Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
número de este mes de la revista Investigación
y Ciencia (nº 447, diciembre 2013) está dedicado al "Estado de la
Ciencia global". Entre las secciones habituales, incluye un artículo del
catedrático de Economía de la UCM, José Molero, con el título de "La
innovación en España", cuya entrada resaltada resume bastante bien el
conjunto de la cuestión: "El problema no son solo los recortes sino una
debilidad estructural de gran calado y una falta de estrategia a largo plazo".
Molero
anima a ir "más allá" de las puntuaciones habituales, que nos sitúan
en un puesto u otro dentro del conjunto de países, y tratar de comprender
nuestro "sistema productivo" y sus características. Es evidente que
dado que esas posiciones son el resultado de una serie de factores, una misma
posición se pueden tener por diferentes configuraciones. Comprender el porqué
de nuestra posición es más importante que la posición misma. De otra forma,
como ocurre ahora, apenas se puede hacer nada por mejorar nuestros problemas,
viviendo en una queja permanente sin soluciones reales. Molero hace una somera
descripción del sistema productivo, de nuestra empresas, que es bastante reveladora.
En
primer lugar resalta escaso peso que el sector tecnológico ha tenido dentro de
nuestro sistema productivo, demasiado escorado hacia turismo y construcción. En
2010, señala, no alcanzaba "el 6% del total manufacturero (a más de tres puntos de la media
europea)". El sector tecnológico es, pues, poco importante frente a otros
campos en los que ha habido un desarrollo mucho mayor porque ha sido hacia allí
donde se ha orientado el crecimiento. Se ha buscado el beneficio en unos
sectores y apenas han crecido otros con una evidente falta de sentido de futuro
tanto innovador como de puestos de trabajo, que también se han orientado hacia
sectores que necesitan menos de personal especializado. Eso tiene como efecto,
por ejemplo, la pérdida de los investigadores que formamos, que deben emigrar
ante la falta de oportunidades.
En
segundo lugar, señala José Molero, nuestro sistema productivo "concentra
la innovación en pocos sectores". Tres de ellos (químico-farmacéutico,
maquinaria y equipos, y material de transportes) suponían "más del 31% de
los recursos de I+D" y otros dos ("información y comunicaciones y "actividades
profesionales, científicas y técnicas") representaban el 40%. Estos cinco
sectores suponen "más del 71% del total". Esta concentración de
sectores supone también una limitación al crecimiento ya que se crea alrededor
de aquellas empresas que están consolidadas en sus campos, mostrando la
debilidad o inexistencia del resto, excesivamente atomizado.
En ese
sentido en el que cabe resaltar el tercer elemento, el tamaño de la empresas.
Molero señala que "en España las pequeñas y las 'micro' y escasean las
grandes".
Ello reduce la capacidad de generar y
gestionar conocimiento nuevo, las posibilidades de internacionalización, la
disponibilidad de recursos financieros y la productividad. En suma, no favorece
la innovación.
La suma
de esos tres factores explica en gran medida la situación de la
"innovación española" o, mejor, su ausencia. En cuanto a la otra
variable que Molero maneja —el "modo de innovación"— señala que de
los cuatro tipos que se barajan —"innovadores estratégicos",
innovadores intermitentes", "modificadores de tecnología" y
"adoptantes de tecnología"—, las empresas españolas se concentran
mayoritariamente en el último tipo, "adoptantes de tecnología", el
más pobre, sin apenas representantes en los otros modos, especialmente en los
"estratégicos".
El
panorama es bastante deprimente, especialmente porque es el resultado de la
ausencia de una política real de desarrollo de la innovación y, de forma muy
especial, porque nos muestra la calidad de nuestros tan loados emprendedores, cuáles son sus
aspiraciones y cómo estas han sido financiadas desde la banca. Nuestro mapa
productivo no es un destino, sino el resultado de las acciones del propio
mercado, que ha financiado unas opciones y ha dejado de hacerlo en otras, y de
la acción de la administración, que ha promocionado el desarrollo en un sentido
o en otro. Tenemos lo que hemos creado con nuestras acciones y nuestras
omisiones, lo que hemos animado y lo que hemos desanimado. Esto es el
resultado. El error de pensar en términos de "crisis" en hacerlo en
términos de ciclos y no de sus efectos. Estamos comprobando que no vamos con
los ciclos generales de la crisis, sino con los nuestros propios dentro de las
tormentas globales. Llueve para todos, si, pero unos tienen paraguas y ropa
impermeable, mientras que otros lucen sus vergüenzas bajo la lluvia esperando a
que escampe y rezando por no pillar una pulmonía.
El
análisis general de José Molero revela la verdad de una situación: la ausencia
absoluta de liderazgo en la sociedad española, la falta de metas comunes dentro
de un proceso de fragmentación y degradación generalizado que responde a la
profunda división en que se nos ha metido como resulta de una clase política
carente de miras, enzarzada en una política beligerante antes que constructiva.
La falta absoluta de visión o idea de futuro, la carencia total de metas, se simboliza
en la delirante "marca España", una operación de maquillaje
comunicacional por la que apuestan unos, o en la denuncia del Concordato con el
Vaticano como primera gran medida para sacar a España de la crisis, tomada gozosamente
el otro día por la ejecutiva del PSOE. Nuestros políticos no saben salir de la
demagogia. Mejor sería decir que no pueden vivir sin ella.
Para
que un país se desarrolle en el sentido de la innovación, donde —todos están de
acuerdo— se encuentra el "futuro" en varios sentidos —más autonomía,
menos dependencia, más variedad, más calidad de desarrollo, etc.— hay que tener
en mente un modelo con todas sus piezas encajadas. Pero en las cabezas que tienen
que pensarlo cabe muy poco y hay poca imaginación. Se limitan a campear
temporales y a intentar cuadrar cuentas. No van más allá de la contabilidad,
apenas nada sobre futuro desarrollo, algo que ellos dirán que dejan a la
"creatividad social" y al "mercado". Lo único que
escuchamos cada día son llamadas a los "inversores" señalándoles las
buenas condiciones españolas para que vengan, por eso todos sus esfuerzos se
centran en reformas laborales, más que en otro tipo de diseños del sistema
productivo. El modelo general que todos aplican es el mismo, reformas
laborales, pero eso no afecta al tipo de crecimiento que vas a tener. Por eso
la innovación queda fuera.
En
repetidas ocasiones hemos hablado aquí del drama de las ingenierías ante la
falta de empresas que los acojan para desarrollarse. Se habla mucho de la
Investigación y menos de la Tecnología, que es la traducción empresarial de sus
resultados. Molero señala:
Si analizamos la evolución de los recursos,
veremos que hasta finales de decenio anterior se produjo un incremento de los
mismos (públicos y privados). En cambio, ello no se ha traducido en un aumento
de resultados (patentes internacionales, por ejemplo). Nuestro sistema de
innovación es, por tanto, poco eficiente.
Al no
existir una industria potente que absorba y fomente la investigación, esta va
perdiendo "eficiencia" y languidece convirtiéndose en
"burocracia investigadora", que es lo que ocurre con una gran parte
de los proyectos de investigación, que son simplemente alimenticios para los
equipos e investigadores que los solicitan. No hay un más allá de la investigación en muchos casos. Si no se aplican a la
realidad porque la realidad va por otro lado, con otros intereses, se investiga
por supervivencia de los investigadores. Esta conclusión está justificando los
recortes en muchos sectores. Es la solución más fácil, pero también la de menos
futuro porque supone cerrar definitivamente las puertas, condenarnos a ser
"receptores" de innovación, "adoptantes de tecnología",
según la clasificación antes manejada, en vez de productores de innovación.
Pero es más fácil "recortar" y facilitar el emigración de
investigadores que modificar la situación social. Pero para eso debería estar
la política, para crear las condiciones favorables al mejor desarrollo y
progreso social. Pero eso, para la versión neoliberal —en versiones de derecha
e izquierda— es tabú. Es mejor que nos gobiernen los "mercados", que
la "mano invisible" se mueva a su aire.
Tras el
análisis, las propuestas:
¿Qué puede hacerse entonces para mejorar la
innovación en España? Primero, las actuaciones no deberían centrarse solo en el
incremento de los recursos, sino también en la revisión de la organización
institucional y otros factores que puedan estar obstaculizando la creación de
innovación y su impacto económico. Segundo, debería mejorar la relación entre
el sector público y el privado; no solo en el sentido tradicional de
transferencia de conocimiento del primero al segundo, sino también en el de la
creación de nuevas instituciones y fomento de la "fertilización"
cruzada. Tercero, es urgente modificar la tipología innovadora dominante de
nuestras empresas apara orientarla a la creación de técnicas novedosas que
puedan hacer liderar nuevos mercados o sectores.
Lamentablemente,
los tres puntos señalados por José Molero, en mi modesta opinión, adolecen de
un mal de raíz, de un mal teórico que es el mal de que las cosas que están
claras en los libros no lo están en la oscura realidad. Todos sus presupuestos
se basan en uno: la teoría del obstáculo. Las cosas no funcionan como debieran
porque existen obstáculos en su camino. Es una perspectiva más de mercado; a
menos obstáculos, mayor eficiencia. Nuestro problema no es ese, no son los
obstáculos, ya que es el mercado el que nos lleva a donde estamos. El capital
ha financiado allí donde ha obtenido mayores beneficios y ha especulado donde
se le ha dejado: turismo y especulación inmobiliaria. Dejado a su aire, el
mercado nos convierte en un chiringuito turístico. Ya no se trata de quitar
"obstáculos", sino de marcar un camino de futuro, claro y preciso. Se
trata de "dirigir", terrible palabra en una mentalidad neoliberal, el
país hacia algún lugar creíble, creando las condiciones necesarias y los apoyos
reales. Ni la financiación ineficiente por falta de receptividad social, ni el
abandono de los proyectos ante las fuerzas del mercado.
Está muy claro que
nuestra "economía" no aborda por sí sola esta renovación que nos dé
el giro hacia el futuro, que padecemos el equivalente a la "enfermedad
holandesa" por nuestros recursos al turismo y al suelo especulativo,
causando esa desviación que nos apartó del camino de la industrialización y el
desarrollo. Elegimos el camino fácil y eso se paga en términos de sacrificio
generacional. Ahora se nos van los que no encuentran aquí la posibilidad de
demostrar sus conocimientos, de ponerlos en el sector productivo, mientras que
son bien recibidos en aquellos países que los aprovechan beneficiándose de la
formación a través del ahorro de inversión en ese sector. Así logran mayor
ventaja, por lo que ganan y lo que ahorra. Nosotros, en cambio, gastamos y
despilfarramos educación, que se va degradando por falta de respuesta social.
"Innovación" tiene que dejar de ser una palabra hueca, bonita, adorno en discursos y carteles u convertirse en una realidad tangible. La
innovación es lo que marca el tránsito de progreso en una sociedad, el paso de
ser receptores de conocimiento a producirlo. Pero esto requiere esfuerzo y,
sobre todo voluntad: voluntad financiera, voluntad política, voluntad
industrial y empresarial, voluntad social. Cada una de estas voluntades se manifiestan de diferente manera, pero si no convergen en un proyecto común, poco hay que hacer. Nos queda el consuelo de que tenemos la materia esencial: los investigadores, lo que se tienen que ir. No es una cuestión sentimental hacer que regresen. Deben hacerlo para que este país se transforme y salga del limbo en que se encuentra. Nos jugamos nuestro futuro o algo digno de ese nombre
* José
Molero "La innovación en España". Investigación
y Ciencia #447, diciembre 2013, p. 56.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.