Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
lenguaje de los políticos suele oscilar entre los extremos del parloteo técnico
o eufemístico para esconder lo que quieren decir de las situaciones que no les
interesa que se vean demasiado claras y l aparente sencillez con la que
pretenden demostrar la evidencia de las cosas mediante razonamientos
esquemáticos y simplistas. Según convenga, el político recurre a lo oscuro para
esconder lo que le interesa o nos ciega con la claridad expositiva que nos deja
preguntándonos en qué momento del razonamiento nos hemos perdido para encontrarnos
donde nos encontramos.
Las
reacciones de Recep Tayyip Erdogan ante el escándalo y la crisis que está
ocurriendo en Turquía se ve retroalimentada por las reacciones del propio
primer ministro que, lejos de tomar decisiones, está claramente a la defensiva.
No arregla los problemas, sino que organiza el contraataque. No pueden
considerarse de otra manera la forma de reaccionar ante las denuncias contra miembros
del gobierno y del partido que los sostiene. Al argumento de la conspiración
internacional, que ya hemos comentado aquí, se añaden las maniobras para
destituir a policías, fiscales y jueces que han intervenido en la operación de
sacar a la luz la basura acumulada en estos años de gobierno virtuoso y éxito económico.
Lejos
de intentar clarificar lo que ocurre en su país y partido, Erdogan parece más
dispuesto a tomar la actitud del animal acorralado. Temeroso del resultado de
todo esto en las próximas elecciones, ha decidido darse baños de multitudes
para contarles a sus más fieles seguidores lo que ellos esperan escuchar de él:
que todo es un complot porque son excesivamente buenos y eso siembra las conspiraciones
internacionales y desata las envidias nacionales. Es ante ellos donde Erdogan
ha soltado la perla lógica:
"La soberanía no pertenece al poder judicial.
Tampoco pertenece al gobierno. Pertenece al pueblo. El poder judicial va a
pagar por intentar quitarle de las manos la soberanía al pueblo."
Esta
especie de silogismo retorcido es un
ejemplo de la forma de razonar característica del demagogo. Las dos primeras
premisas son ciertas, mientras que la segunda, que se presenta como
consecuencia de las primeras, es simplemente una amenaza.
Lo malo
es que no es una amenaza realizada contra sus opositores políticos —otros
partidos—, que sería grave, sino contra uno de los poderes básicos del Estado
de derecho, el poder judicial. Declarar al poder judicial como un enemigo y decir que "va a
pagar" es impensable en cualquier país medianamente democrático.
En el
tercer término de su silogismo perverso, Erdogan esconde razonamientos que se
apoyan en los elementos situacionales. Los jueces no van contra los corruptos,
no van contra el gobierno; van contra el
pueblo. Y el gobierno defenderá al pueblo atacándolos, no como gobierno,
sino como pueblo. Decir esto frente a
unos cuantos miles de personas agitando banderas y coreando tu nombre no deja
de ser, además de demagogia, una irresponsabilidad política que no es digna de
un país con las aspiraciones que ha planteado Erdogan.
Lo malo
de los partidos religiosos radica en dos puntos: siempre son más que un partido y la
verdad está siempre de su lado. Los partidos religiosos tienen su propia
demagogia, declarando a los demás impíos, pecadores, herejes o ateos. El "ser
más que un partido" significa que quien les vota no lo está haciendo por
algo terrenal, como los demás, sino que se puede sentir santificado, mejor
creyente, etc., por el hecho de votarla; el mismo razonamiento, pero en
negativo, se aplica si no se les vota. Dejas de ser un buen creyente. A las
diferentes prácticas religiosas, se añade la de echar la papeleta indicada por
el partido en la urna. Nadie santifica tanto la democracia como un partido
religioso.
El
segundo punto garantiza cierta infalibilidad
de las acciones de los gobernantes y dirigentes, que pasan a tener una línea
privilegiada con la sabiduría. Mientras den muestras de piedad, sus seguidores
seguirán confiando en ellos y valdrán los argumentos de la anti religiosidad de
los oponentes, que no soportan tanta perfección. La única conspiración
a la que debería tener miedo a la que le ha crecido en sus filas, con su
consentimiento o sin él. Los que le roban la soberanía al pueblo son
simplemente los que le "roban", a secas, y esos son, mientras no se
demuestre lo contrario, los que han causado el gran escándalo actual.
Como
dijimos al inicio de esta crisis, es difícil que un caso así se desencadene sin que
haya un fundamento serio, porque nadie se atreve a dar un paso de esa magnitud
sin tener todas las bazas en su mano. De no tenerlas, sabes que acabarás hecho
trizas bajo la maquinaria del poder.
Las
amenazas de Erdogan contra el poder judicial son muy graves en un estado
democrático y muestran, sobre todo, su desesperación ante unas próximas
elecciones locales que debiliten su poder de conjunto. La llegada de relevos a
los ayuntamientos puede destapar nuevos casos que incrementen la presión sobre
el AKP.
Las
declaraciones del Ejército, el otro gran poder en Turquía, señalando que ellos
no van a intervenir en la "disputa",
es una muestra más —por su carácter insólito— del peculiar esquema de
relaciones que se vive en Turquía. El habitualmente acusado —y juzgado— por
conspiraciones en Turquía suele ser el Ejército, por lo que esa declaración
tiene un valor especial. El conflicto se producirá por el intento de
desmantelamiento de las instituciones turcas antes de que sean estas las que le
desmantelen a él y su gobierno.
La
siguiente fase de la crisis debe producirse en el interior del AKP. Será la que
permita discriminar los que estaban al tanto de las tramas de corrupción y los
que no lo estaban, que ante el tamaño del escándalo, tendrán que optar por
agitar banderitas en los próximos mítines o dar un paso al frente y exigir
todos los relevos necesarios antes de que el desastre sea absoluto. Es la única
forma de evitar las catástrofes totales cuando no se han tomado las medidas
adecuadas para prevenir la corrupción.
Los
escándalos de corrupción en todos los lugares muestran una constante: los
partidos con poder (no necesariamente en el poder) no están preparados para
prevenir la invasión de sus proyectos por fuerzas que las infiltran. Mientras
se trata de hacer ver que existe una especie de conspiración extraña —eso es lo
que le gusta a Erdogan—, esa circunstancia no se produciría si los partidos
tuvieran mecanismos eficaces para impedir o resolver los casos de corrupción de
forma eficaz. Es un problema al que se ven abocados todas las democracias y que
se da por descontado en las dictaduras. La profesionalización de la política,
en el peor sentido del término, hace que los que llegan a los puestos acumulen intereses
y sean fácilmente captados por las redes empresariales y financieras poco escrupulosas o, peor, que sean las
mismas tramas de negocios los que les promuevan a sus puestos. El crecimiento
del poder financiero y empresarial por la globalización ha hecho que se amplíen
sus influencias y sus rendimientos. La corrupción aumenta y será un problema generalizado porque es muy contagiosa si no se corta a tiempo.
El AKP
ha acumulado grupos corruptos dentro y a su alrededor porque ha acumulado poder
y ese poder hace que las decisiones estén en manos de personas que pierden
fácilmente a perspectiva del servicio público que la política debería tener.
Insistimos
en que, por mucho que le guste a algunos medios montar delirantes películas
sobre el porqué ha estallado el escándalo turco, lo determinante es la realidad
de los casos y eso, hasta el momento, está ahí, causando baja tras baja en el
gobierno y en el propio partido de Erdogan. Puede que nos gusten películas
conspiratorias entre "oscuros clérigos", tramas de "infiltradas",
"sociedades secretas" y un largo etcétera de sorprendentes hipótesis
que nada explican —es sorprendente el grado de paranoia de algunos medios
españoles insistiendo en las conspiraciones
y las sociedades secretas—, pero se venden bien.
Que
fiscales y jueces hayan destapado unos grandes casos de corrupción y tramas
organizadas con familiares de políticos de miembros del gobierno, no es
"conspirar", es su obligación. Que los llevan hasta los tribunales,
no es una venganza; es su trabajo. Lo demás es aceptar que lo normal en un
estado de derecho es aceptar estas cosas y que estas cosas solo salen si hay
disputas. Y es mejor pensar que no debe ser así.
Llamarte
"ladrón" no es una conspiración si realmente has robado. El silogismo
correcto debería concluir que ataca al
pueblo y su soberanía quien le roba o engaña. Y que el ejercicio de la
soberanía conlleva precisamente que quien hace eso, lo pague.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.