martes, 5 de julio de 2011

La música que acompaña a la muerte


Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El arte ocupa a veces un lugar inesperado en nuestras vidas. Nos acostumbramos demasiado a plantearlo en términos de genialidad y olvidamos que las grandes obras, los grandes artistas, son solo una parte de la cuestión. En cualquiera de sus variantes, el arte es una vía poderosa para relacionarnos con el mundo, para establecer un vínculo profundo entre lo que nos rodea y ocurre y nosotros mismos. No solo es valioso el arte por sus resultados; es valioso como actividad, como práctica que me ayuda a explorarme mientras creo, como fondo de nuestras vidas. El arte deja marcas profundas que pueden ser posteriormente exploradas, vueltas a visitar en momentos de la vida en que nos pueden hacer falta.
The New York Times nos cuenta en un breve artículo* la actividad de tres terapeutas musicales en la ciudad de Nueva York. Su función consiste en, armados con sus instrumentos musicales, llegar hasta personas en estados terminales, bajo cuidados paliativos, y cantarles. En ocasiones son canciones religiosas —“Amazing Grace” es una de las favoritas—, pero no siempre. El artículo nos habla de un antiguo soldado que luchó en Vietnam y ahora pide que le canten una canción en vietnamita, o del que solicita canciones sobre la muerte para hacer que su familia hable sobre el próximo desenlace. Nos cuenta cómo una paciente de Alzheimer, de 86 años, que apenas se comunica, es capaz de salir de su mundo confuso y cantar Begin The Beguine, la canción de Cole Porter. Fue la que su marido y ella bailaron el día de su boda.

Cada una de las canciones que esos terapeutas cantan a los moribundos y a sus familias son recortes en el sufrimiento, paréntesis vitales en los que su mente queda envuelta por esas melodías, por esas palabras que absorben su atención. El poder de la música es un anestésico y un relajante; la mente viaja a través del recuerdo hasta situarse en otro tiempo y lugar, en el momento que la canción evoca. Nada tiene el poder evocador de la fusión de música y palabra. Decía Nietzsche que «toda música solo empieza a producir un efecto mágico cuando descubrimos en ella el lenguaje de nuestro pasado» (112) ** y creo que tenía razón. La música desencadena en esos enfermos terminales un proceso que no les aleja de la muerte, pero sí les lleva hacia momentos en los que no existía el sufrimiento. El recuerdo de la paz trae paz; el de la alegría, alegría. Para el filósofo alemán, a la música nueva se le atribuye menos valor porque no es sentimental; solo es valiosa cuando se liga a un sentimiento, es decir, a momentos de la vida a los que se puede volver a través de ella.
Este vínculo entre arte y vida es el que establece ese sentimiento que puede ser revivido a través de la repetición artística. La canción que la anciana  bailó en su boda ha quedado profundamente marcada en su cerebro por la intensidad del sentimiento, por la densidad de la vivencia. Que el arte penetre en nuestras vidas es un disfrute en el presente, pero también es una compañía para el futuro a través del recuerdo. Aquí las canciones traen los recuerdos que llenan su mente de paz liberando en el cerebro las sustancias placenteras que hacen olvidarse del dolor.

[foto Suzanne de Chillo /TNYT]
 
La labor de estos terapeutas musicales es la confirmación del profundo vínculo del arte con la vida cotidiana. No son necesarias grandes sinfonías ni portentosos cantantes para dejar que el arte se introduzca en nosotros a través de lo cotidiano. La experiencia estética muere demasiadas veces por un erróneo concepto de la pedagogía artística. Se tiende a convertir en tortura lo que debe ser placer. Para desarrollar una sensibilidad estética, que debe ser el fin último, es mejor tratar de establecer momentos en los que la emoción del instante se condense en nosotros vinculada a las formas que la producen. Disfrutemos del arte y sus emociones, hagámosle un sitio en nuestra vida cotidiana.


* “Music Therapy Help The Dying” The New York Times 3/07/2011   http://www.nytimes.com/2011/07/04/nyregion/music-therapy-helps-the-dying.html?_r=1 

** Friedrich Nietzsche: El caminante y su sombra. Edimat, Madrid.

[foto Suzanne de Cillo / TNYT]


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