domingo, 29 de diciembre de 2013

El silogismo perverso

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El lenguaje de los políticos suele oscilar entre los extremos del parloteo técnico o eufemístico para esconder lo que quieren decir de las situaciones que no les interesa que se vean demasiado claras y l aparente sencillez con la que pretenden demostrar la evidencia de las cosas mediante razonamientos esquemáticos y simplistas. Según convenga, el político recurre a lo oscuro para esconder lo que le interesa o nos ciega con la claridad expositiva que nos deja preguntándonos en qué momento del razonamiento nos hemos perdido para encontrarnos donde nos encontramos.
Las reacciones de Recep Tayyip Erdogan ante el escándalo y la crisis que está ocurriendo en Turquía se ve retroalimentada por las reacciones del propio primer ministro que, lejos de tomar decisiones, está claramente a la defensiva. No arregla los problemas, sino que organiza el contraataque. No pueden considerarse de otra manera la forma de reaccionar ante las denuncias contra miembros del gobierno y del partido que los sostiene. Al argumento de la conspiración internacional, que ya hemos comentado aquí, se añaden las maniobras para destituir a policías, fiscales y jueces que han intervenido en la operación de sacar a la luz la basura acumulada en estos años de gobierno virtuoso y éxito económico.


Lejos de intentar clarificar lo que ocurre en su país y partido, Erdogan parece más dispuesto a tomar la actitud del animal acorralado. Temeroso del resultado de todo esto en las próximas elecciones, ha decidido darse baños de multitudes para contarles a sus más fieles seguidores lo que ellos esperan escuchar de él: que todo es un complot porque son excesivamente buenos y eso siembra las conspiraciones internacionales y desata las envidias nacionales. Es ante ellos donde Erdogan ha soltado la perla lógica:

"La soberanía no pertenece al poder judicial. Tampoco pertenece al gobierno. Pertenece al pueblo. El poder judicial va a pagar por intentar quitarle de las manos la soberanía al pueblo."


Esta especie de silogismo retorcido es un ejemplo de la forma de razonar característica del demagogo. Las dos primeras premisas son ciertas, mientras que la segunda, que se presenta como consecuencia de las primeras, es simplemente una amenaza.
Lo malo es que no es una amenaza realizada contra sus opositores políticos —otros partidos—, que sería grave, sino contra uno de los poderes básicos del Estado de derecho, el poder judicial. Declarar al poder judicial como un enemigo y decir que "va a pagar" es impensable en cualquier país medianamente democrático.
En el tercer término de su silogismo perverso, Erdogan esconde razonamientos que se apoyan en los elementos situacionales. Los jueces no van contra los corruptos, no van contra el gobierno; van contra el pueblo. Y el gobierno defenderá al pueblo atacándolos, no como gobierno, sino como pueblo. Decir esto frente a unos cuantos miles de personas agitando banderas y coreando tu nombre no deja de ser, además de demagogia, una irresponsabilidad política que no es digna de un país con las aspiraciones que ha planteado Erdogan.

Lo malo de los partidos religiosos radica en dos puntos: siempre son más que un partido y la verdad está siempre de su lado. Los partidos religiosos tienen su propia demagogia, declarando a los demás impíos, pecadores, herejes o ateos. El "ser más que un partido" significa que quien les vota no lo está haciendo por algo terrenal, como los demás, sino que se puede sentir santificado, mejor creyente, etc., por el hecho de votarla; el mismo razonamiento, pero en negativo, se aplica si no se les vota. Dejas de ser un buen creyente. A las diferentes prácticas religiosas, se añade la de echar la papeleta indicada por el partido en la urna. Nadie santifica tanto la democracia como un partido religioso.
El segundo punto garantiza cierta infalibilidad de las acciones de los gobernantes y dirigentes, que pasan a tener una línea privilegiada con la sabiduría. Mientras den muestras de piedad, sus seguidores seguirán confiando en ellos y valdrán los argumentos de la anti religiosidad de los oponentes, que no soportan tanta perfección. La única conspiración a la que debería tener miedo a la que le ha crecido en sus filas, con su consentimiento o sin él. Los que le roban la soberanía al pueblo son simplemente los que le "roban", a secas, y esos son, mientras no se demuestre lo contrario, los que han causado el gran escándalo actual.


Como dijimos al inicio de esta crisis, es difícil que un caso así se desencadene sin que haya un fundamento serio, porque nadie se atreve a dar un paso de esa magnitud sin tener todas las bazas en su mano. De no tenerlas, sabes que acabarás hecho trizas bajo la maquinaria del poder.
Las amenazas de Erdogan contra el poder judicial son muy graves en un estado democrático y muestran, sobre todo, su desesperación ante unas próximas elecciones locales que debiliten su poder de conjunto. La llegada de relevos a los ayuntamientos puede destapar nuevos casos que incrementen la presión sobre el AKP.

Las declaraciones del Ejército, el otro gran poder en Turquía, señalando que ellos no van a intervenir en la "disputa", es una muestra más —por su carácter insólito— del peculiar esquema de relaciones que se vive en Turquía. El habitualmente acusado —y juzgado— por conspiraciones en Turquía suele ser el Ejército, por lo que esa declaración tiene un valor especial. El conflicto se producirá por el intento de desmantelamiento de las instituciones turcas antes de que sean estas las que le desmantelen a él y su gobierno.
La siguiente fase de la crisis debe producirse en el interior del AKP. Será la que permita discriminar los que estaban al tanto de las tramas de corrupción y los que no lo estaban, que ante el tamaño del escándalo, tendrán que optar por agitar banderitas en los próximos mítines o dar un paso al frente y exigir todos los relevos necesarios antes de que el desastre sea absoluto. Es la única forma de evitar las catástrofes totales cuando no se han tomado las medidas adecuadas para prevenir la corrupción.
Los escándalos de corrupción en todos los lugares muestran una constante: los partidos con poder (no necesariamente en el poder) no están preparados para prevenir la invasión de sus proyectos por fuerzas que las infiltran. Mientras se trata de hacer ver que existe una especie de conspiración extraña —eso es lo que le gusta a Erdogan—, esa circunstancia no se produciría si los partidos tuvieran mecanismos eficaces para impedir o resolver los casos de corrupción de forma eficaz. Es un problema al que se ven abocados todas las democracias y que se da por descontado en las dictaduras. La profesionalización de la política, en el peor sentido del término, hace que los que llegan a los puestos acumulen intereses y sean fácilmente captados por las redes empresariales y financieras poco escrupulosas o, peor, que sean las mismas tramas de negocios los que les promuevan a sus puestos. El crecimiento del poder financiero y empresarial por la globalización ha hecho que se amplíen sus influencias y sus rendimientos. La corrupción aumenta y será un problema generalizado porque es muy contagiosa si no se corta a tiempo.


El AKP ha acumulado grupos corruptos dentro y a su alrededor porque ha acumulado poder y ese poder hace que las decisiones estén en manos de personas que pierden fácilmente a perspectiva del servicio público que la política debería tener.
Insistimos en que, por mucho que le guste a algunos medios montar delirantes películas sobre el porqué ha estallado el escándalo turco, lo determinante es la realidad de los casos y eso, hasta el momento, está ahí, causando baja tras baja en el gobierno y en el propio partido de Erdogan. Puede que nos gusten películas conspiratorias entre "oscuros clérigos", tramas de "infiltradas", "sociedades secretas" y un largo etcétera de sorprendentes hipótesis que nada explican —es sorprendente el grado de paranoia de algunos medios españoles insistiendo en las conspiraciones y las sociedades secretas—, pero se venden bien.


Que fiscales y jueces hayan destapado unos grandes casos de corrupción y tramas organizadas con familiares de políticos de miembros del gobierno, no es "conspirar", es su obligación. Que los llevan hasta los tribunales, no es una venganza; es su trabajo. Lo demás es aceptar que lo normal en un estado de derecho es aceptar estas cosas y que estas cosas solo salen si hay disputas. Y es mejor pensar que no debe ser así.

Llamarte "ladrón" no es una conspiración si realmente has robado. El silogismo correcto debería concluir que ataca al pueblo y su soberanía quien le roba o engaña. Y que el ejercicio de la soberanía conlleva precisamente que quien hace eso, lo pague.





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