Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En 1927,
el filósofo norteamericano y profesor en Universidad de Columbia, John Dewey, escribió
en su obra La opinión pública y sus
problemas:
Durante largos periodos de la historia
humana, especialmente en Oriente, el Estado ha sido poco más que una sombra que
proyectaban sobre la familia y la vecindad unos personajes remotos, erigidos en
gigantes por las creencias religiosas. En estos casos, el Estado gobierna, pero
no regula; porque su gobierno se limita a recibir los tributos y la deferencia
ceremonial. Las obligaciones pertenecen a la familia; la propiedad la posee la
familia. Las lealtades personales a los mayores ocupan el lugar de la obediencia
política. Las relaciones entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos mayores
y menores, amigo y amigo, son los vínculos de los que procede la autoridad. La
política no es una rama de la moral; muy por el contrario, está inmersa en la
moral. Y por eso, todas las virtudes se resumen en la devoción filial. Las
malas obras son culpables porque se reflejan en los ancestros y los parientes
que quien las comete. Se conoce a los funcionarios, pero sólo para rehuirlos.
Someter a su juicio una disputa es una desgracia. La medida del valor del
Estado remoto y teocrático está en lo que no
hace. Su perfección reside en su identificación con los procesos de la
naturaleza, en virtud de la cual las estaciones completan su ciclo constante,
de modo que los campos, bajo el benéfico gobierno del Sol y la lluvia, producen
sus cosechas, y la vecindad prospera en paz. El grupo de parentesco íntimo y
familiar no es una unidad social dentro de un todo integrador. Constituye, para
casi todos los efectos, la propia sociedad. (79)*
John Dewey |
Este
modo "oriental" es característico también de aquellos lugares en los
que no acaba de cuajar un estado "moderno", que se caracterizaría por
lo contrario, por su presencia y eficacia en resolver los problemas de los
ciudadanos. En el modelo "oriental", por el contrario, el "poder
alejado" y el "poder próximo" de familias y clanes no dejan
evolucionar el estado porque supondrían una pérdida de poder y el
desmantelamiento de las redes de influencias que se han tejido durante décadas,
incluso siglos.
Hassan al-Banna |
La
descripción de Dewey en los años veinte, con la vista puesta en el pasado,
coincide con lo señalado por el orientalista Gilles Kepel, a principios de los
años 90. Se refiere, igualmente, a la incapacidad —incluso la falta de interés—
del Estado y los gobiernos en atender a las grandes capas sociales que quedan
marginadas. Escribe Kepel en su obra La revancha de Dios (1991):
Mucho antes de que ayuntamientos o
comisarías, en estos barrios se implantan mezquitas, grandes o pequeñas,
flanqueadas de asociaciones caritativas y educativas, que encauzan la vida comunitaria
en ausencia de un Estado cuyas infraestructuras estallan bajo la presión del
crecimiento demográfico y el reparto territorial de la población. De Teherán-Sur
a los gecekondu de Estambul, de la
Ciudad de los Muertos de El Cairo a las chabolas de Argel, las redes islámicas
de ayuda mutua empiezan a tener un carácter fundamental para encuadrar a esas
capas de la población que, deseosas de saborear los frutos de la modernidad y
el bienestar parecen excluidas. (52)**
Los
pueblos quedan a su suerte. Les quedaban por delante dos décadas de abandono, aprovechadas por el islamismo, que se mueve bien entre el descontento. Ejércitos y empresarios hacen sus grandes negocios
porque de esa forma se mantiene, por un lado, la fuerza militar que sostiene
los regímenes, y los negocios que permiten enriquecerse a los privilegiados que
reparten algo cuando es necesario entre sus acólitos. Hay países que no
lograron desarrollarse, pero hay otros que sí lo hicieron medianamente y cuya historia en
las últimas décadas es la del abandono, la desidia y la corrupción que llevó
al empobrecimiento de los pocos que tenían algo y a la mera supervivencia de
los que apenas tenían nada. Todo ello ante la indiferencia de los aparatos administrativos
que no eran más que la sombra del poder, un poder consistente más en poner
obstáculos que en solucionar problemas.
Los
manifestantes que en Egipto van a protestar por las actuaciones de los
islamistas ahora en el poder no piensan que el Estado haya avanzado nada, que se haya
solucionado problema alguno, sino que se ha producido una toma del poder, un
relevo, un cambio paternal. La actividad
de la Hermandad era sectaria, por definición, cuando actuaba en paralelo al
Estado y su objetivo era atraerse "adeptos" mediante sus acciones,
crear una red de influencias doblemente eficaz, para los beneficiados —que
recibían algo en mitad de la nada
asistencial— y para ellos mismos al crear lazos y fidelidades de cara al
futuro. Muchos piensan que es lo mismo que hacen ahora.
El
modelo que Dewey calificaba como "oriental" se va asemejando cada vez
más al que día a día van creando con sus acciones paternales de control —censuras, denuncias, intervencionismo,
silenciamiento, etc.— y reparto. No deja de ser un síntoma negativo que la salida de una
dictadura se realice mediante una reducción de las libertades públicas, con un ataque
permanente a la libertad de expresión, que es la que nos define como individuos
con conciencia propia. Pero ese el enemigo, la individualidad consciente.
La
"hermanización" es la forma de sustitución de la conciencia
individual por la colectiva. El nuevo poder asume su capacidad de decidir quién
es buen "egipcio", "musulmán" o quiénes son buenos "hijos",
concepto que no suponen más que facetas de una misma unidad. Asumen el control
de todo aquello que pueda suponer diferencia porque es característico del pensamiento
totalitario asumir su "perfección"; por ello, toda disidencia debe
ser considerada "enfermedad", "pecado" o "delito".
Cuando John Dewey escribió que "todas las virtudes se resumen en la devoción
filial" puso el acento en el punto básico: la "devoción". Eso es
lo que se busca, el hijo eterno, el padre incuestionado.
Todo
está escrito y solo queda que sea aplicado.
* John
Dewey ([1927] 2004): La opinión pública y
sus problemas. Morata, Madrid.
**Gilles Kepel ([1991] 2005): La revancha de Dios. Alianza, Madrid.
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