Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En una
entrevista realizada por Madeleine Gobeil a Jean Genet en 1964, en París, para
la revista Playboy, le pregunta:
M.G,— ¿Empezó
a escribir para abandonar la soledad?
G.—No, porque escribía cosas que me volvían
más solitario. No, no sé por qué empecé a escribir. No conozco las razones
profundas. Tal vez sea ésta: la primera vez que fui consciente de las fuerzas
de la escritura fue cuando envié una postal a una amiga alemana que estaba
entonces en América. No sabía muy bien qué decirle. La cara por la que tenía
que escribir era blanca y tenía una textura grumosa, un poco como la nieve, y
esa superficie me evocó una nieve que, naturalmente, estaba ausente de la
cárcel, me hizo evocar la Navidad, y en lugar de hablarle de cualquier cosa, le
hablé de la calidad de la cartulina. Ese fue el pistoletazo que me permitió
escribir. Por supuesto, no es el móvil, pero es lo que me dio el primer sabor
de la libertad.* (24-25)
Sorprendentemente,
ante este extraordinario pasaje casi proustiano, la entrevistadora Gobeil salta
y le pregunta «—¿Cómo
empezó a publicar?», oportunidad perdida de indagar
en los oscuros recovecos de la escritura. Quizá, frustrada por la espera tópica
de una respuesta sobre la soledad del escritor, Gobeil fue incapaz de valorar
lo que el escritor le apuntaba en su contestación. En su pregunta, en su forma de
preguntar, había anticipado ya la respuesta, perdiendo el control de la situación
ante lo inesperado de la palabras de Genet. Gobeil no pudo entender lo que Genet le dijo
porque esperaba escuchar otra cosa. Lo que nos dice bastante sobre la palabra, la soledad y los diálogos imposibles.
Genet
habla a Gobeil de cómo se encuentra en la situación de escribir a una amiga a
la que no sabe qué decir. No la escribe para interesarse por ella o para que
ella se interese por lo que él hace. Solo tiene
que escribir. El contenido de la escritura le viene dado por la sensación
física que el material sobre el que va a escribir le produce: lo grumoso, el
color blanco, evocan en él la nieve y ésta la Navidad. Podría haberle escrito
sobre la nieve o la Navidad; sin embargo, lo hace sobre la "calidad de la
cartulina". Sorprendente.
Donde
Flaubert hubiera indagado sobre el tópico característico de las postales en
estas circunstancias, aprovechando para experimentar con las frases más
adecuadas en el intercambio de palabras vacías, Genet convierte la sensación en
inicio del movimiento de la escritura. Donde Balzac hubiera hablado de cómo el
oro había sustituido al espíritu en las celebraciones navideñas pervirtiéndolas,
Genet vuelve al origen corrigiendo el vuelo asociativo de la imaginación para
volver a descender a la sensación física, a la textura de la cartulina, a su
calidad. Se corrige; frena el vuelo y desciende. La escritura habla de lo que tenemos en nuestras manos y no vemos. Habló del papel como escribió de los cuerpos, del tacto frente a la idea.
Imagen de Un chant d'amour (1950) , film mudo de Jean Genet |
No
sabemos qué opinión le mereció a su amiga alemana la tarjeta. No sabemos si sus
dedos se centraron en experimentar la textura de la cartulina comprobando lo
que Genet le indicaba. No lo sabemos. Tampoco sabemos si contestó en los mismos
términos, evaluando la superficie de la escritura o si recordó la Navidad. No.
Quizá
un psiquiatra nos podría hablar sobre esa inmediatez sensorial de lo comunicado
respecto al objeto portador de la escritura. Pero no hace ninguna falta. Importa
poco lo que los psiquiatras puedan decir aquí de la escritura. El tacto, dice
Genet, le dio "el primer sabor de la libertad". Quizá también percibió
el concepto en la punta de la lengua como percibió la nieve en la yema de sus
dedos. Quizá el mundo no "es", sino solo un poco.
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