Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En La corrosión del carácter, Richard Sennett escribió:
El fracaso es el gran tabú moderno. La literatura popular está llena de recetas para triunfar, pero por lo general callan en lo que atañe a la cuestión de manejar el fracaso. Aceptar el fracaso, darle una forma y un lugar en la historia personal es algo que puede obsesionarnos internamente pero que rara vez se comenta con los demás. Preferimos refugiarnos en la seguridad de los clichés. Los campeones de los pobres lo hacen cuando intentan sustituir el lamento «He fracasado» por la fórmula supuestamente terapéutica «No, no has fracasado; eres una víctima». En este caso, como siempre que tenemos miedo de hablar directamente, la obsesión interna y la vergüenza se vuelven mayores. Si se dejan sin tratar, se resume en esta cruel sentencia interna: «No soy lo bastante bueno». (124)*
El fracaso no solo es una realidad, sino que es un gran negocio. Desde que Sennett publicó su libro en 1998, el fracaso ha aumentado su ya floreciente mercado. El sistema aprovecha los sentimientos a los que hace referencia Sennett —la culpa, la vergüenza…— y trata de sacar provecho de ellos ofreciéndote alternativas con las que gestionar tus estados de ánimo. El abanico es inagotable. Podemos sentirnos culpables de casi todo.
Los mecanismos psíquicos más efectivos para la manipulación son los que se derivan de la culpa. El mundo está lleno de personas a las que se les hace sentir culpables de su destino o del de los demás. Esto funciona en todos los niveles. Afecta a su renta, a su peso, a sus canas,… Al fracaso, la incapacidad de hacer lo que los demás o nosotros mismos hemos fijado, sigue el sentimiento de culpa por no haberlo logrado. No hay probablemente insulto más hiriente que el de ¡fracasado! Es un insulto que abarca desde la presidencia de las grandes empresas hasta la intimidad de los dormitorios.
Al ponderar tanto el éxito, nuestra sociedad incrementa los estragos del fracaso. La simple existencia de listas y rankings —una obsesión actual— implica el éxito de los que están en la cima y el fracaso de los que se encuentran en los puestos inferiores. La inhumanidad de la sociedad que estamos construyendo magnifica las distancias para que los triunfadores queden lo suficientemente alejados de los fracasados. La modestia ha dejado de ser una virtud desde el momento en el que podemos ser confundidos con un fracasado.
Del fracaso viven instituciones enteras y grandes negocios, como el creciente sector de la autoayuda. La autoayuda es la forma de intentar salir del fracaso sin tener que pasar por la vergüenza de solicitar apoyo a otros. Pedir ayuda ya es signo de debilidad y un síntoma más de porqué se ha fracasado. Las personas de éxito son las que escriben los libros de autoayuda, no quienes los compran. El aumento en cantidad y longitud de los estantes de estas secciones en los grandes almacenes y librerías es un signo preocupante del miedo al fracaso en nuestra sociedad.
Hay personas estigmatizadas, como hay países estigmatizados por el fracaso. Lo que está ocurriendo con Grecia y Portugal es un ejemplo de lo mismo, de la incapacidad de esos extraños entes impersonales llamados mercados o inversores —que somos nosotros mismos sin saberlo— de frenar su odio y sanciones al fracaso. El sistema necesita que unos vayan mal para que otros vayan bien. El mecanismo del fracaso es contagioso y se extiende como se están extendiendo los problemas de la deuda a los demás países, incluidos nosotros. Cuando desaparece el último de la lista, el penúltimo ocupa su lugar. Y sigue subiendo. El dominó del fracaso se pone en marcha.
Lo que Richard Sennett llama la “fórmula supuestamente terapéutica” consiste en pasar del fracaso, del cual es uno mismo responsable, a considerarse “víctima”, a responsabilizar a los demás. También los países pueden considerarse víctimas. Pero a diferencia de las personas, que pueden a llegar a hacer un examen medianamente consistente de las causas de su fracaso y superarlo, los países lo tienen un poco más complicado. En primer lugar, porque las causas que llevan al fracaso se pueden haber estado vendiendo hasta minutos antes como claves del éxito. La política tiene estas incongruencias al ser un arte que oscila entre los hechos y las palabras. A veces los hechos se quedan en palabras y a veces las palabras sirven para encubrir los hechos. Los principales obstáculos para la terapia del fracaso suelen ser los propios políticos ya que, al ser el resultado de sus errores, son incapaces de asumirlos y tienden a aplicar la mala terapia de la victimización. El auge del nacionalismo en muchos países es el contrapeso terapéutico de los fracasos. Se responsabiliza a los demás: terceros países, la inmigración… Es más fácil echar la culpa a otros que asumir los verdaderos errores. Hay que romper el tabú del que hablaba Sennett, el silencio que envuelve al fracaso. La mejor terapia es la sinceridad y el debate. Con el autoengaño, individual o colectivo, no se logra nada. Solo comprender los problemas lleva a las soluciones.
Probablemente los griegos, los portugueses, los irlandeses, nosotros mismos, no sabemos qué hemos hecho mal, pero nos señalan como fracasados y se empeñan en hacernos sentir culpables. Usted y yo hacemos lo mismo todos los días, pero el mundo se mueve en una dirección o en otra. No lo entendemos muy bien, pero unos días subes y otros bajas en las listas oficiales de países fracasados. Hay muchos que lo explican, pero muy pocos que lo solucionen.
* Richard Sennet (2011 11ªed.): La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Anagrama, Madrid.
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