Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario ABC
selecciona la frase del fallecido filósofo Eugenio Trías «Si no dialoga con sus sombras,
la razón perecerá»*. Una hermosa frase. Trías trabajó sobre las sombras como
otros trabajaron con las luces, pero comprendiendo que la una era efecto de la
otra. No hay sombra sin luz, ni luz sin sombras. El diálogo con la "sombra"
es hoy más necesario que nunca, pues, efectivamente, es la razón la que está en
riesgo de "ensombrecerse" por la incapacidad de enfrentarse a sus
propias dudas y debilidades, a las sombras que proyecta. La razón de la que
habla Trías ya no es de la que hablaba el optimismo racionalista —todo luz—,
sino la que se quebró por su propio "peso", debilitadas sus vigas por
las carcomas modernas de límites, paradojas y dudas.
El astrónomo y filósofo de la Ciencia John D. Barrow escribió
en su interesante obra "Imposibilidad. Los límites de la ciencia y la
ciencia de los límites" (1999) la siguiente observación: «Un mundo que fuera lo
suficientemente simple como para ser completamente conocido sería demasiado
simple para contener observadores conscientes que pudieran conocerlo.» (19)* El razonamiento se basa
en que si el mundo fuera tan sencillo como para poder ser comprendido no habría
podido aparecer (producir) una conciencia capaz de intentar comprenderlo. La
ilusión de la razón fue pensar que podría controlar ese mundo que pronto la
desbordó. Se confundió la simplicidad del mundo con la simplicidad de los
razonamientos que daban cuenta de él. El mundo era sencillo porque lo
pensábamos sencillo. Y surgieron las sombras.
El
hecho de que podamos interrogarnos sobre el mundo, de que seamos una conciencia
preguntante —una razón enfrentada a sus
sombras—, es un síntoma de su compleja fecundidad (o fecunda complejidad).
La misma complejidad que nos ha producido es la que se nos muestra como límite
para su comprensión. Creo que la mayor parte de los científicos han asumido
este aspecto del conocimiento. Señala Barrow:
El conocimiento completo es una ilusión tentadora y
engañosa. Aunque aparece en las mentes de algunos comentaristas como la meta
evidente de la ciencia, es un concepto largamente desconocido en los escritos
de la ciencia contemporánea. Es el sello distintivo de muchas variedades de
pseudociencia, así como alimenta incontables leyendas y mitos antiguos sobre el
origen y la naturaleza del mundo. Estos relatos no dejan nada fuera: tienen una
respuesta para todo. Apuntan a desterrar la inseguridad de la ignorancia y a
proveer un cuadro del mundo completamente interconectado en el que los seres
humanos desempeñan un papel significativo. Eliminan la turbadora idea de lo
desconocido. (19-20)**
Solo
las pseudociencias —como señala Barlow— y el pensamiento totalitario —en
cualquiera de sus variables religiosas o políticas— ansían esa capacidad de
tener respuestas para todo, de eliminar las sombras. Son incapaces de convivir
con lo desconocido o lo provisional. Lo "desconocido" les parece de
una debilidad insoportable; la incertidumbre les produce angustia y desamparo. No
quieren el diálogo con la sombra.
Allí
donde la verdadera ciencia o pensamiento se abre a sus propias limitaciones de
conocimiento, las que devienen de su propia naturaleza limitada, el pseudopensamiento
totalitario o integrista eleva un violento discurso excluyente de la duda,
auténtico "delito" o "pecado" a sus ojos. El dogma se
convierte en "explicación" necesaria y suficiente, interrupción de un
diálogo consigo mismo, primero, y con los otros después. Es la "voluntad
de verdad"; no la verdad, que ha desaparecido.
Incapaz
de enfrentarse a sus límites, el pensamiento sobre la realidad se hace cada vez
más "delirante", se recubre de la negación de la disidencia
debilitadora, que es rechazada violentamente como principio del fin. Ya no hay
razón; solo sombras delirantes disfrazadas con su lógica propia.
En su
obra Las lógicas del delirio, el
filósofo italiano Remo Bodei, describió la psicología de este tipo de negación que,
ante la incapacidad de enfrentarse a un mundo desbordante, acaba fabricando una
pseudo realidad en la que poder vivir conforme a la simplificadas reglas que
ofrecen coherencia y explicación:
Lo accidental, que ciertamente existe en el mundo exterior,
no tiene derecho de ciudadanía en el mundo psíquico, donde siempre se «curva» hacia
alguna explicación.
En el delirio, lo casual se percibe como si estuviera dotado
de un sentido, aunque oscuro, indefinido y —por el momento— indescifrable, y se
somete a un proceso análogo al de la transformación de la angustia sin objeto
en el temor de algo específico. (60)***
Cuando
la razón no dialoga consigo misma, con sus sombras, se convierte en dogma
excluyente y en delirio excluido. En ambos casos se pierde, pues se aísla de la
realidad, que es cambiante, incierta y reto constante. La razón muere; la sombra
avanza. El filósofo no busca hoy la verdad, sino acabar con su ilusión dogmática.
Descanse
en paz, Eugenio Trías; lleve su luz a las sombras.
*
http://www.abc.es/frase-del-dia/20130210/abci-frases10febrero-201302101332.html#
** John
D. Barrow (1999). Imposibilidad. Los
límites de la ciencia y la ciencia de los límites. Gedisa, Barcelona.
*** Remo
Bodei (2000). Las lógicas del delirio.
Razón, afectos, locura. Cátedra, Madrid.
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