sábado, 23 de julio de 2011

No lo intente

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

No lo intente. Es imposible ponerse en la mente de un asesino de este tipo. No hay esfuerzo que pueda acercarle siquiera al sentimiento necesario para llegar a ese extremo. Y siéntase afortunado por no poder hacerlo, dé la gracias porque le resulte física y metafísicamente imposible ponerse en la mente y situación de un asesino como el de Oslo, alguien capaz de causar la muerte de 7 personas mediante una bomba y después salir con su arma automática a cazar a 84 jóvenes en una isla convertida en ratonera, uno a uno, rematándolos en el suelo, en el agua, poseído por el frío deseo de acabar con todos ellos. Y finalmente no se suicida. Los que ponen una bomba y los que van con una metralleta matando gente con toda tranquilidad suelen ser mentes diferentes. Aquí se mezclan las dos en un ejemplar, esperamos, que único. Que siga vivo es una muestra de que lo es. No se suele atrapar a este tipo de asesinos, que ven su crimen como un apocalipsis en el que inmolarse. No, este no.
Provocó el estallido de la bomba a sabiendas que eso haría ir a las fuerzas de seguridad al lugar de la explosión. Y se dirigió al otro lugar elegido, vestido de policía, a sabiendas de que se le abrirían todas las puertas, que su presencia sería bienvenida por el temor de lo ocurrido. No podemos meternos ni en la piel ni en la mente de un asesino así. Un criminal de este porte solo podemos entenderlo metafóricamente como el resultado de la tensión extrema entre cultura y naturaleza. Reúne lo peor de ambas. Tiene los instintos naturales de un depredador frío e instintivo y tiene los peores argumentos que la cultura ha acumulado en los cubos de la basura ideológica. La basura cultural se pudre delante de nuestras casas porque el camión de la Historia nunca termina de pasar. No nos acabamos de desprender de la barbarie. La metemos en bolsas de distintos colores para marcarlas, pero siguen allí, atrayendo moscas verdes y gusanos que se forman en la podredumbre frente a nuestras casas limpias y bien ordenadas.

Estos asesinos se realimentan con las iras, las fobias y los odios de los moderados. La elevación del tono de ciertas intransigencias políticas e interculturales alimentan a estos enfermos, que son la caricatura de ideas políticas o religiosas que reciclan sobre sus distorsiones patológicas. La imbecilidad de un predicador norteamericano, su farsa de juicio al Corán, costó la vida a personas que no eran responsables de nada pero que sirvieron de blanco para que otros tarados, en otro lugar del mundo, hicieran prevalecer la voluntad de Dios, a la que tienen acceso permanente y privilegiado. Líbrenos Dios de personas de tan fino oído.
Unos escuchan a Dios y otros a la Historia, pero todos son incapaces de ver que a los que aniquilan son sus semejantes y sus diferentes, que compartimos una misma naturaleza y nos diferenciamos no por nuestras verdades sino por nuestros errores, voluntarios o involuntarios. Solo el soberbio, ya sea por los genes o por la educación, por lo que ha comido o por lo que ha leído, cree ser la encarnación de una verdad más allá de sí mismo y de los tiempos. La cultura no nos libra de la muerte, pero podría liberarnos del asesinato, acto de la voluntad. Al menos de este tipo de asesinatos, surgidos de la intransigencia y del rumiar morboso de la inteligencia.
Mientras se siga alimentando una cultura del odio, decorada con los adornos que se quiera, corremos el riesgo de que este tipo de crímenes se produzcan para nuestra vergüenza. No busquemos mucho en sus antecedentes médicos. Mejor rebusquemos en lo que fue recogiendo a lo largo de su corta vida, en qué escuchó que le hizo fraguar en su mente esta monstruosidad fríamente calculada. No le echemos la culpa a los genes; busquemos en la cultura, en su biblioteca,  en sus películas favoritas, en sus animadas charlas con los amigos un sábado por la tarde con unas cervezas. Un motivo más para medir nuestras palabras.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.