Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Cuando
media Europa está insatisfecha, quejumbrosa y tiquismiquis, nos encontramos con
que los que están fuera son capaces de dejarse la piel por ella. Cuando crecen
los nacionalistas, ultranacionalistas y euroescépticos, en la periferia europea
se dejan la garganta, la espalda y los riñones al grito de
"¡Europa!". No deja de ser aleccionador y, sobre todo, nos lleva a reconsiderarnos,
a modificar la visión que tenemos de nosotros mismos, de lo que Europa supone y
de lo que suponemos para los que están fuera de ella.
En
Ucrania se está viviendo una batalla que no nos debe ser ajena, no porque
tengamos que intervenir de una manera específica, aunque quizá deberíamos dar
muestras de una mayor solidaridad con una gente que corea ese nombre que a
nosotros nos sirve para ironías y desprecios, aunque solo fuera por un mínimo
de vergüenza. Pero es ese mínimo de
vergüenza precisamente el que nos falta para completar nuestra visión de Europa
y nuestra propia percepción como "europeos". Prefiero verme reflejado en sus ojos.
El caso
ucraniano es insólito, pero explicable: no quieren más Rusia. Ya han tenido
bastante. Ellos no son Asia, escriben en sus pancartas; quieren un futuro europeo.
Debo confesar que ver a esas personas aguantando violencia y frío
envueltos en la bandera de Europa y en la suya propia, coreando
"¡Europa!" me emociona bastante más que el festival de Eurovisión,
con el que pretendidamente debo emocionarme como alarde técnico y artístico. Me
emociona más escuchar al ex boxeador Vitali Klitschko, uno de los líderes
opositores, dirigiéndose a la multitud de forma sencilla y directa que a nuestros —no sé si
existen— líderes europeos. Quizá sea porque la política europea que vivimos sea
antipolítica, mero burocratismo
adormecido por discursos llenos de cifras, recomendaciones, multas y sanciones,
un lenguaje que no da mucho de sí y menos para emociones o identidades.
La
lágrima que le cuesta a Europa sacarme, me la extraen sin duda los ucranianos
con los que me solidarizo tratando de encontrar en ellos esa ilusión que
nuestros políticos se empeñan en enterrar en nosotros a golpe de escrito y
discurso.
El
clima de amenaza —¡te vas a enterar en
las 'europeas'!— que vive la política española, de beligerancia racialmente
local, es la muerte del europeísmo y de la europeidad, dos cosas distintas que
parecen iguales en el fondo del cubo de la basura. Ya nos llaman todos no a
votar por Europa sino a hacerlo contra el enemigo local, cada uno al suyo. Parece que los únicos que pueden pensar en
"Europa" son los que están fuera, como los ucranianos, los que pueden
convertirla en luminoso objeto de deseo
y no como nosotros en oscuro objeto de
desprecio.
Como la
política local es cada vez más de "local de alterne", más que de
alternancia, prefiero hacerme freudo-europeo, idea con la que represento un inconsciente deseante y una racionalidad
insatisfactoria. Quiero más complejo de
Edipo, deseo de mito clásico, y menos rescate griego, catarsis económica; quiero más cosmopolitismo
y menos el circo de pulgas en el que nos estamos convirtiendo ante nuestra insólita lectura de Europa.
Quiero
ser otra vez pre-europeo, como los
ucranianos, que son los que identifican a Europa con democracia, derechos
humanos, cultura cosmopolita, encuentro franco, diálogo, etc., que es precisamente lo contrario de lo que
nosotros hacemos en nuestra incongruente, materialista y consumista
construcción europea. Quiero volver a ser pre
europeo para poder desearlo con ilusión, la que no me dejan tener tantos
europeos que se olvidan que lo son y lo que supone serlo para el resto del
mundo.
No
quiero que Europa sea una "superpotencia", quiero que sea un
"superejemplo". Como superpotencia te acaban odiando todos y tú mismo
pierdes el sentido de la realidad, como le acaba pasando a los Estados Unidos, que todo el
mundo se manifiesta en su contra, haga lo que haga.
Por
todo esto le doy las gracias a Ucrania, porque me ha hecho ver que muchos de ellos
desean entrar en Europa por motivos loables, aunque luego les fastidien con las
cosas que nos fastidian y aburren a todos. Ellos piden libertades y derechos y
no como ese presidente que tienen, que necesita urgentemente un estilista, un llongueras de exteriores y un decorador de interiores que le
modernice su sentido de la Historia y la Geografía o que le recomiende descanso en las estepas de su amada Rusia, cazando
ciervos con Putin y tocando la balalaika.
No sé
cómo acabará la aventura de los ucranianos y su deseo de ser europeos. De todos
los que aspiran a entrar y muchos de los que han entrado, son los que me
merecen mayor respeto por su compromiso y sacrificio, por la ilusión y entereza
que ves en sus ojos, por devolverme la ilusión a mí.
Gracias,
Ucrania. ¡Y, ánimo, os esperamos!
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