Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Randy
Schekman, Premio Nobel de Medicina, ha desatado una polémica —que pronto
quedará en nada— sobre la publicaciones científicas y la función que cumplen.
Como editor de una revista académica digital, creada en 1995 dentro del campo
de la Humanidades, tuve ocasión de tratar esa cuestión cuando planteé en varios artículos* los
beneficios de la publicaciones digitales y, como contrapartida, los defectos
que planteaba entonces —me refiero a 1998— el sistema de publicación
tradicional, es decir, en papel. Me
sorprendió el rechazo prácticamente unánime que suscitaban entonces las publicaciones
digitales a las que se consideraba poco o nada científicas, algo que yo no entendía y
que me llevó a meditarlo y a plantearlo en diferentes publicaciones, mesas redondas y algún congreso.
Yo no acababa de entender —partiendo de lo más obvio— porqué un
mismo texto era apreciado en papel y despreciado en una pantalla, qué tenía que ver el soporte con lo científico. Argumentaba
las grandes ventajas que para la Ciencia —en costes, distribución sin barreras,
aumento del número de revistas en cada sector, etc.— suponía la publicación digital respecto a unos
medios caros, lentos y de baja tirada, como siguen siendo las revistas impresas. Las "revistas", decía yo entonces, son papel con una grapa; "lo científico", en cambio, tiene que ver con los métodos seguidos para obtener unos resultados, su verificación, etc.. No entendía la confusión y el debate.Tenía que haber algo más. Y ese algo más fue lo que en mi inocencia casi juvenil
plasmé en aquellos textos publicados: el sistema de publicaciones es el centro del Poder
en la vida científica y universitaria; es un elemento que determina el valor
dentro del sistema.
Cuando hablamos de "la Ciencia" hablamos
al menos de tres cosas: 1) de un cuerpo de conocimientos que consideramos
válidos, con mayor o menor duración; 2) un cuerpo de científicos trabajando
conforme a unos métodos; 3) un sistema mucho más amplio —lo componen muchas instituciones
que no son científicas, sino administrativas, editoriales, etc.— que se regenta
y regula mediante la administración de dinero,
prestigio y poder, monedas
convertibles la una a la otra. Además de tratar de alcanzar o producir conocimiento, esos tres elementos señalados
están en la mente de los científicos, puede que en distinto orden, no siempre porque
ellos quieran sino porque son empujados, además de por el propio interés, porque
son espoleados externamente para que luchen por ellos. Algunos los llaman
"estímulos" o "incentivos".
El comienzo del artículo de Schekman es claro:
Soy
científico. El mío es un mundo profesional en el que se logran grandes cosas
para la humanidad. Pero está desfigurado por unos incentivos inadecuados. Los
sistemas imperantes de la reputación personal y el ascenso profesional
significan que las mayores recompensas a menudo son para los trabajos más
llamativos, no para los mejores. Aquellos de nosotros que respondemos a estos
incentivos estamos actuando de un modo perfectamente lógico —yo mismo he
actuado movido por ellos—, pero no siempre poniendo los intereses de nuestra
profesión por encima de todo, por no hablar de los de la humanidad y la
sociedad.**
Es ese párrafo inicial se encierran, comprimidos,
las grandes distorsiones y miserias que la Ciencia —a través de los
científicos— padece en su dinámica cotidiana. Los científicos no solo luchan
por alcanzar un conocimiento, sino que rivalizan —muchas veces con artes poco
claras o dignas— por conseguir esos tres elementos señalados que se han
introducido como cuñas cada vez más importantes en su trabajo. Esto lo sabe
cualquiera que lleve más de una semana en el mundo académico. Luchas despiadadas,
jerarquías medievales, asaltos al poder a través de comisiones, entidades
administrativas, instituciones, etc., constituyen esa cara oscura del
comportamiento "científico" (de los científicos) que poco tiene que
ver con los métodos de los que los filósofos de la Ciencia se ocupan y sí, en
cambio, con esa otra vertiente —denigrada por muchos y practicada por pocos—
que es la sociología de los grupos del campo científico, en la que se analizan
los mecanismos de poder y su reparto como si fuera cualquier otro grupo humano.
En todo esto, las publicaciones juegan un papel
esencial pues es la forma de visibilizar las investigaciones y, por tanto,
llegar al reconocimiento que nos haga merecedores de los tres elementos
solidarios (dinero, prestigio y poder). Las maniobras para hacerse con ese
mecanismo selectivo han sido muchas, pues la publicación es un filtro. En mi
inocencia inicial no comprendí hasta que se hizo la presentación de la revista,
en octubre de 1995, qué era lo que realmente interesaba. La primer pregunta que
se me hizo como editor en el acto público fue: ¿quién controla esto? Entonces pude comprender claramente lo que
interesaba y fue lo que trasladé a aquellos
artículos y ponencias que, para mi sorpresa, fue solicitado para su
reproducción por publicaciones de distintos campos, alguno tan alejado del mío
como la revista VITAE. Academia Biomédica
Digital, de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela***.
Señalo esto nada más que para que se entienda hasta qué punto el problema era
común y ya comenzaba a hacerse angustioso hace casi veinte años.
En todo este tiempo transcurrido, la
mercantilización de la actividad científica ha corrido pareja a la de la
sociedad. La codicia reinante no podía menos que contagiar al campo de la
Ciencia que ya estaba contaminado. El abandono de las publicaciones oficiales e
institucionales por los cortes y recortes de financiación no ha hecho sino
lanzarlas ante las instancias comerciales encargada de las distribución
controladas por empresas privadas —muchas veces con científicos o instituciones
científicas detrás— que tratan de conseguir el máximo beneficio económico, explotando
la condición de privilegio que adquieren en el mercado. Son las grandes
editoriales y distribuidoras científicas las que se han encargado de la
eliminación de la "diversidad" de las publicaciones académicas creando
auténticos monopolios en los diferentes campos del conocimiento. Para ello
cuentan muchas veces con la connivencia de las propias universidades o de
personas adscritas a ellas, que trabajan indirectamente en su favor potenciando
unas frente a otras en los mecanismos de selección académica. Una publicación
no es importante por lo que publica, sino por el valor de lo que consigue el
que publica en ella. Es casi una ley sociológica. Eso significa, claramente,
que son estos agentes paralelos (editoriales, distribuidoras internacionales,
etc.) los que consiguen organizar los campos académicos y científicos. Es en
ese campo donde compiten, nos siempre con demasiadas buenas artes, los grupos
poderosos para seguir manteniendo ese poder de decisión.
En paralelo —y esto es muy grave— esto se ve
reforzado por las medidas selectivas de valoración de los méritos, que suelen
recaer en las publicaciones que se han considerado valiosas, haciendo buena la
ley sociológica antes enunciada. Son las revistas
de referencia, que serán siempre defendidas por los que las usan como
mecanismo de selección, como filtros, que es donde reside su poder. El rechazo
de de Schekman a seguir publicando en estas revistas, de gran renombre, va en
este sentido.
Estas
revistas promocionan de forma agresiva sus marcas, de una manera que conduce
más a la venta de suscripciones que a fomentar las investigaciones más
importantes. Al igual que los diseñadores de moda que crean bolsos o trajes de
edición limitada, saben que la escasez hace que aumente la demanda, de modo que
restringen artificialmente el número de artículos que aceptan. Luego, estas
marcas exclusivas se comercializan empleando un ardid llamado “factor de
impacto”, una puntuación otorgada a cada revista que mide el número de veces
que los trabajos de investigación posteriores citan sus artículos. La teoría es
que los mejores artículos se citan con más frecuencia, de modo que las mejores
publicaciones obtienen las puntuaciones más altas. Pero se trata de una medida
tremendamente viciada, que persigue algo que se ha convertido en un fin en sí
mismo, y es tan perjudicial para la ciencia como la cultura de las primas lo es
para la banca.
Son prácticamente los argumentos que ya hace muchos
años expuse en aquellos trabajos. Si los traigo a colación es solo porque nada ha cambiado desde entonces; por el
contrario, se ha agravado porque aquellas presiones se han trasladado a las
publicaciones digitales que, como forma mucho más barata de publicación, podían
liberarse de los condicionamientos económicos y permitir en muchos campos que
esa escasez no redujera la diversidad, sobre todo en campos como las Ciencias
Sociales y la Humanidades, en las que el diálogo abierto entre ideas muy
distantes es importante para evitar el predominio de escuelas únicas del
pensamiento o metodológicas.
El escándalo reciente sobre la influencia de la
industria de los alimentos transgénicos sobre las publicaciones científicas y
cómo son utilizados los informes científicos—publicados a través de revistas
académicas controladas por las empresas— no es nada nuevo. Hace muchos años ya
se producían noticias sobre las renuncias de editores de revistas científicas
de prestigio por las presiones de la industria farmacéutica para silenciar o
promover lo que les interesaba respecto a sus productos.
Son muchas las quejas que se han ido acumulando
sobre el funcionamiento interno, administrativo, grupal de la ciencia. Sin
embargo, esas quejas, las reales más allá de los tópicos interesados, apenas
salen a los medios, que prefieren mantener los estereotipos y ciertas
tendencias de mercado para poder vender sus propias publicaciones. Es un
problema diferente, pero todos ellos inciden en el grupo de los científicos que
se ven condenados —o encantados— a trabajar conforme a unos criterios de
publicación controlados por agencia y editoriales —que les explotan a sabiendas
de su necesidad de publicación para sobrevivir en el mundo académico— o después
condenados a otra cárcel, la del circo mediático, a través del cual tratan de
conseguir notoriedad que les permita escalar posiciones por otras vías
paralelas.
Con cierta frecuencia aprovechamos estas líneas
diarias, con más o menos ironía, según los casos, para mostrar esa reducción
del trabajo científico a espectáculo de feria o la participación poco seria de
científicos en espectáculos a los que no deberían prestarse por el bien de todos
más que del suyo propio, pues algún beneficio sacarán. El diario El Mundo nos trae un buen ejemplo de
este tipo de prácticas reductivas a través un artículo titulado
significativamente "El yin y el yang de la risa"*****. Las líneas
introductoras que actúan como reclamo para los lectores son las siguientes:
·
Reduce el estrés, la ansiedad, la
depresión y disminuye el riesgo de infarto
·
Pero se han descrito casos de
ataques de asma, incontinencia y hernias
·
Los episodios son puntuales y el
balance sigue siendo positivo
·
Así que, a no ser que su médico lo
contraindique, siga incorporando el humor en su vida ****
Como síntesis de los estudios dedicados a la risa,
debo decir que son bastante deprimentes. Es la forma en que, cada vez más, la
prensa general aplica su tratamiento a lo que proviene de la Ciencia, que ha
quedado —como ocurre en el diario El País, que ha encuadrado en la sección
"Sociedad", auténtico cajón de sastre—, reducida a parodia llamativa
de sí misma. Cada vez va influyendo más este factor de comercialización de sí
misma en sus planteamientos y presentación y en la selección de temas, como
señala Schekman. El trabajo científico, para recibir reconocimiento, se tiene que mover entre las revistas de referencia (controladas por múltitples intereses, centros de poder, como denuncia el Premio Nobel de Medicina) y las secciones del "espectáculo científico" de los medios de comunicación, que solo quieren lo llamativo o lo reducen a caricatura como exigencia de difusión para salir del anonimato en esta Sociedad del Espectáculo. Es un doble camino peligroso y, muchas veces, degradante.
La Ciencia —debería ser este el juramento hipocrático
del científico en cualquier campo— está para sacarnos de la ignorancia, de la oscuridad, y no para
sustituir las luces ilustradas por los focos de color del escenario del circo
mediático, antesala del circo social, a cuyo público se le lanzan estos
mendrugos azucarados.
Como un ejemplo de este uso circense —nunca mejor
dicho, como se verá—, el diario nos incluye entre su revisión de la literatura
de los estudios "científicos" sobre la risa, el siguiente caso:
Otro
de los trabajos seleccionados revela que el 36% de las mujeres que se habían
sometido a fecundación in vitro y que, tras la transferencia de embriones,
fueron entretenidas por una actuación de payasos, se quedaron embarazadas; en
comparación con el 20% de las que no asistieron a este show tras
la intervención.****
Sin comentarios. Lo dicho: ¡Cuidado con los payasos!
* Joaquín Mª Aguirre Romero: "Las revistas
científicas digitales: ¿un revulsivo de la vida académica?", Actas de la
II Jornadas Internacionales de Derecho de las Telecomunicaciones, Dpto. de
Derecho de la Información, UCM, diciembre, 1998; y "Las revistas digitales y la vida académica", Cuadernos de documentación multimedia, Departamento de Biblioteconomía y Documentación, Universidad Complutense de Madrid, 1998.
** Randy Schekman "Por qué revistas como ‘Nature’, ‘Science’ y ‘Cell’ hacen daño a la ciencia" El País 12/12/2013 http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/12/11/actualidad/1386798478_265291.html
*** Joaquín Mª Aguirre Romero: "Las revistas digitales y la vida
académica"
http://vitae.ucv.ve/?module=articulo&rv=66&n=2384
**** "El yin y el yang de la risa" El Mundo 13/12/2013 http://www.elmundo.es/salud/2013/12/13/52aa0ef661fd3d22128b4584.html?a=faa1c6b9de8f5f377fb5dbbc67df526a&t=1386923178
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