jueves, 5 de diciembre de 2013

Gracias, Ucrania

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cuando media Europa está insatisfecha, quejumbrosa y tiquismiquis, nos encontramos con que los que están fuera son capaces de dejarse la piel por ella. Cuando crecen los nacionalistas, ultranacionalistas y euroescépticos, en la periferia europea se dejan la garganta, la espalda y los riñones al grito de "¡Europa!". No deja de ser aleccionador y, sobre todo, nos lleva a reconsiderarnos, a modificar la visión que tenemos de nosotros mismos, de lo que Europa supone y de lo que suponemos para los que están fuera de ella.
En Ucrania se está viviendo una batalla que no nos debe ser ajena, no porque tengamos que intervenir de una manera específica, aunque quizá deberíamos dar muestras de una mayor solidaridad con una gente que corea ese nombre que a nosotros nos sirve para ironías y desprecios, aunque solo fuera por un mínimo de vergüenza. Pero es ese mínimo de vergüenza precisamente el que nos falta para completar nuestra visión de Europa y  nuestra propia percepción como "europeos". Prefiero verme reflejado en sus ojos.


El caso ucraniano es insólito, pero explicable: no quieren más Rusia. Ya han tenido bastante. Ellos no son Asia, escriben en sus pancartas; quieren un futuro europeo.
Debo confesar que ver a esas personas aguantando violencia y frío envueltos en la bandera de Europa y en la suya propia, coreando "¡Europa!" me emociona bastante más que el festival de Eurovisión, con el que pretendidamente debo emocionarme como alarde técnico y artístico. Me emociona más escuchar al ex boxeador Vitali Klitschko, uno de los líderes opositores, dirigiéndose a la multitud de forma sencilla y directa que a nuestros —no sé si existen— líderes europeos. Quizá sea porque la política europea que vivimos sea antipolítica, mero burocratismo adormecido por discursos llenos de cifras, recomendaciones, multas y sanciones, un lenguaje que no da mucho de sí y menos para emociones o identidades.


La lágrima que le cuesta a Europa sacarme, me la extraen sin duda los ucranianos con los que me solidarizo tratando de encontrar en ellos esa ilusión que nuestros políticos se empeñan en enterrar en nosotros a golpe de escrito y discurso.

El clima de amenaza —¡te vas a enterar en las 'europeas'!— que vive la política española, de beligerancia racialmente local, es la muerte del europeísmo y de la europeidad, dos cosas distintas que parecen iguales en el fondo del cubo de la basura. Ya nos llaman todos no a votar por Europa sino a hacerlo contra el enemigo local, cada uno al suyo. Parece que los únicos que pueden pensar en "Europa" son los que están fuera, como los ucranianos, los que pueden convertirla en luminoso objeto de deseo y no como nosotros en oscuro objeto de desprecio.
Como la política local es cada vez más de "local de alterne", más que de alternancia, prefiero hacerme freudo-europeo, idea con la que represento un inconsciente deseante y una racionalidad insatisfactoria. Quiero más complejo de Edipo, deseo de mito clásico, y menos rescate griego, catarsis económica; quiero más cosmopolitismo y menos el circo de pulgas en el que nos estamos convirtiendo ante nuestra insólita lectura de Europa.


Quiero ser otra vez pre-europeo, como los ucranianos, que son los que identifican a Europa con democracia, derechos humanos, cultura cosmopolita, encuentro franco, diálogo, etc., que es precisamente lo contrario de lo que nosotros hacemos en nuestra incongruente, materialista y consumista construcción europea. Quiero volver a ser pre europeo para poder desearlo con ilusión, la que no me dejan tener tantos europeos que se olvidan que lo son y lo que supone serlo para el resto del mundo.
No quiero que Europa sea una "superpotencia", quiero que sea un "superejemplo". Como superpotencia te acaban odiando todos y tú mismo pierdes el sentido de la realidad, como le acaba pasando a los Estados Unidos, que todo el mundo se manifiesta en su contra, haga lo que haga.


Por todo esto le doy las gracias a Ucrania, porque me ha hecho ver que muchos de ellos desean entrar en Europa por motivos loables, aunque luego les fastidien con las cosas que nos fastidian y aburren a todos. Ellos piden libertades y derechos y no como ese presidente que tienen, que necesita urgentemente un estilista, un llongueras de exteriores y un decorador de interiores que le modernice su sentido de la Historia y la Geografía o que le recomiende descanso en las estepas de su amada Rusia, cazando ciervos con Putin y tocando la balalaika.
No sé cómo acabará la aventura de los ucranianos y su deseo de ser europeos. De todos los que aspiran a entrar y muchos de los que han entrado, son los que me merecen mayor respeto por su compromiso y sacrificio, por la ilusión y entereza que ves en sus ojos, por devolverme la ilusión a mí.

Gracias, Ucrania. ¡Y, ánimo, os esperamos!






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