Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De entre los distintos tipos de héroes de los que Thomas
Carlyle se ocupó en sus famosas conferencias pronunciadas en 1840, destaca la
figura moderna del "héroe literato". Son interesantes muchas de sus
reflexiones sobre este tipo de héroe porque solo ha sido posible gracias la transformación social y cultural fruto de la
extensión de los "libros", como un efecto conjunto y recíproco del
desarrollo de la imprenta y la alfabetización. El héroe literato ha aparecido
porque existen los libros y gentes que pueden leerlos. Los autores se han creado un público. Su presencia y acción heroicas serían imposibles sin esa tecnología de la palabra que se extiende cada vez más por todo el
cuerpo social. El "literato", como el mismo Carlyle puede ser
considerado, vive de lo que escribe gracias a los que le leen. Es el resultado de la imprenta, de la "prensa".
En la quinta de sus conferencias —la dedicada al "héroe
literato", con el Doctor Johnson, Jean-Jacques Rousseau y Robert Burns
como figuras destacadas en las que se centra, aunque considere a Goethe como el
más representativo de esta moderna modalidad heroica—, Carlyle escribió:
If we think of it, all that a University or
final highest School can do for us, is still but what the first School began
doing,—teach us to read. We learn to read, in various languages, in various
sciences; we learn the alphabet and letters of all manner of Books. But the
place where we are to get knowledge, even theoretic knowledge, is the Books
themselves! It depends on what we read, after all manner of Professors have
done their best for us. The true University of these days is a Collection of
Books.
Para Carlyle, el poder de los libros era indudable. Enseñar
a leer era el arma más poderosa que se le podía entregar al ser humano. Todo el
sistema educativo no es más que una prolongación de esa enseñanza primera que
es el aprendizaje de las letras. Y, efectivamente, hay mucho de cierto en esa
afirmación, puesto que nos abre todas las puertas.
La lectura es una herramienta de creación de la identidad
propia a través del contacto con lo escrito, pero puede no serlo si está mal
orientada. Carlyle presuponía un lector con una características especiales que
no siempre se dan. Piensa todavía en un movimiento sin precedentes, que podemos
llamar de forma genérica "ilustración", que impulsa a los individuos
a salir del estado de ignorancia en el que se encuentran para adentrarse en un
mundo de conocimiento que está depositado en los libros. Piensa en una persona
que, conforme va avanzado en su educación, es capaz de ir tomando las riendas y
guiándose por sí mismo, como señalaba Kant de la "ilustración". Es
decir, piensa la cultura en términos de autonomía de la persona.
Educarse en desplazarse por un gigantesco escenario, la
Historia, que ha quedado sembrado de piezas valiosas por aquellos que han
dejado sus marcas en el arte, la filosofía, la ciencia, la literatura, la
política, todos los campos del saber. La educación lectora es como una
operación de cataratas; nos quita la oscuridad de la ignorancia y nos permite
ir avanzando por los senderos de los paisajes más ricos.
Thomas Carlyle nos habla del "héroe literato", el
que ya no lucha en los campos de batalla o se pone al frente de los pueblos
para fundar religiones o llevarlos a la tierra prometida, del que escribe,
deposita en papel lo mejor de sus pensamientos y sentimientos, sus ideas para
que sean compartidas. Nosotros podríamos hablar hoy del "héroe
lector", que sería su correlato, aquel que es capaz de acercarse a esas
marcas de la Historia que indican senderos hacia la autonomía de la persona.
Pero ¿es ese el objetivo de nuestra educación, de las industrias de la cultura?
Me temo que no.
En un mundo lleno de pseudo "héroes literatos", de
falsos profetas de la escritura, de gurús de la autoayuda, de divulgadores que
nos ahorran el acceso a las cumbres y nos ofrecen cómodas visitas guiadas por
antologías a la moda, el heroísmo de la lectura es el más importante y
necesario. Hay que sembrarlo, fomentarlo, vertebrarlo.
Leer sigue siendo un acto crucial y decisorio si se realiza
sobre las lecturas que nos hacen crecer y avanzar en nuestra autonomía, pensar
en diversas dimensiones, para encontrar nuestro puesto histórico, nuestro lugar
en la Historia. Nos dicen que se "lee" mucho, sin embargo los
resultados culturales son de una gran pobreza. El sistema industrializado de la
cultura no se preocupa por las personas, sino de su conversión en consumidores
"culturales". Hay una "economía" de la cultura, de su producción y productividad, pero no se trata de eso.
El "héroe lector" se enfrenta hoy a los cantos de
sirenas constantes que reclaman su atención —más bien su distracción— de
cualquier foco no sujeto a la programación comercial o educativa. Nuestra
cultura de consumo no posee memoria, lo más a lo que puede llegar es al
"revival", que es el retorno comercial a través de la "moda". El "héroe lector" se enfrenta hoy a bestsellers, a manuales, a resúmenes, a antologías, a divulgadores simpáticos, reseñistas pagados, etc. que se interponen entre él y los libros que pueden cambiar su visión del mundo y de sí mismo.
Leer es siempre un acto solitario. Ahora nos enfrentamos también
a la soledad del camino lector, la soledad de aquellos que no encuentran con
quién compartir sus lecturas y son señalados con el dedo como afectados por
algún extraño virus antisocial que les hace apartarse del resto. He escuchado a
muchas personas que se mostraban angustiadas por la soledad que les suponía la
distancia que los libros inteligentes habían establecido entre ellos y aquellos
con los que ya eran incapaces de compartir la vaciedad. Es el efecto revelador,
la caída del velo de Maya, que nos muestra la estupidez ambiental; lo que hace
que se les caigan de las manos libros, películas, música..., una cultura basura
hecha para ser olvidada después de usarla.
Nos hemos ido quedando sin "héroes literatos"; se han pasado al best-seller o están ocultos bajo el peso de las campañas comerciales y la estridencia mediática de la tontería programada para gustar. Quedan libros flotando, como restos de un naufragio, que con suerte pueden llegar a los islotes en los que el héroe lector se ha exiliado o a los que ha llegado tras haber sido arrojado por la borda de barco de la ignorancia.
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