Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Asisto
perplejo al espectáculo de la "política española", auténtico sainete
necesitado de pluma quevedesca que dé cuenta de lo que ha juntado Dios —Él
sabrá lo retorcidos que pueden llegar a ser sus renglones— en nuestros
hemiciclos, ayuntamientos, parlamentos autonómicos y demás lugares de cría de
estas bestias feroces y voraces de todo pelaje y tonalidad. Entre unos que "blanquean"
y otros que "oscurecen", se nos ha quedado un retrato en blanco y negro,
sin color ninguno, una España de carboncillo y cabroncentes, sin barreras morales, jungla mal asfaltada.
Y hay
que abundar en la teoría endogámica de la política española, en su asfixia
moral por falta de sangre nueva, por sus cierres en camarillas, por sus delfinatos
basados en el meritoriaje y en la sumisión interesada para trepar por los
entresijos partitocráticos. Toda esta degradación solo es posible en sistemas
cerrados, en los que la hacen la
sostienen impunemente durante décadas, rodeados de silencios cómplices y
miradas miopes. No hay renovación, no hay discusión que traiga savia nueva y
por eso mismo surge la impunidad del poder, del que siente que controla el
sistema —fusión de trasero y poltrona—, del que nunca tendrá que dar cuentas a
nadie y, lo peor, la inercia del que no quiere saber para no tener que juzgar a
los suyos. Lo que haga falta, pero que yo
no me entere. Todo esto solo es posible hacerlo con instituciones que se
consideran propias, sin posibilidades
de alternancia y de renovación internas, auténticos feudos, una mentalidad que
luego se trasladará a las instituciones públicas. Es el "feudalismo democrático": separación estamental, privilegios y derecho de pernada.
Los
políticos se defienden diciendo que las manzanas podridas son una minoría, pero no es eso lo que
percibimos los que estamos "fuera", que sentimos esa "manzana" sobre nuestra cabeza, como la de Guillermo Tell. Lo hemos dicho muchas veces: la
corrupción tiene su efecto llamada, el gusanito se pasa a la siguiente manzana. Si no acabas con los sinvergüenzas, estos
te invaden y acaban contigo. Las palabras de Petrov, el capo de la mafia rusa
de Lloret de Mar: "Estoy harto de los corruptos de este país" son el
mejor chiste político del siglo, de antología. ¡Y de esto, de corrupción, Petrov sabe un rato! Nicolái Gogol no habría llegado a una
expresión tan sublime y sintética.
En
mitad de mi confusión mañanera, desde un pequeño recuadro entre tanto
escándalo, el diario ABC me lanza "Qué hacer si nos pillan en la cama"*,
cuya entradilla ya nos da algunas pistas: "Los expertos aconsejan
desdramatizar y aprovechar para educar a los niños". Leo con interés
analógico y simbolista los consejos que los expertos dan para cuando entras con
alegría en el cuarto de tus mayores y los encuentras en inesperadas y extrañas posturas.
Mucha comunicación, recomiendan.
Dice
una de las expertas en sorpresas infantiles: «Sobre todo, hay que suavizar y
calmar al niño con palabras y gestos que le tranquilicen. El niño confía en sus
padres, aceptará la explicación que estos le den», insiste esta experta. ¡No lo van a tener tan fácil los "padres de la patria" esta vez!
Cada vez
que abrimos una puerta corremos el riesgo de encontrarnos con "sorpresas" bajo
las sábanas. De tanto abrir puertas y encontrarnos con tanta sorpresa,
los niños ya saben latín; ya no se tragan cualquier cosa y no aceptan
—como opinaba la consultada— lo que les cuenten porque han dejado de confiar en
ellos. ¡Estos padres son una ruina y tirando a promiscuos!
Recoge
el diario algunas recetas sobre cómo enfrentarse a la situación:
Cuando un niño pequeño pilla a sus padres en
la cama, es preferible no esconderse entre las sábanas y explicarle qué es lo
que ha visto. «Siempre hay que dar una
respuesta a nuestros hijos, y procurar que sea lo más realista posible. Lo
único que debemos tener en cuenta es que, para que nos comprenda, debemos
adaptarnos a su edad y a su vocabulario», apunta Alba García Barrera, profesora
de la Universidad a Distancia de Madrid (Udima). Lo importante es que afrontemos la situación con naturalidad desde el
principio, añade Rosa Collado, experta en sexología y terapia integradora del
Centro de Psicología Álava Reyes. «Actuar así ayudará al niño a no sentirse
confundido e intimidado o culpable por haber hecho o visto algo malo, sobre
todo si detecta cierto nerviosismo en los adultos en esa situación», explica.
«Hay que recordar que los padres son modelos para sus hijos y si dan
importancia a este hecho evitándolo, avergonzándose y haciendo un drama,
enfadándose, riñendo o castigando al niño, los hijos también se la darán.
Salidas de este tipo generan incertidumbre y culpa en los niños, y no son
aconsejables este tipo de reacciones inmediatas ni posteriores a la situación»,
remarca.*
Lo de
la necesidad de "respuestas" y la "naturalidad" me parecen analógicamente
aprovechables. Y tampoco creo que haya que olvidar el carácter
"ejemplar" de las personas que están al frente de las instituciones o
forman parte de ellas. Cuanto más discurra la política por los cauces naturales
de la honestidad —que nunca debería haber abandonado—, menos explicaciones
habrá que dar. Si además de tener que explicar qué hacían bajo las sábanas, hay
que explicar porqué mamá lleva un látigo y papá va vestido con un tutú, la cosa
se complica y la explicación será más larga.
Algunos
de los opinantes al final del artículo dicen que en vez de tanto consejo de
expertos, se pone un pestillo en la puerta y se acabó el problema. Pero esa
opción razonable es precisamente la que en una democracia no se puede utilizar.
Aunque a algunos les gustaría.
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