viernes, 1 de julio de 2011

Desastres de puntillas, terremotos con sordina


Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Cuando vemos los efectos del tsunami económico en el que seguimos sumidos, nos llega siempre la misma pregunta: ¿cómo no nos enteramos a tiempo de cosas como estas? Nos dice Nikolaus  Piper en su obra La gran recesión:

Desde el estallido de la Gran Recesión, las ciencias económicas han caído en absoluto descrédito para muchos legos, que se preguntan por qué ningún economista predijo la crisis, si acaso los expertos no vieron lo que estaba ocurriendo y para qué se les necesita si son incapaces de pronosticar un acontecimiento de semejante envergadura. Sin embargo, estos reproches no son del todo justos, pues en realidad fueron muchos los que dieron la voz de alarma. (69)*

El argumento de Piper no exime ni a la Economía como Ciencia, ni a los economistas como científicos y, sobre todo, a los que escuchan a los economistas. Las Ciencias no se dignifican porque alguien acierte, sino por el grado de cohesión que provocan sus teorías entre los que la practican. Si hay mil científicos y mil teorías, siempre acertará alguien, pero eso no salvará a una Ciencia tan dispersa. La consistencia de una Ciencia se mide precisamente por lo contrario.
Por eso es tan importante que, al ser la Economía una Ciencia con poco grado de acuerdo, los que escuchan a los economistas tengan la sensatez suficiente como para discernir la mejor de las explicaciones. Y, me temo, que aquí la cuestión no mejora porque el escalón siguiente son los políticos. Si la Economía es una ciencia incierta, la Política, por más que exista el rótulo en nuestros campus, difícilmente puede llegar a serlo. Por eso, el mejor atributo, la mejor cualidad que puede tener un político –igual que un economista- es el sentido común. Las teorías en política y economía actúan muchas veces como filtros negativos, como cegueras ideológicas, en fin, como prejuicios, en la hora de percibir la realidad y tomar decisiones sobre ella. El buen político es una mezcla de flexibilidad comprensiva y sentido común. La flexibilidad es buena para poder comprender los fenómenos que tiene delante con una mejor percepción, y el sentido común le debe guiar en la mejor solución. No es fácil tener ni una ni otra, y mucho menos las dos.

Nikolaus Piper
Lo que el libro de Piper nos muestra es que habitualmente ha ocurrido lo contrario. Después de haberse lanzado desde las terrazas de los edificios, se ha advertido que algunos habían predicho la Ley de la Gravedad. El número de explicaciones teóricas sobre lo que ocurría y, lo que es mucho peor, sobre lo que no podría ocurrir nunca (pero ocurrió) era increíblemente mayor y con mucho más éxito. La explicación de esto es sencilla. No proliferan las teoría más sensatas, sino que lo hacen aquellas que dicen lo que queremos escuchar. Lo que nos muestra esta crisis es que la gente quería desesperadamente que le dijeran que podía ser inmensamente rica sin riesgo para nadie, que se podía crecer en deuda y gastos sin límites sin que pasara nada. Las ciencias de la sociedad o de los individuos casi nunca toman en cuenta que su éxito no suele ser el predictivo sino el adictivo. Por eso tenemos esa inversión tan evidente: la teoría de más éxito no es la que contiene más verdad, sino la que concita más deseos. Y el deseo suele tener unas grandes dosis de autoengaño.
Por eso los políticos, los economistas y muchos científicos sociales son aclamados por su capacidad de adularnos las orejas. Y los desastres, aquello de lo que nadie quiere oír hablar, llegan con sordina, lentamente, como elefantes de puntillas, invisibles a nuestros ojos.
El éxito a corto plazo es siempre de los seductores, de los aduladores teóricos, los que nos devuelven nuestros deseos y fantasías en formas de teorías y explicaciones con apariencia científica, filosófica o cualquier otro formato. Para esos tendremos siempre la escucha atenta. Los sensatos son los que pasan después a esa larga nómina de personas que tuvieron razón, pero a los que pocos escucharon y menos creyeron. De ellos sonlos libros de historia.

*Nikolaus Piper (2010): La Gran Recesión. Destino, Madrid.



1 comentario:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.