Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Yo no
sé en qué mundo vive usted. Sé en qué mundo vivo yo. No sé hasta qué punto le
sorprenden estas cosas, se rasga las vestiduras y se deprime por lo que ve. Como
sucedía con el vertido de lágrimas en el siglo XVIII, puede que su desolación sea
un síntoma de su buen corazón.
La
noticia del gran escándalo del deporte en Australia sigue al otro escándalo del
amaño de partidos de fútbol por todo el planeta deportivo, que es la totalidad
del globo. La Tierra ya no parece una "naranja", como se nos decía de
niños, sino una pelota en el punto de penalti del Sistema Solar. Desde la Luna,
el verde que se ve es el de los estadios deportivos y el de los dólares que
produce. Nos dice el diario El Mundo
sobre el caso australiano de corrupción:
La confirmación de que el dopaje es una práctica generalizada a nivel
profesional y la sospecha de que las mafias manipulan resultados de partidos
han sacudido los cimientos del deporte en Australia. "Los hallazgos son
estremecedores y van a indignar a los aficionados en Australia", dijo el
ministro australiano de Justicia, Jason Clare, en una rueda de prensa en
Camberra al presentar el informe "Crimen organizado y drogas en el
deporte".
"Esto es hacer trampa y, lo que es peor, es hacerlo con la ayuda
de delincuentes", acotó Clare, flanqueado por la titular de Deportes, Kate
Lundy. El estudio denuncia el dopaje habitual entre los deportistas de elite e
implica a algunas mafias en la distribución de las sustancias prohibidas.
No solo deportistas individuales sino hasta
todo un equipo han consumido estas drogas ilícitas que contienen hormonas y
péptidos, entre otros componentes. Algunas de estos compuestos, que científicos
especializados en deporte, médicos, farmacéuticos, entrenadores y personal de
apoyo han entregado a los atletas, no están autorizados para el consumo humano,
según el citado estudio.*
Lo
importante es lo bien "organizado" que está el crimen. Tienen de
todo. Nosotros estamos por aquí con el caso del dopaje de los deportistas y la
red mafioso-sanitaria que les asistía. La medicina mafiosa es una rentable
especialidad en la que vigilas la también rentable salud de los tramposos
deportivos, auspiciada por tramposos directivos y entrenadores, y tramposas
organizaciones dedicadas a ganar dinero con los "derivados
deportivos". Estos incluyen las apuestas, pero también el blanqueo de
dinero con fichajes, recalificaciones de terrenos para instalaciones, contratos
bajo cuerda y demás formas de corrupción, todo abierto a la innovación. Ni le cuento el I+D+I que supone la creación de los productos y procesos para la
elaboración de los fármacos que ayudan a subir cuestas, trotar campos y
realizar "mates". El deporte es sano, nos dijeron siempre.
¿Por
qué distinguir a los deportistas implicados de los delincuentes que les "ayudan",
como dice el diario? Las secciones clásicas de los periódicos suelen
redistribuir la deshonestidad en nichos que nos hacen pensar que son mundos
separados. No hay tal separación. No les "ayudan"; forman parte de sus organizaciones mafiosas. Entiéndalo.
Los corruptos están en el mundo y se dedican
a las actividades que les sean más rentables, sean las que sean. Las
corrupciones políticas, empresariales, deportivas, etc. son solo caras diferentes
de una misma enfermedad moral, tal como se la consideraba antes, y con la
llegada de la modernidad, considerada como forma saludable del éxito en cada
campo. Por lo general, no hay "corrupción" donde no hay rentabilidad.
Si no la hay, es vicio.
Que el
presidente de la patronal acabe en chirona, el de un club de fútbol sea
detenido por amañar partidos, los políticos reciban sobresueldos (¡si solo
fuera eso!), se especule con el suelo municipal, se monten chollos con las ITV,
los yernos reales se conviertan en agresivos e influyentes emprendedores, se
organicen "eventos" para que alguien se lleve comisiones, etc., no
es más que la muestra salvaje, pero educadita,
de la deriva moral (nunca mejor dicho) que hace del éxito el único valor
sostenible. Todos son "triunfadores". Y les aplaudimos.
Tenemos
la sensación de que estamos rodeados de sinvergüenzas y, sin duda, se debe a
que estamos rodeados de sinvergüenzas. Somos como el tontarras del general Custer, metido por su petulancia en Little
Big Horn, acorralados, rodeados por desaprensivos montados a lomos de Ferraris
que nos lanzan flechas promocionales sin cesar. Moriremos con las botas puestas
mientras que otros se ponen las botas. No hay "pipa de la paz". Joseph
Blatter nos advierte desde un titular de ABC: "¡las trampas nunca
terminarán!". Ya lo sabíamos, Blatter. Esto solo acaba de empezar.
No
teman. Queda gente honrada en el mundo. Además, son necesarios para que los
sinvergüenzas prosperen. Hace falta gente que vaya a los estadios, a los bancos
y a las urnas con la confianza en que lo que les dicen o ven es cierto, que
aquel jugador que entra a los tobillos lo hace con el ímpetu que da la defensa
de sus colores y no por una apuesta en Londres sobre la lesión de un delantero.
Hace falta que haya gente que se crea que los debates políticos van a algún
sitio; que los mercados ajustan sus precios para beneficio del consumidor, o
que lo que pone en la letra pequeña de los medicamentos es todo lo que nos
puede pasar. Hacen falta crédulos. Usted y yo lo somos. Yo porque escribo como
alternativa a la desesperación; usted porque ha contenido cien veces su ira,
gracias a los buenos consejos que le dieron padres y maestros en su infancia, y
se ha parado a perder el tiempo leyendo esto. Ni usted ni yo nos haremos ricos
con lo que hacemos. Puede que seamos un poco más felices, pero eso no les
preocupa a ellos, que lo consideran un síntoma de estupidez y les incita a
meter "felicidad" en un frasquito diseñado por un modisto francés extravagante
y anunciará una actriz sugerente y retocada con Photoshop.
La
noticia de que el deporte mundial está trucado no debería sorprendernos
demasiado. Todo lo verdaderamente rentable lo está. Los
muchos miles de millones que se manejan por todo el orbe son el mejor indicador
de lo que sospechamos y que ahora nos confirman noticias que llegan desde lugares
tan exóticos como Singapur y Australia. Las noticias nos llegan desde las
antípodas porque así parece que el mal está más lejos. Pero todo forma parte de
lo mismo. Los sinvergüenzas son una gran familia: montan en bici, chutan a
puerta, dan mítines, tienen cuentas en Suiza y especulan en bolsa. Nunca
cuelgan las botas.
Titula El Mundo "Australia se quita la
máscara", aunque hubiera sido más correcto titularlo "El mundo se quita
la venda". No me refiero al periódico, claro, sino a todos nosotros.
Y no se deprima. Si sus ídolos se derrumban es porque es usted un "idólatra".
Y no se deprima. Si sus ídolos se derrumban es porque es usted un "idólatra".
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