martes, 26 de julio de 2011

El auténtico fracaso educativo: países en vías de estancamiento

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Las crisis se pueden manifestar de muchas maneras o si se prefiere hay muchos tipos de crisis superpuestas y que, en función de la mirada que las contempla, serán percibidas como fondo, primer plano o marco. Nunca es fácil establecer una secuencia explicativa que ordene los efectos originarios de las crisis, el qué trae qué, pero es esencial para resolverlas saber en qué orden deben ser atacadas.
Escribe el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz:

Como es natural, de poco sirve tener individuos muy formados si no existen puestos de trabajo para ellos. Sin los empleos adecuados, los países en vías de desarrollo perderán este capital intelectual tan necesario, sus hijos más brillantes, en quienes han invertido tanto a través de la educación elemental y secundaria y en algunos casos también en la universidad, porque se marcharán a países desarrollados. Esto suele denominarse fuga de cerebros, otra manera que tienen los países en vías de desarrollo de acabar subvencionando a los desarrollados.* (82)

El problema al que se refiere Stiglitz no es privativo de los países en vías de desarrollo. España lo padece desde hace tiempo y no se considera como un problema prioritario a pesar de los estragos que está provocando. Medir el desarrollo es siempre complicado porque las grandes cifras enmascaran la realidad del tejido social. La crítica a las formas de medirlo —el PIB, la renta, etc.— hacen hincapié en lo artificial de las datos y su falta de adecuación a la realidad. La relación entre oferta laboral y formación puede ser un buen indicador del desarrollo social real, para saber si un país va en la dirección correcta o no.

Uno de los problemas-síntomas, es decir un problema que revela otros problemas, es de la "falta de adecuación" de nuestros estudiantes al mercado. Existe un desfase entre la formación y la oferta de trabajo. Entre hacer que el país se adapte al mercado y hacer que el mercado se adapte al país, hemos elegido lo primero. Por decirlo brevemente: España ofrece puestos de trabajo de bajo perfil, lo que el mercado laboral demanda. Estos puestos son la consecuencia de la deriva empresarial que hemos tomado. El tipo de empresas existente es el que perfila las exigencias laborales. Se ofrece lo que se necesita. En 2009, había estimaciones de que el 80% de los investigadores que salían al extranjero no volvían y ya se hablaba de "exilio forzoso", reclamándose una "ley de la Ciencia". Pero no es ahí donde está el problema.
Mientras mejoramos la formación, la calidad de la oferta laboral no “mejora”. La opción que se les plantea a los jóvenes es aceptar puestos de trabajo por debajo de su formación —en el doble sentido del puesto y su remuneración— o emigrar a países en los que sí se ofrezcan puestos de trabajo adecuados a su formación y con una remuneración aceptable. Hace unos días tuve ocasión de ver un reportaje en el que unos jóvenes españoles licenciados universitarios estaban de prácticas en un país europeo. Comentaban con admiración el sueldo que sus compañeros nativos, algunos de 17 años, tenían. Lo veían casi como un sueño imposible para su situación en España. Les parecía una cantidad inalcanzable lo que otro joven europeo en prácticas estaba cobrando. No eran ejecutivos de nada; eran simples conservadores de viveros.


El ejemplo nos muestra la degradación que en España ha tenido y sigue teniendo el mercado laboral juvenil. Nos hemos convertido, desde los años ochenta en que se aceptó la fórmula del empleo precario como alternativa al desempleo, en un país que ha explotado a su juventud. Pero se ha ido más allá: se ha minado su autoestima al responsabilizarla de este problema. Lejos de reconocer que se ha establecido una franja salarial mediante conceptos como “formación”, “prácticas”, “becas”, etc. que lo único que han hecho ha sido precarizar el empleo y condenar a una población cada vez mayor en cantidad y en edad al subempleo, por el contrario, se ha culpabilizado a una generación de su propia desgracia laboral.
Nuestros políticos y empresarios han carecido —y lo siguen haciendo— de un modelo de desarrollo para España más allá del modelo playero, comercial y de la construcción. El gran núcleo de nuestro desarrollo, el modelo de los sesenta —el turismo estimula el comercio y la construcción—, se ha demostrado absolutamente inútil para producir los puestos de trabajo que nuestra sociedad reclamaba a través de la formación. Las aspiraciones vocacionales surgidas de la propia evolución social se veían lastradas por nuestra ceguera acomodaticia.

Las personas que estamos en la educación nos sentimos absolutamente frustradas cuando comprobamos que nuestros mejores alumnos, año tras año, se ven condenados a la precariedad y al subempleo. Nuestros mejores alumnos se van de España. Eso debemos asumirlo y considerarlo como un problema real. La crisis no nos puede servir, una vez más, de excusa para encubrir algo que se ha estado produciendo también en las épocas de bonanza. Ha sido la falta de visión política y la de escrúpulos de los que han observado a nuestra juventud como una ocasión de explotación en el presente y no como la representación y el seguro de nuestro futuro. Para unos se trataba de maquillar las cifras del paro; para otros la forma de pagar poco y lograr subvenciones. El éxito empresarial no es necesariamente el éxito de un país.
Un país de bares y chiringuitos, de hoteles y restaurantes, de comercios y teletrabajo, de fiestas patronales, no es el más indicado para ingenieros, investigadores o filósofos. Nuestras cifras camuflan esa triste realidad: la baja calidad de nuestra oferta laboral. Esa falta de calidad es la que refleja la falta de visión de futuro, de innovación, de nuestro empresariado, anclado en un modelo de negocio característico de país en vías de desarrollo, el que fuimos en los años sesenta. Seguimos en un modelo que pretendemos hacer durar y eso nos estanca social, mental y económicamente.
No producimos demasiado. Nuestra riqueza se basa en la dependencia de otros. Para que nos vaya bien, le tiene que ir bien a los demás. Nuestra riqueza es aparente, ya que se volatiliza, como se ha visto, en apenas un par de años, en los que pasamos de crecer al 4’5% a la más absoluta parálisis. El sacrificio migratorio que hizo la España de los cincuenta, el de la gente sin estudios que se iba a trabajar a Alemania, se ve duplicado hoy con las ofertas de Angela Merkel a los jóvenes investigadores españoles. La potencia de Alemania es que no es una terraza turística, sino una gigantesca fábrica que busca permanente cómo y qué fabricar para poder tener empleada a su población y, como sobra, ofrecer puestos a los que puedan aportar algo a su economía. Su crecimiento económico es también crecimiento social, un crecimiento real. Allí el empleo genera empleo, produce, no es estacional. Nuestro crecimiento económico nos ha proporcionado cinco millones de parados y la exigencia de que se siga despidiendo a más gente y/o pagando menos. Seguimos con lo de que “esperamos que sea un buen año turístico” o cosas por el estilo, en donde un buen año es que se produzcan desastres en los países que también tienden sus hamacas en las playas. Hemos pasado de querer competir con Francia e Italia a beneficiarnos de las rebelines del Norte de África y el hundimiento de Grecia. No hemos ido más allá de eso de pasar del “turismo de mochila” al “turismo de calidad”, que no es más que pasar de la tortilla de patata de siempre a la de diseño de Ferrán Adriá.
Triste. Pero debemos empezar a exigir otro tipo de desarrollo acorde con la capacidad de nuestro país. No basta con tener dinero; hay que saber la mejor forma de emplearlo. Lo dijimos ya en algún momento: el auténtico fracaso educativo español no es que se suspenda más o menos. El auténtico fracaso educativo es que los mejores alumnos no encuentren un hueco en su propio país. En vez de solucionarlo, los animan a aprender idiomas.

* Joseph Stiglitz (2006): Cómo hacer que funcione la globalización. Taurus, Madrid.



1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo con el post... ¡¡con lo productiva que podría ser la ilusión de un joven que recién sale al mercado!! Qué falso es aquello de que el mar está lleno de peces (oportunidades)...

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