viernes, 29 de julio de 2011

¿En qué podemos confiar?

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Tras el accidente de dos trenes de alta velocidad en China, un internauta chino, nos cuenta The New York Times, se preguntaba: «Nothing is reliable anymore. I feel like I can’t even believe the weather forecast. Is there anything that we can still trust?»* Mientras la censura y la burocracia chinas apenas eran capaces de reaccionar ante lo sucedido, ya se habían producido miles de mensajes por la red dando cuenta del desastre. Cuatro minutos después del accidente ya había un primer mensaje a través de las redes sociales chinas. En total han sido más de 26 millones de mensajes referidos al accidente que han obligado a la rectificación permanente a las autoridades chinas,  tradicionalmente lentas y opacas en lo que se refiere a este tipo de situaciones.
El intento gubernamental de tener sus propias redes sociales, las weibos, frente a las occidentales para evitar los “contagios” informativos han sido infructuosas porque se está generando una dinámica propia, un efecto más concentrado sobre la realidad que si estuviera diluido por una red internacional. El problema de hacer que los chinos solo hablen con los chinos es que acaban hablando de China. Y a las dictaduras siempre les viene mejor que se hable de otra cosa.
Hace unos meses, al hilo de las primeras revueltas en los países árabes, un experto occidental en cuestiones chinas consideraba que era prácticamente imposible que allí se dieran unas situaciones como las que se estaban produciendo en lugares como Túnez o Egipto. Supongo que exactamente lo mismo que habrían contestado los expertos en el mundo árabe si les hubieran preguntado lo mismo unos meses antes los levantamientos populares.
Noticias de hoy en Pueblo, diario oficial chino
La creencia en que puede controlarse una red social solo puede provenir de una mentalidad anclada en el antiguo sistema de comunicaciones. Los problemas, desde el punto de vista político, son muy distintos. Los medios de comunicación tradicionales constituían el punto de convergencia en el que se creaba la opinión pública, que es lo que se trataba de manejar. Separados, los lectores y espectadores mediáticos, solo tenían una forma de construir su representación de la realidad: la que los medios les ofrecían. Podían existir discrepancias individuales, pero al no existir la horizontalidad que permite redistribuir otra información, su efecto se perdía. Sin medios, los contestatarios solo pueden difundir el rumor. Los micromedios han cambiado todo esto.
Las revueltas no se producen por los efectos que un hecho específico pueda producir, por más que señalemos hechos puntuales. Esos hechos son los detonantes, pero no los elementos esenciales. Los hechos son percibidos siempre sobre un fondo interpretativo. Lo importante es que las redes sociales son las que crean una conectividad social alternativa a los que los medios convencionales ofrecen. Es ahí donde se crea ese fondo. En breve: ya no son necesarios los medios convencionales para organizar una estructura informativa del conjunto. De eso se encargan ahora las redes sociales. Los veintiséis millones de mensajes sobre el accidente ferroviario son la configuración momentánea, visible, de un fenómeno preexistente: la red social de la que la tecnología es soporte y herramienta. Cuando nos referimos a fenómenos humanos, toda red es social. Una red social es ante todo social, intensamente, convincentemente social. Y social significa político. El zoon politikon aristotélico significa indistintamente animal social y político. Lo olvidamos a menudo.
Por eso, el mensaje del internauta chino preguntándose qué puede ser ya creído es un mensaje revolucionario, políticamente hablando, porque se plantea la existencia de dos versiones de la realidad: la oficial y la que surge de la interacción social a través de la tecnología. En la medida en que esas dos imágenes sean más divergentes, en China se estará produciendo una revolución silenciosa, la que atañe a cada mente en la que se asienta la duda respecto al sistema oficial. Esa divergencia está comenzando a pesar en el oficialismo chino porque cada vez es más difícil mantener las versiones oficiales en cuanto a las ineficacias, los errores, los accidentes o la corrupción, fenómenos todos ellos que circularán con un ritmo, densidad e intensidad muy distintos a los que le gustaría al gobierno chino. Las dictaduras sobreviven porque, además del poder material, tienen la capacidad de imponer versiones de la realidad, la voluntad de verdad, forma discursiva institucional de la voluntad de poder nietzschena.
El articulista de The New York Times  señala la presión que empieza a ser la red social en determinados temas para el gobierno. Ya es el poder institucional el que marca los tempos. Ahora ya no salen a informar a desinformados; ahora salen, con retraso, a informar sobre algo que los que tienen delante llevan horas conociendo de fuentes que consideran más fiables. En el caso del accidente, por ejemplo, los que iban en el mismo tren, que empezaron a mandar mensajes inmediatamente y se redifundieron por miles en la red en pocos minutos. Ahora el poder juega con desventaja y retraso informativo. Ahora el poder, ya no juega con blancas.
Tras el accidente del día 22, el premier chino ha salido el día 28 a asegurar que "se compromete a informar de forma oportuna y precisa" de lo ocurrido. Son los titulares, hoy 29, en Pueblo en línea, el diario oficial chino.
Como decía el internauta chino, quizá ya no te puedes fiar ni de la información del tiempo.

* "In Baring Traing Crash Facts, Blogs Erode China Censorship" The New York Times 29/07/2011  http://www.nytimes.com/2011/07/29/world/asia/29china.html?pagewanted=2&_r=1&hp
El primer ministro chino chateando en 2009

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