguaje de signos que tradujo las
intervenciones de los jefes de Estado durante el servicio religioso oficial
celebrado el martes en memoria de Nelson Mandela era "falso". Al
parecer, los signos que utilizó no tenían sentido alguno y tampoco empleó
ningún gesto facial, técnica que usan los intérpretes para transmitir las
emociones, según publican hoy diferentes medios sudafricanos.
"Fue un fraude total y absoluto",
aseguró la directora de la Escuela de Educación del Lenguaje de signos de
Ciudad del Cabo, Cara Loening, en declaraciones a la agencia de noticias
sudafricana SAPA. "Sus movimientos no tenían nada que ver con el lenguaje
de signos, solo estaba agitando sus manos", agregó Loening, quien
considera que fue una "burla" hacia la memoria del expresidente de
Sudáfrica y para todos los que asistieron y vieron el acto a través de la
televisión.
La alarma saltó durante el propio oficio
religioso, cuando comenzaron a publicarse mensajes al respecto en las redes
sociales. "Por favor, ¿puede alguien pedir al intérprete que abandone el
escenario, es vergonzoso", decía uno de ellos. "Es un evento que todo
el mundo está mirando, pero las personas sordas no pueden entender ni una sola
palabra de lo que se está diciendo", añadía otro mensaje, según el diario
Mail & Guardian.*
¿Se
puede realizar un fraude a pecho
descubierto, frente a cientos de millones de personas de todo el mundo,
frente a noventa mil personas presentes en aquel estadio sudafricano?
Evidentemente sí, contestamos ahora que lo sabemos con certeza desengañada.
Nuestra ceguera ante el lenguaje de los signos nos impide comprobar que aquello
realmente sea un acto comunicativo en un lenguaje coherente, significativo para
alguien. Los únicos capaces de distinguir el "fraude" del
"texto", el "galimatías" del "sentido", eran las
personas sordas, a las que aunque comenzaron a denunciarlo, como se nos dice, nadie
hizo caso. La maquinaria, el "evento" comunicativo, era ya imparable.
No
había diferencia entre los movimientos (no "gestos", que sí tienen
sentido) que hacía el falso intérprete y un baile o unas convulsiones. Sin
embargo, todo tenía la apariencia necesaria y eso cumplía nuestras
expectativas: suponemos que una persona que se sitúa junto a un orador y
realiza "gestos" (simples movimientos, en este caso) es un
"intérprete" del lenguaje de signos. Lo vemos con un colgante de la
organización (o que simplemente lo parece)
al cuello y nuestra expectativas nos dicen que es un intérprete, ergo sus
movimientos son signos, ergo hay
alguna correspondencia entre lo que dice el orador y aquellos movimientos, que ya
no vemos como absurdos —aunque no los comprendamos— o casuales.
Me vino
a la mente un ejemplo de otro de los textos que veremos en nuestro seminario
después de las vacaciones. Es el que el antropólogo Clifford Geertz recoge
sobre el movimiento del parpadeo de un ojo, que podemos interpretar como un
simple "tic", un movimiento involuntario, carente de sentido, o como un
guiño intencionado, pleno de intención comunicativa. No sabríamos
distinguirlos. Geertz señala que puede incluso irse más allá y ser una imitación del guiño de otro o incluso
puede ser un ensayo de alguien que está frente a un espejo practicando.
Los
gestos del falso intérprete no eran tics porque eran voluntarios, pero esa
voluntariedad carecía de traducción, de sentido. Pretendían ser —y eran— un acto de comunicación global
destinada precisamente a aquellos —la inmensa mayoría de los que lo vieron— que
eran incapaces de distinguir un tic de un guiño, por usar el ejemplo de Geertz.
A quien engañaba el falso intérprete —y, por tanto, con quien realmente se
comunicaba, por paradójico que parezca— no era a las personas sordas, sino a
nosotros que no lo somos y que atribuimos un sentido global al
"evento" comunicativo: si alguien hace gestos junto a otro que habla =
intérprete de signos para sordos. No engañó a los sordos; solo a nosotros, a la
inmensa mayoría.
El
timador, como todos los buenos timadores, sabe que la mejor forma de engañar a
la gente es que se cumplan sus expectativas, que las cosas sean como todos
esperan que sean; que hay que dar a la gente lo que quiere ver y lo que quiere
escuchar; no ir contra la corriente, sino nadar siempre a su favor. No hay que
ser imaginativo, sino rutinario. Porque las rutinas, las expectativas de que
las cosas funcionarán como siempre lo hacen, son la auténticas vendas de
nuestros ojos. Orson Welles lo explicó muy bien en "Fake!", de visión
obligada para cualquier timador.
En la
película biográfica sobre el cantante Bobby Darin, realizada por el actor Kevin
Spacey, Beyond the Sea, se nos
muestra un momento en el que el que ha sido un cantante "crooner",
tradicional, tiene su momento de rebeldía y compone una canción "protesta",
"A simple song of freedom". Se presenta ante el público con guitarra
y vaqueros. El público le abuchea; quieren que repita sus viejos éxitos, los de
siempre, sus canciones románticas en el estilo de Las Vegas. Y alguien le dice
una gran verdad: "la gente escucha lo que ve". La canción se
convierte en un gran éxito, con el público en pie coreándola y llevando el
compás con sus manos, cuando la convierte en un espectáculo digno de Las Vegas, cuando cumple las
expectativas que de él se han hecho: la gente escucha lo que ve, sí, y ve lo que
espera ver. La manera de que su canción sea aceptada es cumplir las
expectativas, ser el Bobby Darin que todos
esperan, que cante canciones protesta con su pajarita y no con vaqueros,
con orquesta y no con una guitarra, y acompañado por un coro góspel. A Dylan
tampoco le perdonaron salir con una guitarra eléctrica a un escenario. Es una
ley general.
El
timador hizo como Darin, solo que su intención no era colarnos un positivo mensaje
"protesta" contra la Guerra de Vietnam, sino colarse él mismo, ser el
"intérprete" que todos esperábamos ver. Jugaba con nuestra
expectativas y, evidentemente, con nuestra ignorancia. El timador, como diría
Marchal MacLuhan, es el mensaje.
Podemos
pensar que el caso del falso intérprete es un caso extremo y puede que lo sea.
Pero el principio general se cumple todos los días: nos dan lo que esperamos.
Eso afecta al discurso de los políticos, al del vendedor de lavadoras o al de
cualquier otro que pretenda conseguir algo de nosotros. Y nosotros de los demás,
claro. Lo que nos deja descolocados es nuestra indefensión ante todo aquello
que desconocemos. Nos inquieta sentirnos tan vulnerables. Y hacemos bien. El
caso del falso intérprete de signos no es diferente de los "falsos
expertos" que ha salido en los medios de comunicación recientemente. De
muchos otros nos somos conscientes, por fortuna. ¿Recuerdan el caso de la
"falsa víctima" española del 11-S, que ya tratamos aquí? [ver entrada] Cualquiera nos puede engañar si desconocemos aquello de lo que nos
habla —de la venta de preferentes a la descongelación de los glaciares, pasando por el Instituto Nóos— y son
muchas cosas las que desconocemos.
El
mundo se nos ha llenado de charlatanes amplificados a través de los medios, de
libros y programas televisivos que llegan hasta nosotros con "mensajes"
en apariencia con algún significado. Somos los tontos globales, aunque no nos guste verlo así y hablemos de la
"sociedad del conocimiento". El número de cosas de las que podemos
decir que sabemos algo es muy
reducido en proporción a aquellas otras de las que nos tenemos que fiar.
Estamos más bien ante la Sociedad del Riesgo
de Fraude Global, por parafrasear a Ulrich Beck.
Algunos
ven el caso del intérprete timador como un insulto a la memoria de Nelson
Mandela. Yo prefiero verlo como su último regalo, una lección más de cómo
funciona el mundo cuando está lleno de ignorantes, de lo fácil que es
manipularlo, de nuestra propia ceguera, de lo difícil que es sacarnos de
nuestras expectativas. Miramos y no vemos; escuchamos y no entendemos. Queremos
ver, queremos escuchar. Y siempre hay alguien dispuesto a cumplir con nuestros
deseos.
*
"El Gobierno de Sudáfrica, a la caza del falso intérprete del lenguaje de
signos" El País 11/12/2013 http://elpais.com/elpais/2013/12/11/gente/1386787623_500516.html
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