Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
belleza está en el ojo del que mira. Es una máxima estética que sea
probablemente verdadera. El "ojo" no es el ojo; es el "ojo"
histórico y sentimental, teórico y experimentado en la visión de la belleza. El
ojo solo "ve" lo que puede percibir, física y estéticamente. Por eso,
ante lo que nos cuenta el diario El Mundo
sobre lo acontecido en Viena, no deja de ser pertinente la reflexión sesuda:
Todo un éxito. Durante el horario previsto, a
partir de las 18:00 horas, más de 300 personas sin ropa han desfilado ante los
300 cuadros, fotos y esculturas seleccionadas por los organizadores para trazar
el recorrido del desnudo masculino en la historia del arte. La presencia de
cámaras y periodistas incomodó a algunos de ellos, que recorrieron las salas
del museo a toda prisa, pero la mayoría disfrutaron de la atención mediática.
"Me siento muy bien, me siento como una obra de arte entre obras de
arte", decía el joven Christof, de 19 años, a los reporteros de la
televisión pública austriaca.*
Es
sorprendente el efecto causado por el desnudo solidario del público ante las
estatuas desnudas. Por fin se rompió la barrera, el ancho abismo que separa al
objeto estético de su público, como bien ha interpretado el "joven
Christof" que habla desnudo ante las cámaras casi como portavoz de las
estatuas presentes, igual de desnudas que sus visitantes, pero condenadas al
silencio, la verdadera obscenidad estética. Solo es verdaderamente obscena la
obra que no dice nada, no la que no lleva nada encima. Y eso es porque en la
obra de arte no existe la "desnudez" por más que muestre personas
"desnudas". El arte nunca es natural. Es el público el que se ha disfrazado de estatua desnuda.
Nos
preguntamos, como el gran Miguel Ángel en su soneto cuarenta y dos:
Dimmi di grazia, Amor, se gli occhi mei
veggono ’l ver della beltà c’aspiro,
o s’io l’ho dentro ...
[Dime, Amor, por piedad, di si mis ojos
ven la verdadera belleza a la que aspiro
o si la llevo dentro...]
Gran
dilema. Es el colmo que tengamos que desnudarnos para apreciar la desnudez de
la estatua, que realmente es lo circunstancial y no lo esencial. El mundo del
arte se dividió siempre entre los que consideraban que la máxima belleza
radicaba en la desnudez y los que opinan, por el contrario, que era el
ornamento, lo artificioso, lo que nos separaba de la brutal naturaleza y nos
dirigía por los senderos de lo sofisticado y artificial. Tenemos románticos
naturales y decadentes culturales. Unos y otros se desnudaban, aunque fuera por
motivos opuestos; unos para ser más libres, los otros porque se aburrían.
Lo que
no se había experimentado nunca es esta especie de igualitarismo desnudo que se
establece entre objeto y contemplador, una fusión tirando a fría. Las palabras
de Christof, "sintiéndose" obra de arte por el sencillo método de quitarse la
ropa y recorrer junto con el pelotón, como una maratón clásica, esas
trescientas obras inequívocamente masculinas, son reveladoras. Nunca nos sentimos tan satisfechos con tan poco.
Antes
los censores les colocaban hojas de parra a las estatuas desnudas. La hoja, delicada
obra de la naturaleza, precedente del tanga, ejerció como barrera natural con respetuosa
función cultural; era la hoja que no
dejaba ver el bosque. Ahora nos dice el director del Leopold Museum vienés que
con esta exposición, "Hombres desnudos", han aumentado un 17% las
visitas. En vista de lo cual les pareció consecuente acceder a la petición de
un grupo nudista para mostrar su solidaridad fraternal con las obras. Así se
hizo y este es el resultado inquietante para la Estética:
"Es bueno sentirse así de libre, estoy
viendo esta exposición por segunda vez y me parece mucho más interesante ver
'Hombres desnudos' como hombre desnudo que cuando lo hice con ropa", decía
Max, que llamaba al público de Viena a acudir en masa a disfrutar de la
experiencia. "Es una gran historia para contar a mis amigos", dijo
Luc, un estudiante de Francia, fascinado por la fotografía que forma parte de
la muestra y que lleva por título 'Vive Le France', en la que aparecen tres
hombres de tres razas distintas que no visten más que unos calcetines azules, blancos
y rojos y botas de fútbol.*
Por lo
pronto, el testimonio de Max, que ha experimentado con la contemplación vestido
y desnudo de las obras expuestas, parece confirmar un cambio sensible, en
cualquiera de los sentidos de la palabra. No sé si todo esto tendrá algo que
ver con las "neuronas espejo" o no, pero debe ser investigado en
todos los planos necesarios. En cualquier caso, abre nuevos caminos a la
Estética experimental, con grupos con ropa y desnudos, con más calor o más frío, etc.
¿Y qué
decir de ese nacionalismo irredento que recurre a la mínima expresión del
calcetín para no olvidarse de la patria goleadora? Nos conmueve Luc: por encima
de los colores de la piel están los de la selección.
Hasta
el momento se aceptaba la extravagancia del artista como parte de su forma de
ser en el mundo; este proceso abre
nuevas perspectivas. ¿Llegaremos a la conclusión también de que se esculpen
mejor los desnudos si no se pone uno ropa? Puede ser. Incómodo, pero auténtico.
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