jueves, 14 de julio de 2011

Los viajeros rousseaunianos o la ceguera vital


J.J. Rousseau
Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Escribió Jean-Jacques Rousseau en su Discurso sobre el origen y la desigualdad entre los hombres (1754):

«No se abre un libro de viajes donde no se hallen descripciones de caracteres y costumbres; pero es asombroso ver que estas personas que tanto han descrito las cosas solo dicen lo que cada cual ya sabía y no han sabido enterarse, al otro lado del mundo, sino de lo que pudieron ver sin salir de su calle, y que los verdaderos rasgos que distinguen a las naciones —y que son los que hieren los ojos de los que saben ver— casi siempre escapan a su mirada.» (128-129)

Preocupado por la desigualdad, que consideraba el origen de todos los males, Roussseau manifestaba su asombro por nuestra imposibilidad de ver más allá de nosotros mismos. Continuó su observación señalando que la creencia general en que lo que se dice de un hombre se dice de todos proviene de nuestra incapacidad de ver las diferencias. En el fondo, solo vemos lo que estamos capacitados para ver, verdad doble ya que afecta al plano biológico y al cultural. De ahí que sea tan importante para nuestra buena salud psíquica y social trabajar sobre nuestras capacidades para percibir diferencias. Lograríamos una saludable capacidad de salir de nosotros mismos.



En efecto, somos nuestra prisión, una celda construida en el día a día de los prejuicios y las deformaciones de nuestras experiencias previas. Todo lo que recibimos son los ladrillos con los que creamos esos condicionamientos. La celda que hagamos puede ser austera o rica, alegre o sombría, grande o pequeña, en función de nuestras propias experiencias. Muchas veces no se tiene en cuenta la importancia del aprendizaje como construcción del fondo de la percepción y solo se considera el contenido útil en el futuro. Está lo que sabemos, pero también está lo que hace de nosotros lo que sabemos. Aprendemos para transformar el mundo, sí, pero esa transformación será acorde con nuestra propia transformación interior.
Suelo repetir a mis alumnos que ellos son los microscopios, telescopios o cualquier otro instrumento investigador; que ellos son las herramientas pensantes en las que deben invertir. Preocupados por encontrar la metodología que les exima de juzgar, por hallar la teoría que les libre de razonar, es necesario arrojarlos a la piscina de la duda para que, tras los primeros tragos de agua, salgan nadando. No todos lo hacen. Vendemos demasiadas seguridades. La gente sería menos dogmática si no estuviera tan segura de lo que reciben y después transmiten. Es más saludable para nosotros mismos y para los que nos rodean un mayor porcentaje de duda humilde en nuestras vidas y actividades que un exceso de soberbia nacido de la falsa seguridad. Entre el ignorante que no sabe nada y el escéptico que duda de todo, se encuentran grandes bolsas de satisfecha seguridad mediocre. Transmitimos demasiada rigidez en forma de dogmas y prejuicios porque sirven para asentar una idea de autoridad mal entendida. Queremos que nos respeten o que nos obedezcan y para ello aparentamos una seguridad exterior que no se corresponde con la realidad. La duda es la esencia de la vida y la base del aprendizaje vital e intelectual. El dogma es la parálisis. Las personas sensatas deberían rogar porque las verdades les llegaran al final de su vida, como su resultado, y no al principio, como su condicionante.

Seis viajeros ciegos tallados en marfil

Los viajeros rousseaunianos de la vida son aquellos que, visiten el lugar que visiten, solo verán las mismas cosas con las que salieron de sus seguros hogares. Son aquellos que solo ven en las personas lo que esperan ver en ellas y las juzgan implacablemente si no se ajustan a sus expectativas. Son también aquellos que nunca necesitan escuchar más allá de las primeras palabras porque ya saben lo que los otros van a decir. Son los que dejan todos los libros a medias porque ya conocen su final y el autor no les dice nada nuevo. Son, en fin, todos aquellos que ya emprendieron el viaje antes de hacer las maletas y que al llegar a su destino están deseando regresar porque no se está en ninguna parte como en casa.
Rodeados de cosas que no vemos, de oportunidades perdidas, bostezamos poseídos por la ceguera de los dogmas y los prejuicios, al calor de las falsas seguridades. Y como Calígula, aburridos, pedimos la luna.

* Jean-Jacques Rousseau (1973): Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (1754). Aguilar, Madrid.


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